martes, 30 de junio de 2015

ORACIÓN POR LAS EMBARAZADAS

Oración por las gestantes 

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Oh Dios eterno, Padre de bondad infinita que instituíste el matrimonio para propagar el género humano y poblar el Cielo y destinaste principalmente nuestro sexo para esa tarea, queriendo que nuestra fecundidad fuese una de las marcas de vuestra bendición sobre nosotros, yo me postro suplicante, frente a Tu Majestad, que te adoro.

Te doy gracias por el niño que traigo, a quien le diste el ser. Señor, extiende Tu mano y completa la obra que tú comenzaste, que Tu Providencia traiga conmigo, por medio de una continua asistencia, la frágil criatura que Tu me confiaste, hasta la hora de su llegada al mundo. En este momento, Oh Dios de mi vida, asísteme y sustenta mi debilidad con Tu mano poderosa. Recibe entonces, Tú mismo a mi hijo y guárdalo hasta que él haya entrado por el bautismo en el seno de la Iglesia, tu Esposa, a fin de que él vos pertenezca por el doble título de la Creación y de la Redención.

Oh Salvador de mi alma, que durante tu vida mortal tanto amaste a los niños y tantas veces las tomaste en los brazos, toma también al mío, a fin de que teniéndote a ti como Padre y habiéndote llamado Padre, santifique tu nombre y participe de tu Reino. Yo lo consagro con todo mi corazón, Oh mi Salvador, y lo entrego a tu amor.

Tu justicia sometió a Eva y a todas las mujeres que nacen de ella con grandes dolores, yo acepto Señor, todos los sufrimientos que me destinas en esta ocasión y suplico humildemente por la santa y feliz concepción de Tu Madre Inmaculada que me seas benigno en el momento de dar a luz a mi hijo, bendiciéndome a mi y a ese niño que me darás, así como concediéndome Tu amor y una confianza entera en Tu Bondad.

Y vos, bienaventurada Virgen, Santísima Madre de Nuestro Salvador, honra y gloria de nuestro sexo, intercede junto a Tu Divino Hijo a fin de que el atienda, en su misericordia, mi humilde oración.

Te lo pido, oh criatura más amable, por el amor virginal que tuviste por José, tu santo esposo y por los méritos infinitos del nacimiento de tu Divino Hijo. Oh Santos Angeles que son encargados de velar por mí y por mi hijo, protejan y condúzcannos a fin de que por su asistencia podamos un día llegar a la gloria de la cual ustedes ya gozan y alabar junto con ustedes a nuestro Señor, que vive y reina por todos los siglos de los siglos.

Amén
San Francisco de Sales
fuente Portal Canción Nueva

Carisma


Una espina clavada en la carne

Es en nuestra debilidad que Dios viene en nuestro auxilio con su gracia. ¡Te basta mi gracia!

San Pablo tuvo una experiencia impresionante con Jesús. Él la relata en la segunda Carta a los corintios. Comienza diciendo que “fue arrebatado al paraíso y ahí escuchó palabras inefables, que el hombre es incapaz de repetir”. Después relata lo siguiente: “para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere. Tres veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: «Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad». Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo.(2 Cor 12,4-10).

Nadie sabe exactamente que era esa “espina” de San Pablo pero seguramente era algo que lo incomodaba mucho. Algunos dicen que era una enfermedad en los ojos, otros dicen que había contraído malaria; en fin, era algo que lo hacía sufrir.

espinaencarne

Lo más interesante es que Pablo pidió a Jesús que le quitase esa espina, pero el Señor le dijo: ¡No! Y él entendió por qué: para que “la grandeza de las revelaciones no me envanezca”, ya que él había sido “arrebatado al paraíso y ahí escuchó palabras inefables, que el hombre no es capaz de repetir”. Pablo podía quedarse vanidoso, entonces el Señor le impedía con la espina en la carne. Con nosotros también sucede así, especialmente con quien mucho se destaca.

Ciertamente cada uno de nosotros tiene esa espina en la carne que puede ser de fondo físico o espiritual. Una vez experimenté una espina de esas en la alma, que es peor que en el cuerpo. Se sentía como con una brasa en el alma, o una flecha en el corazón. Rogué también al Señor, insistentemente que me librase de aquella espina, pero El no me libró. Entonces comencé a buscar la causa por la cual el Señor me mantenía en aquella situación. Dejé mi alma en silencio para intentar oir su voz.

En el silencio del dolor del alma parece que una voz me hablaba en lo más íntimo: “Cuanto más grande es el sufrimiento ofrecido a Dios con amor, más le agradamos, más méritos tenemos delante suyo y más se apura nuestra santificación”. Entonces entendí que el Señor providenciaba mi salvación. Me dejaba en aquel purgatorio terrenal el tiempo que sea necesario para purificarme.

Recordé Eclesiástico: “prepara tu alma para la prueba, humilla tu corazón, espera con paciencia, sufre las demoras de Dios, no te perturbes en el tiempo de la infelicidad. En el dolor permanece firme, en la humillación ten paciencia. Pues es por el fuego que se prueba el oro y la plata, y los hombres agradables a Dios en el crisol de la humillación” (Eclo 2,1-6).

Y la voz continuaba diciéndome: “La plata y el oro solo se purifican en el fuego cuando comienzan a reflejar el Rostro del Orive”. Entendí que nuestra purificación solo acaba cuando el Rostro de Dios brilla en nuestra alma, antes de eso las escorias tienen que ser quemadas. Pero muchas de ellas no las vemos, es por eso que creemos que no las tenemos, pero Dios las ve, y quiere removerlas de nosotros.

¡Paciencia! San Pablo dijo a los romanos que “Dios nos predestinó para que seamos conforme a la imagen de Su Hijo” (Rom 8,29). Es la meta de Dios para cada hijo, ver el Rostro de Jesús en nosotros. Entonces nuestra purificación solo acabará, como el oro o la plata, cuando Jesús esté formado en nosotros. Esto comienza aqui y puede concluirse en la eternidad, en el Purgatorio.

No nos desanimemos ni nos desesperamos, es una gran y bella obra de Dios. Todos los santos pasaron por esto para llegar al cielo. En el silencio de la meditación Dios me enseñaba que es teniendo paciencia a esta espina en la carne, que tenemos la oportunidad de rezar más. Como dice Juan Pablo II, “mientras más se sufre, más se necesita rezar”. Además de eso, es una gran oportunidad para ofrecer el dolor por los otros: la salud y la salvación de los seres queridos, el sufragio de las almas del Purgatorio, las luchas de la Iglesia, la santificación del clero, etc. Es en eso que el Señor nos libera de nosotros mismos, de nuestros egoísmos, vanagloria, apegos desordenados, busqueda de placeres, maldiciones, iras y envidias.

Entendiendo esa importancia, San Pablo dijo a los corintios: “Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,10).

Es en nuestra debilidad que Dios viene en nuestro auxilio con su gracia. ¡Te basta mi gracia! No entendemos bien porqué El permite esa espina en nuestra carne pero El nos conoce y nos ama, sabe cual es el remedio que nuestra alma necesita.
Quien debe prescribir el remedio es el Médico, no el enfermo.

Profesor Felipe Aquino
Master y Doctor en Ingeniería Mecánica. Recibió el título de Caballero de la Orden de San Gregorio Magno por el Papa Benedicto XVI, es autor de varios libros y presentador de programas de televisión y radio de la comunidad Canción Nueva
Fuente Canción Nueva

Morir del todo...

"Hay que morir a nuestras vanidades, hay que aceptar ser criticado, para ser instrumentos con poder para la construcción del reino de Dios, si yo me preocupo mucho de mi reputación nunca voy aceptar los carismas porque no es racional, el ejercicio de los carismas no es racional, no digo que sea irracional pero si más alto que mi razón, no es la capacidad humana la que actúa, es el poder del Espíritu Santo, es más alto que mi razón."
Serie carismas


¿Por qué tienen miedo, hombres de poca Fe?

¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe? 
Mateo 8, 26
Aun cuando el Señor vaya con nosotros en las travesías de la vida, siempre surgen tempestades, como en el Evangelio de hoy. Las olas eran tan violentas que los discípulos fueron presa del pánico. Finalmente, cuando despertaron a Jesús, él simplemente “se levantó, dio una orden terminante a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma.” La Palabra de Jesús produjo la calma, una calma que no iba destinada sólo a realizarse en el agua agitada del cielo y del mar, sino sobre todo en el corazón de sus atemorizados seguidores.

Los discípulos pasaron del pánico y la desesperación al asombro propio del que acaba de presenciar algo que hasta ese momento era impensable. La sorpresa, la admiración, la maravilla de ver un cambio tan drástico en la situación que vivían despertó en ellos una pregunta central: “¿Quién es éste, a quien hasta los vientos y el mar obedecen?” ¿Quién es el que puede calmar las tormentas del cielo y de la tierra y, a la vez, las de los corazones de los hombres?

La palabra griega seismos con la que se describe la tempestad que zarandeaba la barca es el mismo término que se usa en otras partes del Nuevo Testamento para describir las perturbaciones y calamidades que ocurrirán al final de los tiempos, cuando las tribulaciones azoten a la Iglesia. El uso de esta palabra ayudó a los primeros lectores cristianos a darse cuenta de que no debían dejarse dominar por el miedo frente a la persecución o la adversidad.

El relato de la tempestad constituye un puente entre la comunidad de los seguidores de San Mateo y nosotros. La barca de Pedro representa la Iglesia, sacudida por las aguas adversas del mundo. Espantados y desesperados, los discípulos gritaron “¡Señor, sálvanos!”, eco de una oración que encontramos incluso en las más antiguas liturgias, el Kýrie eléison: “¡Señor, ten piedad!” El Mesías pregunta a cada generación: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe? Nosotros sí tenemos fe, pero es inmadura y nos falla fácilmente. Jesús nos invita a todos a crecer en la fe y experimentar su poder salvífico.

“Jesucristo, Señor mío, te ruego que me concedas una fe firme e inquebrantable, y te pido que protejas a toda la Iglesia y quienes la componen, porque sé que tú quieres lo mejor para tus fieles.”

"¿Quién es éste?"

San Cirilo de Jerusalén (313-350), obispo de Jerusalén, doctor de la Iglesia
Catequesis bautismales, nº 10


Si alguno quiere honorar a Dios, que se prosterne ante su Hijo. Sin esta condición, el Padre no acepta ser adorado. Desde lo más alto del cielo el Padre ha pronunciado estas palabras para ser escuchadas: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto». El Padre encuentra todo su gozo en el Hijo; si tú no encuentras también en él todo tu gozo, no tendrás vida... Después de haber reconocido que hay un solo Dios, reconoce también que hay un Hijo único de Dios; cree en «un sólo Señor Jesucristo» (Credo). Decimos «un sólo» porque sólo El es Hijo, aunque tenga diversos nombres...

«Se le llama Cristo» [es decir, el Ungido], un Cristo que no ha recibido su unción de manos humanas sino que ha sido ungido desde toda la eternidad por el Padre para ejercer, en favor de los hombres, su sacerdocio supremo... Se le llama «Hijo del hombre», no porque su origen sea terreno, como cada uno de nosotros, sino porque ha de venir sobre las nubes a juzgar a vivos y muertos. Se le llama «Señor», no abusivamente como los señores humanos, sino porque su señorío le pertenece por naturaleza desde toda la eternidad. Muy a propósito se le llama «Jesús» [es decir «el Señor salva»], porque salva curando. Se le llama «Hijo», no porque haya sido elevado a este título por una adopción, sino porque ha sido engendrado según su naturaleza.

Hay todavía muchas otras formas de llamar a nuestro Salvador... Según el interés de cada uno, Cristo se muestra bajo diversos aspectos. Para los que necesitan gozo, se hace «vid»; para los que han de entrar, es «la puerta»; para los que quieren orarle, es entonces «Gran Sacerdote» y «Mediador». Para los pecadores, se hace «cordero» para ser inmolado por ellos. Se hace «todo a todos» conservando lo que es por naturaleza.

(Referencias bíblicas: Mt 3,7; Mt, i,17; Mt 24,30; Dn 7,13; Mt 24,30; Lc 2,11; Mt 1,21; Mt 3,17; Jn 15,1; Jn 10,7; Hb 7,26; 1Tm 2,5; Hch 8,32; 1C 9,22

RESONAR DE LA PALABRA 30 JUNIO 2015

Evangelio según San Mateo 8,23-27.
Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron.
De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía.
Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: "¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!".
El les respondió: "¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?". Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma.
Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".




COMENTARIO
Fernando Torres Pérez, cmf
Las dos lecturas de hoy tienen un movimiento de salida, de dejar el lugar donde se está para buscar otro mejor, para superar una dificultad o una amenaza, como en la primera lectura o para seguir a Jesús, como en el Evangelio. En los dos casos se emprende un camino que, como todos los caminos, es siempre incierto. Conocemos el presente, el lugar donde tenemos ahora los pies. Pero el futuro, allá donde apoyaremos mañana los pies, es desconocido. Por eso mismo también es amenazante. En el camino te puedes encontrar con tormentas que ponen en peligro tu vida.

La tentación es pensar que como en casa no se está en ningún sitio. Hay problemas y amenazas. Hay incomodidades. Hay cosas que no nos gustan. Pero es nuestra casa. En ella está el lugar donde nos sentimos cómodos. Es nuestra peculiar zona de confort. No porque todo sea bueno. Sino porque todo es conocido. Y sabemos a qué atenernos. Lo que nos asusta es precisamente lo desconocido. Lo que nos hace sentirnos incómodos es la incertidumbre ante lo que se nos puede venir encima.

Lot en la primera lectura y los discípulos en el Evangelio no tienen más alternativa que confiar. Lot se ve obligado a dejar atrás todo lo que tenía. Y debía tener mucho porque unos cuantos capítulos antes Abraham y él se tuvieron que separar porque sus innumerables rebaños no podían estar juntos. Se quitaban el pasto unos a otros. Pero en la prisa de salir de Sodoma no debieron tener más que el tiempo justo para coger lo mínimo. El futuro se presentaba incierto y lleno de pobreza. Iba a tener que comenzar de nuevo desde cero. Sólo desde la lejanía comprendió que quedarse habría significado la muerte. Al salir retuvo lo mejor que tenía: la vida.

Los discípulos están en las mismas. Seguir a Jesús les ponía en peligro. Había tormentas en el lago. Y también se levantaban tormentas en la sociedad que iban a terminar con Jesús. Ellos mismos estaban en peligro. Sólo mucho tiempo después (pasada la pascua de Jesús y el pentecostés del Espíritu) entenderían que el viaje había valido la pena y que no seguir a Jesús habría sido como elegir la muerte.

Toda una invitación a cada uno de nosotros para tomar las riendas de nuestra vida, dejar nuestra zona de confort y lanzarnos a la aventura de seguir a Jesús con nuestra confianza puesta en él.

Buen día, Espíritu Santo!

¡Buen día, Espíritu Santo!
Has sido mi descanso en la noche,
y eres mi descanso en el día;
Gracias porque nunca te marchas,
y sin siquiera pedirlo, te haces presente.
Gracias por Tu capacidad de Amar, de Consolar,
de Confortar, de llenar con Tu Mansedumbre
lo más profundo de mi ser.
Gracias por conducirme a la Verdad,
por ser mi Cielo,
por curar mis heridas,
por romper mis sorderas
y hacer caer las escamas de mis ojos.
Gracias por Tu Amor Personal,
eterno y cariñoso,
Derrama sobre Tu Iglesia,
sobre los que confiados esperan tus mejores regalos,
tus dones y tus carismas,
los que edifican,
los que construyen sobre la derruido;
los que restauran, los que dan crecimiento.
¡Amén!


Testimonio, camino y fidelidad

«Todo pasa, solo Dios permanece. Han pasado reinos, pueblos, culturas, naciones, ideologías, potencias, pero la Iglesia, fundada sobre Cristo, a través de tantas tempestades y a pesar de nuestros muchos pecados, permanece fiel al depósito de la fe en el servicio, porque la Iglesia no es de los Papas, de los obispos, de los sacerdotes y tampoco de los fieles, es exclusivamente de Cristo. Solo quien vive en Cristo promueve y defiende a la Iglesia con la santidad de vida, a ejemplo de Pedro y Pablo»

DONES DE FE Y MILAGROS - Parte IV



SEA HECHO CONFORME A TU FE
Parte IV


Había en la región de Tiro y Sidón una joven cananea que hacía algún tiempo era cruelmente atormentada por un demonio. Los cananeos eran conocidos por ser grandes y poderosos, pero también eran famosos por ser idólatras, supersticiosos, profanos y acostumbrados a todo tipo de degeneración moral. Entre sus costumbres religiosas estaba el asesinato de niños como sacrificios a los ídolos, y sus sacerdotisas practicaban la prostitución como forma de culto. Descubrimientos arqueológicos revelaron que en Megido, Jericó y Gezer, era común el “sacrificio de los cimientos”, esto es, cuando se comenzaba a construir una morada, se sacrificaba un niño cuyo cuerpo era metido dentro de los cimientos con la finalidad de traer felicidad para el resto de la familia. Por razones como estas, los israelitas no hacían alianza con los cananeos ni se mezclaban con ellos. Pues bien, según lo que parece, las consecuencias de tan macabra espiritualidad recayó sobre esa joven cananea constantemente atormentada por un espíritu diabólico. Con todo, lo que le faltaba de sosiego era compensado por el amor de su madre que, día y noche, intentaba protegerla y buscaba incansablemente ocasión de liberarla. Solamente en los brazos de aquella mujer que tantas veces la tomara en sus brazos y la hiciera dormir es que conseguía experimentar algún alivio. En verdad, su pobre madre nada más podía hacer más allá de amarla y compartir su dolor, pues, de una hora para otra, el demonio se apoderaba de la pequeña y la maltrataba con toda violencia al punto de casi matarla. Lo que le daba fuerzas para no entregarse era la certeza que su madre le transmitía que las cosas terminarían bien. A pesar de todo, estaba llena de coraje y de motivos para luchar porque todos los días recibía apoyo y comprensión de quien la amaba.

Si por un lado no había desistido de batallar por su vida, por otro ya no creía que pudiese librarse de aquellos ataques. Visto que estaba ya tanto tiempo debajo del sufrimiento y considerando que las manifestaciones eran cada vez más frecuentes y violentas, ella se había conformado con cargar el fardo de su maldición hasta el día en que su propio cuerpo fuese cargado hacia la tumba. De sus parientes y amigos no hay ningún registro escrito. De ella no se sabe edad, posición social o si poseía bienes. Pero una cosa es cierta, era una niña privilegiada, pues había descubierto en su propia casa un tesoro que muchos murieron sin conocer: la felicidad de tener una familia. Su mayor riqueza era la amistad entre ella y su madre. Cierto día, mientras estaban a la mesa en una conversación descontracturada vio a su madre quedar inesperadamente seria. Un silencio demorado invadió el lugar. Entonces, después de algunos minutos escogiendo las palabras, la madre se puso a decir:
“Hija mía, he escuchado cosas respecto de un galileo que jamás antes oí decir de hombre alguno. Muchos creen que la fuerza de lo Alto está con él, por donde pasa verdaderos milagros suceden. Oí decir que el curó personas que sufrían de lepra, hizo ver un ciego de nacimiento, y algunos paralíticos comenzaron a andar después que el les impuso las manos. Lo que más me impresionó, -continuó, al percibir que la hija le escuchaba atenta- fue cuando supe, ayer a la noche, que un hombre atormentado, que andaba por los sepulcros y montes, gritando e hiriéndose con piedras, se postró delante de él cuando lo vio y eso bastó para que él lo liberase. La joven estaba muda sin saber qué pensar, mucho menos qué responder delante de aquella novedad. Con la voz emocionada, la madre continuó: -Descubrí que en estos días él estará bien cerca de nuestra ciudad… y no perderíamos nada si fuésemos a su encuentro. A juzgar por lo que escuché, hay algo diferente en éste hombre, y el poder de Dios se manifiesta en él para sanar y librar las personas de sus males. Creo que el te puede sanar. La hija bajó los ojos entristecidos y descreídos mientras recordaba a la madre que la relación entre israelitas y cananeos no eran de los mejores, que ciertamente el no los atendería. Era muy probable que todo ese esfuerzo sirviese apenas para que fuesen humilladas en público, volviendo todavía mayor su disgusto. Después de oírla, con cariño, la madre continuó:
“En la feria, el vendedor me contó que vio curar un hombre completamente paralítico. Y para que nadie tuviese dudas, ordenó que el enfermo cargase la propia camilla. Aquel vendedor aseguró que existe en este predicar, llamado Jesús, una autoridad que lo vuelve diferente a los demás. Creo que el es la respuesta a nuestras oraciones y que debemos ir a verlo." Y llena de entusiasmo, la madre le contó con mucho detalle muchas otras cosas, inclusive lo que supo con relación a Jesús que acostumbra enseñar y también sobre su conmovedor amor por los frágiles y pecadores. Cuanto más hablaba del profeta de Galilea, más crecía en su corazón la certeza de que por medio de Dios curaría a su hija.

Aunque no estuviese tan convencida, la joven no tuvo otro recurso sino ceder delante del fervor y de la esperanza de su madre. Hacía tanto tiempo que no la contemplaba así motivada que sería hasta un pecado desanimarla. Estaban en el medio de la conversación cuando entró, eufórico, un empleado trayendo la noticia: “
Mi señora, el predicador que esperaba acaba de llegar al poblado vecino y una multitud se reúne para oírlo. El camina y da sus enseñanzas al aire libre. Hay tanta gente a su alrededor que no se consigue verlo. Aún así, conseguí oír que hablaba sobre salvación, vi también que muchos intentaban llegar lo más cerca posible, pues varios enfermos eran curados al tocarlo. Inmediatamente la madre se levantó, se armó de una pequeña provisión compuesta de agua, pan, aceitunas y dátiles, además de algunas otras frutas. Era necesario ser rápidas, pues cuanto antes llegasen, mayores serían las chances de ser atendidas. La distancia no era larga, pero debía estar lista para esperar el tiempo que fuese necesario para que su hija recibiese la asistencia adecuada. La niña, en tanto, no decía una palabra, ni siquiera salía del lugar. Parecía completamente indiferente a todo lo que pasaba.

Al ayudarla a levantarse, la madre percibió que estaba teniendo un ataque. Cayó en el suelo, contorsionándose horriblemente entre convulsiones, rugidos y palabras distorsionadas. Sus ojos se exorbitaban. Y una fuerza terrible impedía que la levantasen del suelo.
“Por favor, madre, -gemía la joven entre un espasmo y otro- déjame quieta en casa. Tal vez sea mi destino sufrir esas crisis hasta el fin de mis días. Desistí de luchar contra este mal y ya estoy adaptada a mi sufrimiento”. –Pero yo no, dijo la mujer al percibir lo que pasaba- Después volviéndose al empleado, se desahogó; -Hace mucho tiempo este espíritu domina mi hija y la maltrata como ahora. Pero no tengo dudas de que se abatió sobre ella en este momento, a fin de que no la llevemos al encuentro de este profeta. Esta ha de ser la última vez que está atormentada. Encárgate de ella, dijo al empleado cuando estaba afuera, pues, si no puedo llevarla a Jesús, yo lo traeré hasta ella, aunque precise cargarlo en los brazos.

La felicidad de su hija merecía cualquier esfuerzo. Aún cuando la niña se resistiese en creer, la fe de su madre bastaba para las dos. Con un beso en la frente se despidió de la joven, dejándola con su cuerpo todavía rígido bajo los cuidados del funcionario. Y cuando cruzó por la puerta, tuvo que enfrentar la angustia de haber pasado a los cuidados de otros a su querida hija, tuvo que enfrentar también las miradas de reprobación de los vecinos. Al final, ¿qué madre abandonaría su hija en estado crítico para correr detrás de un milagrito? ¿Y si algo peor aconteciese en su ausencia? ¿Debería un empleado responsabilizarse por algo así tan grave?

Por el camino, bajo el sol abrasador, una idea insistía en su mente: ¿y si Jesús se negase a acompañarla? Al final, los judíos no entraban de forma alguna en la casa de un cananeo. ¿Y si toda aquella esperanza fuese en vano? Envuelta en tales pensamientos, mal se percibió la multitud que se aproximaba. Y, en medio de ella, cercado por todos lados, estaba el Maestro venido de Dios. Creyendo que sería posible atravesar la multitud, aquella mujer afligida se esforzaba por meterse en medio del pueblo, pero nadie se apartaba para que ella pasase. Cada uno creía ser el más necesitado de escuchar y tocar a Jesús. No había quien estuviese dispuesto a ceder su lugar a otro necesitado. Ella pidió, insistió, se escabulló y hasta empujó un poco, pero no consiguió nada más allá de oír insultos. No importaba lo que hiciese, nadie apartaba el pie. Era inútil hacer fuerza. Cansada y enojada, se sentó sobre una piedra, mientras procuraba una forma de llamar la atención de Jesús. –“Llegue hasta aquí, pensaba en voz alta, porque creo que Jesús puede curar a mi hijita. Ahora que estoy tan cerca ninguna dificultad me hará desistir. Tengo confianza que Dios liberará a mi hija de todo mal y nunca más tendré que ver a mi hijita en tan lastimosa condición”. Miró alrededor, midió el ambiente, y llegó a la conclusión de que estaba en un lugar estratégico. De un salto, se puso de pie, escaló la roca en que estaba sentada y, levantando exageradamente los brazos, comenzó a gritar: “Señor, hijo de David, ten piedad de mi! Mi hija está cruelmente atormentada por un demonio (Mt 15,22) El cortejo continuó avanzando. Jesús, los discípulos y todo el pueblo fueron un poco más adelante donde había césped y alguna sombra.

La mujer corrió al frente y, percibiendo que el lugar estaba cercado de pequeños árboles, reflexionó: “No conseguiré que el me vea a no ser que me cuelgue de aquel árbol mayor. Poco me cuesta esa vergüenza para que mi hija encuentre alivio. Se prendió de un gajo y comenzó a subir ante los ojos asustados de algunos y la risa burlona de otros. El pueblo no podía creer lo que veía. Estaba determinada a tocar su meta. Su amor la impulsaba. El amor no desiste nunca, jamás se cansa. Ni tiene miedo de ser tomado por ridículo. Prefería ser la ridícula madre de una hija curada que la elegante progenitora de una joven abandonada a la suerte. Continuó subiendo hasta que su cabeza salió por entre la copa del árbol. Parecía un fruto inmenso en un árbol pequeño. Era algo tan fuera de lo normal que todos se callaron para ver a aquella mujer pendiendo en el gajo de una higuera. Cuando tuvo certeza de que Jesús la vio, llenó sus pulmones y exclamó: -“Señor, hijo de David, ten piedad de mi! Mi hija está cruelmente atormentada por un demonio”. Cuando, después de eso, Jesús no le respondió palabra alguna, ella se puso a clamar de tal manera que nadie conseguía oír otra cosa. Y el propio Jesús tuvo que parar la predicación. Con aquel barullo era imposible continuar. El pueblo estaba inquieto. Los hombres mandaban que la cananea se callase. Las mujeres estaban divididas entre dolor e indignación. Los fariseos observaban para ver si Jesús se dejaría envolver por una mujer pagana. Antes que la situación se descontrolase, los discípulos tomaron la iniciativa. Se llegaron al Señor y le dijeron con insistencia: Manda afuera a esa mujer, porque ella viene gritando atrás de nosotros (cfr. Mt. 15, 23) Jesús, lleno de compasión, miraba en silencio. Y así quedó hasta que todos se calmasen. –“No fui enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” –le respondió el Señor haciendo señal para que el pueblo le abriese camino. Todos se apartaron. Y aquella mujer vino a postrarse delante de él diciendo: “Señor, ayúdame!” Jesús estaba profundamente enternecido y perplejo delante de la escena tan sorprendente. Nadie hablaba nada. No se oía un murmullo. Hasta aún el sol ardiendo con toda su fuerza, parecía esperar para ver el desenlace de aquella historia. Jesús contemplo largamente el rostro sufrido de la madre. Y pudo notar que ni aún las marcas dejadas por el sufrimiento eran suficientes para apagar de sus ojos la esperanza. En su rostro había lágrimas que eran al mismo tiempo dolor y confianza. Aquella mujer había hecho lo que podía por el bien de su hija. Ahora todo estaba en manos de Jesús y solamente de él dependía. Su última oración fue: “Señor, ayúdame”. Después de eso no pidió más nada. Jesús había entendido todo y ya no era necesario multiplicar las palabras.

Como toda mujer cananea, ella había sido educada para dar culto a dioses que de nada le valían; por el contrario, eran entidades que exigían sacrificios humanos. Su pueblo era espiritualmente huérfano. Y muchas veces se sintió abandonada como un perro de su dueño. Era justamente así que los hebreos llamaban a los paganos: perros. Penetrando su corazón, Jesús vio que no solamente la hija, sino también la madre necesitaba ser liberada. Para arrancar aquel tumor de su alma, Jesús lo cortó con una palabra afilada. En otros términos, puso el dedo en la herida: “No conviene tirar a los perros el pan de los hijos”

Algo necesitaba cambiar definitivamente a partir de ahí. No era posible encender una vela a Dios y otra a los espíritus a quien servía. Para recibir aquel milagro, su corazón debería abrirse, por la fe, el amor del Padre. Es la fe la que nos arranca de la opresión del demonio para no hacernos hijos de Dios. Y, sin perder más tiempo, aquella extranjera reconoció a Jesús como el Señor e hizo una de las más bellas confesiones de toda la Biblia: -“Es verdad, Señor, replicó ella; pero los cachorritos por lo menos comen las migajas que caen de la mesa de sus dueños. Aquello que para mi es grandioso y hasta imposible, para Dios no pasa de migajas.” Una sonrisa larga iluminó el rostro de Jesús en cuanto sus ojos llenos de ternura se fijaron en los de ella. Aquellos pocos segundos repletos de confianza y generosidad valieron más que horas de explicaciones, lamentos y súplicas. Con una satisfacción indescriptible, Jesús no se contuvo más y declaró: “Mujer, grande es tu fe! Sea hecho como deseas” Y, en la misma hora, su hija quedó curada (Mt. 15,28). Jesús, observando la confianza, liberó a su hija de la opresión del diablo. No por la fe de la joven, sino por la fe de su madre. Aquella cananea tenía la firme convicción de que si pusiese su esperanza en Jesús, aunque no se hallase merecedora y la sanación de su hija pareciese imposible, El actuaría en su favor y la salvaría. Jesús se conmovió cuando la oyó decir: “Señor, ayúdame”. Y Él la ayudó provocándola para que hablase, y sacase afuera lo que la angustiaba. Sanó madre e hija, pues las dos estaban enfermas. Una llena de amargura, la otra llena de opresión. En una palabra, Jesús arregló dos vidas. Pero, la gracia que liberó a la joven no llegó hasta ella sin antes curar el corazón angustiado de la madre. Confiando en la palabra de Jesús, la cananea fue a paso ligero de vuelta para la casa. Aquello que, antes, apenas en sueño la madre había contemplado, ahora se había vuelto una realidad. A lo lejos, su hija vino corriendo a su encuentro, definitivamente liberada. Se abrazaron entre lágrimas y risas mientras la joven contaba como se sentía la presencia de Dios inundándola de una paz tan profunda que el espíritu que la oprimía se vio obligado a retirarse para nunca más volver. En estos siete versículos, podemos encontrar algunos secretos para experimentar también nosotros en nuestra vida la fe y el milagro. Podemos señalar algunos:

Primero: COMPARTE.
Dolor compartido es dolor amenizado. Quien se desahoga sufre menos. Rezar es desahogar el alma. Mientras mucha gente en el dolor se calla, Dios nos hace hablar cuánto sufrimos para aliviar el corazón. Si en medio de las lágrimas recurrimos a Jesús, el desahogo se vuelve oración que sana.

Segundo: CONFIANZA.
Aquella cananea, cuando fue al encuentro del Señor, nada llevó además de una firme y una decidida voluntad. Todas las veces que vamos a orar, debemos llevar con nosotros la fe. Confiar en Dios con todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas, aunque corramos el riesgo de, a los ojos del mundo, parecer ridículos. Debemos llegarnos hasta Dios con voluntad decidida de que realmente acontezca aquello por lo que oramos. El Evangelio nos muestra que es exactamente eso lo que el Señor espera de nosotros: Tu fe te curó. (cfr. Mt 9, 18-24). “Sea hecho como deseas” (Mt. 15,28)

La oración comienza con el desear. Cuanto más intenso el querer, más eficaz la oración. Nada nos vuelve más vivos que una voluntad decidida. Esa es la razón por la cual la desesperación mata a aquellas personas que le abren la puerta. Ella bloquea el querer. La persona pierde la capacidad de esperar cosas buenas y desiste de luchar. La fe es el antídoto contra toda desesperación. Tener fe no es fabricar la certeza de que las cosas van a suceder solo porque la gente quiere. Pero es comprender con absoluta certeza que, si Dios prometió algo, aquello va a suceder, y no hay algo que lo pueda impedir. Y si tenemos la certeza de que algo bueno va a darse, el corazón descansa y quedamos alegres antes mismo que se realice. La fe hacer suceder aquello que Dios prometió. Ella es la respuesta a nuestra colaboración, para que el milagro suceda. Dios determinó las cosas de tal manera que sin la fe ciertas gracias jamás serán obtenidas.

Tercero: RECONOCER LA PROPIA FRAGILIDAD.
Aceptar la propia impotencia y creer que Dios cuidará de nosotros mejor de lo que hemos conseguido nosotros cuidar. Al clamar “Señor, ayúdame”, la cananea se entregó a Jesús y reconoció la propia debilidad, se aceptó como era, con sus defectos y límites, reconoció que también estaba doliente de preocupación y tristeza, que, agotada por el peso de la responsabilidad y de la dolencia de la hija, también necesitaba auxilio. Pocas cosas nos dan tanta fuerza cuanto reconocer que somos frágiles. Es un acto de compasión con nosotros mismos. En el momento en que nos reconocemos necesitados, el Espíritu Santos nos sustenta, ayuda a nuestra fe, nos da apoyo y nos llena de ánimo.

Cuarto: HAZ TODO COMO SI DEPENDIESE DE TI, pero sabiendo que DEPENDE DE DIOS.
Una liberación, la conversión de una persona o una sanación extraordinaria es obra de Dios y no nuestra. No es lo que hacemos lo que determina el milagro, sino colocarnos enteramente delante de Jesús y confiar que El sabe lo que hace. Dios está más interesado en nuestra salud y felicidad que nosotros mismos. Cuida mejor quien ama más. Y el amor que el tiene por nosotros supera en mucho nuestro amor propio. El ama más a nuestros parientes y amigos de lo que jamás seremos capaces de amarlos. La transformación de una vida y la sanación del corazón es la obra de Jesús, no nuestra.

Debemos hacer la parte que nos compete, pero no podemos asumir el lugar de Dios. Así hizo aquella madre que, después de presentar la situación a Jesús, quedó en paz en su corazón.

Quinto, CONFIAR EN LA PALABRA DEL SEÑOR.
Cuando la cananea fue atendida por Jesús, no vio de inmediato a la hija curada delante de sí. Ni siquiera por eso comenzó a indagarlo: “¿Es sólo eso, Jesús?” Después de todo lo que enfrenté, ¿sólo lo que tienes para decirme es una frase? ¿Qué garantía el Señor me da de que ella está sana? ¿Cómo sabré si no voy a encontrarla exactamente como la dejé? Por el contrario, ella dio fe a la palabra de Jesús y confió en la obra del Espíritu Santo. Camino a casa, corría más de alegría que de curiosidad. Una vez que creyó sin ver, pudo, entonces, ver aquello en que creyó: su familia restaurada y la liberación de su hija. Debemos aprender a tomar posesión de aquello que pedimos a Jesús, creyendo que sucederá lo que le suplicamos, una vez que Él prometió atendernos. Pues, “si no dudamos en el corazón, sino que creemos que sucederá todo lo que dice, obtendremos ese milagro” (cfr. Mc 11, 23)

Del libro: “Dons de Fé e Milagres”
Márcio Mendes
Editorial Cançao Nova

Adaptación Del original em português.

lunes, 29 de junio de 2015

Tú eres Pedro


Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia. (Mateo 16, 18)
Hoy celebramos a los dos pilares más importantes de la Iglesia primitiva, San Pedro y San Pablo. Desde el primer Pentecostés, se puso en evidencia el liderazgo de Pedro en toda la Iglesia. El primer Papa se trasladó de Jerusalén a Antioquía y de allí a Roma, desde la cual todos sus sucesores, desde hace dos mil años, trabajan en la construcción del Reino de Dios en la tierra, vale decir, la Iglesia, según las instrucciones del Señor.

La fe de Pedro y la roca firme de su apostolado como jefe de la Iglesia están encapsuladas en su confesión: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mateo 16, 16). Esta es la misma fe que planteaba Pablo cuando decía: “Nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, que es Jesucristo” (1 Corintios 3, 11). Si bien Pablo fue uno de los últimos apóstoles que confesó la fe en Cristo, bien puede argumentarse que él fue quien desarrolló las doctrinas de la fe que llegaron a ser la base de nuestro Credo y que continúan definiendo a la Iglesia hasta el día de hoy.

San Pedro y San Pablo dejaron establecido clara y enfáticamente que nuestra fe no es un asunto individual ni aislado; que no se trata solamente de “yo y Jesús”; es en realidad “Cristo y su Iglesia”, porque Dios jamás quiso que cada uno viviera separado de sus semejantes; jamás quiso que el cristianismo fuera una experiencia individual de cada uno. La dimensión que le dio a nuestra fe es colectiva, y por eso la experiencia que tengamos de la vida en el Espíritu se pone en acción poderosamente y se apoya con gran esperanza en el fiel y continuo testimonio de muchísimos otros creyentes.

Todos estamos llamados a ser pilares de la Iglesia, a proclamar a Jesucristo como Señor. De esta manera, asumiendo nuestra vocación cristiana y profesando la Majestad de Jesucristo, el Señor del Universo, también participamos en la edificación de la Iglesia, que comenzó principalmente con el liderazgo de San Pedro y la obra misionera de San Pablo.
“Amado Jesucristo, te doy gracias por llamarme a ser uno de tus discípulos. Lléname de tu amor y de fe, Señor, para que yo siempre proclame que tú eres mi Dios y Salvador, junto con todo tu pueblo.”

ORACIÓN DE SANACIÓN POR UN NIÑO ENFERMO

Oración de sanación para un niño enfermo
Amado Señor, tú conoces el corazón de tus hijos, y no te quedas indiferente ante el pobre que te suplica
"Fue, pues, Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había en Cafarnaúm un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo. Cuando oyó aquel que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a él y le rogó que descendiera y sanara a su hijo, que estaba a punto de morir.Entonces Jesús le dijo: Si no veis señales y prodigios, no creeréis. El oficial del rey le dijo: “Señor, desciende antes que mi hijo muera”. Jesús le dijo: “Vete, tu hijo vive”. El hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue.Cuando ya él descendía, sus siervos salieron a recibirlo, y le informaron diciendo: “Tu hijo vive”. Entonces él les preguntó a qué hora había comenzado a mejorar. Le dijeron: “Ayer, a la hora séptima, se le pasó la fiebre. El padre entonces entendió que aquella era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su casa. (Juan 4, 46-53)

(Un momento de silencio para que la Palabra de Dios con su poder penetre en su corazón y se sienta movido a un acto de fe: Dios puede hacerlo otra vez)

Amado Señor, tú conoces el corazón de tus hijos, y no te quedas indiferente ante el pobre que te suplica. Tú sabes lo que nos aflige el bienestar de nuestros niños, tú comprendes la preocupación de los papás ante la enfermedad de alguno de sus hijos. Vengo hoy, como el funcionario real del Evangelio, a pedirte que desciendas y sanes a nuestro niño(a) (nombre con fe al niño(a) enfermo por quien se está orando de manera especial y el mal que lo aqueja).

Aún desde la preocupación que nos causa su enfermedad, desde el dolor y el desconcierto, si esta enfermedad está dentro de lo que tu permites, aceptamos este momento como ocasión de purificación, de abandono en tus manos, de ofrecimiento generoso de nuestras vidas. Aceptamos este momento como una ocasión para unirnos desde el sufrimiento a los dolores de Cristo por la salvación del mundo (Colosenses 1, 24) (Tómese unos minutos y, en calma, que su corazón se una a lo que acaba de decir con sus labios: "con este sufrimiento, me uno, Señor, a tu pasión...")

Ahora, Señor, a ti que quieres que tengamos vida en abundancia, te pido que por el poder del misterio de tu infancia y tu vida oculta en el hogar de Nazaret, sanes al niño(a) a quien tú conoces y amas. Cuida de su cuerpito y de su alma. Pasa tu mano sanadora sobre él para que sienta tu alivio, tus cuidados y se restablezca prontamente, según tu voluntad.

Tú, que recibiste los amorosos cuidados de María y José, consuela y reanima a su papá y a su mamá, no dejes que caigan en la desesperación, en la duda, en la depresión, sino que desde su dolor y preocupación recurran a ti como fuente de verdadera, plena, y duradera sanación del cuerpo y del alma.

Te presentamos el lugar donde se encuentra el niño, reviste ese sitio con tu fuerza y gracia. Aleja de allí todo lo que, material o espiritualmente, puedan ser un obstáculo para la pronta recuperación.

Te presentamos los profesionales médicos que atienden al niño, revístelos con tu sabiduría, ilumínalos para que logren dar con acierto en el diagnóstico y encuentren la medicación y tratamiento indicado. Tómalos como instrumentos de tu sanación.

María, madre de Jesús y madre nuestra, que con esmero y constancia, cuidabas de tu niño, mira el corazón de la madre e infúndele confianza, para que también ella, como tú, pueda ver crecer a su hijo en estatura, sabiduría y gracia, delante de Dios y de los hombres.

Querido San José, tú que fuiste el protector de la Sagrada Familia, y la defendiste de todos los peligros y hasta de la muerte segura en la persecución de Herodes, te presento al papá de esta criatura, intercede ante tu amado Hijo Jesús, para que logre mantenerse fuerte aún en el dolor y la preocupación. Que logre conseguir los medios necesarios para la buena atención de su hijo(a). ayúdalo a no decaer y a mantenerse lúcido a la voluntad de Dios.

Señor, tu dijiste que creyéramos que ya hemos obtenido lo que te pedimos con fe en oración, ahora levanto mi voz y mis brazos para darte gracias por la salud que recibirá este niño por el poder de tu amor que escucha esta oración confiada. Reconocemos que ya estás actuando y sanando. Como el funcionario del Evangelio, nosotros también reconoceremos que es en este mismo momento que estas restableciendo salud y bienestar. Te alabo en fe. Te reconozco Señor y Salvador de nuestras vidas, sin ti estamos perdidos. Te amamos Señor y reconocemos tu grandeza. A ti la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


(Padrenuestro, Ave María, Gloria)

p. José Luis Aguilar
fuente Blog personal

Te llevará a dónde no quieras

«Cuando seas viejo..., te llevará a donde no quieras»
San León Magno (¿-c. 461), papa y doctor de la Iglesia
Sermón 82/69 para el aniversario de los apóstoles Pedro y Pablo
¡No tienes miedo de venir a esta ciudad de Roma, oh apóstol san Pedro!... No temes a esta Roma, dueña del mundo, tu que en casa de Caifás te has acobardado ante una sirvienta del sumo sacerdote. El poder de los emperadores Claudio y Nerón ¿acaso era menor  que el juicio de Pilato o el furor de los dirigentes judíos? Sencillamente era que la fuerza del amor triunfaba en ti sobre las razones del temor; no creías deber tuyo temer a aquellos a quienes has recibido la misión de amar. Esta caridad intrépida, ya la habías recibido cuando el amor que profesaste al Señor se vio fortificado por su triple pregunta (Jn 21, 15s)... ¡Y para hacer crecer tu confianza tenías los signos de tantos milagros, el don de tantos carismas, la experiencia de tantas obras maravillosas!... Así pues, sin dudar de la fecundidad de la empresa ni ignorar el tiempo que te quedaba de vida, tu llevaste el trofeo de la cruz de Cristo a Roma donde te esperaban a la vez, por divina predestinación, el honor de la autoridad y la gloria del martirio.
    En esta misma ciudad llegaba san Pablo, apóstol como tu, instrumento escogido (Ac 9,19) y maestro de los paganos (1Tm 2,7) para estar contigo en este tiempo en el cual todo lo que era inocencia, todo lo que era libertad, todo lo que era pudor estaban oprimidos bajo el poder de Nerón. Fue él quien, en su locura, fue el primero en decretar una persecución general y atroz contra el nombre cristiano, como si la gracia de Dios pudiera ser constreñida por la matanza de los santos... Pero «preciosa es a los ojos de Dios la muerte de sus santos» (sal 115, 15). Ninguna crueldad ha podido destruir la religión fundada por el misterio de la cruz de Cristo. La Iglesia no sólo no ha menguado sino que se ha engrandecido con las persecuciones; el campo del Señor se ha revestido sin cesar de una más rica siega, cuando los granos, cayendo uno a uno, renacían multiplicados (Jn 12,24). ¡Qué gran descendencia han dado esas dos plantas sembradas al desarrollarse! Millares de santos mártires, imitando el triunfo de estos dos apóstoles han... coronado esta ciudad con una diadema de innombrable pedrería!

RESONAR DE LA PALABRA - 29 JUNIO 2015

Evangelio según San Mateo 16,13-19. 
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".
Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".

Evangelio según san Mateo (16,13-19), del lunes, 29 de junio de 2015COMENTARIO
Fernando Torres Pérez, cmf

Me encanta leer la segunda lectura de este gran día de fiesta que es la solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo. Ninguno de los dos comenzó muy bien la carrera de su vida. Los dos metieron la pata abundantemente. De Pedro tenemos numerosos ejemplos a lo largo de los evangelios. Baste citar la vez en que Jesús le tuvo que decir aquello de “apártate de mí, Satanás.” De Pablo sabemos que sus comienzos fueron un tanto fanáticos precisamente en contra de los cristianos.

Los dos hicieron un largo aprendizaje. Los dos se lanzaron a correr una carrera que sólo se apoyaba en la confianza en su maestro, en Jesús. Ese seguimiento les cambió la vida. Los dos mantuvieron la fe. Pablo, cuando siente que el fin está cerca, sigue confianza. Ha sentido la mano del Señor cerca de él a lo largo de su vida. Le ha salvado de muchos peligros. Para empezar le salvó de sí mismo cuando le llamó a seguirle. A él que dedicaba todas sus fuerzas a perseguir a los seguidores de Jesús.

La confianza. Ahí está la clave. La confianza no en las propias fuerzas sino en la gracia que levanta, que ayuda a crecer, que hace libres a las personas, que les empuja a predicar y construir el Reino con todas sus fuerzas. Desde ahora. Desde ya mismo.

Pedro y Pablo no fueron ejemplares toda su vida. Acumularon muchos errores. Para ser honestos no sabemos si en la balanza sus aciertos pesaron más que sus errores. No conocemos detalladamente su vida anterior. Pero lo cierto es que confiaron en el Señor. En el camino fueron aprendiendo, fueron creciendo, fueron madurando como discípulos. No se detuvieron a llorar sobre sus pecados. No se sintieron paralizados por sus errores. Más bien hicieron lo contrario: seguir caminando, seguir aprendiendo, seguir compartiendo su vida y su fe con los que se iban encontrando a lo largo del camino.

La respuesta a la pregunta de Jesús: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” la fueron dando y entendiendo poco a poco. Sólo llegaron a vivirla en plenitud al final del camino. Cuando la confianza en el Señor llegó a su plenitud. Y la muerte se convirtió apenas en una barrera mínima vencida para siempre por la fuerza del Señor resucitado.

Nosotros estamos en el mismo camino. Estamos llamados a la misma meta. Nuestra única arma es la fe y la confianza en Jesús. Y el camino no es otro que amar como Jesús nos amó.

¡Buen día, Espíritu Santo!

¡Buen día, Espíritu Santo,
Divino y Santo Consolador!
Tesoro de Bendiciones,
Dueño de la Vida,
En las horas de soledad, cansancio y pena, ¡Ven!
En los tiempos de fracaso, en las pérdidas y decepciones, ¡Ven!
Cuando los otros me fallen,
cuando yo falle a los otros: ¡Ven!
Cuando la enfermedad me visite,
la incapacidad me atrape,
la depresión gane espacios, ¡Ven!
En cada alegría, cada palabra,
en cada gesto y en cada silencio: ¡Ven!
Al consagrarte mi semana,
consagro en el Altar de Tu Corazón mi corazón,
y desde mi corazón los míos,
los que caminan cerca,
los que decidieron caminar más lejos,
los que me esperan,
aquellos a los que espero.
Amén.


Solemnidad de San Pedro y San Pablo


Dibujo: derechos Leonan Faro.

Solemnidad de San Pedro y San Pablo. Apóstoles y mártires
Fiesta: 29 de junio

Martirologio romano: Solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles. Simón, hijo de Jonás y hermano de Andrés, fue el primero entre los discípulos que confesó a Cristo como Hijo de Dios vivo, y por ello fue llamado Pedro. Pablo, apóstol de los gentiles, predicó a Cristo crucificado a judíos y griegos. Los dos, con la fuerza de la fe y el amor a Jesucristo, anunciaron el Evangelio en la ciudad de Roma, donde, en tiempo del emperador Nerón, ambos sufrieron el martirio (s. I): Pedro, como narra la tradición, crucificado cabeza abajo y sepultado en el Vaticano, cerca de la vía Triunfal, y Pablo, degollado y enterrado en la vía Ostiense. En este día, su triunfo es celebrado por todo el mundo con honor y veneración

Memorial
Esta fiesta, celebra el 29 de junio, conmemora el martirio de dos grandes santos, los dos grandes Apóstoles, San Pedro y San Pablo.
Pedro fue escogido por el Señor, para ser el líder de los apóstoles, la piedra sólida en la que sería edificada la Iglesia, convirtiéndose así en el primer Papa. Pablo, conocido anteriormente como Saulo, se convirtió al cristianismo en el camino a Damasco en el que el Señor se le aparece y le acusa de perseguidor. La tradición narra que fueron martirizados por orden del emperador Nerón.
Su Fiesta, es al mismo tiempo, un monumento agradecido de los grandes testigos de Jesucristo y una confesión solemne para la Iglesia: una, santa, católica y apostólica. Fueron testigos de lo que ellos proclamaban, persiguieron siempre la justicia y confesaron fielmente el Evangelio.
A pesar de que sufrieron el martirio en días diferentes, son celebrados en la misma fiesta por ser pilares fundamentales en la propagación de la Buena Nueva de Jesucristo. Pedro murió primero, y luego le siguió. Amemos su fe, sus vidas, sus trabajos, sus sufrimientos, su confesión de fe, su predicación.

San Pedro

En el Evangelio de Mateo encontramos el pasaje donde el Señor le da la primacía a Pedro sobre su Iglesia:
"Tú eres Pedro; y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella." (Mt 16,18) 
Su vida tiene un lugar muy privilegiado en los Evangelios del Nuevo Testamento y en los Hechos de los Apóstoles. Fue originalmente llamado "Simón, hijo de Jonás". En ningún lugar de las Escrituras aparece el nombre de sus padres, pero conocemos que nació en Betsaida, una ciudad en el Lago de Genesaret. El apóstol Andrés, que fue quien lo llevó a Jesús, era su hermano. Simón pasó a llamarse "Pedro" (roca) por Jesús para indicar que sobre él, Iglesia de Jesús sería edificada. De Pedro conocemos también que era un hombre casado, aunque desconocemos si su esposa se encontraba viva, ya que el Evangelio sólo hace mención que vivía con su suegra.
Él y Andrés, eran unos humildes pescadores, fueron llamados por Jesús a ser sus discípulos, al mismo tiempo que Santiago y Juan, hijos de Zebedeo.
Pedro, tendrá una posición de honor en los Apóstoles y sobresalió claramente en cinco puntos claves del ministerio de Jesús:
  1. Cuando Pedro confesó que Jesús era el "Mesías, el Hijo del Dios vivo" , Jesús le dijo: "...sobre esta roca edificaré mi iglesia "
  2. Cuando él, junto con Santiago y Juan, fue elegido para ver la Transfiguración del Señor.
  3. Después de la Última Cena, Pedro, junto con Santiago y Juan, fue testigo de la agonía de Jesús en Getsemaní.
  4. Cuando Jesús fue traicionado, Pedro sacó su espada para defenderlo, pero luego, mas tarde, lo negaría tres veces en la misma noche, como Jesús mismo le había dicho que iba a suceder.
  5. Después de la resurrección, Jesús se apareció a los Apóstoles por el Mar de Galilea. Pedro fue increpado por Jesús para que le confesara su amor tres veces, diciéndole también "apacienta mis ovejas"
San Pedro sufrió el martirio bajo el dominio del emperador Nerón. Fue crucificado en el año 64 con la cabeza hacia abajo, porque él mismo decía que no era digno de morir de la misma manera como Cristo. Su cuerpo fue enterrado en la colina del Vaticano, donde luego, las excavaciones revelaron su tumba en el sitio donde está ubicada la basílica de San Pedro. Es considerado tradicionalmente como el primer obispo de Roma.

San Pablo
El segundo pilar de la propagación del cristianismo es Pablo de Tarso, originalmente conocido como Saulo de Tarso, también llamado el apóstol número 13.
San Pablo nació casi al mismo tiempo que Nuestro Señor. Se dio a conocer a sí mismo el Apóstol de los gentiles. Pablo nunca conoció a Jesús en su vida, pero se convirtió en su fiel Apóstol debido a un acontecimiento milagroso conocido como el camino a Damasco. Saulo, el Judío, odiaba y perseguía a los cristianos como herejes, incluso, él estuvo presente en la lapidación de San Esteban, el protomártir.

En su camino a Damasco, mientras iba de camino a arrestar a un grupo de cristianos, ocurrió la más famosa conversión en la historia del cristianismo. El Libro de los Hechos de los Apóstoles narra este acontecimiento (Hechos 9,1-9) Saulo es arrojado al suelo por una luz celestial brillante que venía desde el Cielo. La luz era tan brillante que Saulo se quedó ciego. Oyó la voz de Jesucristo que le dijo: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" a lo que Saulo le respondió: "¿Quién eres tú, Señor?" y Jesús le responde: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues" Entonces Jesús le dijo que fuera a Damasco, y allí, luego se le diría qué hacer. Saludo, quien había quedado ciego, no comió ni bebió durante tres días. En Damasco, el Señor envió un discípulo llamado Ananías a él, quien restauró su visión, lo llenó con el Espíritu Santo y lo bautizó.

Después de que fue bautizado, él cambió su nombre por el de Pablo para reflejar su nueva personalidad, y comenzó a viajar y predicar acerca de Jesús en las sinagogas de Damasco.
Los Judíos querían matarlo, pero él se escapó con la ayuda de algunos cristianos que lo bajaron en una canasta desde la parte superior de la muralla de la ciudad.
Muchos cristianos ven a San Pablo como un intérprete importante de las enseñanzas de Jesús. Es considerado por muchos como el discípulo más importante de Jesús, y al lado de Jesús, la figura más importante en el desarrollo del cristianismo. Tres años después de su conversión, Pablo viajó a Jerusalén para reunirse con Pedro y se quedó con él durante quince días.

El apóstol Pablo fue ejecutado en Roma durante la persecución del emperador y loco, Nerón. La persecución de Nerón a los cristianos se prolongó durante cuatro años, de 64 a 68 DC. Fue también durante esta persecución que el apóstol Pedro fue ejecutado.
Como ciudadano romano con derecho a una muerte rápida, Pablo fue decapitado con una espada, cerca de Roma, posiblemente, en este día, 29 de junio de 67. Pablo fue el más notable de los misioneros cristianos y el más antiguo, junto con San Pedro. Su cuerpo fue enterrado en las catacumbas, Via Appia, donde permaneció hasta que fue movido por Lucina y el Papa Cornelio a las criptas de Lucina.

Ambos apóstoles, siendo elegidos por nuestro Señor, fueron fundamentales en la propagación y el crecimiento de la Iglesia primitiva a través de su audacia, fuerza espiritual y la sabiduría proveniente del Espíritu Santo. De este modo se les reconoce como "pilares" de la Iglesia, después de haber ofrecido todo hasta la muerte por la causa del Evangelio de Cristo
San Pedro y San Pablo, rueguen por nosotros.

COMBATIENDO EL BUEN COMBATE

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo
a Timoteo 4,6-8.17-18
Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

SANTIDAD HEROICA

domingo, 28 de junio de 2015

¡Cúrame, Sálvame, Señor!

Evangelio según San Mateo 8,5-17. Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole": "Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente". Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo". Pero el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: 'Ve', él va, y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: 'Tienes que hacer esto', él lo hace". Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos". en cambio, los herederos del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes". Y Jesús dijo al centurión: "Ve, y que suceda como has creído". Y el sirviente se curó en ese mismo momento. Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama con fiebre. Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo. Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades. 

San Cirilo de Alejandría,
obispo y doctor de la Iglesia
San Mateo quería que sus lectores supieran que en Jesús se cumplían las profecías contenidas en el Antiguo Testamento acerca del Mesías. Los milagros de Jesús son testimonios irrefutables de que él es en efecto el Mesías esperado. Cada vez que Jesús realizaba un prodigio, esa obra era una demostración de su poder. Haciendo milagros, Jesús revelaba que él venía a instaurar el Reino de Dios.

Cuando el Señor cura a un enfermo, hace presente el Reino de Dios, porque lleva consigo la liberación de la persona humana en su totalidad, cuerpo y alma. La curación del siervo del centurión fue un momento decisivo en la vida de éste, que hasta entonces era pagano, porque por su fe, él mismo pudo entrar en la nueva comunidad y crecer como figura ejemplar: una denuncia de aquellos que se resistían a creer y un anuncio de los muchos más que creerían. El caso particular de la sanación del criado paralítico adquiere la dimensión de un mensaje misionero de alcance universal.

Cristo sanó al siervo porque vio la fe del centurión: “¡Vuelve a tu casa y que se te cumpla lo que has creído!” (Mateo 8, 13). Los milagros de Jesús tenían una doble finalidad: beneficiar a los sufrientes y despertar al mismo tiempo la fe de los espectadores. Jesús dijo que mucho le agradaba encontrar semejante fe en el centurión, una fe más grande que la que había encontrado en todo Israel.

San Mateo también incluye el relato de cuando Jesús curó a la suegra de Pedro, que estaba en cama con fiebre. La tocó y la fiebre desapareció. De inmediato ella se levantó y empezó a atender a Jesús y sus discípulos. El mismo día, al caer la noche, le trajeron a muchos enfermos. Jesús los sanó a todos, expulsando a los malos espíritus con una palabra y curando a los enfermos.

Los milagros de Jesús eran, pues, testimonios de que él era el Mesías prometido; una señal de que llegaba el Reino de Dios y con él la obra completa de la restauración de toda la creación al final de los tiempos, cuando Jesús reúna a todos los fieles en el cielo en perfecta salud y felicidad.
Amado Jesús, yo creo que tú eres el Hijo de Dios, que viniste al mundo para salvarnos del pecado y curarnos de nuestras faltas y heridas físicas y espirituales. Cúrame, Señor; sálvame, Señor.”

viernes, 26 de junio de 2015

En ti está la fuente viva

En ti está la fuente viva. (Sal 36, 10)
[…] Esta Palabra de la Escritura nos dice algo tan importante y vital, que es un instrumento de reconciliación y de comunión.
Ante todo nos dice que una sola es la fuente de la vida: Dios. De Él, de su amor creativo, nació el universo y se convirtió en la casa del hombre.
Él nos da la vida con todos sus dones. El salmista, que conoce las asperezas y la aridez del desierto y sabe lo que supone una fuente de agua con la vida que florece a su alrededor, no podía encontrar una imagen más bella para cantar a la creación, que nace como un río del seno de Dios.

Y entonces brota del corazón un himno de alabanza y gratitud. Este es el primer paso necesario, la primera enseñanza que podemos extraer de las palabras del salmo: alabar y dar gracias a Dios por su obra, por las maravillas del cosmos y por ese hombre que vive y que es su gloria y la única criatura capaz de decirle:
En ti está la fuente viva.
Pero al amor del Padre no le bastó con pronunciar la Palabra con la que todo fue creado. Quiso que su misma Palabra asumiese nuestra carne. Dios, el único Dios verdadero, se hizo hombre en Jesús y trajo a la tierra la fuente de la vida.
La fuente de todo bien, de todo ser y de toda felicidad vino a establecerse entre nosotros para que la tuviésemos, por decirlo así, al alcance de la mano. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10, 10). Él ha llenado de sí mismo todo tiempo y espacio de nuestra existencia. Y ha querido permanecer con nosotros para siempre, de modo que podamos reconocerlo y amarlo bajo las apariencias más variadas.
A veces nos da por pensar: «¡Qué estupendo sería vivir en tiempos de Jesús!». Pues bien, su amor inventó un modo de permanecer no en un rinconcito de Palestina, sino en todos los puntos de la tierra: Él se hace presente en la Eucaristía, tal como prometió. Y allí podemos acudir para nutrirnos y renovar nuestra vida.
En ti está la fuente viva.
Otra fuente de la que podemos obtener el agua viva de la presencia de Dios es el hermano, la hermana. Cada prójimo, en especial el necesitado que pasa a nuestro lado, si lo amamos, no lo podemos considerar un beneficiario, sino un benefactor, porque nos da a Dios.
En efecto, amando a Jesús en él –«Tuve hambre…, tuve sed…, fui forastero…, estuve en la cárcel…» (cf. Mt 25, 31-40)–, recibimos a cambio su amor, su vida, pues Él mismo, presente en nuestros hermanos y hermanas, es su fuente.
También es un manantial rico de agua la presencia de Dios dentro de nosotros. Él siempre nos habla, y está en nuestra mano escuchar su voz, que es la voz de la conciencia. Cuanto más nos esforcemos en amar a Dios y al prójimo, más fuerte se hará su voz en nosotros y aventajará a todas las demás.
Pero hay un momento privilegiado en que, como nunca, podemos acudir a su presencia dentro de nosotros: cuando rezamos y procuramos ahondar en la relación directa con Él, que habita en lo profundo de nuestra alma. Es como un torrente de agua profunda que no se seca nunca, que está siempre a nuestra disposición y que puede saciarnos en todo momento.
Bastará con cerrar un instante los postigos del alma y recogernos para encontrar esta fuente, incluso en medio del desierto más árido. Hasta alcanzar esa unión con Él en la cual sintamos que ya no estamos solos, sino que somos dos: Él en mí y yo en Él. Y sin embargo somos uno –por un don suyo– como el agua y la fuente, como la flor y su semilla.

[…] La Palabra del salmo nos recuerda, pues, que solo Dios es la fuente de la vida, es decir, de la comunión plena, de la paz y de la alegría. Cuanto más bebamos de esa fuente, cuanto más vivamos de esa agua viva que es su Palabra, más nos acercaremos unos a otros y viviremos como hermanos y hermanas. Entonces se hará realidad, como sigue diciendo el salmo, que «tu luz nos hace ver la luz», esa luz que la humanidad espera.

Chiara Lubich

EL ESPÍRITU SANTO Y LOS CARISMAS



Se cree, a veces, y a lo largo de los siglos a menudo se ha creído, que haya contraposición entre una Iglesia jerárquica, gobernada por el Papa y los Obispos, y una Iglesia carismática alentada por específicos dones del Espíritu Santo.

En realidad, no es así. La Iglesia, tanto la que se ve en su jerarquía, como la que es admirada por determinados carismas, son aspectos complementarios de una única Iglesia.

Cristo, en efecto, fundó su Iglesia sobre los Apóstoles y los Profetas (cf. Ef. 2, 20); y una Iglesia solamente jerárquica no es la que Él pensó, ni tampoco lo es la que llaman carismática. Jerarquía y carismas, más bien son obra del mismo Espíritu, del único Espíritu: el Espíritu Santo, y están ahí para vivificar la única Iglesia.

Al enumerar los diversos carismas, Pablo comienza así: «Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas...» (1 Cor 12, 28); que en los siglos futuros, equivaldría a decir: A unos puso Dios en primer grado, y son los Papas y los Obispos; a otros en segundo lugar, como son algunas personas carismáticas.

Haciendo una comparación muy aproximativa podemos decir que concebir la Iglesia sin el carisma de los Apóstoles, sería como concebir un árbol casi exclusivamente con hojas, flores y frutos, sin tronco ni ramas.

Tanto la jerarquía como los profetas están al servicio de la Iglesia, pero si bien manifiestan de modo diverso este servicio, ambos han sido suscitados por el Espíritu Santo y dotados de carismas para edificarla.

Los carismas de la jerarquía, que el Espíritu Santo dona regularmente a través de la sucesión apostólica, sirven para guiar, instruir, santificar la Iglesia.  Aquellos de los profetas, que el Espíritu Santo –soplando donde quiere– otorga cuando le parece bien con divina y amorosa fantasía, sirven para renovarla, embellecerla, fortalecerla como Esposa de Cristo. En efecto, la Iglesia brilla más como Esposa de Cristo por estos carismas de los profetas.

Y si, por obra del Espíritu Santo, Jesús es el Verbo de Dios hecho carne, también la Iglesia –siempre por obra del Espíritu Santo a través de estos extraordinarios dones suyos– se muestra con mayor evidencia como un Evangelio encarnado.

El Espíritu la enriquece con carismas «menores» (dones de curación, de asistencia, de lenguas…); pero además por medio de instrumentos suyos, hace florecer en todas las épocas y también hoy, Movimientos espirituales, Órdenes, Congregaciones, familias religiosas de todo tipo. Y cada familia u Orden, cada Movimiento o Congregación, si se observan bien, no son otra cosa más que –pase la palabra– la «encarnación»,  por medio del Espíritu, de una palabra de Jesús, de una actitud suya, de un acontecimiento de su vida, de un determinado dolor suyo…

En la Iglesia están las Órdenes franciscanas que siguen predicando en el mundo, aún con su sola existencia, la palabra de Jesús: «Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos». Están los dominicos que, contemplando al Logos, al Verbo, explican y defienden la Verdad. Los jesuitas subrayan la violencia evangélica: agere contra. Los monjes, que asocian la contemplación y el trabajo. Los carmelitas que adoran a Dios en el Tabor, dispuestos a bajar para predicar y afrontar la muerte. En el jardín de la Iglesia, en los parterres de San Vicente de Paúl o de San Camilo de Lelis, y en muchas otras Órdenes, Congregaciones, institutos de caridad, se abren todas las flores de la compasión cristiana y se repite la intervención del Buen Samaritano.

Santa Catalina y sus seguidores braman el poder de la sangre de Cristo; Santa Margarita María Alacoque, la ternura de Su Corazón; los pasionistas y las adoratrices de la Preciosísima Sangre no dejan de meditar en el precio de nuestra redención.

Las monjas de Belén, de Nazaret, de Betania… son expresiones concretas de un momento de la vida de Jesús.

Santa Teresita y los seguidores de su Pequeño Camino parecen eternizar la palabra: «Si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los cielos».

Las congregaciones que han surgido para ofrecerle siempre a la Iglesia nuevos misioneros, realizan el precepto de Jesús: «Id y predicad a todas las gentes»...

En resumen, la Iglesia se muestra –por la aportación de estos valiosos carismas– como un majestuoso Cristo que se extiende a través de los siglos. Y por los numerosos miembros de las diferentes familias religiosas difundidas a menudo en los cinco Continentes, aparece como un Cristo que se extiende en el espacio.

Si en la Anunciación la Virgen concibió en su seno al Verbo de Dios por obra del Espíritu Santo, también por obra del Espíritu Santo se encarna espiritualmente en el alma de los fundadores de las diferentes familias religiosas, una palabra de Cristo, una expresión suya. Y los fundadores son, de tiempo en tiempo, un mensaje que Dios dirige al mundo, generalmente como remedio a los males que lo afligen, para las necesidades que lo oprimen.

También nuestro tiempo tiene sus Movimientos y sus familias religiosas. Son también ellos una Palabra que Dios ofrece a la época moderna.

Pero ya que ésta se ve afligida por la desunión entre las generaciones, entre las razas, entre los pueblos; ya que se manifiesta especialmente sensible a la división de las Iglesias; ya que este tiempo gime ante el íncubo de una catástrofe nuclear por la desconfianza mutua entre las naciones, por el desamor, por el odio, por las guerras en acto, por las continuas tensiones, una de las palabras que Dios grita a través de más de un Movimiento es: comunión, comunidad, unidad.

En nuestros días parece que el Espíritu Santo, siguiendo la onda del Concilio y como una actuación del mismo, quiera ver la Iglesia más unida. Parece que ya no le baste un Cristianismo vivido demasiado individualmente; quiere que los cristianos vivan con más perfección su ser uno, ser comunidad, ser Iglesia.

Aparecen entonces Movimientos eclesiales que, en perfecta y cordial unidad con la jerarquía que Jesús puso como primer pilar de la Iglesia, atraen con sus espiritualidades modernas y fuertes a personas de ambos sexos, de todas las edades, de todas las vocaciones: vírgenes y casados, sacerdotes y laicos, religiosos y religiosas…

Vemos así brillar de nuevo y con mayor intensidad la vocación fundamental, la súper-vocación del cristiano: el amor, ese amor recíproco que genera comunión, que tiene como efecto la unidad, que construye la comunidad; ese amor mutuo en el que todos los hombres, creados a imagen de Dios Uno y Trino, se reencuentran, y las familias religiosas reencuentran la raíz de su específica vocación, con la posibilidad de renovación y nuevo empuje. En efecto: pobreza, obediencia y castidad, obras de misericordia de todo tipo, predicación, estudio o cualquier otra actividad, así como toda actitud del cristiano y del religioso mismo, no obstante que estén dirigidas al bien, encuentran su plena fecundidad sólo en el amor. Con este contenido y por esta razón, los padres o madres fundadores han instituido los Movimientos espirituales.


Y gracias al Espíritu Santo y a sus nuevos carismas, todos forman una cosa sola –ocupen el lugar que ocupen en la Iglesia y en el mundo–, habitan una única casa, viven en una sola familia: en esa realidad que es la Iglesia. Ella debe y puede responder a las exigencias angustiantes y urgentes del mundo contemporáneo siendo, ante todo, Cuerpo de Cristo.

Alabemos y seamos agradecidos al Espíritu Santo por todo lo que obra también hoy a través de estos carismas y de todos aquellos que no han sido aquí directamente mencionados. Que a través de ellos, Él pueda dejar de ser, cada vez más, para los hombres de nuestro tiempo, el «Dios Desconocido».

“Nuova Umanità”, VI, (Marzo-Abril 1984) pág. 3-6