Para dejar en claro a ese pueblo que El no era un Mesías temporal y político, un liberador efímero sino el gran liberador del pecado, la raíz de todos los males, Cristo entró en la gran ciudad, la Jerusalén de los patriarcas y de los reyes sagrados, montado en un burrito, expresión de pequeñez terrena, pues El no es un Rey de este mundo.
Así, el Domingo de Ramos es el inicio de la Semana que mezcla los gritos del “Hosanna” con los clamores de la Pasión de Cristo. El pueblo acogió a Jesús con los ramos de olivo y las palmas. Las ramas significan la victoria: ” Hosanna al Hijo de David: bendito sea el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel, Hosanna en las alturas”. Hosanna quiere decir: “¡sálvanos!”.
Los ramos santos nos hacen recordar que somos bautizados, hijos de Dios, miembros de Cristo, participantes de la Iglesia, defensores de la fe católica, especialmente en estos tiempos difíciles en que ella es desvalorizada.
Los ramos sagrados que llevamos a nuestras casas después de la Santa Misa, nos recuerdan que estamos unidos a Cristo en la misma lucha por la salvación del mundo, la lucha ardua contra el pecado, un camino en dirección al Calvario, pero que llegará a la Resurrección.
El sentido de la Procesión de Ramos es mostrar esa peregrinación sobre la tierra que cada cristiano realiza el camino de la vida eterna con Dios. El nos recuerda que somos solo peregrinos en este mundo pasajero, transitorio que se gasta tan rápidamente. Nos muestra que nuestra patria no es este mundo, sino la eternidad, que aquí vivimos solo un rápido exilio en demanda por la casa del Padre.
La entrada solemne de Jesús en Jerusalen fue un preludio de sus dolores y humillaciones. Aquella misma multitud que lo homenageo, motivada por sus milagros, ahora le da las espaldas y muchos piden su muerte. Jesús, que conocía el corazón de los hombres, no se dejo engañar. ¡Cuánta falsedad de ciertas personas! ¡Cuántas lecciones nos dejan este día!
El Maestro nos enseña con hechos y ejemplos que su Reino no es de este mundo. Que El no vino para derrumbar al César y a Pilatos sino para derrumbar a un enemigo mucho peor e invisible, el pecado.
El Domingo de Ramos nos enseña que la lucha de Cristo y de la Iglesia y consecuentemente la nuestra también es la lucha contra el pecado.
Profesor Felipe Aquino
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