lunes, 11 de enero de 2016
Seres auténticos, seres felices
Nada más emocionante que los seres humanos auténticos. Esos que son capaces de mostrarse tal cual son, que no usan caretas ni hacen de las poses su manera de relacionarse con los demás. Esos que aceptan su condición humana con todas las capacidades y las limitaciones que se pueden tener. Esos que no tienen miedo de mostrarse vulnerables y que no esconden tras justificaciones sus equivocaciones y errores. Me alegra encontrarme con esos seres humanos porque con ellos puedo dar gracias a Dios por su creación.
Esa autenticidad se expresa en la aceptación de su condición social. Entienden que no tienen, ni necesitan para ser felices, los apellidos de alta alcurnia. Saben que para vivir a plenitud no es necesario usar una ropa de marca que muestre el dinero que gastan cuando compran. Comprenden que algunos círculos sociales en los que se habla de marca de automóviles, de viajes suntuosos a los lugares más exóticos, de inversiones en dólares en paraísos fiscales no son para ellos porque allí abunda lo artificial, lo plástico, lo accidental. Ellos tienen claro que su riqueza está en lo que son, en lo que piensan, en lo que sueñan, por eso se expresan tal cual son y buscan dar lo mejor de sí sin poses ni engaños; por eso no aparentan lo que no son, ni muestran lo que no tienen. Saben que la felicidad, la plenitud, solo es posible si se aceptan en su ser y se proyectan en la excelencia.
Esa autenticidad se expresa en la aceptación de su condición familiar. Saben que sus familias no son perfectas ni modelos. Ellos aceptan los errores de sus padres, las competencias de sus hermanos, los malos entendidos de compartir los espacios vitales y todo lo que es una familia. Saben que el amor, la comprensión, la buena comunicación, la ternura no dependen del estrato social sino de la decisión de vivir de una manera plena cada relación familiar que se tiene. Sabiendo que nos necesitamos unos a otros y que debemos respetar los límites que establecemos.
Esa autenticidad se expresa en vivir su ser cultural con gusto. No tienen miedo de que se sepan por su acento que nacieron en tal o cual parte. Ni esconden que les gusta bailar, gritar, cantar en todo momento y que han entendido que sin alegría interior no hay verdadera felicidad. No buscan mimetizarse en manifestaciones culturales de otros, que no los expresa ni les deja ser quienes son. Ellos entienden que la educación no puede entenderse como una castración de lo esencial de nuestra cultura.
Hoy cuando vivo en Bogotá disfruto mucho más a los costeños auténticos que me encuentro. A esos que saben aportarle a la ciudad lo mejor, pero a la vez no están interesados en volverse uno más de la masa capitalina sino que quieren seguir cuidando su identidad para siempre. No saben el bien que me ha hecho encontrarme con Rafael Narváez, Penchy Castro, Eibar Gutiérrez, Fabián Corrales, Deimer Marín, Frank Solano y Jader Igirio para cantar vallenatos, contar historias y anécdotas que nos identifican y nos hacen ser quienes somos. O cómo no agradecer a la vida los momentos de cantar porro y champeticas que saben a rock con Adriana Lucía, su hermana Martina, su familia y amigos mientas nos acordamos de los personajes del Carito, que seguro son los mismos de los pueblos de mi Magdalena. En esos momentos las canciones hacen que las heridas causadas por la lejanía se curen y uno vuelva a entender que cada momento hay que vivirlo a plenitud y hay que gozarlos como nos llega.
Te invito a ser auténtico.
Es la base para poder ser felices.
p. Alberto Linero Gomez, eudista
publicado el 4 Octubre 2014 en El Heraldo
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