martes, 31 de marzo de 2015

Oracion de CONSAGRACIÓN A LA SANGRE DE CRISTO

Señor Jesucristo,
en tu nombre y con el poder de tu Preciosísima Sangre,
sellamos cada persona,
hecho o acontecimiento a través de los cuales
el enemigo nos quiera perjudicar.
Con el poder de la Sangre de Jesús,
sellamos toda potencia destructora en el aire, en la tierra, en el agua,
en el fuego, debajo de la tierra,
en los abismos del infierno y en mundo en el cual hoy nos moveremos.
Con el poder de la Sangre de Jesús,
rompemos toda interferencia y acción del maligno.
Te pedimos, Señor,
que envíes a nuestros hogares y lugares de trabajo
a la Santísima Virgen María acompañada de San Miguel,
San Gabriel, San Rafael y toda su corte de Santos Ángeles.

Consagracion a la sangre de Jesus


Con el poder de la Sangre de Jesús,
lacramos nuestra casa, todos los que la habitan (nombrar a cada uno),
las personas que el Señor enviará a ella,
así como todos los alimentos,
bienes que generosamente nos concede para nuestro sustento.

Con el poder de la Sangre de Jesús,
lacramos tierra, puertas, ventanas, objetos, paredes y pisos,
o aire que respiramos y en fe colocamos un círculo de su Sangre
alrededor de toda nuestra familia.

Con el poder de la Sangre de Jesús,
lacramos los lugares donde vamos a estar en este día y las personas,
empresas e instituciones con las que vamos a tratar.

Con el poder de la Sangre de Jesús,
lacramos nuestro trabajo material y espiritual,
los negocios de nuestra familia, los vehículos, los caminos, 
os aires, las carreteras y cualquier medio de transporte que habremos de utilizar.

Con tu Preciosísima Sangre, lacramos los actos,
las mentes, los corazones de nuestra Patria (se dice el país)
a fin de que tu paz y tu corazón finalmente reinen en ella.

Te agradecemos, Señor, por tu Preciosísima Sangre,
por la cual fuimos salvos y preservados de todo mal.

Clama la sangre de Jesús

Los que claman la sangre de Jesús obtienen la victoria para ellos.


En Éxodo, Dios dio órdenes claras para la salvación de Su pueblo. El mandó señales y castigos, conocidos como “plagas de Egipto”. A pesar de todo eso, el corazón del Faraón no se “ablandó”. Finalmente, el Señor dijo que tendría que exterminar a todos los primogénitos de Egipto pero no quería que ninguno de los hijos de su pueblo fuese exterminado. Por eso mandó que se inmolase un cordero y que su sangre se pase en la puerta de las casas de aquel pueblo.

“El cordero, el cabrito será sin mancha, un macho de un año, que tomareis de las ovejas o de las cabras. Y lo guardareis hasta el décimo cuarto día de este mes, y toda la congregación de Israel lo sacrificará por la tarde. Y tomarán  la sangre y lo pondrán en ambas hombreras y en el marco de la puerta, en las casas donde lo comerán. Y en aquella noche comerán la carne asada en el fuego, con panes ázimos, con hierbas amargas la comerán. Aquella sangre será la señal en las casas donde estén, viendo la sangre pasaré por encima y no habrá entre ustedes plaga de mortalidad, cuando yo hiera la tierra de Egipto“. (Éxodo 12,5-8-13)

sangredJesuscorona

El verbo “inmolar” significa “matar”. Fue así que el Señor pidió. El quería que el pueblo escogiese un cordero sin ninguna mancha, sin ningún defecto, para ser inmolado y toda su sangre derramada.

Hoy, nuestro Cordero es Jesús, y su Sangre fue derramada por nosotros. Necesitamos pasar la Sangre de Jesús en nuestras puertas, casas y principalmente en nuestro corazón para que el ángel exterminador no entre. Fue así que sucedió en la lectura: el exterminador pasó por las casas que habían sido marcadas por la sangre del cordero pero no tocó a los que ahí vivían pues obedecieron al Señor.
En este tiempo de misericordia Dios está dando la gracia de una segunda conversión a aquellos que ya le pertenecieron pero que por mil razones acabaron dejando que su fe se enfríe. Lo más importante es que marquemos nuestra puerta con la Sangre del Cordero. Jesús quiere derramar sobre nosotros Su sangre y nosotros necesitamos saber del poder que eso tiene. El demonio tiene miedo de la sangre de Jesus por eso se aleja de nosotros, así como el angel exterminador.

Necesitamos ser marcados por esa Sangre. ¡Es nuestro derecho! El enemigo no puede tocar nuestra salud y traernos enfermedades. El no tiene el derecho de tocar nuestro matrimonio ni a nuestros hijos. Si él hizo eso es porque hemos sido bobos. El enemigo es como un cachorro. Si lo dejas hacer lo que él quiere, entrará en tu casa, se subirá en las personas y en los muebles.

Buscamos favores con el demonio cuando vamos a adivinos, cuando aceptamos invitaciones para centros espiritistas o buscamos matrimonios y empleos pidiendo ayuda a personas que “leen la suerte” y las cartas. En muchos lugares al demonio se le llama “can”, porque él es realmente como un can (perro) cuando nosotros no usamos autoridad con él.

Una vez bautizados, Jesús ya derramó sobre nosotros Su sangre. Somos una nueva criatura. Jesús ya nos liberó de las garras del demonio, de la esclavitud. Pero nosotros muchas veces no usamos nuestros derechos y dejamos que el enemigo haga un desastre en nuestro matrimonio. Al principio muchos creen normal que el marido “pierdan su cabeza” al traicionar a su esposa pero él fue pecador, fue infiel. Y quien estuvo en medio de todo eso fue el enemigo, siendo que él no tiene el derecho de poner la mano en su matrimonio. ¿No es verdad que lo dejamos entrar?

Si pasaste años en el relajo, dejando que el “cachorro” entre y haga lo que quiere en tu vida, puedes ahora mandarlo lejos. Tu puedes y necesitas asumir la Sangre de Jesús sobre ti, sobre tu vida y sobre tu matrimonio.
La Palabra de Dios dice que si uno de los cónyuges es santo, terminará por santificar al otro. Pide la misericordia del Señor y asume Su autoridad en tu matrimonio, en tu casa. El Señor te quiere librar del enemigo, El quiere darte la gracia de la confesión, de la simplicidad en tu matrimonio. Si te arrepientes de tus errores, haz un acto de contricción y pide perdón del fondo de tu corazón.

En nombre de Jesús, que los espíritus inmundos no tengan ninguna otra autoridad sobre la vida de los casados ni vuelvan a sus casas, porque Jesús es el Señor!
Hombres y mujeres, por amor a Dios y por amor a su familia, hagan una limpieza en su vida!.
Si se equivocaron, ¡arrepiéntanse!
No admitan suciedad en su lecho conyugal.

Oremos:
“Yo renuncio a satanás, a las cosas que el diablo terminó enseñándome. Yo me arrepiento de las cosas que hice y te pido perdón Señor.; Yo acepto la Sangre de Jesús en mi vida y en mi casa. Amén”.


Prédica “La sangre de Jesús en nuestra casa”,
de monseñor Jonas Abib, del 16 de marzo del 2000
fuente Canción Nueva en español.

SI CREES, VERÁS LA GLORIA DE DIOS



SI CREES, VERÁS LA GLORIA DE DIOS
Hay una situación en el Evangelio que nos ayuda a entender esa elección que debemos hacer y el paso en fe que debemos dar. Se trata de aquel pasaje del capítulo 11 del Evangelio de San Juan. Marta y María, apenas supieron que Jesús se acercaba a su aldea, corrieron a su encuentro y, lanzándose a sus pies, se pusieron a llorar y a decir: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto!” (Juan 11,32) También nosotros, sabiendo que para Dios nada es imposible, muchas veces decimos: “Jesús, si hubieses intervenido, ese mal no habría sucedido! ¿Dónde estabas, Señor, mi Dios, cuando clamé por ti? Si hubiese escucha mi oración, mi hijo no habría muerto!”

Otras veces, con esperanza de que él atienda nuestros pedidos somos rápidos en clamar: “Señor, sáname de mi enfermedad! Libérame de esa angustia! Dame un enamorado, concédeme un marido! Jesús, haz que tenga suerte en mis proyectos! Atiende, Señor, este mi deseo para que pueda ser feliz!” Jesús no desprecia esas oraciones, muy por el contrario, él se conmueve con ellas. Dice el Evangelio que ante las lágrimas y, oraciones de María, Jesús quedó tan emocionado que se puso a llorar. El, por lo tanto, no quiere dejarnos esclavos de las lamentaciones, no quiere dejarnos en ese estado de preocupación y tristeza en el que no vemos nada a no ser nuestro dolor y nuestros problemas. Jesús no quiere salvarnos de nuestros problemas sin al mismo tiempo salvarnos de la falta de fe.

Por esa razón, cuando Marta se lamenta y ya no cree que exista una salida para toda aquella situación, Jesús le dice: “Si crees, verás la gloria de Dios”. Pero, más que resucitar a su hermano, Jesús quería resucitar el corazón destrozado por la tristeza. El personalmente le había dicho: “Yo soy la resurrección y la vida”. Jesús quería darle no la solución a un problema, sino algo diferente, que es la solución a todos sus problemas –una fuerza secreta suficientemente poderosa para vencer el mundo y la muerte si fuese preciso.

Marta es colocada delante de una elección y nosotros con ella: ¿insistirá en quedar lamentándose, presa de una situación que no consigue cambiar, o dejará caer por tierra toda melancolía y se llenará de esperanza, confiando en aquel que le dice “verás la manifestación del poder de Dios?” Parece que Marta hizo la elección correcta porque, dice la Palabra de Dios, no solamente ella, sino muchos que estaban allí vieron todo eso y creyeron en Jesús. ¡Feliz elección! ¡Bendito cambio! Marta había ido a Jesús a buscar alivio para su sufrimiento y allí encontró doblemente la vida: vida para su hermano, pero sobretodo la resurrección de su corazón por la fe. Felices aquellos que comenzaron a leer este libro en busca de consuelo y aquí, en estas páginas encontraron la salvación!

También nosotros necesitamos tomar decisiones. ¿Serán nuestras lágrimas un llanto de tristeza y desesperación o serán lágrimas ardientes de quien espera en Jesús porque en él cree? ¿Estamos entre aquellos que se volvieron esclavos de sus lamentos y no consiguen ni quieren liberarse, o entre aquellos que creen que todo concurre para el bien de los que aman a Dios? Estamos todos delante de aquella elección decisiva que hará una verdadera diferencia y cambiará de una vez por todas el rumbo de nuestras vidas.

Ciertamente, el Espíritu Santo ya movió tu corazón a hacer la elección correcta y por eso mismo podemos decir: “Jesús, nosotros creemos en ti! Más que tus favores y beneficios, te queremos a ti, Señor! No nos basta cualquier consuelo, queremos ser llenos del Espíritu Santo y de fe. Queremos ser liberados de todo espíritu de tristeza y de muerte. Antes aún de cualquier cura física, Señor, queremos la resurrección de nuestro corazón por la fe. ¡Ven a liberarnos, Jesús!

Ordena, Señor que sea retirada la piedra que nos mantiene aprisionados en nuestros sepulcros. Ordena que sean desatadas esas fajas de egoísmo que nos amarran a una vida mezquina y no nos dejan preocupar con nada a no ser nuestros intereses particulares. Queremos sí, ser atendidos en todos nuestros pedidos, pero eso de nada sirve si tú, Señor, no nos salvas de la fuente de toda tristeza que se llama pecado. Sálvanos, Señor Jesús! Es a ti que escogemos.

Abandonamos todo rencor, melancolía y lamentación para quedar contigo y contigo permanecer”.

Aún después de haber tomado una decisión y haber hecho nuestra elección puede suceder que una pregunta nos asalte el corazón: “Querido Jesús, ¿cómo es que eso se va a realizar? ¿Cómo pueden los que lloran estar alegres? ¿Será que conseguiremos aguantar? ¿De dónde vendrá esa fuerza que nos hará soportar?”

El cardenal Ives Congar exclama: “…más aún, ¿cuál es esa “fuerza todopoderosa” con la que debemos amarrarnos “en el Señor”, sino la de su Espíritu?!”

El Espíritu Santo es la respuesta.

El es la explicación. Cuando el Espíritu Santo viene a nosotros y nos toca, las cosas ya no son más como antes. Todo cambia. El motivo por el cual ahora, con Jesús, los que lloran reciben alegría y se vuelven felices es el mismo por el cual los apóstoles se llenan de esperanza: el amor de Dios fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. ¿Cómo puede estar triste quien recibió tanto amor? ¿Cómo puede no estar feliz quien tiene certeza de que va a resucitar para reinar con Jesús? Pues de aquellos que hoy lloran es el Reino de los cielos.

¡¿Qué es un sufrimiento pasajero, cuando una eternidad sin sufrimiento y sin dolor nos espera?!

Si realmente quieres saber por qué los que lloran se alegrarán, yo te digo: es porque de ellos es el Reino de los cielos. De hecho está escrito: “Nuestra tribulación presente, momentánea y ligera, nos proporciona un peso eterno de gloria inconmensurable. Porque no miramos las cosas que se ven, y sí las que no se ven. Pues las cosas que se ven son temporales y las que no se ven son eternas” (II Cor 4,17)

Nuestro sufrimiento de hoy puede parecer eterno, pero no lo es. Sin duda alguna él va a pasar porque es momentáneo y ligero. Pero el bien que nos espera no sólo es grande, sino eterno. Y eso es mucho mejor. Al final de cuentas, de qué sirve tener de todo en este mundo y vivir plácidamente, si yo no puedo vivir para siempre? Jesús cuestiona: ¿de qué vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? Pero cuando la gente no cree que el Espíritu Santo tiene el poder de resucitarnos, cuando la gente no consigue creer que él nos hará entrar en la vida eterna, el más pequeño sufrimiento se vuelve insoportable. Todo es difícil para quien perdió la esperanza.

San Simeón, el santo de las lágrimas, decía que no es necesario esperar que el cuerpo muera para experimentar la fuerza de la alegría y el poder de la resurrección del Espíritu Santo. El dice que si quieres podrás experimentarlo ahora!

“Es por el Espíritu Santo que se produce la resurrección de todos. Y no estoy hablando de la resurrección final de los cuerpos… sino de aquella que sucede todos los días, de las almas muertas, regeneración y resurrección espiritual”. Si la resurrección del cuerpo está guardada para el último día, existe una resurrección que Dios quiere dar ahora, es la resurrección del corazón. Entonces Simeón insistía: “Si, les suplico que nos esforcemos, mientras todavía vivimos en esta vida, en ver y contemplar a Dios, porque si fuimos juzgados dignos de verlo aquí abajo sensiblemente, no moriremos, la muerte no tendrá dominio sobre nosotros. No, no esperemos la vida futura para verlo, sino desde ahora luchemos para contemplarlo”.

Quien tiene certeza de que Jesús venció a la muerte nunca queda triste, nunca queda de mal humor. Sabe que no morimos y que la muerte no tiene más dominio sobre nosotros. Si llora… llora confiado… llora en oración y tiene confianza de que Dios lo atenderá.

Cierta vez, tuve un sueño. Veía una gran cruz, y del medio de ella brotaba un agua limpia, cristalina y refrescante. El agua vertía con fuerza y borbotaba. Su barullo era como las voces de muchas oraciones. Las personas iban llegando a la fuente. Ellas venían de todos lados. Se veía en su semblante que estaban abatidas por el sufrimiento. Algunas hasta se arrastraban.

Pero, entonces, cuando llegaban hasta el agua, lavaban sus rostros y bebían. De repente poníanse de pie, se llenaban de una fuerza y de una alegría tan grande que cantaban. Muchos que ya habían bebido y se lavaban buscaban baldes y tinajas, jarras y tazas y corrían para llevar a los que estaban distantes. Varios de los que estaban postrados, pesados y llenos de disgustos se levantaron rápidamente para llevar de esa agua a las personas de su familia que habían quedado en sus casas. Donde el agua salpicaba, todo volvía a la vida.

Estaban todos encharcados cuando, encima de ellos un ángel gritó: “Es el Espíritu de Dios. Quien tiene sed venga y reciba de gracia del agua viva que resucita y hace vivir” Los que oyeron se abrazaban entre lágrimas y repetían unos a otros aquello que el ángel había dicho.

¿Qué gracia es esa capaz de realizar tan feliz cambio?
Es el Espíritu Santo.
Permíteme gritarte lo mismo que el ángel gritaba: “Es el Espíritu de Dios. Quien tiene sed venga y reciba de gracia del agua viva que resucita y hace vivir”.
Esa es la palabra que enjuga toda lágrima, Él es el Espíritu que consuela, solo él puede verdaderamente confortar en el dolor: porque conforta curando y reanima salvando. Esa es el agua que Dios quiere darme a mí y a ti.
Ella es la garantía de que nuestras lágrimas no son en vano.
Lavemos en ella nuestros ojos llorosos. Bebamos de esa fuente.
¡Sí! Debemos beber, sino también es necesario llevar esa agua, esa fuerza, esa vida con nosotros a nuestras casas, a nuestros vecinos, a los trabajos y donde fuésemos, a fin de dar alegría a quien no la tiene. Si alguien pregunta: “¿Qué descubriste de nuevo en éste libro que estás leyendo? ¿Qué hay de maravilloso en este “Don de lágrimas”?, responde simplemente: “Descubrí la felicidad. Descubrí que si lloro por causa de Dios, Dios mismo convertirá mi llanto en victoria. Descubrí que Dios recoge todas las lágrimas y que mi sufrimiento no tendrá comparación con la alegría que me espera.”

Podemos rezar con la palabra de Dios porque, hoy, ésta es también nuestra oración: “Vos recogiste mis lágrimas en tus odres; ¿no está todo escrito en tu libro? Siempre que me invoques, tus enemigos retrocederán: bien sé que Dios está conmigo. Es en Dios, cuya promesa proclamo, es en Dios que pongo mi esperanza; nada temo: ¿qué mal me puede hacer un ser de carne? Los votos que hice, Oh Dios, debo cumplirlos; te ofreceré un sacrificio de alabanza, porque de la muerte libraste mi vida, y de la caída preservaste mis pies, para que ande en la presencia de Dios, en la luz de los vivos” Is 55,9-14

Dios no solo recogió cada una de nuestras lágrimas, sino que abrió las puertas del cielo. El pueblo escogido ha descubierto, en el correr de su historia, que Dios no resiste nuestras lágrimas. Un libro que cuenta un poco de esa experiencia afirma: “lo que guardan las puertas del Cielo las abren para admitir esas lágrimas derramadas durante la oración y colocarlas delante del Santo Rey, ya que Dios participa de las penas del hombre”. Afirma que el cielo siente por la tierra, valle de lágrimas, lo mismo que un hombre siente por una mujer. “Cuando el Rey se aproxima de la Señora y la encuentra triste, le concede todo lo que ella desea. Y, como su tristeza es reflejo de la del hombre, Dios se compadece. Feliz es el hombre que llora mientras está orando! Cada una de las puertas del Cielo se abre a la oración: Oh, Señor, abre tú mis labios y mi boca proclamará tu alabanza! Es por medio de esa oración que nosotros obtenemos hijos, los medios para subsistir y la propia vida” (O. Zohar)

Es feliz todo aquel que descubrió que el dinero no compra las cosas que realmente tienen valor. Las cosas más preciosas de la vida solo Dios puede conceder, y el la da a quien clama en oración.

Feliz el hombre que llora mientras está orando, porque cada una de las puertas del cielo se abre para que entre su oración.

Cuando el mundo te desafía y, con insolencia se burla de tus lágrimas preguntando: ¿Dónde está tu Dios?, cuando sin ningún escrúpulo insinúa que de nada sirve tu llanto y tus oraciones, ofreciendo enseguida sus respuestas fáciles, y sus consuelos vacíos, agárrate de tu fe y repite para ti mismo porque es verdad: “Puedo hasta sufrir y llorar mientras el mundo ríe; pero coraje, alma mía, coraje! Porque aquel para quien todo es posible no fallará y él prometió: tu tristeza se ha de transformar en alegría (Juan 16.20)

Más vale esperar en la verdad que ilusionarme en una alegría de apariencias”.
Sin miedo, dile al mundo: “Tú no me engañas más. Conozco tus falsas alegrías. También yo fui víctima de tus ilusiones. Pero, ahora, estoy un paso al frente, pues mientras conozco (-porque ya lo experimenté-) tu alegría pasajera, tu no conoces la alegría que Dios me da. Es alegría en las tribulaciones y después de las tribulaciones. Es alegría que no pasa.
Mundo, yo conozco la fuerza que actúa en vos, pero vos no conocés la fuerza que actúa en mi. Y mayor es lo que está en mi que aquello que está en ti, oh mundo! (cfr. 1 Jn 4,4)
Entre tú y yo, apenas uno de nosotros es el tonto, y créeme; no soy yo”

Marcio Mendes
Libro: “O dom das lágrimas”
Editorial Canção Nova.
Adaptación del original en portugués

SANACIÓN DE LAS HERIDAS EMOCIONALES



A
ntes que nada, primero busca un lugar tranquilo, cómodo, donde puedas tener un momento de silencio. Ponte en la presencia de Dios invocando a la Santísima Trinidad en la Señal de la Cruz (3 veces): "Padre, Hijo y Espíritu Santo en mi mente. Padre, Hijo y Espíritu Santo en mi Boca. Padre, Hijo y Espíritu Santo en mi corazón"

Ahora es el momento de pedir perdón a Dios por todos tus pecados. Clama al Señor pidiendo para ti, en el nombre de Jesús, la asistencia del Espíritu Santo. Que no haya duda en tu interior, en tu mente, en tu alma, en tu corazón; acerca de la presencia de Jesús Vivo y de su poder sanador hoy.

Inicio de la Oración

Padre Eterno, en el Nombre de tu Hijo Jesucristo me presento delante de ti. Con tu Santo Espíritu, con su Divina Luz ilumíname y descubre Señor las heridas que hay en mi corazón, sáname Señor, en el Nombre de Jesús.

Señor Jesús, que tu misericordia me invada, te doy gracias por mi existencia, tu me haz creado, dígnate Señor acompañarme en el itinerario de mi vida, hoy, desde el comienzo de mi concepción hasta el momento presente.

Sáname Señor de toda herida que haya alcanzado mi corazón emocional, que haya afectado mi sensibilidad, mi memoria, mi imaginación, mi voluntad, mi alma, mi cuerpo, mi ser; libérame de toda atadura, de toda cadena que me tenga esclavo.

Deseo ser libre, Padre Eterno, por tu Santo Espíritu, para poder entregarme alegremente a tu servicio y para ayudar a mis hermanos.

Jesús mi Señor: para Gloria del Padre Eterno, yo me entrego completamente a ti, en mente, cuerpo, alma, espíritu y corazón, con todos mis sentidos, con todo mi ser, con todo lo que soy, con todo lo que hago, con todo lo que tengo, tuyo soy, te pertenezco.

Señor Jesucristo, Tú eres el Hijo de Dios, nacido de la Virgen María; gracias porque entregaste tu vida en la Cruz, y con tu Sangre nos rescataste; haz resucitado y vives con nosotros y quieres llevarnos a tu Gloria Eterna.

Dios de Misericordia y de Bondad, eres Dios de Perdón, porque eres el Amor, te pido perdón por todos mis pecados, de todo corazón.

Padre Eterno por el poder de tu Hijo Jesús, por su Nombre, por su Sangre Redentora y por su Santa Cruz, por el poder de tu Santo Espíritu, por las Heridas de sus manos, de sus pies y de su costado; por la agonía de Cristo en el huerto y en la Cruz, por el Dolor emocional que Cristo padeció viendo el sufrimiento de su Santísima Madre.

Yo te pido Señor, libérame y sáname en las profundidades de mi ser, hasta mis raíces.

Libérame y sáname de todo el mal que hay en mí y que Tú conoces Señor, libera mi inconsciente, libera mi subconsciente, libera mi conciencia, de todo aquello que me haya podido herir, en mi amor, voluntaria o involuntariamente.

Libérame y sana mi espíritu de todo sentimiento egoísta.

Libérame y sana mi espíritu de todo orgullo de autosuficiencia, de juicios temerarios.

Libérame y sana mi memoria Señor; libera y sana mi memoria del recuerdo doloroso, de la historia de todo aquello que ha causado aflicción en mi alma.

Libérame y sáname Señor, de toda duda acerca de tu Amor, de lo que me hace dudar de tu bondad, de tu misericordia con la cual me perdonas.

Libérame y sana mi voluntad, de toda debilidad; Ayúdame Señor a renunciar a lo que sea necesario para poder hacer el bien y rechazar el mal.

Libera mi corazón y sánalo de toda ansiedad, de toda angustia, de todo miedo, temor, de toda fobia que me mantiene encerrado, que me aprisiona.

Ayúdame y libera en mi, Señor, la capacidad para perdonar. A quienes me han hecho daño, consciente o inconscientemente, les perdono de corazón por siempre y sin condición, en el Nombre de Jesús nuestro Señor.

Señor Jesús visita a quienes yo he ofendido; a quienes yo he herido, visítales con Tu Santo Espíritu; a quienes herí con palabras, con gestos, con actos, con ofensas, toca sus corazones y sánales; libérales, para que ellos también me puedan perdonar.

Padre Eterno, sáname y libérame de todo aquello que me ata, por no haberme aceptado así como soy, como nací: con mi sexo y mis rasgos físicos, con mis debilidades, con mis incapacidades, con mi carácter, con mi temperamento, con mi cobardía.

Te doy gracias Señor, por la liberación y sanación que tu me das ahora; gracias por tu Amor, yo se que Tú estas aquí, que haz tocado mi ser; Yo creo en tus promesas Jesús, son verdaderas; haz dicho “Todo lo que pidan al Padre, en mi Nombre, sea lo que fuere, yo lo haré”. En ti confío Padre Eterno, en ti confío Jesús y Espíritu Santo, te alabo Trinidad Santa, te exalto eternamente.

Y a ti, María Santísima, Madre Celestial, gracias, por ser mi Madre intercesora, mi compañía. Alcánzame de Jesús, las misericordias del Cielo.
Amén.

APRENDE A LIDIAR CON LA CÓLERA

La irritación puede convertirse en un veneno para el alma
Yo quiero resaltar dos partes opuestas, pero que tienen una fuerte lección para nosotros. Pienso que es lo que el Señor está queriendo decirnos. Por un lado, aquello que Jesús leyó en el libro del profeta Isaías, en la Sinagoga de Nazaret:
“El Espíritu del Señor reposa sobre mí” (Isaias 61). Suelo decir que esta palabra "reposar" es la misma usada al comienzo de la Biblia, en el libro de Génesis: “El Espíritu Santo se movía sobre las aguas”. Todo era un caos al comienzo de la Biblia, pero el Espíritu se movía sobre el. De ese "caos", se  produjo la belleza, el orden y la vida.

“El que dice: Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (1 Jn 4,20). Si tu, que amas a Dios y le sirves, si eres un consagrado, pero no amas a tu hermano, entonces eres un mentiroso. Yo diría: bien hecho porque, en el fondo, mereces esta palabra.

Tu te irritas con las personas, aún con aquellos que conviven contigo. ¿Y quien de nosotros está libre de tener personas que hagan cosas que nos irritan? Existen muchas cosas que nos irritan, y muchas personas también. Entonces, comenzamos a “chocar” con la “irritación”, luego viene el odio. Te advierto: el amor atrae y une,  pero la irritación es lo contrario. No quieres saber de aquella persona, aunque sea tu padre o tu hija, porque ella te molesta.

¿Por qué los hijos, muchas veces, se enojan con sus padres? Viene de estas irritaciones. Hablo también a los hijos y a nosotros mismos, que también tuvimos padre y madre. Tal vez tienes padres que ya murieron, pero estás cultivando la decepción con aquello que ellos dijeron. ¿Quien de nosotros nunca desobedeció a su padre y madre? Desgraciadamente, muchos de nosotros tenemos o tuvimos, padres y madres irresponsables, brutos; padre infiel, que se prostituía Yo sé que la decepción duele, y aquello que padre y madre hicieron, hiere mucho.

Aprenda a lidiar con la irritación 1

Mi hija, mi hijo, no cultives este sentimiento malo que nace en ti. Este sentimiento es un “huevo de cobra” y te envenenará, va envenenar cada vez más tu relación con papá y mamá.

¿Eres padre?  Date cuenta como tus hijos son rebeldes. Muchas veces por cosas que tu hiciste, irritaste a tus hijos. ¡Puede ser que tu no hayas sido irresponsable, ni bruto, pero quien de nosotros no hace cosas que no agradan las personas principalmente a los adolescentes!

Existen también los adolescentes que “todo les cansa”, que se aburren con cualquier cosa. Los hijos cultivan este sentimiento, porque los padres no les dan la libertad que quieren o no los dejan estar con los amigos; y eso hace nacer un sentimiento malo dentro de ellos.
Lo que hablé sobre padres e hijos, puedo decirlo sobre marido y mujer. ¿Que marido y cual esposa no se decepcionan? Y si están cultivando cosas que se dijeron años atrás, están cultivando “huevos de cobra”. Hoy, ya no es solo una cobra, sino una serpiente que está en la cama junto contigo. Y, sin darse cuenta, hasta se acostumbran a ello.

En la Carta a los Efesios, 4,26-27 leemos: “Si se enojan, no se dejen arrastrar al pecado ni permitan que la noche los sorprenda enojados, dando así ocasión al demonio”

Existe cosas que se mezclan en nosotros y nos encolerizan. San Pablo, por ejemplo, era muy colérico. Tal vez tu también seas colérico, pero si permaneces con este sentimiento,  estarás durmiendo con “huevos de cobras”.

Es el momento de entrar en razón y basarse en la Palabra de Dios, no en el mundo. El pecado original, que está en nosotros, es un nido muy bien preparado y caliente como una incubadora, que tiene el calor suficiente para incubar los huevos. Todos nosotros somos así, si no tenemos cuidado, pronto estaremos poniendo “huevos de serpiente” en medio de nosotros. Por eso, necesitamos combatir este mal; necesitamos amar y luchar contra esta serpiente. No dejes que crezcan serpientes en tu vida.

Predicación: ‘El sentimiento de adolescente’, de Monseñor Jonas Abib, en 6 de enero de 2005.

ASUMAMOS EL PERDÓN DE JESÚS

En esta Semana, somos perdonados, liberados y sanados gracias a las llagas de Cristo,
a Su sangre y a Su cruz

Nuestro Señor Jesucristo sabe que el pecado original nos daño, haciéndonos equivocar muchas veces. Nos gustaría habernos equivocado, que nada hubiese acontecido, pero sucedió. Por eso, fue suficiente, un deseo, un pedido de Jesús – “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” – para que podamos ser salvos. Esta es una verdad teológica.

Jesús, sin embargo, quiere dar una mayor grandeza al evento, para que también tuviera la visión palpable de que Él pagó un alto precio por nuestros pecados. Nuestros adversario no puede exigir nada de nosotros.

El Señor conoce nuestra fragilidad, Él sabe que erramos mucho. Por amor, no queremos pecar, una vez que Jesús fue tan bueno con nosotros; sin embargo, cuando fallamos y cometemos una infracción, no tenemos que recibir acusaciones del enemigo, tampoco de nuestra propia conciencia. Tenemos que asumir el perdón de Cristo.

¿Pero como se hace eso? Reconociendo, verdaderamente, que hemos pecado; buscando el sacramento de la confesión; y no actuando como avestruces que ocultan la cabeza en el suelo. No tengamos miedo de mirar para Dios y sacar nuestros ojos del pecado.

Mons. Jonas Abib
fundador Comunidad Canción Nueva
Mensaje del día -  Adaptación del original en português.

RESONAR DE LA PALABRA - 31 03 2015


Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (49,1-6)
 Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.» Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas», en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios. Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel –tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza–: «Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.»
Palabra de Dios

Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (13,21-33.36-38)
En aquel tiempo, Jesús, profundamente conmovido, dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús tanto amaba, estaba reclinado a la mesa junto a su pecho. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?»
Le contestó Jesús: «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado.»
Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás.
Entonces Jesús le dijo: «Lo que tienes que hacer hazlo en seguida.»
Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: "Donde yo voy, vosotros no podéis ir."»
Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?»
Jesús le respondió: «Adonde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde.»
Pedro replicó: «Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti.»
Jesús le contestó: «¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces.»

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio de hoy martes, 31 de marzo de 2015
Queridos amigos:

En este Martes Santo, el evangelio nos ayuda a profundizar en el polo del resentimiento, que ayer apareció insinuado. Este polo está representado pordos personajes conocidos: Judas (Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado) y, en un grado diferente, Simón Pedro (¿Con que darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces).

Lo que más me impresiona del relato es comprobar que la traición se fragua en el círculo de los íntimos, de aquellos que han tenido acceso al corazón del Maestro. Me he detenido en estas palabras: "Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar".

Es muy probable que los que os asomáis diariamente o de vez en cuando a esta sección os consideréis seguidores de Jesús. La Palabra nos va ofreciendo cada día muchas pequeñas luces para ir descubriendo diversos aspectos del seguimiento. Hoy nos confronta con nuestras traiciones.

La palabra “traición” es muy dura. Apenas la usamos en nuestro vocabulario. Hemos buscado eufemismos como debilidad, error, distancia, etc. Pero ninguna de estas palabras tiene la fuerza del término original. Hablar de traición supone hacer referencia a una relación de amor y fidelidad frustrada. Sólo se traiciona lo que se ama. ¿Estaremos nosotros traicionando a Jesús a quien queremos amar?

  • Lo traicionamos cuando abusamos de promesas que no vienen refrendadas por nuestra vida.
  • Lo traicionamos cuando, en medio de nuestros intereses, no tenemos tiempo para “perderlo” gratuitamente con él.
  • Lo traicionamos cuando le hacemos decir cosas que son sólo proyección de nuestros deseos o mezquindades.
  • Lo traicionamos cuando volvemos la espalda a los “rostros difíciles” en los que él se nos manifiesta.
  • Lo traicionamos cuando lo convertimos en un objeto más al alcance de nuestros caprichos.
  • Lo traicionamos cuando damos por supuesta su amistad y no lo buscamos cada día.
  • Lo traicionamos cuando repetimos mucho su nombre pero no estamos dispuestos a dejarnos transformar por él.
Dejemos que este Martes Santo su mirada nos ayude a descubrir nuestras sombras.

lunes, 30 de marzo de 2015

¡Buen día, Espíritu Santo!

¡Buen día, Espíritu Santo!
La mañana me revela que sin Tu sustento nada existe,
nada revive, nada nace;
nada alcanza plenitud, ni sentido;
nada adquiere color, ni tiene sabor...
Porque eres Aquel que rescata de la nada
y lo elevas al "Todo"
allí donde es posible gritar que vale la pena la lucha, el esfuerzo,
y descubrir que para Ti soy mucho más que un amigo.
Condúceme, guíame, resguárdame.
Amén!


LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE JESÚS

(JPG)
Las últimas palabras de Jesús
Bonifacio Fernandez, cmf


Esta breve reflexión trata de enfocar las dos celebraciones que siguen en el contexto global de Jesús. Son las últimas palabras de aquél que es quien tiene la palabra última. De ellas puede descubrirse lo que significa la cruz

Para los seguidores de Jesús, las palabras de su maestro son palabras últimas. Tienen autoridad. Son palabras nuevas. Señalan el cumplimiento de las promesas y de los sueños profundos del corazón humano. Se presentan como palabras de la ultimidad humana y so­bre la ultimidad de los sueños de Dios para el mundo. Por eso son palabras inagotables. Las discípulos las perciben como palabras de vida eterna. De ellas se puede vivir por largo tiempo, en ellas se puede explorar el propio miste­rio y el misterio del mundo.


PALABRAS ÚLTIMAS Y ÚLTIMAS PALABRAS
Mientras Jesús va recorriendo las estaciones y etapas de su historia, sus gestos y sus palabras están impregna­dos de provisionalidad. Son palabras decisivas dichas al hilo de los aconteci­mientos: explican, insinúan, consuelan, prometen. Están pendientes del futuro, como pendiente está el que las profie­re. Esperan la confirmación del tiempo y la ratificación de los acontecimientos.

Todos los gestos, prácticas y pala­bras de Jesús están inscritas en la histo­ria, cuya tendencia es caminar hacia un punto final. Son palabras de vida y libertad dichas en el camino hacia la muerte. Las palabras últimas de Jesús se van convirtiendo en sus últimas pala­bras. El espacio de la provisionalidad histórica se va acotando. El grupo de personas que acogen la palabra y la cumplen se restringe. Todo se va vol­viendo más cerrado y conflictivo.

Es cierto. En la situación postrera en la que se encuentra Jesús todas sus pa­labras se densifican. Adquieren color definitivo; se van impregnando del sa­bor existencial del final, de la despedida que se avecina. Son palabras al bor­de de la muerte. Tienen todo la intensi­dad y el vigor de un testamento exis­tencial confiado a la memoria de nues­tro corazón. Son la memoria de un amor liberador, cuyo final es el recha­zo, la persecución y la crucifixión.

Precisamente por este carácter de últimas palabras de Jesús en el trance de la muerte el pueblo de Dios ha puesto en ellas un énfasis especial. En la piedad popular se ha explicado y contemplado el sentido especial de las últimas palabras de Jesús en la cruz. Se suelen mencionar siete palabras. Como expresiones singularmente vigorosas del final histórico de Jesús han suscita­do las más variadas respuestas. Han da­do motivo e inspiración a múltiples ser­mones, meditaciones, representacio­nes, celebraciones.


PALABRAS DE JESÚS

Para una contemplación adecuada de sus últimas palabras es menester te­ner en cuenta que la situación de con­flicto mortal en que se encuentra Jesús es consecuencia de su vida. No es un hecho aislado de sus actitudes y de sus gestos, de sus provocaciones y opcio­nes. La situación de conflicto mortal es el final de su historia conflictiva, cuya motor principal es la pasión por el rei­no de Dios.
PALABRAS DE CADA EVANGELISTA
Las palabras de Jesús en su pasión son palabras evangélicas. En el uso pastoral se corre el peligro de sacarlas del contexto de cada uno de los evan­gelistas y tratar de armonizarlas en una única secuencia. Ello resulta particular­mente difícil al determinar las palabras que realmente articulan el último grito de Jesús, puesto que cada uno de los evangelistas nos narra palabras distintas de Jesús.

El actual conocimiento de los evan­gelios nos muestra que cada de uno de ellos nos hace una presentación distin­ta de Jesús poniendo de relieve las di­mensiones que más interesan a su co­munidad. Los relatos de la pasión y muerte de Jesús no son una excepción. Cada autor ha seleccionado y organiza­do los hechos y las palabras de Jesús atendiendo a su presentación global de la persona y la misión de Jesús.

Las últimas palabras de Jesús no son una excepción a esa regla. Por eso en una contemplación exegéticamente rigurosa hay que tener en cuenta el contexto literario y teológico de cada evangelista. No es buena la armonización. Las últimas palabras de Jesús eo­lio las anteriores son interpretadas por cada evangelista en función de su cristología.

El relato de Marcos acentúa la plena desolación de Jesús. El grito de abandono lo refleja. Pero no sólo él. Marcos resalta las burlas, la antipatía de todos los que intervienen en la pasión: los que pasan (Mt 15 29-30), el sumo sacerdote y los escribas (Mc 15, 31-32), los otros crucifi­cados con él (Mt 15,32). Los dicípulos han huido. Jesús crucificado no tiene compañía. Muere en el aislamiento. Siguiendo su presentación teológica de Jesús, Marcos juega con la paradoja de la relación y ocultamiento de Jesús y la correspondiente de ver y creer. Es una enorme ironía que los asistentes están viendo la verdad del Jesús rey de los judíos, lo tienen an­te sus ojos y no lo ven ni lo creen.

Lucas, en cambio, ve en el Jesús de la pasión y de la cruz la compasión. Je­sús perdona a todos, confía en Dios, muere pacíficamente. Jesús ora al Pa­dre, no simplemente a Dios; Jesús ha­bla, no grita. Lucas acentúa la inocen­cia y la justicia de Jesús. Jesús es el jus­to sufriente y, sin embargo, sereno.

ESCUCHA SINCRÓNICA
Escuchar las últimas palabras de Je­sús en la cruz sólo puede hacerse de forma sincrónica, es de­cir, escuchando en ellas simultáneamente nues­tra propia pasión, la pa­sión de los crucificados de la tierra y la pasión de Dios. La cruz del presente y la cruz del seguimien­to es la que nos abre los ojos y nos capacita para escuchar el sentido de la cruz de Cristo que ex­presan las palabras de Jesús. Sólo desde la experiencia de la pasión y crucifixión de los hijos de Dios en la actualidad se puede sintoni­zar con el movimiento interior de la pasión de Cristo en la cruz y con el sig­nificado que expresan sus palabras.

La pasión y crucifixión de Cristo, por su parte, es realmente comprensi­ble sólo como pasión del Mesías de Dios; en Jesús no es sólo un individuo humano el que está en juego; es la es­peranza mesiánica. Por consiguiente es la relación de Dios con el mundo la que está implicada en la crucifixión de Jesús, el Mesías. De hecho, el silencio de Dios en la crucifixión puede ser in­terpretado como ausencia y abandono, incluso como rechazo y maldición por parte de Dios. La resurrección del cru­cificado nos manifiesta que es su justi­cia y su amor lo que se realiza y revela en la crucifixión de Jesús de Nazaret. El silencio no era abandono y ausencia. Era la máxima expresión del amor fiel y entrañable del Padre.

La resurrección da nuevo vigor a las palabras del crucificado. Nosotros las celebramos y escuchamos como interpelación.

ORACIÓN PARA MARTES SANTO

Martes Santo. Oraciones para Semana Santa

Francis Pastor, cmf 
Por la mañana
Que pueda quitarme de encima lo que me estorba y el pecado que me ata, para correr en la carrera que me toca, sin rendirme, sin abandonar, fijos los ojos en ti, Jesús que ya has corrido, y que inicias y completas nuestra fe. Tú mismo, renunciando al gozo inmediato que siempre el mundo ofrece, soportaste con entereza la cruz, sin importante la ignominia y el desprecio de los importantes. Que no me canse yo ni pierda el ánimo; todavía no he llegado a la sangre en mi pelea contra el pecado. Acepto con gusto la corrección que me viene de ti, Padre Dios, aunque me duela, porque lo único que pretendes regalarme, como fruto de mi conversión, es una vida resucitada, semejante a la de tu Hijo. Fortalece, Señor, mis manos débiles y haz fuertes mis rodillas vacilantes, para que camine seguro por tu senda.
Quiero imitarte, Jesucristo, para poder llegar y vivir en la familiaridad con Dios, tu Padre y nuestro Padre. Corta con mi vida anterior, radicalmente, para que sea posible en mi el comienzo de una vida nueva. Ayúdame a poner entre lo anterior y lo que viene una muerte necesaria. Que las aguas del bautismo, en las que Tú mismo quieres bautizarte: las aguas de tu sangre, sepulten mi cuerpo de pecado y despojen mi vida de los bajos instintos y de todas las obras de la carne; para emerger después -como Tú-de esas mismas aguas como si me levantara de la muerte, lavado y purificado, resucitado, convertido en espiga de mil granos.
Por la noche
Nos has comprado, Señor, con tu sangre, de toda raza, lengua, pueblo y nación: Conduce a tu Iglesia, que es tu pueblo nuevo, conduce a la humanidad entera a esa Pascua tuya de la vida. Atravesado por la lanza de un anónimo soldado, sabes ahora, supiste siempre sanar nuestras heridas. Y si para hacernos saber que Tú sí perdonabas, te dejaste clavar en una cruz, perdona otra vez a aquella adúltera, rota, sola, despreciada pero arrepentida; perdona de nuevo a aquel publicano del templo de ojos casi en la tierra, suplicando; perdona otra vez a aquel Zaqueo, tan bajito él pero que tanto había robado; perdona otra vez al ladrón que muere a tu costado; perdona a los que durante tu agonía se burlaron de ti y blasfemaron... Perdónalos, porque de todos ellos hay mucho en cada uno de nosotros. Y si les perdonaste a ellos, fue para decirnos que también a nosotros quieres perdonarnos.
fuente original Ciudad Redonda

ORACIÓN DE LUNES SANTO - noche

Por la noche
En aquellos días primeros, recién iluminados,
los cristianos, los discípulos de Jesús soportaban combates y sufrimientos;

se exponían públicamente a insultos y tormentos,
o se hacían solidarios de los que así eran tratados.
Compartían el sufrimiento de los encarcelados,
aceptaban con alegría que les confiscaran los bienes,
convencidos que tenían bienes mejores y permanentes.
Hoy quizás, ¡seguro!, nos falta constancia para cumplir la voluntad de Dios.
No vivimos tan intensamente de fe;
nos acobardamos con frecuencia.
Que el Señor nos conceda esa fe que nos haga gente decidida,
que nunca se echa atrás (cf. Hb 10,35-39).
Que realmente seamos valientes hasta la sangre,
para cumplir tu voluntad, Padre Dios.
Levanta nuestra débil esperanza; 
 con la fuerza de la pasión de tu Hijo protege nuestra fragilidad,
fragilidad de humanos pequeñitos y cobardes.

LO MEJOR DE NOSOTROS A LOS PIES DE JESUS

Entreguemos a los pies de Jesús lo mejor de nosotros
¡No ofrezcamos a Dios nuestras sobras y migajas.
Entreguemos a los pies de Jesús siempre lo mejor de nosotros,
de nuestro corazón, de nuestra alma y lo que tenemos y somos!

Entreguemos a los pies de Jesús lo mejor de nosotros 1

“María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume” (Jn 12,3).
Amados hermanos y hermanas, en esta semana tan santa, Semana Mayor del misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección glorioso de Jesús, queremos comenzar a los pies del Maestro. Él que estaba seis días antes de Su Pascua en la casa de Marta, de María y de Lázaro, sus amigos.
Tu vas recordar que María siempre se pone a los pies del Maestro para escucharlo y, en aquel momento, también para ungirlo y darle el verdadero culto. Sin embargo, a menudo pareció un gesto escandaloso, porque el perfume de nardo, puro y muy caro, utilizado por María, podría haber sido utilizado para otra cosa. Sin embargo para el Señor se utiliza y siempre se da lo mejor: ¡lo mejor de nosotros, de nuestro corazón, de nuestra alma, de lo que tenemos y somos! No vayamos hasta Dios con nuestras sobras y migajas; llevemos a los pies del Señor aquello que somos y tenemos: nuestra vida y nuestro corazón.
¡No es tiempo para entregar a Dios lo que sobra, es lo mejor de nuestro tiempo, es lo mejor de de nosotros, lo que debemos dar, es calidad de encuentro! Lo que necesitamos es estar a los pies del Señor, adorándolo, glorificando, exaltando, sufriendo con Él y caminando con Él hacia a Jerusalén, Y en Su Pasión y Muerte, adorando su cuerpo, aún desfigurado, porque Jesús desfigurado es el mismo Jesús glorioso.
¡Por eso hoy queremos ponernos a los pies del Maestro para darle lo mejor de nosotros! Cuando Él nació los reyes magos ofrecieron oro, incienso y mirra. Ahora que Él esta a punto de morir está María a Sus pies dándole el mejor perfume, porque para Dios toda la dignidad, toda la riqueza y toda la belleza para el culto de Aquel que es nuestro Dios.
¡Nosotros adoramos al Señor, le exaltamos, glorificamos y bendecimos!
Sin embargo, no puede haber contraste entre el Cristo, de quien nosotros cuidamos en las capillas, en los altares, en nuestras iglesias y en las ropas litúrgicas, y el Cristo que sufre en las calles, en las puertas de nuestras casas y donde nosotros vivimos. Como dijo el Señor, los pobres siempre los tendremos en el medio de nosotros (cf. Juan 12,8), porque cada pobre es el rostro de Cristo desfigurado.
Cuidemos de Cristo que esta en nuestras iglesias y entre nosotros en los altares. Y también de Cristo que está entre nosotros, en nuestro hermanos, sobretodo, especialmente los más pobres sufridos y más necesitados.
¡Cristo quiere ser honrado con nuestra adoración en el altar; del mismo modo, Él quiere ser cuidado en la persona de aquellos que más sufren y necesitan de Su amor, de Su bondad y de nuestra solidaridad humana!
¡Dios te bendiga!

Padre Roger Araujo
Sacerdote de la Comunidad Canción Nueva

BETANIA, una opción para atrevidos

Betania (Lunes Santo)

Angel Moreno
Lunes Santo
(Is 42, 1-7; Sal 26; Jn 12,1-11)
Betania
Señor, cuando se cierne la noche, y tu mente presiente el momento más oscuro y recio de tu vida, quiero ser Betania para ti, quiero ser tu amigo, hombro en el que desahogues el alma;  no te dé pudor manifestar el agobio y la tristeza que te embargan.
Siempre me llama la atención que la liturgia escoge el texto evangélico en el que, antes de los días de tu Pasión, te sitúa en la casa de tus amigos. Como si quisiera decirnos la necesidad que siente tu corazón de un espacio acogedor, gratuito. “Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa” (Jn 12, 1-2).
Sé que también llamas a mi puerta, y aguardas a que te abra, sentado al relente de la noche, en espera paciente; si acierto a abrirte, sé que entrarás y cenarás conmigo. Y me viene a la memoria que pediste a tus íntimos que te acompañaran al Huerto de los Olivos.
Aunque no sepa, Señor, estar a la altura de las circunstancias, aunque no sepa responder a tu invitación de la manera que corresponde, ojalá mi intención sincera te ayude a sentir lo que dice el salmista: “Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo” (Sal 26), porque te sabes amado, acompañado y seguido.
No quiero ser pretencioso, y bien conoces lo profundo de mi corazón. No te puedo engañar. Es posible que mi respuesta sea semejante a la del apóstol que sacó su espada en tu defensa, y después te llegó a negar. Pero por el miedo de serte infiel, no quiero privarme de decirte, al comienzo de la Semana Santa, que puedes entrar en mi casa y gozar en lo posible de mi deseo sincero de corresponder a tanta amistad y misericordia como has tenido conmigo siempre.
Tú sabes que no me fío mucho de mis sentimientos,  y menos si contemplo las escenas evangélicas en las que se describe el clamor entusiasta de los que te aplaudieron el Domingo de Ramos, y después gritaron tu condena. Señor, no permitas que te traicione. Mi confianza está en tu declaración: “Vosotros sois mis amigos”. Acepta hoy mi ofrecimiento.
Santa Teresa de Jesús
Es apotegma teresiano el saber conciliar acción y oración: “En fin, andan juntas Marta y María” (Relaciones 5, 5). Lema permanente, y también para estos días santos.
Nunca imaginaríamos que la recomendación que hace la maestra de oración de aunar la figura de Marta, la hacendosa, con la de María, la contemplativa, la íbamos a encontrar en las más altas moradas: “Creedme, que Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer” (Moradas VII, 4, 12).
¿Te atreves a ser estos días Betania para Jesús, y para quienes nos lo hacen más presente, los que sufren?

Buen día, Espíritu Santo! 30 03 2015

¡Buen día, Espíritu Santo!
Cuando el sol ya entibia lo creado,
reconozco ante Vos, fuente de todo consuelo,
mi incapacidad para amar, confiar y esperar.
¡No desistas de mí, no desistas!
Moldea y corrige.
Edifícame sobre los cimientos de Tu gracia.
Como un niño pequeño me aferro a Tu Mano Salvadora.
No permitas que me envuelva con palabras
de mentira, apariencia, calumnias y chisme.
Tú eres quien me sostiene en libertad de Amor.
ahora, ¡enséñame el modo de ejercer esa libertad!
Despierta lo dormido,
y otórgame la osadía del que grita sin gritar,
que Tu Santo Nombre tiene poder.
dime, ¿qué podemos hacer juntos hoy?
¡Amén!



domingo, 29 de marzo de 2015

ORACIÓN DE LUNES SANTOS - Mañana

por la mañana
Tienes entrada libre, Jesús, 
a este camino nuevo de tu sangre.
Puedes hacerlo o retirarte.
Pero ha llegado el momento de la decisión,
la última etapa del camino.
Hemos pasado largos ratos contigo,
llenos de aventuras, sorpresas y transformaciones.
Y yo sé que estoy en la víspera de ser testigo de la sorpresa más grande:
tu paso decidido hacia el ocaso de tu carne,
para alumbrar desde la humillación de tu muerte el día de la luz definitiva.
No vas a echarte atrás;
no desertarás ni rechazarás esta HORA definitiva,
aunque sabes que te van a pisotear hasta matarte.
Y porque mueres nos das tu vida a los que,
por nuestra condición de mortales, no teníamos posibilidad de vivir.
"Sabiendo Jesús que había llegado su hora,
habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo ".
Como decía san Pablo,
Dios nos libre de gloriarnos si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
Tu cruz adoramos, Señor,
y veneramos tu pasión gloriosa.
Ten piedad de nosotros, tú que has muerto por nosotros.

ORACIÓN Y GRITO

Del gemido al salmo: oración y grito

XAVIER QUINZA  para ciudad redonda publicación original - marzo de 2008
(JPG)El sufrimiento nos pone en diálogo con nosotros mismos y con Dios. Lo que primero vivimos como dolor, miedo y gemido, se torna para el creyente en oración, comprometiendo así en el sufrimiento al mismo Dios.
Dice Maurice Blondel en un célebre pasaje de L’Action, que el corazón del ser humano se mide por la capacidad de acoger el sufrimiento. Porque es lo extraño, lo que no se reconoce jamás como propio, lo que nos visita cuando sufrimos.
Debemos reconocer la huella de algo distinto a lo nuestro, la visita molesta, el aguijón agudo del dolor. Aunque estemos alerta, siempre nos sorprende como algo nuevo, como algo inquietante y ajeno. A pesar incluso del deseo de la voluntad de acogerlo, de la advertencia de la razón que nos asegura que más pronto o más tarde no podremos librarnos de ello, aunque la experiencia de cada día nos dice que sobre los otros están cayendo desgracias o sufrimientos.
El sufrimiento no deja de ser un extraño y un importuno. Sus golpes son siempre a traición, cuando menos te lo esperas, cuando no puedes defenderte de él. Y es que siempre mata algo en nosotros para poner en su lugar otra cosa, algo que desconocemos. Por eso nos revela el escándalo de nuestro deseo, porque nosotros no lo queremos ya que creemos que no es nuestro y sólo podemos amar lo nuestro. Pero, sin embargo también él nos pertenece, también somos lo que no queremos y que el sufrimiento nos revela. Es como una semilla que recibimos a pesar nuestro, pero que debe fructificar en nuestro corazón. Quien no ha sufrido por alguna cosa, o por alguna persona, no la conoce ni la ama. El sufrimiento es un camino que nos revela lo que también somos, que nos desprende de nosotros para que otros se nos regalen y para invitarnos a darnos a otros.
«COMO OVEJA LLEVADA AL MATADERO NO ABRIÓ LA BOCA»
El sufrimiento, cuando es verdaderamente extremo, nos reduce al silencio. El que sufre calla, no es capaz de abrir la boca. Mudos, vencidos u olvidados, los que cargan con el peso del desamor o de la enfermedad o del fracaso están como en un abismo insuperable, alejados de los demás por una barrera infranqueable, de aquellos otros que parecen estar siempre felices o satisfechos con su suerte. Dice Dorotea Solle que la primera fase del sufrimiento se caracteriza por la mudez.
Quienes padecen difícilmente logran traspasar el silencio. Precisamente la primera respuesta a un padecimiento sobrevenido es callar. Como reducidos a una cierta insensibilidad, la implosión del dolor les deja sin palabras. 0, en todo caso, se intenta articular una queja casi animal, apenas humana, que se expresa mediante el gemido. Todos hemos conocido alguna vez esta opresión privatizada del sufrimiento, esta experiencia de estar aislado de los demás, incapaz de articular palabra. De-seamos mantenernos lejos de la chachara de los otros, que aunque pretendan consolarnos nos resultan molestos e inoportunos. Parece como si perdiéramos la autonomía del pensar, como si ningún razonamiento fuera adecuado para expresar la magnitud de lo que nos pasa. Ahuyentamos cualquier idea, cualquier palabra que nunca podrá decir cabalmente lo que sentimos. Y también nos deja mudos para actuar. No queremos hacer nada que no sea encerrarnos en el sufrir, porque no podemos proyectarnos hacia afuera, no podemos proponernos objetivos, organizar una conducta que nos polarice. Sólo podemos sufrir y, en todo caso, cualquier cosa que se nos sugiera para hacer nos parece inútil y hasta obscena. Estamos dominados de tal modo por la propia situación de desdicha que sólo podemos actuar reactivamente, volviendo sobre nosotros nuestras menguadas fuerzas, sumisos ante el dolor, impotentes para hacerle frente.
¿QUÉ HE HECHO PARA MERECER ESTO?
El primer paso para soportar el sufrimiento es romper la mudez y el silencio. Del gemido podemos pasar a la queja, que es la primera expresión humana frente al dolor. Quejarnos supone rebelarnos frente al intruso, no reconocerle nuestro, y a la vez salir de ese núcleo esclerotizado adonde nos ha recluido el silencio. Quejarnos es hacernos conscientes de que podemos hablar, de que el sufrimiento no ha secado del todo la fuente de la conciencia, supone que nos hacemos cargo, al menos por momentos, de que podemos separarnos de su acción destructiva, aunque solamente sea porque nos hacemos capaces de nombrarlo. Con la queja le damos rostro humano al sufrimiento, le asignamos un perfil, le podemos mirar, al fin, a la cara. Además, en la queja estamos expresándonos ante otro, todavía sin nombre, pero que puede acoger nuestro dolor, que quizá nos tienda una mano, que nos posibilite la comunicación y el afecto. De la opresión privatizada del sufrimiento de la fase anterior, pasamos ahora a una opresión sensibilizada, al traducir al lenguaje nuestro sufrir, al hacerlo voz y palabra en nuestra garganta. Ahora el dolor ya no es el mismo, ya no es la opresión muda y solitaria, ahora se convierte en palabra proferida, en queja. «¿Qué he hecho yo para merecer esto?» Hay tantos tipos de queja como clases de sufrimiento. Pero todas tienen algo en común: son el primer paso que nos arranca del silencio victimizado, del aislamiento encogido del dolor. Todas ellas suponen una cierta capacidad de articular en palabras una experiencia muda y, por tanto, inhumana. Sufrir y quejarse es propio de seres humanos que expresan lo que son y lo que viven. Mediante la palabra humanizamos el sufrimiento, o al menos damos el primer paso para hacerlo.
DEL GEMIDO AL SALMO: QUEJARNOS ANTE DIOS
Y todo depende de saber a quién dirigimos nuestra queja. Quién es el que nos va a escuchar, o el que puede hacerse receptor de ella. Saber ante quién nos quejamos es algo importante para delimitar el origen de nuestro dolor, para poder comenzar a discernir el por qué de nuestro sufrimiento. La experiencia que vivimos puede ser clarificada por la queja, puede ser expuesta ante los ojos de quien la ha provocado o de quien, al menos no ha hecho nada para evitarlo. Es cierto que todavía no podemos discernir con claridad, que no sabemos por qué nos ha tocado a nosotros sufrir esto, pero, ¡cómo nos descansa quejarnos ante cualquiera cuando sentimos el zarpazo del dolor desgarrando nuestro corazón o nuestro cuerpo!
Quejarnos ante Dios es ya rezar. Los salmos nos ilustran acerca de esta oración esencial, primera. En el lenguaje salmódico el que sufre expresa con radicalidad su dolor, muestra la angustia de su corazón, protesta frente a la maldad ajena que nos ha puesto en esta situación desdichada, o se rebela simplemente ante el Dios que le está tratando tan injustamente. Hace oración de su propia situación vital, sin querer maquillar piadosamente el dolor, sin avergonzarse de su condición de sufriente y desesperado. Es cierto que propone unos objetivos aún utópicos, que quizá no analizamos racionalmente nuestro sufrir, que apenas buscamos discernir nuestra culpa o distribuir adecuadamente la responsabilidad por los males que nos afligen. Pero podemos expresar nuestra situación, diseñar nuestra geografía del dolor, mostrar los perfiles de una experiencia que así se va configurando como algo nuestro pero también ya fuera de nosotros, proyectada en palabras, diferenciada y por tanto objetivable.
Además quejarse ante Dios es mostrar la pasión por la que sufrimos. Los salmos nos ilustran con una fuerza inmensa sobre la pasión del salmista, sobre el núcleo ígneo de su vida, sobre los por qué y los para qué que le atraviesan. Contra la sumisión y la impotencia ante el destino inevitable, el salmista muestra la fuerza de su corazón, la rebeldía que le habita. El salmo nos recuerda lo que somos ante Dios: sus hijos muy queridos, objeto de su amor y destinatarios de su alianza. No somos gusanos, aunque así nos vean los demás y vuelvan con asco su rostro. Somos privilegiados, amados, reconocidos, aunque solamente podamos mostrar nuestra primogenitura en la desnudez de nuestra queja. Como nos recordó María Zambrano, Job habla en primera persona, sus palabras son plañidos que nos llegan al mismo tiempo que fueron pronunciados, es como si hablara a viva voz. Ha descubierto su existencia desnuda en el dolor, en la angustia y en la injusticia. Y su grito es la expresión de una pasión contenida. Su queja es una apelación directa a la divinidad. Job no pide dejar de sufrir sino salir de la pesadilla, saber la razón de su sufrimiento, pide una revelación de su vida.
SUFRIR SOLIDARIAMENTE: «SUS HERIDAS NOS CURARON»
Dice Dolores Aleixandre que toda la Biblia da testimonio de cómo la fe busca, en cada situación de aprieto, una salida hacia la anchura. Desde la raíz de la protesta, desde la queja ardiente, el que sufre busca, pregunta, anhela. Junto a los canales de Babilonia se canta, aunque en la canción se nos diga precisa-mente que no se puede cantar en tierra extraña. Pero se canta y el lamento abre en una comunidad desalentada una perspectiva de liberación. Así es como la figura del Siervo sufriente y humillado nos acompaña en el paso decisivo frente al dolor: en la desfiguración del sufriente se nos anuncia ya una transfiguración. La fidelidad y el amor de Dios no se rompen con sufrimiento, el que ama puede dirigir su mirada hacia la aridez en donde la vida humana está.
Sólo el crucificado nos libera del dolor de creernos solos ante el sufrimiento que nos rodea perpetuamente amenazada. Y podemos mirar desde el sufrimiento del inocente a la realidad y reconocer que, a pesar de la paralización en que el dolor nos sume, descubrimos energías de solidaridad y de compasión que nos dinamizan para salir de nosotros mismos y mirar otra vez hacia el futuro.
Es una misteriosa comunión lo que se da aquí. No hay miseria que no sea fruto del despojo y por eso el sufrimiento del inocente nos pertenece, porque por definición no puede ser suyo, ya que es un ¡nocente despojado y excluido de la tierra de los vivos. Son nuestras rebeliones, nuestros crímenes los que lo traspasan. Y sólo si asumimos ese sufrimiento como propio, si luchamos contra nosotros mismos por él y por nosotros nos curaremos, nos enriqueceremos en su sufrimiento y podremos llegar a ver la luz. La salida a nuestro estéril sufrimiento se nos da en el reconocimiento de que el sufrir puede vivirse solidariamente asumido con el del inocente, y que esa solidaridad nos enriquece. Nuestra percepción de la realidad desde el propio sufrir se tiñe de desesperación, de pesimismo, de desaliento como una marea negra que se derrama por las roturas que se producen en el barco de nuestra vida. Y sólo cuando nos abrimos al sufrir de los otros, sobre todo de los que padecen sin culpa las consecuencias de la falta de amor y de justicia, que también son nuestras, podemos ver que se abre una perspectiva de luz y de esperanza.
EL RETORNO DE ABEL: ACOGER AL CRUCIFICADO
James Alison cuenta una extraña historia que no deja de ser conmovedora y que quizá pueda ayudarnos a comprender este misterio del sufrimiento compartido y enriquecedor. Nos sitúa ante la contemplación de Caín ya viejo, perdido en su errancia, incapaz de encontrar un hogar acogedor y atenazado por el miedo a la venganza. Imaginémoslo, nos dice, con la conciencia de que las cosas están llegando a su fin, agazapado en su choza y perdido. Un intruso, joven y fuerte, hace su aparición y se le acerca en la oscuridad. Tiene en el rostro la señal de unas cicatrices, y ante el asombro y el temor del anciano Caín le dice con calma: "No temas, soy Abel, tu hermano, ¿recuerdas?". Caín apenas puede recoger de su memoria los trazos de aquel muchacho a quien mató por envidia una tarde en el campo. Siente pavor ante la aparición, porque le hace presente los extraños mecanismos de amor y odio que le llevaron a abalanzarse sobre él y derramar su sangre.
Además toda su historia de muerte y violencia, de éxodo y errancia se le presenta de golpe en su conciencia. A cada paso su hermano le permite ver todo lo que él ha sido. No le permite zafarse de este extraño proceso, pues Abel es a la vez víctima, juez y abogado. Poco a poco Caín comprende que el fin ya ha llegado, pero no como amenaza sino como perdón. Comienza a vislumbrar el fin de su vida, pero desde lo más íntimo de su corazón, que se va rejuveneciendo, lo que quiere es abalanzarse entre sus brazos y besar a su hermano antes de morir.
En el retorno de Abel descubrimos así una presencia que nos da tiempo para recuperar nuestra historia y para construir otra nueva. Y nos enseña a mirar a Jesús con confianza en su regreso al final de los tiempos. El Crucificado es el que nos perdona y nos salva. En su entrega generosa el padecer se hace fecundo y nos regala la reconciliación y la vida. Jesús es hombre nuevo que nos abre a la realidad de un deseo renovado y nos rehabilita sacándonos del sufrimiento, de la vergüenza y de la muerte, para orientarnos hacia la vida.