lunes, 9 de octubre de 2017

Meditación: Lucas 10, 25-37

San Dionisio, obispo, y Compañeros, mártires


Por todas partes escuchamos la frase “buen samaritano”, incluso cuando alguien hace algún sacrificio o gesto voluntario en favor de otro la gente le llama “buen samaritano.”

Cuando Jesús contó esta parábola, produjo conmoción, pues para los judíos del siglo I, los samaritanos no solamente eran considerados paganos, sino también enemigos. Ellos miraban a los samaritanos de la misma forma en que la mayoría de los estadounidenses consideraban a los nazis durante la II Guerra Mundial.

Por tanto, la idea de que un samaritano fuera el héroe de la historia y un ejemplo de misericordia debe haber escandalizado al doctor de la ley que hablaba con Jesús. En teoría, el erudito admitía que amar a Dios y al prójimo eran mandamientos importantes; pero aceptar que un samaritano, un enemigo, demostrara una compasión y solidaridad tan extremas como para levantar al judío herido, curarle las heridas y pagarle a un posadero para que lo cuidara, era exagerado.

¿Nos sorprendería hoy una parábola como ésta? Seguramente, si la vemos desde un ángulo diferente. Por ejemplo, piensa que tú eres el viajero herido, o que te encuentras en un gran aprieto. ¿Podría el “héroe” de la parábola ser un hijo rebelde o desobediente que va a comprarte un regalo de cumpleaños? ¿O un compañero de trabajo malhablado y egoísta que te ofrece hacer tu trabajo cuando tú tienes una crisis familiar? O, para ampliar el concepto, ¿tal vez un ateo declarado que hace una donación al Servicio Católico de Socorro después de una tragedia en el extranjero?

Estos ejemplos pueden ser un poco extremos, pero ese es precisamente el punto de la parábola del buen samaritano. Todos somos hijos de Dios, con capacidad tanto para la virtud como para el pecado. En esta realidad, lo bueno a veces brilla en las personas menos pensadas. Así es, porque la bondad es un reflejo de la vida de Dios, y cada cual ha sido creado a su imagen y semejanza, incluso aquellos que pensamos que están más alejados del Señor.

Así que, cuando pienses en las personas que te han decepcionado o que te resultan antipáticas, si ves en ellas un gesto de bondad, reconócelo y apláudelo.
“Señor mío Jesucristo, enséñame a ver tu presencia incluso en las personas que más me cuesta aceptar.”
Jonás 1, 1—2, 2. 11

(Salmo) Jonás 2, 2-5. 8

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