El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.
Lucas 14, 27
Muchos pobres, ciegos, lisiados, curiosos, discípulos y gente de todas partes buscaban a Jesús por las calles y avenidas formando una gran multitud que lo rodeaba. Él los recibía a todos. El entusiasmo era contagioso y muchos se sentían inclinados a seguirlo. Cristo no quería asustar a nadie, pero decía claramente que sus seguidores debían entender lo que significaba seguirlo: que el discipulado cristiano es costoso y que los discípulos tienen que vivir imitando su conducta y seguirlo incluso hasta la cruz.
El Señor se encaminaba hacia Jerusalén, dispuesto a entregar su vida en el Calvario, e invitaba a sus discípulos a cargar, como él, la cruz. En efecto, cada discípulo ha de imitar al Señor en sus sufrimientos y en su muerte en el transcurso de su vida; ha de tener un grado de entrega que sea capaz de soportar el rechazo, incluso de sus propios familiares, amigos y conocidos. El verdadero discípulo no puede optar por un amor tibio, una “conversión a medias”, que no esté fundado en la entrega total a Cristo ni dispuesto a sufrir adversidad y rechazo por llevar a cabo la voluntad de Dios.
Sin embargo, para poner a Jesús primero en nuestras relaciones y valorarlo más que a nuestros propios bienes, se necesita una sabiduría que solo proviene de Dios. La sabiduría que encontramos en la Sagrada Escritura nos hace reconocer humildemente que para seguir a Cristo y poder discernir la voluntad del Señor necesitamos la poderosa acción santificadora y la sabiduría del Espíritu Santo. Esta sabiduría nos libera del razonamiento terrenal y de la inutilidad de dejarse llevar por la corriente de nuestros intereses egocéntricos. Es preciso ver el mundo a la luz de la eternidad y orar: “Señor… Enséñanos a ver lo que es la vida y seremos sensatos” (Salmo 90(89),12).
¿Estamos dispuestos a enfrentar el desafío del llamamiento de Cristo? ¿O somos como el que quiso edificar una torre o como el rey que declaró la guerra sin primero calcular el costo? Si queremos ser discípulos auténticos, hemos de estar dispuestos a aceptar el riesgo, el costo y la responsabilidad que ello supone. Incluso al aceptar el costo debemos confiar que Dios nos fortalecerá. Recordemos que si somos fieles, Dios nos concederá la corona de la vida (Apocalipsis 3, 10).
“Señor mío Jesucristo, yo quiero cargar la cruz que me toque, pero dame fuerzas, te lo ruego.”
Filipenses 2, 12-18
Salmo 27(26), 1. 4. 13-14
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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