La paz del corazón es algo muy personal que brota del interior de nuestro ser. Implica madurar interiormente y llevar a cabo obras de justicia y de misericordia, así como actos de amor. Llega cuando vivimos en armonía con nuestra familia o comunidad, o bien en momentos pacíficos de reflexión y aceptación interior. El filósofo alemán Josef Pieper denomina «momentos de gratuidad» aquellos en los que logramos estar solos con «ese silencio que es previo a la percepción de la realidad; sólo el silencio escucha».
«dadas las presiones sobre la plaza pública, debemos mantenernos vigilantes y conscientes rente a las influencias hostiles que envilecen nuestra dignidad. Un de las trampas más insidiosas es el odio a uno mismo. No será posible la gratuidad mientras no hayamos conseguido nuestra unificación interior. Tenemos tendencia a trabajar demasiado: es puro escapismo, una forma de intentar justificar nuestra existencia, cuya única justificación es que Dios nos ama. Tememos relajarnos y abandonarnos, porque no confiamos en el amor. Así, conservamos el control, vamos siempre con prisas, no vaya a ser que, si aminoramos la marcha, nos encontremos cara a cara con nosotros mismos... No es exagerado decir que el fundamento de toda alegría, creatividad y felicidad es la aceptación humilde de uno mismo. Esta aceptación de nosotros mismos es el fundamento de la libertad y de la santidad».(*) y yo añadiría: de la paz del corazón. Pieper prosigue diciendo que para lograr ese silencio interior «nada puede remplazar a la oración y la reflexión. Debemos escuchar la súplica de Dios: Quiero que me escuches y que sepas que soy Dios».
La paz llegará no sólo cuando hayamos renunciado a adquirir objetos o un determinado status social, sino cuando nuestros deseos más profundos se vean colmados. La paz es el fruto de nuestra relación personal con el Eterno. No estamos solos; Dios, dulce y humilde, está con nosotros, velando por nosotros y guiándonos. A medida que nos vamos distendiendo y confiando en el amor, nos liberamos de los muros y barreras que nos mantiene prisioneros del miedo, de los prejuicios y de la culpa. Nos sentimos llenos de una alegría nueva, de una vida nueva, que es la propia vida del amor. Experimentamos una fuerza nueva; la paz que brota de la presencia tierna y amorosa de Dios. Ya no necesitamos probarnos; podemos ser nosotros mismos, frágiles, vulnerables y débiles. Somos valiosos a los ojos de Dios tal como somos.
Etty Hillesum tenía in gran sentido del valor de cada persona como «casa» de Dios. Mientras se hallaba en Westerbork, esperando con otros judíos ser deportada a Auschwitz, escribió en su diario que su único deseo era ayudar a la gente a descubrir el tesoro de su humanidad, ya que cada uno estaba llamado a ser «la casa de Dios».
«Te lo prometo, te lo prometo, Dios mío, te buscaré un alojamiento y u. Techo en el mayor número de casas posible. Es una imagen divertida: me pongo en camino para buscarte un techo. Hay muchas casa deshabitadas, y te introduzco en ellas como el Huésped más importante al que puedan recibir (17 de septiembre de 1942». **
Ella conocía el secreto: la belleza de toda persona radica en que está llamada a ser morada de lo Infinito. De ese modo, ya no atormenta el miedo a la muerte y a lo finito. Etty experimentó esas intuiciones en una situación de desgracia absoluta. De las realidades más espantosas y terribles puede nacer una nueva y más profunda visión; la luz puede surgir del corazón de las tinieblas.
«Hay [entre los judíos del campo de concentración] quienes intentan proteger su propio cuerpo, que, sin embargo, no es más que el receptáculo de mil angustias y mil odios. Dicen: "¡Yo no he de caer en sus garras!", olvidando que, mientras estemos en Tus brazos, no estaremos en las garras de nadie. Esta conversación contigo, Dios mío, empieza a devolverme de algún modo la calma». **
Nos transformamos en artífices de la paz cuando nos dejamos desarmar, cuando tomamos conciencia de que somos únicos y de que, retomando las palabras de Etty Hillesum, «Dios nos lleva en sus brazos». No estamos solos, y no tenemos necesidad de ser los más fuertes o los mejores. Hay un lugar para nosotros en el corazón de la humanidad y en el corazón de Dios. Estamos destinados a vivir y a traer la paz. Ser plenamente humanos significa tomar conciencia de quiénes somos en lo más profundo de nuestro ser, ser conscientes de nuestra sed de infinito y descubrir que podemos encontrar lo Infinito y lo,Eterno dentro de nosotros, en nuestro santuario interior. Esta vida con Dios está en nosotros como una fuente, tapada por un montón de escombros y basura, oculta tras barreras de temor.
* Josef Pieper, Leisure. The Basis of Culture, St. Augustine Press, Chicago, 1998.
** Lebau, Paul, Etty Hillesum, Un itinerario espiritual. Amsterdam 1941 - Auschwitz 1943, Sal Terrae, Santander, 2004.
Vanier, Jean, Busca la Paz, Sal Terrae, Santander, 2006, p. 59.
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