Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón…
Marcos 12, 30
El escriba que se acerca a Jesús y le pregunta cuál es el mandamiento más importante no se presenta con alguna intención solapada, sino para hacerle a Jesús una pregunta sincera. Las escuelas rabínicas de esa época enseñaban que había mandamientos “graves” y otros “leves”, de modo que los rabinos tenían razón al querer saber cuál de todos los mandamientos era realmente el más importante.
Jesús responde citando al pie de la letra el pasaje del Deuteronomio (primera lectura), pero añade inmediatamente el mandamiento del amor al prójimo, que se halla en otro contexto (Levítico 19, 18). Para Jesús ambos mandamientos son como uno solo: “No hay mandamiento mayor que éstos”. Y es que no se puede amar a Dios sin amar al prójimo (1 Juan 4, 20). Este mandamiento del amor es el fundamento de la piedad verdadera. Por eso, el Señor le dijo al escriba: “No estás lejos del Reino de Dios” (Marcos 12, 34).
El mensaje para nosotros es claro: ¡Que el Reino de Dios es accesible! Si queremos tener parte en él, debemos entrar y permanecer amando a Dios y al prójimo. Pero este amor no es solo un sentimiento, sino el reconocimiento por fe de que Dios es amor (1 Juan 4, 8) y que solo por medio de él y por su gracia divina, podemos amarnos unos a otros. No basta nuestra propia fortaleza para amar al prójimo, pues naturalmente no estamos capacitados para hacerlo.
Dios ha depositado su amor en nosotros y nos ha dado su gracia para amar a los demás, a fin de que entendamos lo que es el amor auténtico, el amor divino que nos sana y nos libera de todo lo que nos impide amar. Por consiguiente, no digamos: “No puedo amar a tal persona, ni perdonar a esa otra.” Por el contrario, creamos que el Espíritu Santo, que nos revela interiormente el amor de Dios, nos capacita para amar y perdonar. La respuesta es, pues, acudir al Padre y dejar que él nos enseñe a amar y nos sane, para que aprendamos a amar, pues si insistimos en confiar más en nuestros propios recursos, fracasaremos.
“Padre eterno, concédenos tu luz para reconocer nuestras propias virtudes y defectos y así podremos aceptar tu amor y tu gracia.”
Deuteronomio 6, 2-6
Salmo 18(17), 2-4. 47. 51
Hebreos 7, 23-28
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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