Señor Jesús, el peso de la cruz te ha hecho caer.
El peso de nuestro pecado, el peso de nuestra soberbia, te derriba.
Pero tu caída no es signo de un destino adverso,
no es la pura y simple debilidad de quien es despreciado.
Has querido venir a socorrernos porque a causa de nuestra soberbia yacemos en tierra.
La soberbia de pensar que podemos forjarnos a nosotros mismos lleva a transformar al hombre en una especie de mercancía, que puede ser comprada y vendida, una reserva de material para nuestros experimentos, con los cuales esperamos superar por nosotros mismos la muerte, mientras que, en realidad, no hacemos más que mancillar cada vez más profundamente la dignidad humana.
Señor, ayúdanos porque hemos caído.
Ayúdanos a renunciar a nuestra soberbia destructiva y, aprendiendo de tu humildad, a levantarnos de nuevo.
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