San Andrés Bessette
Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo. (Marcos 1, 7)
Se dice que San Juan Bautista fue el heraldo de la buena noticia. En la antigüedad, el heraldo era el enviado del rey que anunciaba al público las órdenes reales, las nuevas leyes y otros mensajes oficiales a reyes y nobles, ya fuera para anunciar la paz, declarar la guerra o establecer tratados. Juan fue en efecto el heraldo de Dios, porque anunció al pueblo escogido la buena noticia de que el Hijo de Dios ya estaba entre ellos.
El heraldo era, naturalmente, un funcionario real que hablaba en nombre del soberano; y Juan cumplió un oficio similar, diciendo claramente que él era solo la voz que clamaba en el desierto, para exhortar al pueblo de Dios a rectificar su conducta, es decir, preparar el camino para Aquel que venía tras sus pasos. Lógicamente, la Persona cuya llegada anunciaba el heraldo era alguien más importante que él, y Juan lo dejó bien en claro, instando a sus oyentes a que dirigieran la mirada hacia el Señor, que era mucho más eminente y poderoso que él: “No merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias.”
Tanto Jesús como Juan se consideraron siervos de Dios, con la misión de servir al pueblo escogido. Cuando Jesús lavó los pies a sus discípulos (labor de los esclavos más bajos), dijo a los doce que ellos debían hacer lo mismo (Juan 13, 12-16). En otras palabras, seguir su humilde ejemplo de servicio. En otra ocasión, dijo a los discípulos que el lugar que cada uno tendría en el Reino dependería de cómo y cuánto hubiera servido a los demás (Marcos 10, 41-45).
San Juan Bautista reconoció y aceptó la majestad de Jesús, y nosotros haríamos bien en imitarlo en este sentido. No que sea inapropiado pensar que Jesús es nuestro hermano y amigo, pero no debemos dejar de reconocer su dignidad y la soberanía que le es propia como Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Él es el Hijo de Dios que, por medio del Espíritu, nos une a sí mismo en el Bautismo para ser hermanos suyos e hijos del Padre. Él es el que nos infunde la vida y el poder de Dios al bautizarnos con el Espíritu Santo y fuego.
“Jesús, Señor mío, enséñame a ser un servidor auténtico, que no busque nada más que complacerte y servirte a ti y a mis hermanos y hermanas, con amor.”1 Juan 5, 5-13
Salmo 147, 12-15. 19-20
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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