viernes, 31 de enero de 2020

Meditación: Marcos 4, 26-34

Y no les hablaba sino en parábolas. (Marcos 4, 34)

Jesús habla de una experiencia muy cercana a la gente: Un hombre siembra el grano. . . y la tierra da el fruto por sí misma. Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en la santidad y la gracia, la verdad y la vida, la justicia, el amor y la paz, que Jesucristo nos ha venido a traer. Este Reino ha de ser una realidad primero en cada uno de nosotros; después en el mundo.

En el alma de cada cristiano, Jesús ha sembrado —por el Bautismo— la gracia y la santidad, la verdad. A nosotros nos toca hacer crecer esta semilla para que fructifique en multitud de buenas obras: de servicio y caridad, de amabilidad y generosidad, de sacrificio para cumplir bien nuestro deber en cada instante y para hacer felices a quienes nos rodean, de oración constante, de perdón y comprensión, de esfuerzo por crecer en virtudes y en paz y alegría. El Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a la familia, al pueblo, a la sociedad y al mundo entero. Porque el que vive así, “¿qué hace sino preparar el camino del Señor. . . a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios?” (San Gregorio Magno).

La semilla comienza pequeña, como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier otra semilla; pero una vez sembrada, crece y se hace el arbusto más grande de todos los del huerto. Esto es así porque la fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo.

La Escritura nos dice que la Palabra de Dios se propagó desde Jerusalén hasta las grandes ciudades del Imperio Romano pagano por la predicación de los apóstoles, discípulos y evangelizadores.

Posiblemente no tengamos nosotros el carisma ni la audacia de los primeros evangelizadores, pero sí podemos difundir las semillas de la Palabra de Dios que se nos han confiado. Deja que el Espíritu Santo te muestre cómo puedes ser sembrador de la Palabra de Dios.
“Espíritu Santo, Señor, guíame para compartir la buena noticia de Jesucristo con mis familiares y conocidos.”
2 Samuel 11, 1-10. 13-17
Salmo 51 (50), 3-7. 10-11

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

Mes de la Gentileza día 31


Una promesa para todos

Es con la venida del Espíritu Santo, en Pentecostés, que vemos más evidente la manera sobrenatural como Dios pasa a actuar entre los hombres. La experiencia del Espíritu que en el pasado había sido otorgada a algunas personas pasa a ser la marca del cristianismo. El derramar del Espíritu Santo fue como el de un grifo derramando lo sobrenatural sobre los hombres. Así fue como Pedro explicó el acontecimiento del cenáculo al recordar las palabras del profeta Joel:
“Después de esto, yo derramaré mi espíritu sobre todos los hombres: sus hijos y sus hijas profetizarán, sus ancianos tendrán sueños proféticos y sus jóvenes verán visiones. También sobre los esclavos y las esclavas derramaré mi espíritu en aquellos días. Haré prodigios en el cielo y en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que llegue el Día del Señor, día grande y terrible. Entonces, todo el que invoque el nombre del Señor se salvará, porque sobre el monte Sión y en Jerusalén se encontrará refugio, como lo ha dicho el Señor, y entre los sobrevivientes estarán los que llame el Señor. (Joel 3,1-5)”
Infelizmente, en todos los tiempos, siempre existirán intérpretes de la Escritura que intentaron, y aún hoy intentan, disminuir la fuerza y la importancia de Pentecostés. Algunos afirman que ha sido de una manera simbólica, otras personas hasta aceptan lo que ahí es presentado, pero haciendo cierta salvación de que tal acción extraordinaria del Espíritu fue solamente dada por el Señor a los fines de dar un impulso inicial a la Iglesia. Estas y otras posiciones son fácilmente corregidas, primero con las palabras de Pedro en Hechos 2,39: “Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar». Y, principalmente, por la lectura de todo el libro de los Hechos de los Apóstoles. Paralelo a esta lectura es importante conocer como la Iglesia primitiva crecía y vivía la fe. Las cartas de San Pablo son una ayuda importante, pero principalmente en el período post bíblico, conocido como período patrístico.

p. Alberto Luis Gambarini
El Fuego de Pentecostés – pág. 13-14 – Ed. Ágape

Buen día, Espíritu Santo! 31012020


RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 4,26-34


Evangelio según San Marcos 4,26-34
Y decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra:
sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga.
Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha".
También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?
Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra,
pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra".
Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender.
No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Ignoramos el criterio seguido por Jesús al buscarse discípulos y seguidores. Lo que tenemos claro son sus “desaciertos” (¿?), pues no llamó al mejor de cada casa: uno le venderá, otro le negará, otros, a la hora de la verdad (la del proceso), le abandonarán y huirán cobardemente (Mc 14,50). Desde nuestros cálculos, habríamos esperado más perspicacia. Pero Jesús no vino precisamente a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mc 2,17). La suya es una “política peculiar”: no es un Mesías justiciero, sino que se fía de los pecadores y comparte con ellos su tarea, los hace “pescadores de hombres”.

Pero esto no era nuevo. Ya entre los elegidos por Yahvé en el AT para ser sus grandes mediadores hubo de todo. Junto al intachable Samuel, y profetas heroicos y mártires, encontramos a Moisés y Aarón castigados a no entrar en la tierra prometida por no haber sido modelos de confianza en el Dios que los guiaba (Nm 20,12). ¿Y qué decir de David? Se afirma que Dios le eligió fijándose en su corazón (1Sam 16,7), pues “se había buscado un hombre según su corazón” (1Sam 13,14; Hch 13,22); será el gran depositario de las promesas mesiánicas. Pero la Biblia no disimula su condición de pecador; y no la afirma de pasada, sino en detalle. Dios elige lo que no cuenta para humillar a lo que cuenta, dirá S. Pablo (1Co 1,28); y esto se aplica incluso en el campo de lo moral, de la virtud y del pecado, para que no quede resquicio a la autosuficiencia humana o religiosa. David, encargado de guiar al pueblo elegido, es adúltero y asesino.

Cambiando de tema, el evangelio nos presenta a Jesús afanado en infundir esperanza en sus adeptos. Estamos seguramente en la primera época de su ministerio, la “primavera galileana”, la de las Bienaventuranzas, cuando aún apenas hay signos de oposición. Pero los seguidores van cayendo en la cuenta de sus propias ruindades y rencillas. ¿Tiene sentido que Jesús anuncie que llega el Reino de Dios? ¿Que, a partir de aquel grupito de miserables, pueda siquiera despuntar algo grandioso? Ante tales dudas, él los invita a creer en el Dios que, según una oración que ellos conocen, “lo da a sus amigos mientras duermen” (Sal 127,2). Deben confiar en la acción, callada pero eficaz, del Padre, en “su gran amor que todo lo engrandece”, como dice un himno de vísperas. ¡De una semilla imperceptible hace surgir todo un árbol! Es algo superior a cualquier esfuerzo o poder humano; falla toda comparación o cálculo.

A veces nos falta profundidad en la mirada. Jesús, perspicaz y reflexivo, se fijaba en los pequeños detalles, e invitaba a sus seguidores a mirar así. Debían intuir lo contenido potencialmente en una semilla minúscula, en un poquito de levadura…, quizá también en pequeños actos de servicio entre sus discípulos, en gestos de perdón, en sentimientos de compasión. Eso era ya el despuntar de un mundo nuevo y grandioso, gracias a los corazones de los discípulos ya renovados por la palabra de Jesús mismo.

Nuestro hermano
Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 310120


La palabra de Dios, un grano de mostaza

La palabra de Dios, como la semilla de mostaza, parece muy pequeña antes de ser cultivada.

Pero cuando fue bien cultivada, llega a ser tan grande que reposan en ella los nobles razonamientos de criaturas inteligentes y sensibles. Porque abraza la razón de todos los seres, pero a ella misma ningún ser la puede contener. Por eso, quien tiene fe como un grano de mostaza puede desplazar una montaña con la palabra , como ha dicho el Señor (Mt 17,20). Es decir, puede ahuyentar el poder que tiene el diablo sobre nosotros y cambiar el fundamento.

El Señor es una semilla de mostaza, sembrada en espíritu por la fe en el corazón de quien la recibe. El que la cultivó cuidadosamente gracias a las virtudes, desplaza la montaña de la preocupación terrestre. Luego, cuando ahuyentó de si mismo el hábito del mal – tan difícil de expulsar – hace reposar en él tal como los pájaros del cielo, las palabras de los mandamientos, las formas de existencia y las fuerzas divinas. (...) Quienes buscan al Señor, no es en el exterior de sí que deben buscarlo, sino que deben buscarlo en ellos mismos, por medio de la fe.

Porque, como está escrito, “La palabra está cerca de tí, en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de la fe que nosotros predicamos” (Rm 10,8). La palabra de la fe es la de Cristo, a quien buscamos.



San Máximo el Confesor (c. 580-662)
monje y teólogo
Centurias sobre la Teología II, 10-11, 35 (Philocalie des Pères Neptiques, DDB-Lattès); trad. sc©evangelizo.org

jueves, 30 de enero de 2020

BIENAVENTURADO


«Las Bienaventuranzas son la “carta de identidad” del cristiano, porque describen el rostro y el estilo de la vida de Jesús ¿Pero qué significa la palabra «bienaventurado«? La palabra original no indica a alguien que tiene el estómago lleno o que se divierte, sino una persona que está en una condición de gracia y que progresa en la gracia de Dios y que progresa por el camino de Dios: la paciencia, la pobreza, el servicio a los demás, el consuelo…Los que progresan en estas cosas son felices y serán bienaventurados»

Francisco
Audiencia General
29-01-2020 


Orar por los otros


La barca de tu vida


Llamados a ver con los ojos de la Fe

La misma medida que utilicen para tratar a los demás, esa misma se usará para tratarlos a ustedes. (Marcos 4, 24)

Uno de los métodos de enseñanza favoritos de Jesús eran las parábolas, que utilizan faenas o ideas conocidas por todos para enseñar verdades espirituales más profundas; no ofrecen definiciones estrictas de alguna doctrina, pero sí las dejan entrever. El entendimiento de hechos ordinarios, si los miramos con los ojos de la fe, nos lleva a pensar en las realidades divinas y estimula nuestra imaginación.

En el Evangelio de hoy, Jesús compara la Palabra de Dios con una lámpara que brilla para alumbrar a todos, pues ese es el propósito lógico y normal de una lámpara. En otro pasaje del Nuevo Testamento, San Pablo dice que nosotros, con el rostro descubierto, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen cada vez con más gloria, que viene del Señor (2 Corintios 3, 18).

Cristo enseñó también que seremos medidos con la misma medida que nosotros usemos para medir la respuesta que dan los demás a la Palabra de Dios, y dice que solo los que sean generosos y reciban de buena gana la voluntad del Padre, obtendrán entendimiento espiritual. De modo que, si le pedimos a Dios la luz de la fe para entender y aplicar sus verdades en nuestra vida, creceremos en este entendimiento.

El pasaje añade que al que tenga, se les dará más, y al que no tenga, hasta lo que tenga le será quitado. Esto quiere decir que los que miran la vida con los ojos de la fe, recibirán entendimiento. Los que no usen la fe, perderán incluso lo poco que sepan de las realidades del mundo.

Seguramente muchos recordamos la época en que no le encontrábamos mucho sentido al mensaje del Evangelio, y posiblemente habríamos pensado: “¿Por qué tengo que perdonar cuando me hacen mal? ¿Por qué renunciar a mi tiempo o dar mi dinero, o qué de malo tiene buscar mi ventaja personal?” Pero Jesús trata de enseñarnos que él es todo lo que cuenta, y que los valores del mundo en realidad no tienen valor verdadero. Cuando nos entregamos a Jesús de corazón, podremos escuchar y entender el Evangelio: recibiremos la luz de Dios y la imagen y semejanza de Cristo crecerá en nosotros.
“Señor Jesús, ayúdame a ver con los ojos de la fe, para crecer en el entendimiento de las realidades espirituales.”
2 Samuel 7, 18-19. 24-29
Salmo 132 (131), 1-5. 11-14
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

Profetas


“Los profetas hablaban de aquello que decían recibir de Dios. Esos hombres no eran super-hombres, llenos de coraje, sino seres humanos comunes, invadidos, muchas veces, por miedo e inseguridad delante del servicio dado por el Señor. Un ejemplo de ello es la descripción de la vocación del profeta presentada en Jeremías 1,7: “El Señor me dijo: «No digas: «Soy demasiado joven», porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene.” Es ahí que queda evidente una certeza: la palabra de los profetas no era fruto de la imaginación o de alguna elaboración de la propia mente, sino de una revelación dada por el Todopoderoso.”

p. Alberto Luis Gambarini
El Fuego de Pentecostés – pág. 12 – Ed. Ágape

Mes de la Gentileza día 30


Buen día, Espíritu Santo! 30012020


RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 4,21-25


Evangelio según San Marcos 4,21-25
Jesús les decía: "¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero?
Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse.
¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!".
Y les decía: "¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía.
Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Los recuerdos de Jesús, de sus hechos y palabras, no se transmitieron inicialmente como una biografía estructurada y compacta, sino en anécdotas sueltas y dichos aislados, que se mencionaban o repetían cuando venían a cuento, cuando podían iluminar situaciones comunitarias concretas. Más tarde la catequesis eclesial, y luego los evangelistas escritores, fueron creando conjuntos temáticos más o menos unitarios: colecciones de parábolas, de milagros, de dichos de sabiduría popular, incluso “discursos” aparentemente homogéneos, como el sermón del monte. Pero Jesús no había sido un catedrático, sino un maestro popular y espontáneo. En sus supuestos “discursos” percibimos que cada frase es autónoma, “suelta”, inteligible sin el contexto.

Hoy nos encontramos con tres de esos dichos de Jesús apenas ensamblados entre sí. Quizá alguno de ellos ya estaba en uso, como refrán popular; pero Jesús lo “recrea” o actualiza, o le da un sentido nuevo. Cada uno de ellos se merece su propia reflexión.

a.- Ser luz. Los seguidores de Jesús han sido iluminados con el conocimiento de este Maestro del todo singular, con su anuncio esperanzado del Reino que Dios quiere establecer, reino de justicia y de felicidad. Los que lo han recibido deben sentir la necesidad de comunicarlo, de llamar a sus familias, vecinos, amigos… para que los feliciten por haber aprendido a contemplar la vida con ojos nuevos. No pueden ocultarse [hay quien cree que el dicho, en su origen, era un reproche a las autoridades religiosas judías por no haber guiado correctamente al pueblo; también serviría como advertencia a los pastores del nuevo Pueblo de Dios].

b.- No condenar. Existe en el hombre un curioso instinto justiciero, tendencia a “medir” a los demás, y, llegado el caso, a condenarlos. Jesús fue modelo de comprensión, misericordia; fuel el primero en practicar lo de “el amor todo lo excusa” (1Co 13,7). A la adúltera le dijo: “tampoco yo te condeno”. Él intentó profundizar el antiguo precepto de “no matarás”, indicando que hay “otras formas” de matar: menospreciar, insultar, estar enemistado, condenar. Los discípulos de Jesús percibirán dónde está el mal, para evitarlo, rechazarlo. Pero nunca conocerán a fondo el interior de quien lo comete; por lo cual se abstendrán de juzgar, de “medir” negativamente, para que Dios no los “mida” así a ellos. En la carta de Santiago se nos expresa esto en una frase graciosa: “la misericordia (del hombre) se ríe del juicio (de Dios)” (Sant 2,13).

c.- Quitar lo que no se tiene. Seguramente era ya un refrán popular, en sí mismo absurdo, con juego de palabras e hipérbole oriental. No sabemos en qué situación lo usó Jesús, lo cual dificulta nuestra comprensión; pero algo podemos intuir. Hay existencias centradas y existencias despistadas; están los que han aceptado la luz del Reino de Dios y los que, escépticos ante la palabra de Jesús, se han quedado a distancia (lo veíamos anteayer). El tesoro de los primeros aumentará desmesuradamente (ellos entienden las parábolas), mientras que la suerte de “los de fuera”, ¡que quizá se tenían por sabios!, es caminar sin luz, con una carencia cadavez mayor, hacia el sinsentido de la nada.

Nuestro hermano
Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 300120


La lámpara sobre el candelero

El fervor de los grandes predicadores y evangelizadores cuya vida se entregó al apostolado, inspira nuestra llamada a evangelizar hoy... Ellos supieron sobrepasar muchos obstáculos a la evangelización; también nuestra época conoce numerosos obstáculos entre los cuales nos limitamos a mencionar la falta de fervor. Tanto más grave porque viene de dentro; se manifiesta en el cansancio y desencanto, la rutina y el desinterés, y sobre todo la falta de gozo y esperanza. Exhortamos, pues, a los que, por cualquier título o escalafón, tienen la tarea de evangelizar que alimenten el ellos el fervor del espíritu... 

Conservemos el fervor del espíritu. Mantengamos el dulce y reconfortante gozo de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas (Sl 125,5). Que para nosotros –tal como lo fue para Juan Bautista, para Pedro y Pablo, para los demás apóstoles, para una muchedumbre de admirables evangelizadores a lo largo de la historia de la Iglesia- sea un impulso interior que nunca nadie ni nada pueda apagar. Que sea el gran gozo de nuestras vidas entregadas. Y que el mundo de nuestro tiempo que busca, tan pronto en la angustia, tan pronto en la esperanza, pueda recibir la Buena Noticia, no de evangelizadores tristes y descorazonados, impacientes o ansiosos, sino de ministros del Evangelio cuya vida irradia fervor, que son ellos mismos los primeros en recibir el gozo de Cristo, y aceptan poner en juego su vida para que el Reino sea anunciado y la Iglesia implantada en el corazón del mundo.



San Pablo VI
papa 1963-1978
Exhortación apostólica « Evangelii nuntiandi » § 80

miércoles, 29 de enero de 2020

Abiertos a la Palabra

El sembrador siembra la palabra. (Marcos 4, 14)

El Señor, sentado en una barca, enseña a la muchedumbre reunida a la orilla del lago. Los discípulos son receptores privilegiados de una explicación personal del propio Jesús, como si se les hubiera reservado una sesión privada de revelación. Con todo, no consiguen llegar a un entendimiento correcto de la identidad del Mesías, cosa que no ocurrirá sino hasta que llegue la luz pascual.

Con la parábola del sembrador, San Marcos nos hace saborear la maravillosa enseñanza de Jesús. Hasta este punto, el evangelista había dado atención a muchas de las obras y milagros del Señor, pero con este relato comienza a dar luces acerca del método que usaba Cristo para enseñar. Jesús utilizó esta parábola para ilustrar la abundante generosidad de Dios. Nuestro Padre está siempre sembrando las semillas de su palabra, e invitándonos a conocer su amor y su misericordia; siempre tendiéndonos la mano. Por eso, el hecho de saber que tenemos un Padre que jamás nos abandona es fuente de una paz grande y profunda para nosotros.

Las semillas que planta el Padre crecerán naturalmente en cualquier corazón bien dispuesto a recibir. Toda semilla que cae en buen terreno crece. Esta es una promesa de Dios. Pero ¿cómo sabemos si el terreno de nuestro corazón es bueno? Jesús señaló varios puntos que podemos examinar: Cuando escuchamos la Palabra de Dios, ¿nos asaltan de inmediato la duda y la incredulidad para robarnos la paz que hemos recibido? Cuando sufrimos dificultades o persecución por causa de la fe, ¿nos mantenemos firmes en esa fe o nos apartamos de ella? ¿Nos sentimos agobiados por las preocupaciones de este mundo? ¿Nos atrae el interés de las riquezas y el deseo de otras cosas más que el valor de la palabra de Cristo Jesús?

Pero no debemos desanimarnos por las piedras y las espinas de la incredulidad, las distracciones o la inseguridad que no dejan que la Palabra de Dios eche raíces en nuestro corazón. Al Señor le encanta transformar nuestro corazón cuando se lo pedimos, y tiene infinita paciencia con nosotros, tal como la tuvo con sus discípulos, y le gusta explicarnos “el misterio del Reino de Dios” cuando deseamos que la semilla de su palabra crezca en nosotros.
“Espíritu Santo, Consolador, prepara nuestro corazón para recibir la Palabra de Dios con mayor profundidad y ayúdanos, Señor, a dar fruto abundante para el Reino de Dios.”

2 Samuel 7, 4-17
Salmo 89 (88), 4-5. 27-30
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

Mes de la Gentileza día 29


Buen día, Espíritu Santo! 29012020


RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 4,1-20


Evangelio según San Marcos 4,1-20
Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla.
El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba:
"¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar.
Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron.
Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda;
pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó.
Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto.
Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno".
Y decía: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!".
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas.
Y Jesús les decía: "A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola,
a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón".
Jesús les dijo: "¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás?
El sembrador siembra la Palabra.
Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.
Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría;
pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben.
Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra,
pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa.
Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Como en días anteriores, el libro de Samuel nos ofrece cristología davídica. Jesús, el definitivo heredero de David, o David en su plenitud, será el auténtico hijo de Yahvé y el que reúna en torno a sí a muchos hermanos, los hijos en el Hijo. Ese conjunto de los hermanos será el auténtico templo de Dios, el ámbito donde se experimente su presencia. La tarea histórica de Jesús fue la de “reunir a los hijos de Dios dispersos” (Jn 11,52).

Jesús comienza por convocar un grupo de seguidores y seguidoras que quiere esperanzados, llenos de ilusión, acogedores de los pequeños signos del Reino que despunta. La parábola del sembrador impertérrito perteneces a las denominadas de contraste: a una serie de fracasos parciales (siembras malogradas) sigue una cosecha muy superior a lo que se esperaría.

Sin duda, alguna vez los discípulos trataron a Jesús de ingenuo: estaba viendo cuántas miserias y envidias se daban entre ellos y seguía convencido de que, a pesar de todo, los valores del Reino de Dios se implantarían y de que ellos mismos serían luz del mundo y sal de la tierra. Con las parábolas de contraste (la insignificancia de la levadura, del grano de mostaza…) intentaba despertar en ellos altura de miras.

En el conjunto de la narración encontramos sin embargo algo aparentemente escandaloso: al parecer, Jesús hablaría en parábolas ininteligibles para cortar a algunos el acceso a la salvación. Nada más lejos de su intención; las parábolas son el lenguaje más sencillo y pedagógico, “según podía entenderle” (Mc 4,33). Quizá la traducción que tenemos no es la mejor; quizá debiera decir: “así se cumple la Escritura (que dice): ven pero no entienden, salvo que se conviertan y se les conceda el perdón”.

Probablemente el dicho “problemático” originariamente no se refiere solo a las parábolas, sino a toda la acción y predicación de Jesús: a quienes la contemplan solo a distancia, en actitud escéptica, situándose deliberadamente fuera (¿con aire de superioridad?), “todo les resulta un enigma” (mejor que “todo se les da en parábolas”). Jesús lamenta las reservas de los sabios frente a él, la posición de los que solo optan por la crítica o por un descomprometido “ya iremos viendo”. Él desea corazones sencillos, abiertos a su novedad; y, una vez renovados, tendrán que estar vigilantes: que ni las zarzas, ni los cardos, ni la sequedad del terreno (y todo esto recibe nombres muy concretos: los afanes cotidianos, amor al dinero, cobardía ante rechazos) ahoguen la semilla, que está llamada a crecer lozana y frondosa en sus corazonwes.

Nuestro hermano
Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

LA GENEROSA BONDAD DE DIOS


La generosa bondad de Dios

Reflexionando un día sobre múltiples gracias recibidas de la generosa bondad de Dios, Gertrudis se juzgó miserable e indigna de todo favor, porque había malgastado tanto los dones recibidos de Dios. No veía ningún fruto obtenido para beneficio de ella o para poder dar gracias. Tampoco para otros, que al tomar consciencia, hubieran encontrado un motivo de edificación y de progreso en el conocimiento de Dios.

Una luz la consoló: el Señor no derrama las gracias para exigir el fruto correspondiente, sabiendo que la fragilidad humana muy seguido pone obstáculos. Dios derrama las gracias porque su bondad y generosidad desbordantes no conocen medida. Aunque sabe que el hombre no puede hacer fructificar todas las gracias, las derrama para asegurar al hombre una acumulación de felicidad eterna.

Ocurre a veces en el plano terrestre que se da a un pequeño un objeto del que ignora la utilidad. Sin embargo cuando sea adulto, posteriormente, será causa de múltiples bienes. Así el Señor, cuando confiere la gracia en esta vida a sus elegidos, les prepara y les asegura los bienes que gozarán eternamente en la felicidad de los cielos.



Santa Gertrudis de Helfta (1256-1301)
monja benedictina
El Heraldo, Libro III (Œuvres spirituelles, Cerf, 1968); trad. sc©evangelizo.org

martes, 28 de enero de 2020

DEJARNOS TRANSFORMAR


«Nuestra adhesión al Señor no puede reducirse a un esfuerzo personal. Esto sería también un pecado de soberbia. Nuestra adhesión al Señor no puede reducirse a un esfuerzo personal, sino que debe expresarse en una apertura confiada de corazón y de la mente para acoger la Buena Nueva de Jesús. Es esta, la Palabra de Jesús, la Buena Noticia de Jesús quién cambia el mundo y los corazones! Estamos llamados, por lo tanto, a confiar en la palabra de Cristo, a abrirnos a la misericordia del Padre y a dejarnos transformar por la gracia del Espíritu Santo»

Francisco
Ángelus
27-01-2020 


Ser familia de Dios

El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. (Marcos 3, 35)

Cuando Jesús estaba enseñando, rodeado de una multitud de gente, algunos comentaban que estaba perdiendo la cordura, por eso van a buscarlo sus familiares más próximos, pero en vista del gran gentío, permanecen fuera y lo mandan llamar: “Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan.”

Parecería que la respuesta de Jesús denota un cierto desdén a sus familiares, pero no es así. Jesús había salido de la casa paterna para cumplir su misión divina y eso era superior al apego familiar: no por frialdad de sentimientos ni por menosprecio de los vínculos familiares, sino porque pertenece completamente a Dios Padre. Jesucristo ha realizado personalmente en sí mismo aquello que pide a sus discípulos.

En reemplazo de su familia terrena, Jesús ha escogido su familia espiritual, por eso, dirigiendo la mirada a los hombres que están sentados a su alrededor, les dice: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.”

¿Es que Jesús nos quiere decir que sus familiares más directos son solo aquellos que escuchan su palabra? ¡No! Sus parientes son todos aquellos que escuchan su palabra y hacen la voluntad de Dios: estos son sus hermanos, sus hermanas y su madre. Piensa, hermano, en lo que significa ser parte de la familia de Dios: una familia donde reinan el amor, la paz, el perdón y el gozo de la comunión con nuestro Padre celestial.

En sus palabras, el Señor nos hace una exhortación a todos los que escuchamos sus enseñanzas a no limitarnos a escuchar, sino a entrar en comunión con él mediante el cumplimiento de la voluntad divina.

Y tú, hermano, ¿escuchas la Palabra de Dios y haces su voluntad? ¿Estás dispuesto a reconocer que todos cuantos forman la familia de Dios son tus hermanos? ¿Estás dispuesto a hacer amistad con todo el que sea seguidor de Cristo? Imitemos a la Virgen María y aceptemos a quienes de verdad aman a Cristo Jesús, nuestro Señor.
“Jesús amado, gracias por aceptarme como tu hermano y no avergonzarte de ser mi hermano mayor, mi Señor y Salvador.”
2 Samuel 6, 12-15. 17-19
Salmo 24 (23), 7-10
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

Mes de la Gentileza día 28


Buen día, Espíritu Santo! 28012020


lunes, 27 de enero de 2020

Ser cristiano







Ten siempre presente una verdad fundamental: ser cristiano no es solamente conocer el catecismo, ni simplemente tener una filosofía de vida o ser miembro de la Iglesia. Volverte cristiano significa vivir en la plenitud del Espíritu, siendo capaz de testimoniar los efectos maravillosos de Dios en nuestra vida.

p. Alberto Luis Gambarini
El Fuego de Pentecostés – pág. 15 – Ed. Ágape

«Si Dios está con nosotros, ¿Quién estará contra nosotros?»

«Si Dios está con nosotros, ¿Quién estará contra nosotros?» (Rm 8, 31).

No hace falta que entremos en dudas sobre si estamos en estado de confiarnos a Dios cuando sentimos dificultades para guardarnos del pecado, ni cuando nos entra la desconfianza o el miedo de no poder resistir en las ocasiones y tentaciones. ¡Oh no! porque la desconfianza en nuestras propias fuerzas no es falta de resolución, sino un reconocimiento de nuestra miseria.

Es mejor sentimiento el de desconfiar de poder resistir las tentaciones que el de estar seguro y sentirse fuerte, siempre que no se espere nada de las propias fuerzas sino de la gracia de Dios; tan es así, que muchos, entre grandes consolaciones, se prometían hacer maravillas por Dios, al llegar la ocasión fallaron.

Y muchos que han desconfiado mucho de sus fuerzas y han sentido gran temor de no resistir la tentación, han hecho maravillas, porque el sentimiento de su debilidad les empujó a buscar la ayuda y el auxilio de Dios, a velar, orar y humillarse para no caer en tentación.

Tengo que añadir que aunque no sintamos fuerza ni valor alguno para resistir la tentación si ahora se nos presentara, siempre que esperemos en que si llegase, Dios nos ayudaría y nosotros recurriríamos a Él, no debemos entristecernos ya que no es necesario sentir siempre fuerza y valor; nos basta con esperar y desear tenerlo a su debido tiempo.

Tampoco es necesario sentir señal alguna de que se tendrá ese valor; basta con esperar que Dios nos ayudará.

Así que, puesto que deseáis ser todo de Dios, ¿por qué temer vuestra debilidad, en la cual está claro que no debéis ni podéis apoyaros?

¿Es que no esperáis en Dios? Y quien espera en Él, ¿va a ser confundido? No, no lo será jamás.

San Francisco de Sales, obispo
Carta a un caballero, p. 223. Textos esenciales. Sin fecha.

Meditación: Marcos 3, 22-30

Satanás. . . no podrá subsistir, pues ha llegado su fin. (Marcos 3, 26)

Has de saber, hermano, que, por medio del Bautismo, Cristo hizo que tú fueras una criatura nueva. Al parecer, el “hombre fuerte” de la lectura de hoy (Marcos 3,27) es Satanás, ¡pero Jesús es mucho más poderoso que él! ¿Crees tú que Jesús ha derrotado al enemigo más grande que tú tenías? Todo lo que Cristo te pide hacer ahora es continuar viviendo en su victoria y dejar que él gobierne tu vida. Sabemos que el diablo está siempre tratando de recuperar el control sobre la vida de los cristianos, por eso te ofrecemos algunas sugerencias.

Por la mañana, al levantarte, consagra el día al Señor; luego, durante tus quehaceres, dedica unos momentos a ponerte en presencia de Cristo. Háblale y escúchale. Aunque te parezca tener poco tiempo, pídele al Espíritu Santo que te ayude a encontrar un momento para pasar siquiera 10 minutos en la presencia de Dios. Es probable que eso sea todo lo que necesites para sentirte renovado y fortalecido. Tal vez, en otro momento del día puedas sacar cinco o diez minutos más para leer un texto de la Escritura y dejar que la Palabra de Dios te llene el corazón.

La idea es que, si llevas en tu interior la presencia de Cristo, el diablo no podrá encontrar acceso ni debilidad de la que pueda aprovecharse; así, en lugar de traspasar tus defensas, se topará de lleno con Jesús, “el hombre más fuerte” que estará montando guardia a la puerta de tu corazón.

Cuando Cristo murió en la cruz, derrotó por completo al diablo. Ahora, el enemigo es como un perro que ladra mucho pero que casi no muerde. Satanás no puede “morderte” si tú te afianzas en la victoria de Jesús y usas las armas y herramientas que el Señor te ha dado. Recuerda que Dios te ha bendecido “con toda clase de bendiciones espirituales” y te ha dado la posibilidad de que seas “santo y sin defecto en su presencia” (Efesios 1, 3.4). ¡Deposita tu fe en el poder y la gracia de Dios! Y pídele a Jesús que reine más y más en tu corazón; así verás que el diablo huye de tu lado.
“Jesús, Señor y Salvador mío, ayúdame a construir defensas estables contra el enemigo, para que yo te ame y te honre todos los días de mi vida.”
2 Samuel 5, 1-7. 10
Salmo 89 (88), 20-22. 25-26
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

Mes de la Gentileza día 27


RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 3,22-30


Evangelio según San Marcos 3,22-30
Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: "Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios".
Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: "¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás?
Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir.
Y una familia dividida tampoco puede subsistir.
Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin.
Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran.
Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre".
Jesús dijo esto porque ellos decían: "Está poseído por un espíritu impuro".


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

Posiblemente una de las primeras confesiones de “fe” en Jesús fue la de “Hijo de David”. San Pablo le designa como “nacido del linaje de David según la carne” (Rm 1,3). Las genealogías de Mt 1 y Lc 3, a falta de mejor recurso, hacen a Jesús descendiente “legal” de David, en cuanto hijo “legal” de José. Pero no es imposible que María fuese de una rama davídica siquiera muy colateral. Los cristianos de primera hora, judeocristianos, difícilmente habrían aceptado como mesías a un no davídida.

Pero estos judeocristianos, en su lectura del AT, iban más allá; David era para ellos figura histórica y simbólica, gran destinatario de las promesas de Yahvé: no conocería la corrupción del sepulcro (Sal 16,10), tendría un trono asegurado a perpetuidad (Sal 45,7), y traería prosperidad y paz para los suyos, en un reinado universal y “hasta que falte la luna” (Sal 72,7). Por ahí percibieron pronto que tales promesas solo se cumplían en el Resucitado (cf. Hch 2,30), el “verdadero David”. Al leer pasajes veterotestamentarios como el que nos ocupa hoy, debieron de exclamar: “ahora ya sabemos de quién hablaba la Escritura”. Jesús proporciona unas gafas nuevas, diferentes, para leer el AT. Y los cristianos de hoy no debiéramos decir jamás que el AT no nos dice nada: en Jesús casi todo queda aclarado. Hoy se nos invita a que, como los hombres de Hebrón a David, nosotros digamos a Jesús: “tú serás nuestro pastor”.

El pasaje evangélico de Jesús exorcista podría haberse escrito en estos términos: David venciendo a Goliat se llama ahora Jesús venciendo a Satanás por el poder del espíritu; Jesús es “más fuerte” que el mal, lo desarma y nos libera del temor a sus amenazas. Pero, ahora como entonces, puede haber personas tercas, endurecidas. Dado que Jesús removía muchas cosas, y en ese sentido resultaba “incómodo”, algunos prefirieron pecar contra la luz, interpretando torcidamente sus acciones. El misterioso dicho de Jesús sobre el pecado imperdonable, quizá hasta hoy no satisfactoriamente descifrado, algo deja claro: la libertad permite al ser humano cerrarse a la salvación; puede empecinarse en su ceguera, negándose a reconocer y aceptar lo evidente.

Esto puede darse en cosas pequeñas, pero también en relación con la globalidad del mensaje cristiano. Tal vez la petición del Padre Nuestro “no nos dejes caer en la tentación” tendría aquí su explicación: que no caigamos en el error radical de cerrarnos a la acción salvífica de Dios, ni a sus pequeñas manifestaciones cotidianas.

Nuestro hermano
Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 270120


Su reinado es indiviso y eterno.

“Un reino que está divido contra sí mismo no puede subsistir.” (Mc 3,26) Como se decía que él echaba a los demonios con el poder de Belzebul, príncipe de los demonios, Jesús quería por esta palabra, demostrar que su reino es indivisible y eterno. Por esto respondió a Pilato: “Mi reino no es de este mundo.” (Jn 18,36) Así, los que no ponen su esperanza en Cristo sino que piensan que los demonios son expulsados por el príncipe de los demonios, éstos, dice Jesús, no pertenecen al reino eterno...¿Cómo, si la fe está rota, el reino dividido puede subsistir?... Si el reino de la Iglesia debe subsistir eternamente, es porque su fe es indivisa, su cuerpo único: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre, que está sobre todos, actúa en todos y habita en todos” (Ef 4,5-6).

¡Qué locura sacrílega! Cuando el Hijo tomó la carne para expulsar los espíritus impuros y arrancar el botín al príncipe de este mundo, cuando dio a los hombres el poder de destruir el espíritu del mal, repartiendo sus despojos entre los hombres, -marca del vencedor-, algunos llaman a los demonios en su ayuda. Y, no obstante, como dice Lucas, Jesús es el “dedo de Dios” (Lc 11,20) o como dice Mateo: “el Espíritu de Dios” que expulsa a los demonios. Se comprende, pues, que el reino de Dios es indiviso como un cuerpo es indiviso, ya que Cristo está la derecha de Dios y el Espíritu Santo se puede comparar al dedo de Dios.



San Ambrosio (c. 340-397)
obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Comentario al evangelio de Lucas, 7, 91-92; SC 52

domingo, 26 de enero de 2020

Mes de la Gentileza día 26


RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 4,12-23


Evangelio según San Mateo 4,12-23
Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea.
Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí,
para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones!
El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz.
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca".
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores.
Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron.
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó.
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente.



RESONAR DE LA PALABRA

El primer anuncio del Evangelio

El Evangelio de hoy nos recuerda el momento en que Jesús comenzó a predicar. El evangelista Mateo nos lo presenta como el momento en que se cumple una antigua profecía de Isaías: “El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande”. Pero para ser sinceros, las palabras son mayores que la realidad. Lo que sucedió fue algo muy sencillo. En una esquina del mundo de aquel tiempo, lejos, muy lejos, de Roma, que era el centro de aquella civilización, un hombre salió a los caminos y comenzó a predicar. Su mensaje era muy sencillo: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”. Al principio casi nadie le hizo caso. Apenas unos pocos pescadores --los últimos de la sociedad--, algunas mujeres –igual de mal valoradas– y gente por el estilo. Jesús no era más que un judío marginal y sólo los marginados le hicieron un poco de caso. 

Si ése fue el modo como Dios quería presentar su salvación a todo el mundo, desde nuestra cultura actual, le diríamos que se equivocó de medio a medio. Hoy hubiésemos planteado toda una campaña en los medios de comunicación, de lanzamiento simultáneo en los países más ricos y desarrollados del mundo (en los países pobres se lanzaría más tarde), que ofreciese con claridad los contenidos más importantes y orientados ante todo a captar la atención de los destinatarios. Para ello, se trataría de ofrecer en primer lugar los aspectos más suaves, fáciles y gratificadores del mensaje. Con suficiente antelación se habría preparado a un gran número de predicadores, conferenciantes y escritores que se entregarían a la tarea de presentar el mensaje de un modo más cercano a la gente. Pero Dios no hizo eso. Más bien lo contrario. En Jesús se acercó a los últimos. Nunca estuvo muy preocupado por el número de sus seguidores ni por su nivel social. Ni siquiera les puso las cosas fáciles. Sus primeras palabras, ponen frente al oyente una exigencia radical: “Convertíos” o lo que es lo mismo, “cambiad de vida”. Pero algo encontraron en él aquellas gentes sencillas y humildes que le siguieron. Con dudas y vacilaciones, pero le siguieron. 

Hoy, también nosotros somos una pequeña comunidad. No ocupamos el centro del mundo. No tenemos los medios de comunicación a nuestro alcance. Ni falta que nos hacen. Apenas tenemos el Evangelio en medio de nosotros y la fuerza de Jesús para hacer lo que él hizo. Primero, escuchar su mensaje y tratar de convertirnos, de comenzar a vivir de acuerdo con el Evangelio. Y, segundo, ser portadores de ese Evangelio para todos los que nos rodean. No hay que temer porque seamos pocos o pobres. Así es como Dios quiere hacer presente su mensaje en el mundo. En nuestras manos está.

Para la reflexión

Hemos escuchado a Jesús que nos llama a convertirnos, ¿qué significa eso para nosotros? ¿Qué tengo que hacer para convertirme y vivir como cristiano? ¿Qué deberíamos hacer como comunidad para ser testigos de Jesús en nuestro barrio?
Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 260120


“Apareció una gran luz sobre aquellos que habitaban en tinieblas y sombras de muerte”

Te ruego, Jesús mío, que enciendas tan intensamente mi lámpara con tu resplandor que, a la luz de una claridad tan intensa, pueda contemplar el santo de los santos que está en el interior de aquel gran templo, en el cual tú, Pontífice eterno de los bienes eternos, has penetrado; que allí, Señor, te contemple continuamente y pueda así desearte, amarte y quererte solamente a ti, para que mi lámpara, en tu presencia, esté siempre luciente y ardiente.

Te pido, Salvador amantísimo, que te manifiestes a nosotros, que llamamos a tu puerta, para que, conociéndote, te amemos sólo a ti y únicamente a ti; que seas tú nuestro único deseo, que día y noche meditemos sólo en ti, y en ti únicamente pensemos. Alumbra en nosotros un amor inmenso hacia ti, cual corresponde a la caridad con la que Dios debe ser amado y querido (…) y hasta tal punto inunde todos nuestros sentimientos, que nada podamos ya amar fuera de ti, el único eterno. Así, por muchas que sean las aguas de la tierra y del firmamento, nunca llegarán a extinguir en nosotros la caridad, según aquello que dice la Escritura: Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor. Que esto llegue a realizarse, al menos parcialmente, por don tuyo, Señor Jesucristo.



San Columbano (563-615)
monje, fundador de monasterios
Instrucción espiritual 12, 2-3 (trad. breviario Martes, XXVIII semana)

sábado, 25 de enero de 2020

CUANDO DIOS ELIGE, TRANSFORMA

«Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura.» Mc 16, 15

El gran san Crisóstomo, hablando de San Pablo le alaba cuanto puede, con tanto honor y estima que es cosa admirable ver cómo cuenta sus virtudes, perfecciones, excelencias, prerrogativas y gracias con las cuales Dios le adornó y enriqueció.

Pero tras todo esto, el mismo santo, para que veamos que esos dones no venían de Pablo sino de la bondad infinita de la divina Majestad, que le hizo lo que era, habla de sus defectos y cuenta sus pecados e imperfecciones diciendo: «Ya veis, ese jorobadito y malformado (era pequeño de estatura y feo) y de él ha hecho Dios un vaso de elección. Gran pecador y gran perseguidor de los cristianos y Dios le ha hecho, de lobo, cordero; ese melancólico, terco, orgulloso y ambicioso, colmado de gracias y bendiciones se ha vuelto humilde y caritativo, tanto que dice de sí mismo que es el menor de los apóstoles y el mayor de los pecadores y que se ha hecho todo para todos a fin de ganarlos a todos.» Y también dijo: «¿Quién está enfermo que no enferme yo con él? ¿Quién está triste sin estar triste yo? ¿Quién está alegre sin que yo me regocije con él?.» En verdad, que cuando los antiguos escribían las vidas de los santos eran exactos en rebuscar sus faltas y pecados, los contaban y declaraban, para exaltar y magnificar al Señor que se gloría en ellos, pues los ha levantado de su miseria, convertido y hecho grandes santos.

San Francisco de Sales
Sermón de mayo de 1616 ó 1617. IX, 74