lunes, 31 de diciembre de 2018

Bienvenido 2019


Meditación: Juan 1, 1-18

Hemos visto su gloria.
Juan 1, 14

Antes de que Dios se hiciera hombre en Jesús, lo más cercano que un judío podía llegar a percibir la gloria de Dios era una vez al año, en el Día de la Expiación. Solo ese día, el sumo sacerdote podía entrar en el santuario interior del templo, donde “habitaba” Dios. Nadie más podía tener un encuentro con Dios y experimentar su gloria de primera mano.

Pero cuando Jesús se hizo hombre, él nos concedió a todos el privilegio de “ver” la gloria de Dios, porque ¡él es la gloria de Dios! ¡Qué gran emoción deben haber sentido sus discípulos cuando dijeron a sus conciudadanos: “Nadie ha visto jamás a Dios… pero nosotros hemos visto su gloria!”

El Evangelio de hoy contiene muchas declaraciones acerca de Cristo Jesús que tal vez nos parezcan un tanto abstractas y un poco misteriosas, como las siguientes: La gracia y la verdad vinieron por Jesucristo (Juan 1, 14), la luz brilla en las tinieblas (1, 5), les concedió poder llegar a ser hijos de Dios (1, 12). Pero estas palabras no son abstractas en absoluto y no describen algo que Dios hace en el vacío; lo que describen es lo que Jesús quiere hacer por cada uno de nosotros.

El Señor desea mostrarnos la diferencia entre los pensamientos que son verdaderos y vivificantes y los que son destructivos y negativos; quiere hacer brillar la luz de su misericordia sobre las situaciones que para ti son graves problemas y te causan desánimo, y quiere tomar aquellas partes de tu corazón que te parecen inanimadas e iluminarlas con nueva vida y dinamismo. Sea lo que sea que más necesites, Dios envió a su Hijo para ayudarte; lo envió para que tú también puedas afirmar: “He visto su gloria.”

Sí, en efecto, ¡Dios no está lejos! Él habita en ti y quiere revelarse a ti en las circunstancias cotidianas de tu vida; así que al contemplar el horizonte hacia el 2019, dedica algún tiempo a preguntarle en qué parte de tu vida necesitas más su gloria vivificante. Entrégale esas partes a él y pregúntale en qué otros aspectos quiere él mostrarte su gracia y su verdad el próximo año.

Jesús vino a habitar entre los hombres para que nosotros fuéramos testigos de su gloria en cada aspecto de nuestra vida, incluso en aquellos en los que nos hemos dado por vencidos.
“Señor mío Jesucristo, abre mis ojos para que yo vea tu gloria cada día en este año nuevo.”
1 Juan 2, 18-21
Salmo 96(95), 1-2. 11-13
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

Por la noche... 31122018

Recobra la calma y cierra el día que termina.
¿Cómo ha sido tu día? ¿Cómo has vivido los encuentros y los acontecimientos? Tu vida cotidiana es el lugar de encuentro con Dios y tu altar para ofrecerte y trabajar por el Reino. ¿Actúas con amabilidad, misericordia y mansedumbre ante las dificultades de trabajo y en tu hogar? ¿Realizas bien tus tareas, con alegría y con actitud de servicio?
Eres apóstol en la vida cotidiana. ¿Vives consciente de ello?
Pide perdón por aquello que podrías hacer mejor y toma ánimo para mañana.
Ave María...

Por la tarde... 31122018

Ha terminado este año y quiero darte gracias por todo aquello que recibí de Ti. Gracias por la vida y el amor, por la alegría y el dolor, por cuanto fue posible y por lo que no pudo ser.
Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude construir. Y para el nuevo año detengo mi vida ante el calendario aún sin estrenar y te presento estos días que sólo Tú sabes si llegaré a vivirlos.
Me sigo ofreciendo a Ti por la intención de Francisco con mis hermanos de la Red Mundial de Oración.

Mi confianza

"Es en el Señor que está mi confianza. Es en Él que espero y en nadie mas. No espero nada de los hombres y no seré decepcionado. En el Señor coloco las alegrías de mi corazón. Superando las tristezas, renunciando al mal, suplicando misericordia por mis pecados y agarrado de la Palabra de Dios, quiero caminar en la presencia del Señor todos los días de mi vida.

A Él la Alabanza, la Honra y la Gloria por los siglos infinitos.

p. Roger Araujo
Adaptación del original en portugues.

Era la Luz Verdadera

«La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9).

“Cuando un silencio profundo envolvía el universo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, la Palabra del Todopoderoso bajó del cielo…” (Sap 18,14-15) Hoy se trata de esta Palabra… ¿Cuál es el lugar donde Dios viene a pronunciar su palabra y a engendrar a su Hijo? El corazón en donde se tiene que realizar este nacimiento tiene que ser puro, vivir una vida interior intensa, en unión profunda con Dios. Si no se dispersa hacia el exterior sino que se mantiene recogido, unido a Dios en lo más hondo de su ser, Dios lo elige para habitar en él.

¿Cómo cooperar a este nacimiento, esta inspiración misteriosa del Verbo? ¿Cómo merecer que se cumpla en nosotros? ¿Hay que prepararse por medio de imágenes y pensamientos sobre Dios? ¿Puede uno apresurar este nacimiento dentro de sí? Al contrario, ¿vale más vaciarse de todo pensamiento, de toda palabra, de toda acción y de toda imagen y estar ante Dios en el silencio total para dejar que él obre en nosotros?… La Palabra misma nos responde: “En medio del silencio me fue dirigida una palabra secreta…” (Jb 4,16)

¡Recógete, pues, si puedes, olvida todo en la oración, libérate de imágenes que se acumulan en tu interior! Cuanto más olvides todo lo demás, tanto más capaz eres de recibir esta Palabra tan misteriosa… ¡Huye de las actividades y de los pensamientos que te agitan porque te impiden la paz interior. Para que Dios hable por su Verbo dentro de nosotros, hace falta que estemos en paz y en silencio interiores. Entonces, nos puede dar a escuchar su Palabra. El hablará a sí mismo en nosotros.

Juan Taulero, dominico en Estrasburgo
Sermón:
Sermón para Navidad.

La Palabra se hizo carne

«La Palabra era Dios….y la Palabra se hizo carne» (Jn 1,1ss).

Escuchad, pastores, las trompetas… La Palabra se ha hecho carne, Dios se ha manifestado al mundo! Y vosotras, hijas de reyes, entrad en el gozo de la Madre de Dios (cf Sal 44) Pueblos todos, decid: Bendito eres tú, nuestro Dios, nacido hoy, gloria a ti!

La Virgen que no tenía relación con ningún hombre (Lc 1,34) ha engendrado la alegría, la tristeza ancestral ya no existe. Hoy ha nacido el Increado, aquel que el mundo no puede abarcar . Hoy, la alegría se ha manifestado a los homb res; hoy el error ha sido echado fuera. Pueblos, digamos: “Bendito eres tú, nuestro Dios, recién nacido, gloria a ti.!”

Pastores…, cantad al Señor que nace en Belén…, aquel que rescata el mundo. La maldición sobre Eva ha sido revocada, gracias a aquel que ha nacido de la Virgen…. “Batid palmas, aclamad con entusiasmo!” (Sal 46) Hagamos un coro con los ángeles. El Señor ha nacido de la Virgen María para “sostener a los que caen y levantar a los que desfallecen.” (Sal 144,14), los que gritan con gozo: “Bendito eres tú, nuestro Dios, recién nacido, gloria ti!”

El autor de la Ley se ha encarnado bajo la Ley (Gal 4,4) el Hijo eterno ha nacido de la Virgen, el Creador del universo está recostado en un pesebre. Aquel a quien el Padre engendra sin principio, sin madre en el cielo, ha nacido de la Virgen, sin padre en la tierra. Pueblos, digamos: “Bendito eres tú, nuestro Dios, recién nacido, gloria ti!”

En verdad, la alegría viene del nacimiento en el establo. Hoy los coros angélicos se alegran; todas las naciones celebran a la Virgen inmaculada; nuestro padre Adán se regocija porque hoy ha nacido del Salvador. Pueblos, digamos: “Bendito eres tú, nuestro Dios, recién nacido, gloria ti!”

San Román, el Melódico
Himno:
Himno 13, La Natividad del Señor: SC 110, 143ss.

Hemos visto su gloria

«Hemos visto su gloria» (Jn 1,).

Cristo debía venir en nuestra carne; era él, no otro, ni un ángel ni un mensajero, era Cristo mismo que tenía que venir para salvarnos (Is 35,4)… 

Había de nacer en una carne mortal: un niño pequeño, recostado en un pesebre, envuelto en pañales, amamantado; un niño que crecía con los años y al final murió cruelmente. Todo esto es testimonio de su profunda humildad. ¿Quién nos da estos ejemplos de humildad? El Dios altísimo.

¿Cuál es su grandeza? No la busques en la tierra, sube más allá de los astros. Cuando llegues a las regiones celestiales, oirás decir: sube más arriba. Cuando hayas llegado hasta los tronos y dominaciones, principados y potestades (Col 1,16) aún oirás: sube más arriba, nosotros somos meras criaturas; “Todo fue hecho por ella” (Jn 1,3) Levántate, pues, por encima de toda criatura, de todo lo que ha sido formado, de todo lo que ha recibido su existencia, de todos los seres cambiantes, corporales o espirituales. En una palabra, por encima de todo. Tu vista no llega alcanzar la meta. Es por la fe que te tienes que elevar, ya que ella te conduce hasta el creador… Entonces contemplarás “la Palabra que estaba en el principio”…

“La Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir. En ella estaba la vida” (Jn 1, 1-4).

Esta Palabra ha bajado hasta nosotros. ¿Qué éramos nosotros? ¿Merecíamos que llegara hasta nosotros? No, éramos indignos de su compasión, pero la Palabra se compadeció de nosotros.

San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia
Sermón:
Sermón 293, 5.

La Palabra era la luz verdadera

«La Palabra era la luz verdadera» (Jn 1,).

“Venga también ahora la Palabra del Señor a quienes la esperamos en silencio. Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa descendió desde el trono real de los cielos.” (Sb 18, 14-15)
Este texto de la Escritura se refiere a aquel sacratísimo tiempo en que la Palabra todopoderosa de Dios vino a nosotros para anunciarnos la salvación, descendiendo del seno y del corazón del Padre a las entrañas de una madre…

Así pues, todo estaba en el más profundo silencio: callaban en efecto los profetas que lo habían anunciado, callaban los apóstoles que habían de anunciarlo. En medio de este silencio que hacía de intermediario entre ambas predicaciones, se percibía el clamor de los que ya lo habían predicado y el de aquellos que muy pronto habían de predicarlo… Con expresión feliz se nos dice que en medio del silencio vino el mediador entre Dios y los hombres: hombre a los hombres, mortal a los mortales, para salvar con su muerte a los muertos.

Y ésta es mi oración: que venga también ahora la Palabra del Señor a quienes le esperamos en silencio; que escuchemos lo que el Señor Dios nos dice en nuestro interior. Callen las pasiones carnales y el estrépito inoportuno; callen también las fantasías de la loca imaginación, para poder escuchar atentamente lo que nos dice el Espíritu, para escuchar la voz que nos viene de lo alto. Pues nos habla continuamente con el Espíritu de vida y se hace voz sobre el firmamento que se cierne sobre el ápice de nuestro espíritu; pero nosotros, que tenemos la atención fija en otra parte, no escuchamos al Espíritu que nos habla.

Julián de Vézelay, monje benedictino
Homilía:
Sermón 1 sobre la Navidad: SC 192, 45.52.60.

¿Cuál es el rico que puede ser salvado?

«A cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre» (Jn 1,).



Contempla los misterios del amor y verás «el seno del Padre» que sólo «el Hijo único nos lo ha contado» (Jn 1,18). Dios mismo es amor (1Jn 4,8) y por eso mismo se ha dejado ver por nosotros. En su ser indecible, es Padre; en su compasión para con nosotros, es Madre. Es amando que el Padre se nos presenta también femenino.

La prueba más asombrosa es Aquél que él engendra de sí mismo. Y este Hijo, fruto del amor, es amor. Es por causa de ese mismo amor que él mismo descendió. Por causa de este amor ha revestido nuestra humanidad. Por causa de este amor, libremente, sufrió todo lo que libera la condición humana. Así, haciéndose según la medida de nuestra debilidad, a nosotros, a los que amaba, nos ha dado, a cambio, la medida de su fuerza. Hasta el punto de ofrecerse a sí mismo como sacrificio y dándose él mismo como precio de nuestra redención, nos dejó un testamento nuevo: «Os doy mi amor» (cf Jn 13,24; 14,27). ¿Cuál es este amor? ¿Qué valor tiene? Por cada uno de nosotros «ha entregado su vida» (1Jn 3,16), una vida más preciosa que el universo entero.

San Clemente de Alejandría
Homilía:
Homilía «¿Cuál es el rico que puede ser salvado?», 37.

Meditaciones para la octava de Epifanía

«Vieron al niño, con María, su madre, y cayendo de rodillas, lo adoraron» (Jn 1,).

Los magos encontraron a una pobre joven con un pobre niño cubierto de pobres mantillas… pero, al entrar en esta gruta, experimentan un gozo que no habían experimentado jamás… el Niño divino se alegra: señal de la satisfacción afectuosa con que acoge las primeras conquistas de su obra redentora. Los santos reyes dirigen seguidamente su mirada a María, la cual no habla; se mantiene en silencio; pero su rostro, que refleja gozo y respira dulzura celestial, da muestras de darles buena acogida y que les agradece el hecho de haber sido los primeros en reconocer quien es su Hijo: su soberano Señor…

Niño digno de amor, te veo en esta gruta acostado sobre la paja, bien pobre y despreciado; pero la fe me enseña que tú eres mi Dios bajado del cielo para mi salvación. Te reconozco como mi soberano Señor y mi Salvador; te proclamo como a tal pero no tengo nada para ofrecerte. No tengo el oro del amor puesto que amo las cosas de este mundo; sólo amo mis caprichos en lugar de amarte a ti, infinitamente digno de amor. Tampoco tengo el incienso de la oración porque, por desgracia, he vivido sin pensar en ti. Tampoco tengo la mirra de la mortificación, puesto que, por no haberme abstenido de placeres miserables, he entristecido numerosas veces a tu bondad infinita. ¿Qué puedo ofrecerte, pues? Jesús mío, te ofrezco mi corazón, muy sucio, completamente desprovisto como está: acéptalo y cámbialo, puesto que has venido hasta nosotros para lavar con tu sangre nuestros corazones culpables, y así transformarnos de pecadores en santos. Dame, pues, de este oro, de este incienso, de esta mirra que me falta. Dame el oro de tu santo amor; dame el incienso, el espíritu de oración; dame la mirra, el deseo y las fuerzas para mortificarme en todo lo que no te complace…

Oh Virgen santa, tú has acogido a los piadosos reyes magos con vivo afecto y les has llenado: dígnate acogerme y consolarme también a mí, que siguiendo su ejemplo, vengo a visitar y ofrecerme a tu Hijo.

San Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor de la Iglesia
Meditación:
Meditaciones para la octava de la Epifanía, nº 1.

Sermón sobre la Natividad

«Nacido antes de todos los siglos…, tomó carne de la Virgen María» (Credo).



Leemos, queridos hermanos, que en Cristo hay dos nacimientos; tanto el uno como el otro son expresión de un poder divino que nos sobrepasa absolutamente. Por un lado, Dios engendra a su Hijo a partir de él mismo; por el otro, una virgen lo concibió por intervención de Dios… Por un lado, nace para crear la vida; por el otro, para quitar la muerte. Allí, nace de su Padre; aquí, nace a través de los hombres. Por ser engendrado por el Padre, es el origen del hombre; por su nacimiento humano, libera al hombre. Ni una ni otra forma de nacimiento se pueden expresar propiamente y al mismo tiempo son inseparables…

Cuando enseñamos que hay dos nacimientos en Cristo, no queremos decir que el Hijo de Dios nace dos veces, sino que afirmamos la dualidad de naturaleza en un solo y único Hijo de Dios. Por una parte, nace lo que ya existía; por otra parte se produce lo que todavía no existía. El bienaventurado evangelista Juan lo afirma con estas palabras: «En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios», y también: «La Palabra se hizo carne».

Así pues, Dios que estaba junto a Dios salió de él, y la carne de Dios que no estaba en él salió de una mujer. Así el Verbo se hizo carne, no de manera que Dios quede diluido en el hombre, sino para que el hombre sea gloriosamente elevado en Dios. Por eso Dios no nació dos veces, sino que hubo dos géneros de nacimientos – a saber el de Dios y el del hombre- por los cuales el Hijo único del Padre ha querido ser al mismo tiempo Dios y hombre en una sola persona: «¿Quién podría contar su nacimiento?» (Is 53,8 Vulg)

San Máximo de Turín, obispo
Homilía:
Sermón 10, sobre la Natividad del Señor: PL 57,24.

Luz del mundo

«El Verbo era la luz verdadera que
viniendo a este mundo ilumina a todo hombre»
Jn 1

Sí, tú nos has amado primero para que nosotros te amemos. No tienes necesidad de nuestro amor, pero sólo podíamos llegar al fin por el cual nos habías creado, si no era amándote. Por eso, «en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos has hablado por el Hijo», tu Verbo (Hb 1,1). Es por él que «se hizo el cielo, y por el aliento de su boca, sus ejércitos» (Sl 32,6). Para ti, hablar a través de tu Hijo no es otra cosa que poner a pleno sol, hacer ver con toda claridad cuánto y cómo nos has amado, puesto que no has ahorrado a tu propio Hijo, sino que lo has entregado por todos (Rm 8,32). Y también él nos ha amado y se entregó a sí mismo por nosotros (Ga 2,20).

Así es tu Palabra, el Verbo todopoderoso que nos diriges, Señor. Cuando todo estaba en profundo silencio, es decir, en lo más profundo del error, descendió de la mansión real (Sab 18,14), para abatir duramente el error y poner suavemente en valor, el amor. Y todo lo que ha hecho, todo lo que ha dicho en la tierra, incluso los oprobios, incluso los salivazos y las bofetadas, incluso la cruz y el sepulcro, no ha sido otra cosa que tu palabra dirigida a nosotros por tu Hijo, palabra provocadora de amor, palabra que despertaba en nosotros el amor a ti.

En efecto, tú sabías, Creador de las almas, que las almas de los hijos de los hombres no pueden ser forzadas a amar, sino que es preciso provocarlas. Porque donde hay coerción, ya no hay libertad; donde no hay libertad, no hay justicia… Has querido que te amáramos porque, en justicia, no podíamos ser salvados si no es amándote. Y no podíamos amarte si este amor no venía de ti. Así es, Señor, tal como el apóstol de tu amor lo dice: «Tú nos has amado el primero (1Jn 4,10), y tú eres el primero en amar a todos los que te aman. Y nosotros te amamos por la afección de amor que has puesto en nosotros.

Guillermo de Saint-Thierry, monje
Obras:
La contemplación de Dios, 10 .

Por la mañana... 31122018

«La Palabra se hizo carne» (Jn 1, 1-18).
“José era un hombre que se hizo preguntas pero, sobre todo, era un hombre de fe. Fue la fe la que le permitió a José poder encontrar luz en ese momento que parecía todo a oscuras; fue la fe la que lo sostuvo en las dificultades de su vida. Por la fe, José supo salir adelante cuando todo parecía detenerse” (Papa Francisco).
En este último día del año, agradece a Dios por el don de la fe en su Hijo hecho hombre. Cada día vivido ha sido un espacio para compartir con Él en la presencia de los otros.
En su nombre, haz tu propósito para el nuevo año y ofrécelo por la intención del Papa. Padrenuestro....

CONFIANZA DESNUDA

"Hay algo en mí que siempre quiere convertir el camino de Jesús en un camino que sea honorable a los ojos del mundo. Siempre quiero que el pequeño camino se convierta en el gran camino. Pero el movimiento de Jesús hacia los lugares de los que el mundo se quiere apartar no puede ser convertido en una historia de éxito. 

Cada vez que pensamos que hemos tocado el lugar de la pobreza, encontramos una pobreza mayor más allá de este lugar. Realmente no hay camino de vuelta a la riqueza, a la fortuna, al éxito, a la aclamación y a los premios. Más allá de la pobreza física, hay pobreza mental; más allá de la pobreza mental, hay pobreza espiritual, y más allá de eso no hay nada, nada sino la confianza desnuda en que Dios es piedad.

No es un camino que podamos caminar solos. Sólo con Jesús podemos ir al lugar donde no hay nada excepto piedad. Es el lugar desde el cual Jesús gritó: Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado.

Es también el lugar desde el cual Jesús fue resucitado a una nueva vida".

Henri Nouwen
Camino a casa. Un viaje espiritual.
Lumen

Buen día, Espíritu Santo! 31122018


RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 1,1-18.


Evangelio según San Juan 1,1-18.
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz, sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo".
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

RESONAR DE LA PALABRA

Querido amigo/a:

Llegamos al último día del año. Hoy es momento para traer a nuestra oración dos actitudes nacidas de un corazón inquieto: por un lado, el agradecimiento por el tiempo vivido y por otro, el deseo de crecer y mejorar nuestra vida en el nuevo tiempo que se nos regala. Es inevitable al finalizar el año hacer balance de lo vivido y elaborar una lista de propósitos de mejora para el próximo. Al realizar este sano ejercicio de reflexión y revisión del año podemos caer en la tentación de la nostalgia, de dejarnos llevar por la tristeza y el desconsuelo de lo que no sucedió en el año que termina, de los deseos frustrados o de las pérdidas que sufrimos. Agua pasada no mueve molino, dice el refrán. Por eso te propongo que hagas la revisión del dos mil dieciocho en clave de agradecimiento. Agradece a Dios todo lo vivido: lo bueno y lo malo, lo esperado y lo inesperado, el gozo y el dolor. Porque todo sirve para tu crecimiento, porque Dios ha querido acompañarte en todos los momentos del año, en los dulces y en los amargos y ha estado ahí contigo, a tu lado. El tiempo es un regalo y Dios te ha regalado un año más de vida. Gracias mi Dios.

Segundo, ofrécele al Señor este nuevo año que comienza. No haciéndote una lista muy ambiciosa y larga de objetivos de mejora: dejar de fumar, comer menos, hacer más ejercicio…etc, sino de dejarle a Él, en tu tiempo de oración, que te haga la lista, que te diga, te susurre qué le gustaría a Él que tú intentaras hacer en el nuevo año que te regala. Déjate iluminar, pregúntale qué quiere de ti, qué puedes hacer tú por Él, que te ayude a crecer en la dirección que Él sueña de ti para vivir un año de “gracia del Señor”, un dos mil diecinueve lleno de su presencia. ¿Cómo? Siguiendo la máxima de “actúa como todo dependiera de ti y sólo de ti, pero confía como si todo dependiera de Dios y solo de Dios”. Trabajamos con Dios, hacemos con Él.

La Palabra de este último día del año nos presenta las claves para poder realizar nuestra revisión. La carta de Juan nos recuerda que “estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis”, conocemos al Señor que nos cuida y nos sostiene todos los días de nuestra vida; está con nosotros. No nos dejemos seducir por falsos dioses ni doctrinas en este nuevo año, permanezcamos fieles al Señor, en actitud de vigilancia. Por otro lado, el Evangelio nos recuerda que la Palabra es la Vida y la Luz, y la vida auténtica no se halla en el hombre mismo, sino en el autor de la vida, dueño también de la historia y del tiempo.

Con alegría y con gozo deseamos a todos los lectores y lectoras de Ciudad Redonda un ¡Feliz Año 2019 lleno de Dios para todos ustedes, sus familiares y amigos!
¡Qué Dios los bendiga en este año más de vida que nos concede!

Nuestro hermano en la fe:
Juan Lozano, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 311218



«Nacido antes de todos los siglos..., tomó carne de la Virgen María» (Credo)
Leemos, queridos hermanos, que en Cristo hay dos nacimientos; tanto el uno como el otro son expresión de un poder divino que nos sobrepasa absolutamente. Por un lado, Dios engendra a su Hijo a partir de él mismo; por el otro, una virgen lo concibió por intervención de Dios... Por un lado, nace para crear la vida; por el otro, para quitar la muerte. Allí, nace de su Padre; aquí, nace a través de los hombres. Por ser engendrado por el Padre, es el origen del hombre; por su nacimiento humano, libera al hombre. Ni una ni otra forma de nacimiento se pueden expresar propiamente y al mismo tiempo son inseparables... 
Cuando enseñamos que hay dos nacimientos en Cristo, no queremos decir que el Hijo de Dios nace dos veces, sino que afirmamos la dualidad de naturaleza en un solo y único Hijo de Dios. Por una parte, nace lo que ya existía; por otra parte se produce lo que todavía no existía. El bienaventurado evangelista Juan lo afirma con estas palabras: «En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios», y también: «La Palabra se hizo carne». 
Así pues, Dios que estaba junto a Dios salió de él, y la carne de Dios que no estaba en él salió de una mujer. Así el Verbo se hizo carne, no de manera que Dios quede diluido en el hombre, sino para que el hombre sea gloriosamente elevado en Dios. Por eso Dios no nació dos veces, sino que hubo dos géneros de nacimientos – a saber el de Dios y el del hombre- por los cuales el Hijo único del Padre ha querido ser al mismo tiempo Dios y hombre en una sola persona: «¿Quién podría contar su nacimiento?» (Is 53,8 Vulg)


San Máximo de Turín (¿-c. 420)
obispo
Sermón 10, sobre la Natividad del Señor, PL 57,24

domingo, 30 de diciembre de 2018

ADORAR ES UN DIALOGO DE AMOR


"La oración es un trato de amistad con Dios" nos enseña Santa Teresa. Adorar a Dios en Espíritu y en Verdad es hacer la experiencia de buscar al Señor por amor y reconocer que ya no podemos caminar sin ese amor. Él nos sedujo, nos atrae hacia El y, ahora, es imposible vivir sin el amor de Él.
Cuando compuse la música "Votos de amor", mi corazón estaba inflamado de amor por Dios. Viví la experiencia de Jeremías: El Señor me sedujo!
Mi alma y todo mi ser no saben hacer otra cosa que amar a Dios. El corazón de los adoradores no tiene otra motivación para la oración, sino el amor de Dios.
Es el amor al Señor que nos impulsa, nos mueve. El amor es un diálogo de amor. Adorar es un don de Dios y no un esfuerzo nuestro.
El primer paso siempre es de Dios. Es el quien toma la iniciativa para estar con nosotros, para establecer una estrecha relación de amistad. Por eso, adorar no sólo es un deseo de nuestro corazón, sino más que eso, es un deseo de Dios.



Tu hermano,
Monseñor Jonas Abib
Fundador de la Comunidad Canción Nueva
Adaptación del original en portugués


Expectativas Devastadoras

"Cuando estamos impacientes, cuando queremos quitarnos de encima nuestra soledad e intentamos superar la separación y la sensación de que nos falta algo, que a veces experimentamos, fácilmente nos relacionamos con el mundo poniendo en él expectativas devastadoras.
Ignoramos que también nosotros sabemos, desde un conocimiento profundamente asentado en nosotros, intuitivo, que ningún amor o amistad, ningún abrazo íntimo o beso tierno, ninguna comunidad, comuna o colectividad, ningún hombre o mujer serán capaces jamás de satisfacer nuestro deseo de vernos aliviados de nuestra condición de solitarios. Esta verdad es tan desconcertante y dolorosa que nos hacemos más propensos a los juegos de nuestra fantasía que a hacer frente a la verdad de nuestra existencia. Así seguimos esperando que algún día encontraremos al hombre o a la mujer que realmente entienda nuestras experiencias, la mujer que traerá paz a nuestra vida inquieta, el trabajo donde podamos agotar nuestras posibilidades, el libro que nos explicará todo y el lugar donde podamos sentirnos en el hogar. Tal esperanza falsa nos lleva a hacer peticiones que llegan a agotarnos, y nos preparan para una hostilidad amarga y peligrosa, cuando empezamos a descubrir que nadie ni nada puede llenar nuestras expectativas de absoluto."

Henri Nouwen
El sanador herido

Meditación: Eclesiástico 3, 3-7. 14-17

Hijo, cuida de tu padre en la vejez.
Eclesiástico 3, 12

Según un estudio estadístico, más de 65 millones de estadounidenses están cuidando a familiares enfermos, discapacitados o ancianos.

Este pasaje del Eclesiástico tiene un sorprendente mensaje para todas nuestras familias: que el cuidado de un familiar anciano trae consigo bendiciones inesperadas: el perdón de los pecados, tesoros espirituales, alegría, oraciones contestadas, incluso una vida prolongada. Sí, a veces nos parece ser una carga, pero los beneficios superan con mucho el sacrificio.

El cuidado de nuestros padres mayores es fuente de grandes bendiciones espirituales, porque vemos que el amor generoso de Dios empieza a crecer en nosotros; también nosotros nos vamos acercando más al Señor y las ideas que tenemos sobre lo que es importante empiezan a cambiar, aparte de que comenzamos a pensar más acerca del hogar que tendremos en el cielo.

La idea de cuidar y atender a una persona anciana tal vez no nos parezca particularmente atractiva, sino más bien alarmante. Las preocupaciones financieras, las tensiones emocionales y el agotamiento físico son problemas reales, y a veces hasta cuesta encontrar tiempo para reponerse uno mismo o para lidiar con los malentendidos o resentimientos de otros familiares.

Pero el mismo estudio mencionado también indica que más del 80% de cuantos cuidan a sus familiares ancianos comentan que la experiencia es gratificante; porque sienten la satisfacción de retribuir en algo a quienes se sacrificaron por ellos.

Hermano, si tienes que cuidar a un familiar anciano, ¡anímate! A Dios le complace tu esfuerzo y derrama su gracia sobre ti. Ahora, si tú eres el que recibe el cuidado, has de saber que tú eres una bendición para tus seres queridos. Si te parece que llegará un momento en el que tendrás que hacer algo más por sus padres, no te preocupes. Todo lo que hagas para honrarlos y cuidarlos te acarreará grandes bendiciones.
“Señor y Dios mío, dame fortaleza, paciencia y amor para honrar y amar a mis seres queridos mayores.”
Salmo 128(127), 1-5
Colosenses 3, 12-21
Lucas 2, 41-52
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

Decir "gracias" por todo

"Es fácil dar gracias por las cosas buenas que nos pasan en la vida, pero ser agradecido por todo lo que nos pasa – lo bueno y lo malo, los momentos de alegría así como los momentos de tristeza, los éxitos así como los fracasos, las recompensas así como los rechazos – eso exige un duro trabajo espiritual.

Sin embargo, sólo cuando podemos decir «gracias» por todo lo que nos ha traído hasta el presente, seremos personas agradecidas en verdad.


Mientras sigamos dividiendo la vida entre ocasiones y personas que nos agrada recordar, por un lado, y por el otro aquellas otras que preferimos olvidar, no podemos aspirar a la plenitud de nuestro ser, que es un don de Dios por el cual le debemos las gracias".

Henri Nouwen

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 2,41-52.


Evangelio según San Lucas 2,41-52.
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre,
y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.
Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.
Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados".
Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?".
Ellos no entendieron lo que les decía.
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.

RESONAR DE LA PALABRA

Una familia marcada por el sufrimiento

Estratégicamente situada inmediatamente después de la Navidad, esta fiesta nos invita a mirar a la familia formada por Jesús, María y José. En primer lugar, nos recuerda una vez más que el hecho de la encarnación tuvo lugar en nuestra historia. No sólo en un tiempo y lugar concretos sino también en una familia concreta. María y José fueron el matrimonio en el que Jesús nació, creció y maduró físicamente y como persona. 

Tenemos la tentación de pensar en aquella familia y tratar de aplicar a ella lo que hoy pensamos que es el ideal para una familia. Si a nosotros nos parece que “x” es bueno para una familia, entonces ese valor “x” estuvo presente en aquella familia de Nazaret. Nos imaginamos la vida de aquella familia llena de armonía, de amor, de paz. José trabajando en el taller y María en la cocina, mientras que Jesús juega o está en la escuela. Todo eso no son más que proyecciones de nuestra realidad sobre una realidad de la que sabemos muy poco y de la que los Evangelios nos hablan menos todavía. En el caso de que los pocos datos que tengamos sean históricos –ya se sabe que los evangelios de la infancia tienen más de composición teológica que de historia fiel a los hechos–, la vida de aquella familia fue realmente azarosa. José tuvo que acoger a María, cuando ésta se había quedado embarazada sin su participación. No debió ser fácil ese primer momento de la relación. Luego viene el nacimiento en Belén. El texto nos habla de la pobreza en que vivían. ¡Nadie los acogió! Y la mucha pobreza no suele formar parte del ideal de la vida de una familia. No sólo eso. La familia se vio obligada a emigrar a Egipto. ¡Refugiados políticos! Hoy sabemos lo dura que es la vida de los emigrantes. Mucho más dura sería en aquellos tiempos en los que no existían en absoluto las organizaciones y leyes que hoy, mal que bien, se destinan a acogerlos y hacerles en cierta medida la vida más fácil. Del padre no se vuelve a hablar en los Evangelios y, por más que nos empeñemos, en algunos textos se ve que hubo una cierta distancia entre Jesús y su familia debido a su misión. Lo mismo se puede decir del Evangelio de hoy, quizá una parábola de lo que ocurrió una vez Jesús se hizo mayor. 

Así ha sido la familia a lo largo de los siglos y las culturas. Una realidad siempre cambiante, siempre sometida a presiones diversas y dificultades. En esta fiesta quizá lo más importante no sea tratar de imponer el ideal de lo que a nosotros nos parece bueno para la familia sino comprometernos a echar una mano a todas las familias que sufren, a ser muy comprensivos con aquellos que no encajan en nuestra idea de familia, a acoger a los que están solos y abrirles las puertas de nuestro corazón, aunque no sean de nuestra familia. Porque la familia de los hijos de Dios es más grande que la familia de los lazos de la carne. 


Para la reflexión

¿Cómo vivo la relación con mi propia familia? ¿Me doy cuenta de que en Jesús mi familia se ha ampliado hasta abarcar a toda la humanidad? ¿Cómo practico la acogida y el amor con ellos, mis hermanos y hermanas del mundo, sobre todo los que más sufren?

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 301218


“Ha asumido nuestra condición humana en todo...”
Casi inmediatamente después del nacimiento de Jesús, la violencia gratuita se abate sobre su vida y sobre tantas otras familias, provocando la muerte de los Santos Inocentes. Recordando esta terrible desgracia, vivida por el Hijo de Dios y por los niños de su edad, la Iglesia se siente invitada a orar por todas las familias amenazadas desde el interior o desde el exterior.... La Sagrada Familia de Nazaret es para nosotros un desafío permanente que nos obliga a profundizar en el misterio de la “iglesia doméstica” y de cada familia humana. Es para nosotros un estímulo a orar por las familias y con las familias, a compartir con ellas las alegrías y esperanzas, pero también las preocupaciones e inquietudes.
En efecto, la vida familiar está llamada a ser una ofrenda diaria, un sacrificio agradable a Dios. El evangelio de la presentación de Jesús en el templo nos lo sugiere también. Jesús, “la luz del mundo”, pero también “signo de contradicción” (Lc 2,32.34) quiere acoger esta ofrenda de cada familia como acoge el pan y el vino en la eucaristía. Quiere unir al pan y al vino, destinados a la consagración, estas esperanzas y estas alegrías humanas y también los inevitables sufrimientos y angustias de la vida de toda familia, asumiéndolo todo en el misterio de su cuerpo y de su sangre. Este cuerpo y esta sangre los reparte en la comunión como fuente de energía espiritual, no sólo para cada persona en particular sino también para cada familia.
Que la Sagrada Familia de Nazaret nos ayude a abrir nuestra comprensión cada vez más honda de la vocación de toda familia, que encuentre en Cristo la fuente de su dignidad y de su santidad.


San Juan Pablo II (1920-2005)
papa
Audiencia general 29-12-1993

sábado, 29 de diciembre de 2018

Meditación: 1 Juan 2, 3-11

Quien ama a su hermano permanece en la luz.
1 Juan 2, 8




Hace cuatro días que celebramos la Navidad y los cálidos sentimientos que asociamos con esas fiestas comienzan a perder brillo. Entonces, ¿cuál es el resultado de la venida de Jesús en nuestra vida cotidiana? ¿Cómo vamos a “permanecer en la luz”?

Ahora que Jesús se hizo uno de nosotros sabemos en qué consiste el amor en las situaciones de la vida real. En los evangelios, el Señor nos muestra que amar significa tomar decisiones concretas para poner los intereses de los demás antes que los propios. Así lo demostró él mismo cenando con gente despreciada (Lucas 19, 1-10), alimentando a multitudes que no tenían qué comer (Juan 6, 1-15), esperando a uno que sufría en silencio para que articulara lo que necesitaba (Lucas 18, 35-43) o incluso perdonando a quien había pecado gravemente (Juan 8, 1-11).

Si estas acciones de Jesús te parecen demasiado difíciles para imitarlas, no te preocupes: Jesús conoce tus fortalezas y debilidades, y está dispuesto a ayudarte. No hace falta que sepas exactamente lo que tienes que hacer para demostrar amor, porque el propio amor de Cristo, su iniciativa y su compasión pueden convertirse en el amor, la iniciativa y la compasión que tú vayas a demostrar. ¿Demorará tiempo y requerirá esfuerzo? Sí, claro, pero con el tiempo y la persistencia se hará manifiesto.

¿Deseas tú ser más amable con quienes conviven contigo o con tus amigos? La mejor manera de hacerlo es… haciéndolo. Cada día da un paso más hacia el ideal que nos mostró Cristo, y pídele que te bendiga por darlo. Cada paso que das te acerca más a “la luz” de la que hablaba Juan (1 Juan 2, 8); cada vez que dejas de lado la indiferencia o el resentimiento y realizas un inesperado acto de bondad o generosidad, la oscuridad disminuye un poco más, y la luz y el amor de Cristo te llenarán un poco más.

Piensa hoy en una persona que te resulta difícil aceptar e imagínate que Jesús está sentado junto a esa persona y le pone el brazo alrededor del hombro. Sigue imaginándote la escena hasta que percibas el amor que fluye entre ambos; deja que esa visión te ablande el corazón y te lleve a dar el próximo paso para demostrarle aceptación y amabilidad a la misma persona.
“Señor mío Jesucristo, te doy infinitas gracias por tu gran amor. Concédeme, te lo ruego, la gracia de poder demostrar el mismo amor a mis familiares y amigos.”
Salmo 96(95), 1-3. 5-6
Lucas 2, 22-35
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

Soledad

"cuanto más recapacito sobre la soledad, más pienso que su herida es como el Gran Cañón del Colorado, una profunda incisión en la superficie de nuestra existencia, que se ha convertido en una fuente inagotable de belleza y de autocomprensión.

Por eso, me gustaría proclamar a voz en grito y con toda claridad lo que podría parecer impopular e incluso perturbador: la forma cristiana de vida no libera de la soledad. La protege y la cuida como un don precioso."

Henri Nouwen
El sanador herido

Ven... y ¡quédate!

"Ven, Señor Jesús, y quédate conmigo donde me siento más pobre. Confío en que éste es el lugar donde encontrarás tu pesebre y traerás tu luz... Dios está llegando. Llega a un corazón inquieto y bastante ansioso. Le ofrezco mi frustración y mi confusión, y confío en que hará algo con ellas... Gracias, Señor, por haber venido, a pesar de mis sentimientos y pensamientos. Tu corazón es más grande que el mío. Quizá una Navidad sin mucho sentir o pensar, una Navidad "seca", me llevará más cerca del verdadero misterio del Dios con nosotros. Lo que requiere es una fe desnuda y pura".

Henri Nouwen
Camino a casa.
Lumen

Por la mañana... 29122018

«Luz para alumbrar a las naciones»
Lc 2, 22-35

“Una de las particularidades del pueblo creyente pasa por su capacidad de ver, de contemplar en medio de sus “oscuridades” la luz que Cristo viene a traer. Ese pueblo creyente que sabe mirar, que saber discernir, que sabe contemplar la presencia viva de Dios en medio de su vida, en medio de su ciudad” (Papa Francisco).

¿Qué luz, qué clima, qué aire acondiciona tu actitud en medio de los demás? Fortalece tu fe iluminando, mediante la escucha, al otro que llega hasta ti. Ofrece tu día y tu escucha por la intención del Papa. Padrenuestro.

Vencidas


Buen día, Espíritu Santo! 29122018


RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 2,22-35.


Evangelio según San Lucas 2,22-35.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,
como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.
También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él
y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,
porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,
y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".

RESONAR DE LA PALABRA

Conocer a Jesús y cumplir los mandamientos

En estos días, tras la celebración de la Navidad, la liturgia se encarga continuamente de recordarnos que no se trata de una celebración “dulzona”. El sentimiento de ternura ante un niño recién nacido, que también experimentamos ante el hijo de María, no debe hacernos olvidar la seriedad de este encuentro. Ya nos lo han avisado Estaban, el discípulo amado y los santos Inocentes. Hoy la Palabra nos invita a mirarnos a nosotros mismos. Si al contemplar al niño, hemos conocido y reconocido en él al Hijo de Dios, esto nos compromete, y mucho. Porque conocer a Jesús significa obligarse a cumplir sus mandamientos, su Palabra, es decir, a vivir como vivió él. Y al contemplar cómo vivió él, entendemos que “los mandamientos” son realidad “el mandamiento”, el único mandamiento del amor. La carta de Juan nos los recuerda incluso con extrema crudeza: si no lo hacemos así somos unos mentirosos, unos embusteros, unos cristianos sólo de fachada, que dicen creer en Jesús y se permiten aborrecer a sus hermanos. Es una fuerte llamada a examinar nuestra vidas, a reconocer que hay en ella actitudes, relaciones, formas de pensar que no cuadran con ese conocimiento creyente de Jesús. Pero hay más. La noche de la vigilia escuchamos la palabra profética: “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande” (Is 9, 1). Ahora entendemos que nosotros mismos podemos ser esa luz, si guardamos el mandamiento antiguo y nuevo del amor a los hermanos. En vez de quejarnos de la oscuridad que reina en el mundo, se nos llama a salir de ella y disiparla con las obras de la luz, con el amor al hermano. 

María y José cumplen el mandamiento legal de la purificación. Sigue vigente todavía la antigua ley, y ellos se someten a ella, aunque son portadores de la nueva ley que ya está amaneciendo. Los justos del Antiguo testamento son capaces de percibirla. Así, el anciano Simeón. En el contexto de la ley y el templo estalla el Evangelio de la gracia. Pero, como el mismo Simeón profetiza, hay un “precio de la gracia”: Jesús alzado en la cruz, bandera discutida, ante el que habrá que tomar partido, y la espada que atravesará el corazón de María. Ahí podemos entender mejor por qué la liturgia, la Palabra, no nos descubren una Navidad edulcorada: el verdadero amor no tiene nada que ver con un sentimiento romántico, sino que es la disposición a dar la vida por los hermanos.

Saludos cordiales, 
José M. Vegas CMF

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 291218


“Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz”
Después de mi primera misa sobre la tumba de san Pedro, las manos del Santo Padre Pío X puestas sobre mi cabeza como bendición y buen augurio para mí y mi vida sacerdotal incipiente. Y después de medio siglo, he aquí mis propias manos extendidas sobre los católicos –y no solamente sobre los católicos- del mundo entero, en un gesto de paternidad universal… Como san Pedro y sus sucesores, se me ha encargado gobernar la Iglesia de Cristo toda entera, una santa, católica y apostólica. Todas estas palabras son sagradas y sobrepasan, de manera inimaginable, toda exaltación personal; me dejan en la profundidad de mi nada, elevado a la sublimidad de un ministerio que prevalece sobre toda grandeza y toda dignidad humanas. 
Cuando el 28 de octubre de 1958, los cardenales de la santa Iglesia romana me designaron para llevar la responsabilidad del rebaño universal de Cristo Jesús, a mis setenta y siete años, se extendió la convicción de que yo sería un papa de transición. En lugar de ello, heme aquí en vigilias de mi cuarto año de pontificado y con la perspectiva de un sólido programa a desarrollar ante el mundo entero que mira y espera. En cuanto a mi me encuentro como san Martín, que “no temo morir ni rechazo el vivir”.
Debo estar presto a morir, incluso súbitamente, y a vivir todo el tiempo que al Señor le plazca dejarme aquí abajo. Sí, siempre. En el umbral de mis ochenta años, debo estar a punto: para morir o para vivir. Tanto en un caso como en el otro, debo velar por mi santificación. Puesto que por todas partes me llaman “Santo Padre”, como si fuera mi primer título, pues bien, debo y quiero serlo de verdad.

San Juan XXIII (1881-1963)
papa
Diario del alma, § 1958-1963