lunes, 27 de mayo de 2013

¡Dichoso el que está absuelto de su culpa!

SALMO 31
SOMBRAS DE MI ALMA
p. Carlos Valles sj
He obrado el mal, y he pretendido olvidarlo.
Le he quitado importancia, lo he acallado, lo he disimulado.
Me he justificado a mí mismo en secreto ante mi propia conciencia: no se trata de nada importante, a fin de cuentas; todo el mundo lo hace; no tenía más remedio; ¿qué otra cosa pude haber hecho? Dejémoslo en paz, y su recuerdo desaparecerá; y cuanto antes, mejor. 

Pero el recuerdo no pasó. Al contrario, aumentó en mí la tristeza y el desasosiego.
Cuanto más tiempo pasaba, más agudo se hacía el aguijón del dolor en mi conciencia.
Mis esfuerzos por olvidarme sólo habían conseguido turbarme y apesadumbrarme más.

“Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día;
porque día y noche tu mano pesaba sobre mí;
mi savia se me había vuelto un fruto seco.”
 


Estaba disgustado conmigo mismo y enfadado con mi propia debilidad.
Algo quedaba colgando en mi pasado; una herida abierta, un capítulo inacabado, un delito sin expiar. Había tragado veneno, y allí estaba distribuyendo por todo mi organismo su efecto letal de angustia y desesperación. Por fin, no pude más y hablé.

“Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito:
confesaré al Señor mi culpa.
Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.”
 


Lo manifesté todo ante mí mismo y ante ti, Señor.
Admití todo, acepté mi responsabilidad, confesé.
Y al momento sentí sobre mí el favor de tu rostro, el perdón de tu mano, el amor de tu corazón.
Y exclamé con alegría nueva:

“¡Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado!
¡Dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito!”
 


Dame la gracia de ser transparente, Señor.
Transparente contigo y conmigo mismo, y, en consecuencia, con todos aquellos con quienes trato. No tener nada que esconder, nada que disimular, nada que disfrazar en mi conducta o en mis pensamientos. Quiero acabar con todas las sombras por los rincones de mi alma, o, más bien, aceptarlas como sombras, es decir, aceptarme a mí mismo tal como soy, con sombras y todo, y aparecer como tal ante mi propia mirada y la de todos los hombres y la de tu suprema majestad, mi Juez y Señor.

Que me conozca yo tal como soy, y que así me conozcan también los demás.
Quiero ser honesto, sincero y cándido.
Quiero ser transparente en mis luces y en mis sombras.
Y que la gratitud de la realidad me compense por los fallos de mi flaqueza.

“Tú eres mi refugio:
me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.”

domingo, 26 de mayo de 2013


La estrategia del amor

La estrategia del amorEsta actitud cuesta, es experiencia del día a día y sacrificio

Estudio las relaciones humanas hace muchos años, y observo el comportamiento de las personas, la manera en que nos apegamos a los defectos de los demás. Pero, hoy, de modo especial, Dios nos quiere enseñar que los defectos no están en el otro, sino en nosotros. Tú no le puedes obligar a nadie a que guste de ti. Si, por ejemplo, yo quisiera ganar clientes, necesitaré agradarles; no sirve que los trate mal. Si tengo una tienda de ropa y trato mal al cliente, esa persona se va a la próxima tienda y el que pierde soy yo. ¿Estás entendiendo? El que sale perdiendo eres tú.
Tantos matrimonios se han separado, porque se han prendido del defecto de la otra persona. La estrategia para cambiar la relación es cambiar la pedagogía, cambiar en primer lugar nuestra persona. El gran secreto es comprender al otro, así vamos a tener muchos más motivos para perdonarlo. Porque cuando conoces la historia del otro, vas a ver a esa persona de otra manera. ¿Conoces la historia de tu marido? ¿De tu esposa?
Cuando conoces la historia del otro, tienes la postura de transformar tus propias actitudes. Vas a darte cuenta que Dios no creó a esa persona de esa manera, y quien comenzará a cambiar serás tú. Es necesario que todos los días te preguntes: ¿Que hice en el día de hoy para conquistar o apartar a esa persona de mí?
Muchas veces nos irritamos con la actitud de los demás, pero cuando leemos la Biblia, vemos que Dios nos trata totalmente diferente. Él no se enoja con nuestras actitudes, porque “Como la mujer abandonada y afligida, el Señor te llama de nuevo. ¿Puede ser rechazada la esposa tomada en la juventud? –Dice el Señor- Por un breve instante te abandoné, pero ahora te recibo con inmenso cariño. En un arrebato de enojo me oculté de ti por un momento, pero el amor con que te amo es eterno –Dice el Señor que te rescata-. Me sucede como en tiempos de Noé, cuando juré que las aguas del diluvio no volverán a cubrir la tierra; ahora juro no volver a enojarme contra ti, ni amenazarte nunca más. Aunque las montañas cambien de lugar, y se desmoronen los cerros, no cambiará mi amor por ti, ni se desmoronará mi alianza de paz, – dice el Señor, que te ama-.” (Isaías 54,6-10)
Dios no cambia nunca, porque nos conoce plenamente. Y lo más importante: Él usa la misericordia siempre.
Cuántos hijos ya me dijeron que se irían de casa porque no aguantaban a sus padres. Y Dios dice: “Aunque las montañas cambien de lugar, y se desmoronen los cerros, no cambiará mi amor por ti”. Cuando tenemos la mirada de Dios en todas las cosas, todo puede ser sacudido, pero en todo usaremos la misericordia. Solo un corazón sanado puede hacer eso. Solo un corazón sanado puede bendecir a los demás, en lugar de maldecirlos. Muchas veces, le pedimos a Dios la gracia de ser instrumentos eficaces para que podamos servirlo, pero Dios solo hace de nosotros instrumentos cuando somos capaces de amar. No sirve que reces por la conversión de tu esposo si no lo haces con amor. Solo el amor tiene poder de transformación.
Para tocar una luz en el techo necesitamos colocar una escalera y subir escalón por escalón. De la misma forma, si vas usando misericordia con los demás, día tras día, escalón por escalón, vas a alcanzar el corazón de Dios.
Comprométete contigo mismo en cambiar tu manera de ser, en transformar tu pedagogía con el prójimo. Elige la mejor parte, elige el cielo.

Padre Alir Sanagiotto, SCJ
Traducción: Exequiel Alvarez
(Artículo producido a partir de la homilía del 15/12/2005)

Noviazgo: Diez reglas de una buena relación

Diez reglas para una buena relación de noviazgo-dentro1

El Profesor Felipe Aquino escribe en su libro “Noviazgo” algunas reglas de oro que siempre necesitan ser observadas en cualquier tipo de relación humano, de modo especial en el noviazgo, que va más allá de una simple amistad.
Vamos a enumerarlas:



1.- Huir de todo mal humor e irritación; porque todo amarga la relación.
Que triste y difícil es convivir con una persona que solo sabe reclamar, que solo sabe llevar la contra y nunca esta satisfecha!
Si eres así, necesitas de psicoterapia y de sanación interior que te ayudará a mirarte y cambiar de comportamiento.
Una pareja irritada vive “¡explotando!”, y ya sabes cuales son las consecuencias de una explosión.

2.- Corregir al otro con cariño, si esto fuera inevitable. Hazlo sin que los demás se den cuanta y en el momento adecuado, no cuando la persona está herida o irritada.
Es difícil curar una herida abierta. Pero solo podemos tocarla para sanarla, jamás para hacer que la persona sufra más.

3.- Nunca le grites a la otra persona, porque gritar, demás de que no resuelve nada, causa mucho más resentimiento y humillación en la persona. Si gritas en una discusión es porque tus argumentos son débiles. No apeles al derecho de la fuerza, sino usa la “¡fuerza del derecho!”
4.- No eches en cara los errores del pasado. Esto sucede muchas veces en el momento de una discusión exacerbada.
A nadie le gusta que le recuerden los errores que cometió en el pasado, ni ser caracterizado por sus defectos. Cualquier persona es siempre superior a sus errores y defectos.
No desentierres el pasado triste de tu pareja, el cual tanto se esfuerza por olvidar. Tal vez sea mejor hasta terminar la relación, en lugar de partir de esa apelación tan dolorosa.

5.- No seas displaciente con el otro.
No lo dejes, por ejemplo, “hablando solo”, si la debida atención. Detén lo que estés haciendo para atender cuando quiera hablar contigo.
Tal vez puedas ser desplaciente con otras personas, pero jamás con aquella que elegiste para comenzar a caminar juntos.
No dejes pasar un día sin siquiera dirigirle una palabra de cariño, atención, de elogio, etc.

6.- Aprende a reconocer tu error cuando te equivocas
Sepa pedir perdón al otro, y de inmediato, haz lo que sea posible para reparar tu error. No te quedes disculpándote, disfrazando, si querer dar el brazo a torcer.
Ten en cuenta algo: cuando nos equivocamos, solo existe una actitud honesta y madura a asumir, pedir perdón a la persona ofendida y reparar el daño causado. Fuera de eso, todo es orgullo y arrogancia.
Cuanto bien hace a la pareja esta palabra: “perdóname”

7.- Nunca se separen peleados uno con el otro. Lleguen antes a un acuerdo.
No se puede juntar problema sobre problema, es necesario aprender a resolverlos. Hasta cierto punto son normales en nuestra vida, pero necesitan ser resueltos sin postergarlos. No dejes para mañana aquello que ustedes necesitan resolver hoy.

8.- Aprendan a acordar las cosas.
Muchos desentendimientos surgen en la pareja porque no aprender a ponerse de acuerdo en las cosas a hacer. La gente dice “aquello acordado no es caro”.
Entonces, cuando uno se exaltaba con el otro por cualquier motivo, después más calmado iba diciendo: “No es ahora el momento de discutir”. Cuando llegaba ese momento, los nervios ya se habían calmado, y nada de de peleas, todo terminaba en una buena conversación. ¿Qué tal?

9.- No involucres a los familiares en los problemas de pareja. Al menos que, de común acuerdo, ambos quieran consultarlos.
La sangra grita muy alto en nuestras venas, y no todos tienen la madurez suficiente para discernir las cosas cuando se trata de parientes envueltos en la cuestión.
No te entrometas en los problemas de la familia de ella, al menos que seas consultado; igualmente, evita tomar partido para que la familia no se divida.
Si, por un lado, es necesario amar a la familia del otro, y recibirla en tu vida como si fuera tu segunda familia, es también necesario tener cuidado para no estar criticando; eso lo dejará dividido entre el amor que te tiene y el amor que tiene hacia los suyos.

10.- Cuando sea necesario, esté listo a sufrir por el otro.
Inclusive en el noviazgo puede haber momentos de sufrimiento. A veces puede ser la pérdida de un ser querido, una enfermedad triste, un accidente, una noticia desagradable, etc. En ese momento aprende a estar al lado del otro y fortalecerlo con la fe en Dios, que “supera todo entendimiento humano”.

Prof. Felipe Aquino
Traducción: Exequiel Alvarez (@ExequielAlvarez)

La actitud del bien

La actitud del bienSer humilde es la principal característica de quien comprendió el amor

Estamos siempre esperando que la otra persona nos haga un bien. En todos los lugares, en diversas circunstancias, cuando nos encontramos con alguien, esperamos una buena recepción, la aprobación social, el mejor lugar, etc. A menudo, hasta con nuestros familiares y amigos más cercanos, tenemos la expectativa de obtener la mejor acogida, lo que no siempre ocurre.
Existe en el ser humano una inclinación a querer lo mejor para sí mismo. Y nos sentimos mal o inocentes cuando eso no sucede. Olvidamos, por un momento, que también la otra persona desea y puede estar dispuesta a luchar, si es necesario, por un lugar privilegiado. También los apóstoles discutían sobre quien entre ellos era el mejor.
A menudo nos disculpanos por no hacer el bien, por no ser correspondido favorablemente en un contacto, devolviendo a los indiferentes o aquel que nos trata mal una actitud recíproca a la que nos dispenso. Tal vez el pecado original es el principal responsable de estas actitudes en nosotros.
El lado humano y las primeras impresiones de la justicia y amor-propio gritan dentro de nosotros. También la tentación de compararnos, en la situación, unos con los otros, justifica la sensación de injusticia. “¿Porque él puede y yo no?” No importa cuán pequeña sea la actitud de desaprobación, ahora imagina: “¿Qué le he hecho?” o entonces: “¡Que falta de consideración!”, o también: “¡No me di cuenta!” Pensamientos así nos da la oportunidad y capacidad de responder diferente.
La conciencia y la voluntad de ir más allá de los defectos humanos deben ser mayores. ¿Qué llevó el otro a querer lo mejor solo para sí olvidándose de la fatiga y del cansancio ajeno? Seguramente si descubrimos sus infortunios en la vida, aunque menores que los demás, podríamos ver su actitud de forma diferente, la veríamos con piedad y comprenderíamos sus límites. Por increíble que parezca, si queremos la consideración de las personas, o mejor, para revertir cualquier situación difícil en algo positivo, debemos dejar brotar de nuestro interior el bien que queremos recibir de los demás.
El bien que aprendemos de los que nos aman incondicionalmente es el que cambia y convierte el corazón de los que son diferentes a nosotros. ¿Cómo alguien puede aprender amar si nadie le enseña ni le da ejemplos? ¡Pagar con la misma moneda, no tiene valor cuando se trata de ganar un corazón!
Supera tú las expectativas de los demás. Es nuestro Señor Jesucristo que nos enseña a actuar encima de la simple sombra de la justicia humana y a pensar según la misericordia divina. “Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo. Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos” (San Lucas 6, 34-35).

No tener una alta imagen de ti mismo y nunca contar con la total atención y el servicio de todos alimenta la humildad. Ser humilde es la principal características de quien comprendió el Amor, y el Amor se despojó de sí mismo y se entregó a cada uno de nosotros. Sigamos el ejemplo de Él (Jesús, el Amor) para encontrar la felicidad eterna. ¡Amar y enseñar a amar, esta es nuestra vocación!
¡Dios te bendiga!

Sandro Ap. Arquejada – Misionário da Canción Nueva
Traducción: Thaís Rufino de Azevedo (@thais_rufino)
fuente: www,cancionnueva.com

María Auxiliadora

Historia de la devoción a María Auxiliadora en la Iglesia Antigua.

Los cristianos de la Iglesia de la antigüedad en Grecia, Egipto, Antioquía, Efeso, Alejandría y Atenas acostumbraban llamar a la Santísima Virgen con el nombre de Auxiliadora, que en su idioma, el griego, se dice con la palabra “Boetéia”, que significa “La que trae auxilios venidos del cielo”. Ya San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla nacido en 345, la llama “Auxilio potentísimo” de los seguidores de Cristo. Los dos títulos que más se leen en los antiguos monumentos de Oriente (Grecia, Turquía, Egipto) son: Madre de Dios y Auxiliadora. (Teotocos y Boetéia). En el año 476 el gran orador Proclo decía: “La Madre de Dios es nuestra Auxiliadora porque nos trae auxilios de lo alto”. San Sabas de Cesarea en el año 532 llama a la Virgen “Auxiliadora de los que sufren” y narra el hecho de un enfermo gravísimo que llevado junto a una imagen de Nuestra Señora recuperó la salud y que aquella imagen de la “Auxiliadora de los enfermos” se volvió sumamente popular entre la gente de su siglo. El gran poeta griego Romano Melone, año 518, llama a María“Auxiliadora de los que rezan, exterminio de los malos espíritus y ayuda de los que somos débiles” e insiste en que recemos para que Ella sea también “Auxiliadora de los que gobiernan” y así cumplamos lo que dijo Cristo: “Dad al gobernante lo que es del gobernante” y lo que dijo Jeremías: “Orad por la nación donde estáis viviendo, porque su bien será vuestro bien”. En las iglesias de las naciones de Asia Menor la fiesta de María Auxiliadora se celebra el 1º de octubre, desde antes del año mil (En Europa y América se celebre el 24 de mayo). San Sofronio, Arzobispo de Jerusalén dijo en el año 560: “María es Auxiliadora de los que están en la tierra y la alegría de los que ya están en el cielo”. San Juan Damasceno, famoso predicador, año 749, es el primero en propagar esta jaculatoria: “María Auxiliadora rogad por nosotros”. Y repite: “La “Virgen es auxiliadora para conseguir la salvación. Auxiliadora para evitar los peligros, Auxiliadora en la hora de la muerte”. San Germán, Arzobispo de Constantinopla, año 733, dijo en un sermón: “Oh María Tú eres Poderosa Auxiliadora de los pobres, valiente Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora de los ejércitos para que defiendan la patria. Auxiliadora de los gobernantes para que nos consigan el bienestar, Auxiliadora del pueblo humilde que necesita de tu ayuda”.

La batalla de Lepanto.
En el siglo XVI, los mahometanos estaban invadiendo a Europa. En ese tiempo no había la tolerancia de unas religiones para con las otras. Y ellos a donde llegaban imponían a la fuerza su religión y destruían todo lo que fuera cristiano. Cada año invadían nuevos territorios de los católicos, llenando de muerte y de destrucción todo lo que ocupaban y ya estaban amenazando con invadir a la misma Roma. Fue entonces cuando el Sumo Pontífice Pío V, gran devoto de la Virgen María convocó a los Príncipes Católicos para que salieran a defender a sus colegas de religión. Pronto se formó un buen ejército y se fueron en busca del enemigo. El 7 de octubre de 1572, se encontraron los dos ejércitos en un sitio llamado el Golfo de Lepanto. Los mahometanos tenían 282 barcos y 88,000 soldados. Los cristianos eran inferiores en número. Antes de empezar la batalla, los soldados cristianos se confesaron, oyeron la Santa Misa, comulgaron, rezaron el Rosario y entonaron un canto a la Madre de María Auxiliadora. Terminados estos actos se lanzaron como un huracán en busca del ejército contrario. Al principio la batalla era desfavorable para los cristianos, pues el viento corría en dirección opuesta a la que ellos llevaban, y detenían sus barcos que eran todos barcos de vela o sea movidos por el viento. Pero luego – de manera admirable – el viento cambió de rumbo, batió fuertemente las velas de los barcos del ejército cristiano, y los empujó con fuerza contra las naves enemigas. Entonces nuestros soldados dieron una carga tremenda y en poco rato derrotaron por completo a sus adversarios. Es de notar, que mientras la batalla se llevaba a cabo, el Papa Pío V, con una gran multitud de fieles recorría a cabo, el Papa Pío V, con una gran multitud de fieles recorría las calles de Roma rezando el Santo Rosario. En agradecimiento de tan espléndida victoria San Pío V mandó que en adelante cada año se celebrara el siete de octubre, la fiesta del Santo Rosario, y que en las letanías se rezara siempre esta oración: MARÍA AUXILIO DE LOS CRISTIANOS, RUEGA POR NOSOTROS.

El Papa y Napoleón.
El siglo pasado sucedió un hecho bien lastimoso: El emperador Napoleón llevado por la ambición y el orgullo se atrevió a poner prisionero al Sumo Pontífice, el Papa Pío VII. Varios años llevaba en prisión el Vicario de Cristo y no se veían esperanzas de obtener la libertad, pues el emperador era el más poderoso gobernante de ese entonces. Hasta los reyes temblaban en su presencia, y su ejército era siempre el vencedor en las batallas. El Sumo Pontífice hizo entonces una promesa: “Oh Madre de Dios, si me libras de esta indigna prisión, te honraré decretándote una nueva fiesta en la Iglesia Católica”. Y muy pronto vino lo inesperado. Napoleón que había dicho: “Las excomuniones del Papa no son capaces de quitar el fusil de la mano de mis soldados”, vio con desilusión que, en los friísimos campos de Rusia, a donde había ido a batallar, el frío helaba las manos de sus soldados, y el fusil se les iba cayendo, y él que había ido deslumbrante, con su famoso ejército, volvió humillado con unos pocos y maltrechos hombres. Y al volver se encontró con que sus adversarios le habían preparado un fuerte ejército, el cual lo atacó y le proporcionó total derrota. Fue luego expulsado de su país y el que antes se atrevió a aprisionar al Papa, se vio obligado a pagar en triste prisión el resto de su vida. El Papa pudo entonces volver a su sede pontificia y el 24 de mayo de 1814 regresó triunfante a la ciudad de Roma. En memoria de este noble favor de la Virgen María, Pío VII decretó que en adelante cada 24 de mayo se celebrara en Roma la fiesta de María Auxiliadora en acción de gracias a la madre de Dios.
San Juan BoscoSan Juan Bosco y María Auxiliadora.
El 9 de junio de 1868, se consagró en Turín, Italia, la Basílica de María Auxiliadora. La historia de esta Basílica es una cadena de favores de la Madre de Dios. su constructor fue San Juan Bosco, humilde campesino nacido el 16 de agosto de 1815, de padres muy pobres. A los tres años quedó huérfano de padre. Para poder ir al colegio tuvo que andar de casa en casa pidiendo limosna. La Sma. Virgen se le había aparecido en sueños mandándole que adquiriera “ciencia y paciencia”, porque Dios lo destinaba para educar a muchos niños pobres. Nuevamente se le apareció la Virgen y le pidió que le construyera un templo y que la invocara con el título de Auxiliadora.
Empezó la obra del templo con tres monedas de veinte centavos. Pero fueron tantos los milagros que María Auxiliadora empezó a hacer en favor de sus devotos, que en sólo cuatro años estuvo terminada la gran Basílica. El santo solía repetir: “Cada ladrillo de este templo corresponde a un milagro de la Santísima Virgen”. Desde aquel santuario empezó a extenderse por el mundo la devoción a la Madre de Dios bajo el título de Auxiliadora, y son tantos los favores que Nuestra Señora concede a quienes la invocan con ese título, que ésta devoción ha llegado a ser una de las más populares.
San Juan Bosco decía: “Propagad la devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros” y recomendaba repetir muchas veces esta pequeña oración: “María Auxiliadora, rogad por nosotros”. El decía que los que dicen muchas veces esta jaculatoria consiguen grandes favores del cielo.

Fuente www.cancionnueva.com

Delante de los problemas no te desesperes


“No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí” (San Juan 14,1).

¡Este pasaje es una orden para nosotros! Existen personas que se preguntan: “¿Como Dios me pide que mi corazón no se perturbe?” Entonces, ya empecemos por dar una orden a nuestro corazón: “No te perturbes corazón, aún delante de los problemas”.
El Padre no quiere que tengamos un corazón enfermo, por eso nos manda a que no nos perturbemos. Por desgracia, la tendencia de nuestros corazones es dejarse incomodar.
Quiero meditar con ustedes un pasaje: Además, sabemos que todas las cosas ayudan para el bien de aquellos que aman a Dios, de aquellos que son llamados, según sus propósitos”.
Mis hermanos, nosotros somos llamados por Dios. Nosotros no lo merecíamos, porque muchas cosas que hacemos no nos hacen merecedores de tal mérito, sin embargo somos los elegidos de Dios. Todo concurre para el bien de aquellos que aman a Dios.
San Pablo nos va decir: “¿Que diremos después de eso? ¿Si Dios es por nosotros, quien va a ser contra nosotros? Aquel que no reservó Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros; ¿Cómo no nos va dar también con Él todas las cosas? ¿Quién podrás acusar a los elegidos de Dios? Es el propio Señor el que justifica”. San Pablo continua: “Pero en todas estas cosas, somos más que vencedores por la virtud de aquel que nos amó”.
Quiero entrar con ustedes en una base fundamental para lo que estamos meditando. Está en el libro del Eclesiástico Capítulo 30, 21: No te dejes llevar por la tristeza, no te atormentes con tus pensamientos. Un corazón alegre es la vida del hombre, y la felicidad le alargar la vida La alegría del alma, la alegría del corazón es la vida del ser humano.
Todos queremos vivir mucho tiempo. ¡Y es bueno que queramos eso! ¡Tú, que eres, madre, cuántas preocupaciones enfrentas todos los días! Desgraciadamente, los brasileños somos muy emotivos, nos dejamos envolver por las emociones, por eso, las preocupaciones también nos envuelven. La preocupación es “pre-ocuparse” de alguna cosa, sufrir antes del tiempo.
Lo malo es que, con esto, vamos perdiendo fuerzas. Podemos comparar esta situación con una manguera que usamos para lavar el patio la cual, si está con agujereada, va perdiendo presión, porque está perdiendo agua en el medio del camino. Dios no quiere que tu corazón este enfermo. Él quiere verte sano, bien. Debemos concentrar nuestras fuerzas para la hora en que tenemos que usarlas, como la serpiente que se concentra y, en la hora correcta, se lanza.
Por supuesto, que tú no quieres ser una serpiente, pero necesitas actuar como ella, utilizar tus fuerzas en la hora exacta. Cuando la palabra dice: No entregues tu alma a la tristeza, el Señor está diciendo: “No entregues tu alma al resentimiento”. Una cosa es sentir, otra es resentir. La persona herida es triste, fácilmente el resentimiento genera en ella rencor. El resentimiento y el odio ya mataron mucha gente y va matar muchas más si seguimos resentidos. El gran remedio para el mal del resentimiento es el perdón. Dios da la gracia para perdonar, pero todo comienza por nosotros. Tenemos que querer.
¡El Señor está cerca! No es para que estemos preocupados, desesperados; al contrario, la Biblia nos enseña a presentar a Dios nuestras preocupaciones. No te quedes rumiando estas maldades dentro de ti. Es más, te digo: Manifiesta tus emociones a Dios en tu oración. Así podrás liberarte y la gracia caerá sobre ti”.
¡Hoy, el Señor nos da esta receta maravillosa! En todas las situaciones, pase lo que pase, siempre presenta a Él todas tus preocupaciones. Tú no vas ser atormentado, al contrario, estarás rodeado por la paz de Dios. Madres, sus hijos necesitan mucho que sean así.
Traducción: Thaís Rufino de Azevedo (@thais-rufino)
Fuente: www.cancaonova.com

viernes, 24 de mayo de 2013

2º Seminario de Vida en el Espíritu Santo


Cuidemos los primeros pensamientos


Al levantarme he descubierto cuánto “producen y generan” en el día mis primeros pensamientos y deseos.
Es que la siembra de la primera hora siempre tiene que ver que la cosecha de la hora final.
¿Has visto acaso que del  bulbo de tulipán surja alguna rosa?
Los pensamientos predisponen de alguna forma nuestro día.
Son como el cimiento de la edificación de nuestro día.

¿Quieres Paz? Pide y clama en la mañana la Verdadera Semilla de la Paz: Jesús
¿Quieres Bendición? Pide y clama la Presencia del que es “La Bendición”
¿Quieres caminar en santidad? Pide Sabiduría.

¿Recuerdas las palabras de Dios a Salomón: “¡Pídeme lo que quieras!”

Señor danos la gracia de anhelar todas las mañanas Espíritu Santo para poder elegir
sabiamente todo aquello que pudiera ayudarnos a caminar tus caminos.
Danos la gracia de cuidar nuestros pensamientos para poder construir Contigo nuestra jornada.

Miguel - Comunidad Piedras Vivas

La Palabra de Dios en la mente y en el corazón.


Me impresiona ver cómo Jesús venció la tentación: El siempre recurrió a las Sagradas Escrituras. Debemos hacer lo mismo.
He aprendido que precisamos llevar la Palabra de Dios con nosotros en toda ocasión: en el bolso, al trabajo, en casa… donde quiera que estemos. Las Escrituras forman en nosotros la mente de Cristo.
Si traemos la Palabra de Dios en la mente y en el corazón, al necesitar de fuerzas, consuelo, sabiduría y discernimiento, encontraremos en ella lo que buscamos.
Para tomar una decisión, conversar con alguien o vencer la tentación, pidamos, en este momento, que el Espíritu Santo haga brotar en nuestro interior el versículo bíblico que necesitamos.

“Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, refutar, corregir, educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, calificado para cualquier obra buena” (IITim 3,16-17)

Jesús, en Vos confío!

Luzia Santiago
Co-Fundadora Comunidad Canção Nova
Fuente: Mensaje del día www.cancaonova.com
Adaptación y traducción del original en português

miércoles, 22 de mayo de 2013

Esta es la gente que alaba al Señor




El poder de las palabras


¿Qué generan en tu corazón las palabras que escuchas durante el día?

A lo largo de una jornada recibimos un número grande de informaciones, oímos muchas cosas buenas y malas y, es increíble, como las buenas son olvidadas mientras que las ruines quedan grabadas en nosotros, generando en nuestro interior alteración del humor, agitando nuestros sentimientos, produciendo todo tipo de movimientos desordenados.
Existe una Palabra que cuando la escuchamos provoca en nosotros un profundo cambio interior y exterior, al punto de revolucionar positivamente nuestra vida. Es la Palabra de Jesús, o mejor, Él es la Palabra y tiene el poder de hacer nuevas todas las cosas cuando vamos a Su encuentro, como sucedió con el leproso del Evangelio.

Él se comunica eficazmente con nosotros sin el barullo de las palabras, engendrando sanaciones, liberaciones y una profunda purificación de nuestras enfermedades y de todo tipo de mal.

“Mientras Jesús estaba en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra. Al ver a Jesús, se postró ante él y le rogó: «Señor, si quieres, puedes purificarme». Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». Y al instante la lepra desapareció.” Lucas 5,12-13

Caminemos al encuentro del Señor y dediquémonos a la lectura de la Palabra de Dios.

Jesús en Vos confío!
Luzia Santiago.
Co-Fundadora Comunidad Canción Nueva.
Fuente: Mensaje del día portal www.cancaonova.com
Adaptación y traducción del original en português

lunes, 20 de mayo de 2013

Él ya nos espera!


Lo importante es el encuentro con Jesús

Papa Francisco en la Vigilia de 

PENTECOSTES

Vigilia de Pentecostés de 2013 por la tarde. Algunos representantes de los Movimientos plantearon diversas cuestiones al Obispo de Roma. Una muchacha empezó preguntando al Papa Francisco cómo ha alcanzado en su vida la certidumbre de la fe.



"Es una pregunta histórica porque tiene que ver con mi historia. He tenido la gracia de crecer en una familia en la que la fe se vivía en una manera simple y concreta. Pero sobre todo ha sido mi abuela, la mamá de mi papá, que ha marcado mi camino de fe. Una mujer que nos explicaba, nos hablaba de Jesús, nos enseñaba el catecismo, siempre me acuerdo que los viernes santos, nos llevaba al atardecer a la procesión de las candelas y al final de esta procesión llegaba el Cristo yaciente. Y la abuela nos hacía a nosotros, niños, arrodillarnos y nos decía: “miren, está muerto, pero mañana resucita”. 
He recibido el primer anuncio cristiano de esta mujer, de mi abuela, es bellísimo esto, el primer anuncio en casa, con la familia ¿no? Y esto me hace pensar a la misión de tantas madres, tantas abuelas de la transmisión de la fe. Son ellas las que transmiten la fe, también en los primeros tiempos, porque San Pablo decía a Timoteo: “Yo recuerdo la fe de tu madre, la fe de tu abuela”. Todas las madres que están aquí, todas las abuelas, piensen a esto: Transmitir la fe.
Porque Dios nos pone al lado personas que ayudan nuestro camino de fe.
Nosotros no encontramos la fe en lo abstracto.
No, es siempre una persona la que predica, que nos dice quién es Jesús, que te da la fe, que te da el primer anuncio, y esta ha sido la primera experiencia de fe que he tenido. 
Pero hay un día para mi muy importante: el 21 de septiembre de 1953 tenía casi 17 años, era el día del estudiante, para nosotros, el día de la primavera, para ustedes el día de otoño, y antes de ir a la fiesta pasé por la parroquia a la que asistía, y encontré a un sacerdote al que no conocía y sentí la necesidad de confesarme, y esta fue para mi una experiencia de encuentro, he encontrado alguien que me esperaba. No sé que pasó, no me acuerdo, no sé porque ese sacerdote estaba allí o porque he sentido esta necesidad de confesarme, pero la verdad es que alguien me esperaba, me estaba esperando desde hacía tiempo y después de la confesión sentí que algo había cambiado. Yo no era el mismo, había sentido una voz, una llamada. Me convencí que debía convertirme en sacerdote, y esta experiencia en la fe es importante. 
Nosotros decimos que debemos buscar a Dios, ir a Él a pedirle perdón, pero cuando vamos, Él ya nos espera, está ahí antes.
Nosotros en español tenemos una palabra que explica bien esto: el Señor nos ‘primerea’, es el primero, te está esperando y esto es una gracia grande, encontrar a alguien que te está esperando. Tú vas, pecador, y Él te está esperando para perdonarte. Aquella experiencia de la que los profetas de Israel decían que el Señor es la flor en el almendro, la primera flor de la primavera. Antes que vengan las otras flores, Él está allí esperando, el Señor nos espera y cuando nosotros lo buscamos encontramos esta realidad que es Él quien nos está esperando para acogernos, para darnos su amor, y esto te sorprende tanto en el corazón que no lo crees, y así va creciendo la fe, con el encuentro con el Señor. 
Alguien dirá, no, yo prefiero estudiar la fe en los libros. Es importante estudiarla pero mira con eso sólo no basta: lo importante es el encuentro con Jesús, el encuentro con Él, porque es justamente Él el que la da."

Charlando con Francisco


¿Cómo podemos transmitir de modo eficaz la fe hoy?

Fue la segunda pregunta que se le planteó al Papa Francisco durante la Vigilia de Pentecostés, el sábado 18 de mayo por la tarde, en la Plaza de San Pedro, en la fiesta de los movimientos y asociaciones laicales en la que participaron más de 200 mil personas, entre adultos, jóvenes y niños de diversos países y de más de 150 movimientos eclesiales. Al Papa se le pidió ayuda para comprender cómo vivir este desafío de nuestro tiempo, destacando la cosa más importante a la que todos los movimientos, asociaciones y comunidades deben dirigir su atención para poner en práctica esta tarea a la que están llamados...

El Obispo de Roma respondió:
Diré sólo tres palabras:
La primera: Jesús. ¿Qué es lo más importante? Jesús.
Si nosotros vamos hacia delante con la organización, con otras cosas, con bellas cosas, pero sin Jesús, no vamos adelante, la cosa no va. Jesús es más importante. Ahora, quisiera hacer un pequeño reproche, pero fraternalmente, entre nosotros. Todos ustedes han gritado en la plaza “Francisco, Francisco, Papa Francisco”. Pero, ¿Jesús dónde estaba? Yo habría querido que ustedes gritaran: “¡Jesús, Jesús es el Señor, y está precisamente entre nosotros!”.
De ahora en adelante, nada de “Francisco”, sino “¡Jesús”!

La segunda palabra es: la oración.
Miren el rostro de Dios, pero sobre todo – y esto está relacionado con lo que dije antes – sentirse mirados. El Señor nos mira: nos mira antes.
Mi experiencia es lo que estoy experimentando ante el sagrario
cuando voy a rezar, a la noche, ante el Señor. Algunas veces me adormezco un poquito; esto es verdad, porque un poco el cansancio de la jornada te hace adormecer. Pero Él lo entiende. Y siento tanto consuelo cuando pienso que Él me mira. Nosotros pensamos que debemos rezar, hablar, hablar, hablar… ¡No! Déjate mirar por el Señor. Cuando Él nos mira, nos da fuerza y nos ayuda a testimoniarlo – porque la pregunta era sobre el testimonio de la fe, ¿no? 

Primero “Jesús”, después “oración” - sentimos que Dios nos está teniendo de la mano. Subrayo entonces la importancia de esto: dejarse guiar por Él. Esto es más importante que cualquier cálculo. Somos verdaderos evangelizadores dejándonos guiar por Él. Pensemos en Pedro; quizá estaba haciendo la siesta, después del almuerzo, y tuvo una visión, la visión del mantel con todos los animales, y sintió que Jesús le decía algo, pero él no entendía. En aquel momento, llegaron algunos no hebreos para llamarlo e ir a una casa y vio que el Espíritu Santo estaba allí. Pedro se dejó guiar por Jesús para llegar a esa primera evangelización a los gentiles, que no eran hebreos: una cosa inimaginable en aquel tiempo (Cfr. Hch 10, 9-33). Y así, toda la historia, ¡toda la historia! Dejarse guiar por Jesús. Es precisamente el líder, nuestro líder es Jesús.

T tercero: el testimonio. Jesús, oración – la oración, ese dejarse guiar por Él – y después el testimonio. Pero querría añadir algo. Este dejarse guiar por Jesús te lleva a las sorpresas de Jesús. Se puede pensar que la evangelización debemos programarla en teoría, pensando en las estrategias, haciendo planes. Pero éstos son instrumentos, pequeños instrumentos. Lo importante es Jesús y dejarse guiar por Él. Después podemos realizar las estrategias, pero esto es secundario.
En fin, el testimonio: la comunicación de la fe sólo se puede hacer con el testimonio, y esto es el amor. 
No con nuestras ideas, sino con el Evangelio vivido en la propia existencia y que el Espíritu Santo hace vivir dentro de nosotros. Es como una sinergia entre nosotros y el Espíritu Santo, y esto conduce al testimonio. La Iglesia la llevan adelante los Santos, que son precisamente aquellos que dan testimonio. Como dijo Juan Pablo II y también Benedicto XVI, el mundo de hoy tiene tanta necesidad de testigos.
No tanto de maestros, sino de testigos.
No de hablar tanto, sino de hablar con toda la vida: la coherencia de vida, ¡precisamente la coherencia de vida!
Una coherencia de vida que es vivir el cristianismo como un encuentro con Jesús que me lleva a los demás y no como un hecho social.
Socialmente somos así, somos cristianos, cerrados en nosotros.
No, ¡esto no! ¡El testimonio!

SS Francisco

Novedad, armonía y misión



Queridos hermanos y hermanas:
En este día, contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu Santo que Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo de Jerusalén para difundirse por todo el mundo.
Pero, ¿qué sucedió en aquel día tan lejano a nosotros, y sin embargo, tan cercano, que llega adentro de nuestro corazón? San Lucas nos da la respuesta en el texto de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado (2,1-11). El evangelista nos lleva hasta Jerusalén, al piso superior de la casa donde están reunidos los Apóstoles. El primer elemento que nos llama la atención es el estruendo que de repente vino del cielo, «como de viento que sopla fuertemente», y llenó toda la casa; luego, las «lenguas como llamaradas», que se dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles. Estruendo y lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los Apóstoles, no sólo exteriormente, sino también en su interior: en su mente y en su corazón. Como consecuencia, «se llenaron todos de Espíritu Santo», que desencadenó su fuerza irresistible, con resultados llamativos: «Empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse». Asistimos, entonces, a una situación totalmente sorprendente: una multitud se congrega y queda admirada porque cada uno oye hablar a los Apóstoles en su propia lengua.
Todos experimentan algo nuevo, que nunca había sucedido: «Los oímos hablar en nuestra lengua nativa». ¿Y de qué hablaban? «De las grandezas de Dios».
A la luz de este texto de los Hechos de los Apóstoles,
deseo reflexionar sobre tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu:
novedad, armonía, misión.

1. La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?

2. Una segunda idea: el Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Un Padre de la Iglesia tiene una expresión que me gusta mucho: el Espíritu Santo “ipse harmonia est”. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad eclesial, y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo (cf. 2Jn 9). Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con la Iglesia?

3. El último punto. Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es el alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos. Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16). Es el Espíritu Paráclito, el «Consolador», que da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión.

La liturgia de hoy es una gran oración, que la Iglesia con Jesús eleva al Padre, para que renueve la efusión del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros, cada grupo, cada movimiento, en la armonía de la Iglesia, se dirija al Padre para pedirle este don. También hoy, como en su nacimiento, junto con María, la Iglesia invoca: «Veni Sancte Spiritus! – Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». Amén.


SS Francisco

jueves, 16 de mayo de 2013

¡La Iglesia es Cristo en el mundo! - Novena Pentecostés - 9º Día

9no. Día:
¡La Iglesia es Cristo en el mundo!


Hoy es nuestro último día de novena y lo iniciamos con el rezo de la secuencia. Sin duda que el gran regalo que nos hizo Jesús por medio del Espíritu Santo es la Iglesia. Porque es nuestra madre, porque es la comunidad que llevó el mensaje de Jesús para que sea conocido en todo el mundo, porque acompaña con aciertos y errores la vida de los pueblos en todo el mundo, porque es familia de la que todos formamos parte desde el bautismo.

Por eso es tan importante la Iglesia y esta novena que hicimos celebrando al Espíritu Santo que es quien nos hace miembros de la misma y nos confirma permanentemente en la identidad y misión que tenemos como cristianos. Y justamente este fin de semana vamos a celebrar con la Iglesia en todo el mundo la fiesta de Pentecostés, reviviendo el día en que el Espíritu bajó sobre los apóstoles y los convirtió de hombres miedosos y cobardes en
verdaderos y valientes discípulos de Jesús.

Recordemos aquel día en la palabra de Dios, en el libro de los Hechos de los Apóstoles:
“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas según el Espíritu les permitía expresarse”.
Palabra de Dios.

Y así nació la Iglesia, con aquellos hombres llenos del Espíritu que después salieron a entregar el espíritu por todos lados. Y le imponían las manos a la gente para que lo reciban. Y así fue pasando a lo largo de los siglos y alguna vez nos tocó a nosotros recibirlo el día de nuestro bautismo. Y así:
- En el bautismo el Espíritu nos hizo hijos de Dios y miembros de la Iglesia.
- En la confirmación confirmamos justamente esa gracia recibida en el bautismo.
- En la comunión el Espíritu hizo posible que el pan y el vino se conviertan en Jesús.
- En la reconciliación el Espíritu por medio del sacerdote nos perdona los pecados.
- En el orden sagrado y el matrimonio, el Espíritu consagra a los que lo reciben para que cumplan con fidelidad su consagración y su misión.
- En la unción de los enfermos, el Espíritu se acerca al dolor del enfermo y a su debilidad para fortalecerlo con la gracia y el amor de Jesús.

Es así, en los 7 sacramentos que recibimos en la Iglesia, el Espíritu está presente y por eso la fiesta de Pentecostés es nuestra fiesta, es la fiesta de la Iglesia, la fiesta de los que tenemos al Espíritu Santo.

Por eso ahora rezamos respondiendo: DANOS TU ESPÍRITU SEÑOR
- Para que siempre recordemos que somos hijos tuyos por el bautismo y la confirmación…
- Para que sintamos siempre la necesidad de recibir a Jesús en su Cuerpo y Sangre…
- Para que la familia esté siempre unida y viva en el amor de Jesús los valores cristianos…
- Para que la Iglesia a través de los obispos, sacerdotes y todos los ministerios, llegue al corazón de los hombres y los pueblos por la fuerza de tu Espíritu, con el mensaje de Jesús…
- Para que seamos instrumentos de reconciliación y no de división entre nuestros hermanos…
- Para que los enfermos y todos los que sufren encuentren la paz y la salud física y espiritual que sólo el Espíritu Santo puede dar…

Recemos al Padre de todos como nos enseñó Jesús…Padrenuestro...

Saludemos a María diciendo juntos… ¡Dios te Salve, María...!


Espíritu Santo que hiciste de la Iglesia
signo de salvación para todos los pueblos
para que la obra de Jesús se prolongue
hasta el fin de los siglos,
estimula el corazón de todos nosotros
de manera que nos sintamos enviados
a llevar tu paz y tu bien a todos los hombres.
Ayúdanos a lograr que entre todos
se realice la unidad de tu único pueblo,
que aprendamos a vivir de tu Palabra
y no de nuestros mezquinos intereses,
que valoremos siempre la gracia inagotable
que nos das en los sacramentos,
y que entendamos que un solo espíritu hace una única Iglesia,
una única comunidad y aprendamos a vivir unidos.
Que aprendamos de la entrega amorosa y sin reservas de Jesús,
que María nos haga sentir siempre su presencia maternal,
que sigamos el ejemplo de docilidad a ti
que tuvieron nuestros santos y beatos
y que nunca dejemos de invocarte y celebrar tu presencia.
Amén