«¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!". Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: «Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros». El le respondió: «¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!»
RESONAR DE LA PALABRA
Esta expresión de Jesús es una expresión de dolor y al mismo tiempo una advertencia, y tiene que ver con su repudio a la superficialidad y la apariencia. Lo que el Señor les está diciendo es que en ellos todo es apariencia y superficialidad.
En toda vida humana hay un momento en el que pareciera que le estamos dando una vuelta a un largavistas y todo aquello que veíamos con aumento, que nos parecía enorme y cercano, dándolo vuelta nos parece lejano, diminuto y distante. Así nos pasa en la vida cuando nos movemos en la superficialidad y no la hondura de las cosas importantes. Entonces todo lo que importa nos parece muy lejano. La realidad se va como alejando de nosotros porque pueden más las urgencias, el ritmo ajetreado de la vida, los horarios y las responsabilidades que tenemos asumidas y a las que debemos responder.
La miopía cotidiana nos hace equivocar, convertimos en una montaña a un pequeño granito de arena y ponemes murallas delante nuestro, cuando en realidad tenemos un cerco que lo podemos sortear con facilidad. La verdadera dimensión de las cosas las aprendemos a descubrir cuando nos animamos a ver las cosas con la dimensión que realmente tienen.
Lo que Jesús está haciendo, en el Evangelio de hoy, es sacar a los Fariseos y Escribas de la exageración; por amor a la Ley y a la de la religiosidad, los pone de cara a lo que verdaderamente importa y vale la pena.
Cuántas veces nosotros estamos como aquellos Fariseos o Escribas, preocupados y viviendo por arriba la vida, olvidándonos de vivir de cerca lo que verdaderamente importa. Cuánto tiempo hace que no compartís un domingo junto a tu familia? Cuánto tiempo hace que no conversas con tus hijos? Cuánto hace que no te das un tiempo para la oración? Cuánto hace que con tu esposa o esposo no se dan un tiempo para estar juntos durante un día o dos? Nos apartamos de lo que importa, tomamos distancia de lo que vale la pena, creemos que vivir por arriba y que vivir acelerados con los compromisos que ya tenemos es lo que va a terminar por darle éxito a nuestra vida.
Una amiga que logró cambiar su visión de las cosas a partir de la enfermedad de su padre, me decía: "Ahora gano las tardes haciendo crucigramas con mi papá, soy feliz viéndolo sonreír, a su lado no tengo prisa, cada minuto de compañía se me vuelve sagrado, y cuando en la noche regreso a mi casa, me siento llena de felicidad, mucho más que si hubiera construido una casa o acumulado un montón de dinero. No hay premio más grande en este mundo que estar con mi padre"
Es tan simple y tan sencillo desenmascarar la superficie en la que vivimos, es tan simple como dedicarle el tiempo a lo que nos parece que es pérdida de tiempo. La oración suele aparecer así, como una pérdida de tiempo. Hay veces que parece que es una pérdida de tiempo dedicarle unas horas a escuchar a los que a veces se vinculan con nosotros con la agresividad, porque no saben como comunicarse. Nos parece que es perder el tiempo abrir el oído y el corazón a estas personas.
Cuenta Descalzo que un amigo hacía meses que tenía una tremenda enfermedad en los ojos, la cual amenazaba con dejarlo totalmente ciego. Mientras tanto, su madre no dejaba de rezar. "No sé para qué rezas -le dijo él- vos sabés que las posibilidades de recuperación de mi vista son mínimas" y le llegó, conmovida, la voz de su madre: "Hijo, es que no rezo sólo para que veas mejor, sino que rezo para que veas más hondo". Ojalá que también nosotros aprendamos a ver más al fondo, porque la cultura de la imagen que se representa en la televisión nos pone de cara frente a un fenómeno que se llama "zapping", que revela esta cultura de querer curiosear más que ir al fondo de las cuestiones.
Lo difícil es aceptar que son los grandes golpes de la vida los que nos hacen ver cosas elementales. La cultura en la que vivimos tiene el grave riesgo de perder el valor de lo cotidiano porque lo importante pasa por el éxito. El pulso de lo cotidiano, la conversación con el amigo, la posibilidad de mirar a fondo, todo esto está en las cosas cotidianas.
Hay una expresión bíblica que puede ayudarnos en este sentido, cuando se nos dice que hoy es el día que hizo el Señor, que no hay otra jornada más que esta. Diría Ignacio de Loyola: "Lo de ayer ya pasó y mañana todavía no llegó, hoy es la oportunidad". Vivir el presente con intensidad y no frenéticamente, vivirlo con hondura, con intensidad, valorizando las cosas sencillas, es lo que debemos hacer. Hoy es el día para que puedas recuperar tu mirada de fondo, para que puedas valorizar lo que verdaderamente importa en tu vida.
Padre Javier Soteras
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