San Ignacio de Loyola
descubre, con manifiesta pericia, la estrategia del "mal espíritu" en
sus tentaciones cuando se trata de obstaculizar la obra del Señor en quienes
buscan seguirlo sinceramente.
Esta fue la táctica que
empleó también con Jesús. Las tentaciones que el Hijo de Dios sufrió durante su
ayuno van marcadas profundamente con esta misma característica de presentarse "a partir de un
bien" (Mat 4,1-11 y paralelos).
Mas, en su entraña, iban dirigidas, diabólicamente, a un fin que hubiera dado
al traste con la misión salvífica de Jesús. Pretendían, nada menos, que
apartarlo de la voluntad del Padre; en definitiva, volverlo hacia un mesianismo
material y político. Satanás se esfuerza en separar a Jesús de la intimidad con
Dios, que señala necesariamente dicho nombre, sugiriéndole un mesianismo que
sabe perfectamente no estar conforme con la misión de siervo recibida por
Cristo en el Bautismo.
Se trata de tentaciones
mesiánicas. Jesús tiene aún la posibilidad de orientar ese mesianismo en un
sentido contrario a la voluntad de Dios. Como en los orígenes del mundo, la
obra de Dios quedará destruida por una elección que no tenga el apoyo divino.
Las tentaciones de Jesús
"nacen de su condición de siervo". Van dirigidas sutilmente al
corazón mismo de su confianza incondicional en el Padre. Satanás pretende abrir
a Jesús los ojos, como a Adán, para que vea lo incongruente que es su manera de
actuar con los hombres y se desentienda del Padre, constituyéndose en Mesías
propio e independiente. Satanás
se encierra en el mismo círculo que lo perdió: la soberbia, la autosuficiencia
hasta el desprecio de Dios; construir su mundo aparte, por sí y para sí.
La lección de Jesús es admirable y sumamente práctica: no es Dios el que tienta, pero permite situaciones en las que
realmente seamos probados.
De esas tentaciones, por su peligrosidad sacada de la experiencia, es de las
que los cristianos, siguiendo las enseñanzas de Cristo en el Padrenuestro, piden
ser librados. La tentación de Cristo resulta tan cruel y peligrosa que El mismo
quiere que oremos para semejantes situaciones se le ahorren a la Iglesia y a
los Cristianos.
El cristiano tiene
asignada una impresionante tarea, nacida de la trascendencia de su realidad
bautismal: reproducir en sí la imagen del Primogénito entre muchos hermanos,
Cristo Jesús (Rom 8, 27-29).
Desde aquí hay que
tratar de ver la tentación: La esencia de ésta ha de entenderse partiendo de
que el hombre, como ser deficiente, está ordenado a una perfección, que lo
trasciende. El impulso a la perfección personal y, por lo tanto, moral, es su
orientación hacia su prójimo y hacia Dios. Tal impulso o tendencia sólo se
realiza en la medida de la apertura a la trascendencia, al misterio de Dios
experimentado, pero incomprensible.
Aquí es donde comienza nuestro drama. Palabra exacta, no porque la
tentación haya de consumarse ciegamente en un fracaso humano-divino, sino por el peligro manifiesto de
no realizar nuestro gran destino y porque la perfección a la que decimos estar
ordenados se ha de realizar muchas veces en el dolor,
aunque de él, como de la muerte de Cristo, surja pujante la glorificación.
Repitámoslo para no ser
infantilmente sorprendidos: la tentación de Cristo es modélica.
Esto quiere decir, entre otras cosas, que si el Padre permitió
que su Hijo fuera tentado sutil y duramente, permitirá circunstancias en la que seremos
presa codiciada de los ataques del mal. También aquí es oportuna
la advertencia de un teólogo en su informe al episcopado de su nación: "Algo importante esta
sucediendo: es como un despertar del Espíritu. La necesidad de discernimiento
es urgente; debemos caer en cuenta de que las fuerzas del mal intervienen más
cuando algo de importancia se produce".
Como cristianos y dirigentes de la renovación, debemos
recordar una verdad que, vivida y experimentada en propia carne, es necesario repetir: Las raíces del mal se hunden en nosotros
profundamente. Los impulsos espontáneos del hombre en cuanto
"carnal", es decir no animado por el Espíritu, están potencialmente
en nosotros, dispuestos a asaltarnos. Aun cuando hayamos sido
"injertados" en Cristo, hemos de seguir luchando continuamente para
mantener nuestra auténtica libertad (Rom 6,12; Col 3,5). La tentación dramática
entre el impulso al bien y el impulso al mal, pone al hombre en una situación
desgraciada de la que es liberado solamente por Cristo (cfr. Rom c.7). El líder (o servidor) de la Renovación Carismática que se ha entregado
seriamente al Señor para hacer de Él, el centro de toda su vida, y se ha
responsabilizado con una misión tan importante en la Iglesia, se verá expuesto
a una persecución enconada del enemigo de Jesús.
Por su condición de
cristiano que aspira a vivir su bautismo y por el bien que el Señor puede hacer
por su medio en los demás, se convierte en un bocado exquisito para Satanás.
Dios, en sus designios de salvación, permitirá que sea tentado. El maligno
pretenderá apartarlo del Señor, hacer infructuosa su obra y querrá llegar lo
más lejos posible. Las tentaciones vendrán de diversos campos: de nosotros
mismos, en nuestra condición carnal de hombres no dominados por el espíritu del
enemigo de Dios que también juega su influjo sobre nosotros.
El dirigente de la
Renovación no escapará a esta realidad. Tendrá que recorrer el mismo camino de
Cristo.
Pero también, como el
Señor, cuenta con la fuerza del Espíritu de Jesús. No hay por qué turbarse.
Existen un poder y un amor que el Padre Celestial ha puesto a su disposición en
la persona del Espíritu Santo. Ha de confiar y aprender a utilizar lo que está
siempre a su alcance.
Notas
del autor:
1. La tentación es una
realidad espiritual tan común que excusa toda
legitimación. La experiencia cotidiana nos habla demasiado elocuentemente de
este acontecimiento que enrola a todos, buenos y malos.
Si en algún capítulo se
podrían aducir citas que avalaran lo que en el cuerpo de la instrucción se
dice, es en éste, precisamente, en que cabria mas abundancia, y excelencia de
nombres y de obras.
Por esto, porque en todo
manual de alguna solvencia se encentra tratado con relativa abundancia, no
hemos querido hacer uso de citar lo que el lector puede hallar fácilmente. Las
obras clásicas tanto antiguas como modernas no olvidan este aspecto fundamental
y hasta se prodigan en su trato. Igualmente se puede afirmar de los
diccionarios de espiritualidad. Sobre todo los más recientes; por citar uno, el
Nuevo Diccionario de Espiritualidad: le dedica páginas densas que es preciso
leer con detenimiento para extraer el rico contenido que allí se atesora.
2. Queremos, no obstante
lo dicho, hacer algunas excepciones:
- San Juan de la Cruz y Santa
Teresa de Jesús -piensan muchos maestros de la vida espiritual- señalan las dos
grandes cimas de lo que inspiradamente se ha escrito sobre el tema.
- San Alfonso María de Ligorio y
San Francisco de Sales han pasado a ser autores tan leídos como amados por el
pueblo cristiano.
- San Bernardo y el P. Alonso
Rodríguez en su camino de perfección (suprimidas o pasadas por alto algunas
páginas ingenuas del segundo), siguen siendo maestros mayores de la vida
espiritual.
- R. Garrigou-Lagrange, Las tres
edades de la vida interior. Buenos Aires, 1944.
- K. Rahner, en la multiplicidad
de sus escritorios también aborda felizmente este campo y, específicamente, en
"Sobre el problema del camino gradual hacia la perfección cristiana",
Estudios de Teología, Taurus, Madrid, 1961, 13-33.
- S.G. Arzubialde, Teología
spiritualis (El camino espiritual del seguimiento de Cristo), Universidad Pontificia
de Comillas, Madrid, 1989-
- (Varios) Sabiduría de la Cruz,
Madrid, 1981.
- G. Thils, Existencia y santidad
en Jesucristo, Sígueme. 1987.