miércoles, 11 de enero de 2017

Meditación: Marcos 1, 29-39


En el Evangelio de hoy leemos que cierto día Jesús llegó a Cafarnaúm y proclamó la venida del Reino de Dios, haciendo visible su presencia por sus acciones y palabras y poniendo su poder al alcance de todos.

La autoridad absoluta con que curaba a los enfermos y expulsaba a los espíritus inmundos dejaba a la vista la inmensa misericordia de Dios, y presentaba así el amanecer de la nueva era de la salvación. Para los que respondían con fe, el Reino vino a ser una experiencia personal que les permitía vislumbrar la gloriosa transformación de toda la creación al final de los tiempos.

El entendimiento que tenían los discípulos acerca de la verdadera naturaleza de Cristo era limitado; con todo, fue suficiente para moverlos a confiarle su preocupación por la suegra de Simón, que se encontraba con fiebre. Jesús respondió sin demora y la fiebre cedió ante su toque sanador. El término griego egeiro (usado en la frase “le ayudó a levantarse” también se puede traducir como “la hizo revivir”). Jesús vino al mundo a traer la salvación y hacer revivir a todos los que estaban postrados bajo la contagiosa lepra del pecado. Así, habiendo conocido algo de la vida nueva, todos estamos llamados a servir en la edificación del Reino.

Al cabo de todo un día de curaciones y exorcismos, Jesús impuso silencio a los demonios, los cuales reconocían su verdadera naturaleza. Luego, se fue a un lugar solitario, pero los discípulos no lograban entender su identidad de Mesías. Así comenzaba el “secreto mesiánico” que el Señor mantuvo en su apostolado.

Muchos se sentían maravillados con el nuevo obrador de milagros, pero no discernían la naturaleza de su misión. En la oración, Cristo recibía fuerzas para cumplir la voluntad de su Padre y no cedía a las exigencias de la multitud, que deseaba ver a un Mesías según su propio entendimiento. Los que aprendieron a aceptarlo como el Siervo sufriente, Hijo del hombre, humillado en la cruz y resucitado victorioso por encima del pecado, pudieron proclamar su condición de Mesías. Con todo, aquello que inicialmente quedó oculto, se reveló plenamente a la luz de la resurrección (Lucas 24, 26).
“Padre eterno, queremos buscar tu presencia divina, para que tu Espíritu Santo nos revele la persona y la misión de Jesús. Señor mío Jesucristo, renueva y sana mi espíritu quebrantado, y ayúdame a aceptar dócilmente tu poder sanador.”
Hebreos 2, 14-18
Salmo 105(104), 1-4. 6-9

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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