lunes, 7 de mayo de 2018

Con Jesús nace un nuevo tiempo

Cuando Jesús
entra en la vida de alguien,
Se acaba el tiempo
de la miseria y de la desgracia





Hace unos días, cuando fui a Petrolina, en Pernambuco, una señora que leyó mi primer libro “Cuando solo Dios es la respuesta” me dijo: “Toda mi vida cambió después que leí su libro. Las cosas cambiaron en mi trabajo, en mi casa, en mis relaciones…” Al percibir que yo deseaba saber más, ella continuó: “¿Sabe por qué? Porque yo cambié. Después que Jesús cambió mi corazón, nada para mi permaneció igual”

En mi alegría, yo me conmovía al ver a aquella mujer experimentar la felicidad de un corazón nuevo y el amor que el Padre de los cielos derramaba sobre ella. Me acordé de las palabras de San Hilario de Poitiers: “El Espíritu Santo vuela sobre nosotros de lo alto del cielo; adoptados por la voz del Padre, nos volvemos hijos de Dios”. Dios no solo saca el mal de la persona, sino que la libra de las garras del mal. Él la vuelve buena dándole un buen corazón.

Como un padre orienta a su hijo, el Señor aconseja a aquellos que lo aman: “Hijo mío, haz lo que haces con dulzura, y, más que la estima de los hombres, ganarás el afecto de ellos” (Ecl 3,19) Dios sabe que se gana el corazón de las personas por el amor y por la dulzura. El no intenta conseguir de otra manera lo que todavía no consiguió por amor. No es por la fuerza, sino por el amor que Dios opera sus maravillas. Entonces, cuando actúa en la vida de alguien, El transforma su corazón para que la persona abandone el mal -no por miedo del infierno. Sino porque el mal es fuente de infelicidad y desgracia; y hace el bien no porque esta obligado, sino porque Dios está en el bien.

Es una transformación profunda. La persona pasa a contar con una fuerza y una sabiduría que antes no conocía, y se admira por lo que se vuelve capaz de hacer.

Al plantar en el corazón de alguien un sueño o un deseo de realizar algo bueno, Dios concede a esa persona todo lo que es necesario para que lo consiga. Las cosas se van volviendo posibles. Es que el Espíritu Santo le dio un corazón capaz de oír y obedecer a la voz de Dios que resuena en él. Movida por el amor, la persona se deja gobernar por Dios, que la libera y renueva constantemente. Esa acción del Espíritu Santo no solo le da el poder de Jesús, sino los pensamientos, el amor y la dulzura de él.

Tú podrías preguntarme: pero ¿por qué ese cambio es tan importante? Respondo: muchas veces el sufrimiento y la opresión que volvía infeliz a aquel hombre o aquella mujer eran provenientes de la esclavitud vivida con relación al pecado. 

Conocí una señora que me recordaba a la mujer encorvada del Evangelio (cfr. Lc 16,10-17). Ella no conseguía erguirse completamente, quedaba medio arqueada. El detalle es que, en los momentos en que esa mujer decidía rezar o ir a la misa, su situación empeoraba bastante. Un día encontré pasando un mal momento y vomitando en una capilla.

En ese mismo momento, llamé a alguien y la llevamos a un lugar apartado, donde pudimos darle asistencia y orar por ella. Cuando iniciamos la oración ella comenzó a sudar y temblar. Percibí que Dios la estaba tocando precisamente en aquella ora. Entonces le hablé:

-Mi amiga, ¡Jesús está liberándote y curándote a ti!

Pasamos entonces a alabar al Señor y agradecer. Sin más, aquella mujer enderezó la postura y ya no permanecía encorvada. Entonces, ella nos contó que desde hacía tres años se encontraba oprimida por aquel mal, estaba así desde que su madre la llevó a un curandero. Quedé impresionado al saber que hacía tanto tiempo que vivía de ese modo. A pesar de todo, el Señor no había tocado sólo su cuerpo oprimido, algo también había cambiado en su corazón y le hacía sonreír. Habiendo sido liberada por Jesús, ella experimentaba como nunca una profunda sensación de paz.

En aquel día aprendí algo importante:

“Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres.” Juan 8,36.

La liberación que Jesús realiza no es teoría, sino realidad.

El continúa actuando con todo el poder del Espíritu. No fue preciso hablar mucho de Jesús a aquella mujer. Ella misma lo había encontrado y daba testimonio de eso. Habíamos hecho una experiencia del Evangelio que es poder de Dios y fuerza de lo alto.

Cuando una persona recibe de Dios una gracia, no está recibiendo una simple sensación agradable o una mero sensación de bienestar psicológico, sino un poder real. Es real el poder del Espíritu Santo que experimentamos. ¿Por qué limitarnos a imaginar la gracia de Dios, cuando de ella se puede tener una experiencia?

El Espíritu Santo está dentro de nosotros, confiado por Dios a nuestros corazones. Como Espíritu, el es tan suave y presente, que está con nosotros en todo lo que somos y hacemos, sin violentarnos. El es Espíritu de libertad. La verdadera libertar no consiste en hacer lo que tenemos deseos, sino en hacer lo que debemos porque tenemos voluntad. Por eso el hombre de Dios es libre para hacer lo que quiere, porque sabe lo que debe o no debe hacer. El Espíritu Santo es una fuerza en el interior de ese hombre, que lo cambia y lo transforma decisivamente.

Cierta vez, me presentaron a una señora y me pidieron que rezase por ella, pues estaba depresiva, vivía amargada y pensaba siempre en quitarse la vida. Hice lo que pude. Le hablé de cuán maravilloso es Jesús, mientras la miraba podía ver como sus ojos se llenaban de esperanza… Por fin, le pregunté:

-“No te gustaría encontrarte con Él personalmente?”

Fue un momento maravilloso de oración. Por fuera, las lágrimas lavaban su rostro, mientras Jesús lavaba por dentro su corazón. Todo terminó bien. Agradecimos a Dios. Y aquella mujer fue para su casa.

Aproximadamente una semana después, las mismas personas que me presentaron a aquella señora, me buscaron preocupados. Les pregunté:

-¿Qué sucedió? ¿Ella tuvo una recaída?

-No. Ellas me respondieron. Todo lo contrario. El problema es que ella está demasiado feliz. Es extraño. Nadie queda feliz de ese modo todo el tiempo. Antes ella solo sabía lamentarse y hablar de problemas, ahora no para de hablar en Dios. ¡La gente queda hasta incómoda!

Quedé pensando: cuánto daría por alguien que me dijera que todo problema se reduce a eso, a exceso de felicidad. La búsqueda de Dios, decía San Agustín, es la búsqueda de la felicidad. El encuentro con Dios es la propia felicidad. 

Esa es la diferencia entre las cosas que pasan y las eternas. Una felicidad pasajera es deseada antes de ser poseída. Pero después pierde su valor, porque no consigue llenar el corazón que anhela una felicidad verdadera y segura en la cual él pueda descansar.

Marcio Mendes
“La vida en el poder del Espíritu Santo”
Editorial Canción Nueva – Adaptación del original en portugues

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