La verdadera empatía consiste en estar plenamente presentes con la otra persona, procurando evitar la evaluación y la propia opinión. Esta empatía “comienza por casa”: necesitamos estar atentos a nuestras propias necesidades, evitando las imposiciones morales y la auto-condena por los errores que cometemos. Extractos de “La Comunicación No Violenta”, de Marshall Rosenberg.
La verdadera empatía
La empatía consiste en una comprensión respetuosa de lo que los demás están experimentando. El filósofo chino Chuang-Tzu afirmó que la verdadera empatía requiere escuchar con todo nuestro ser: “Escuchar simplemente con los oídos es una cosa. Escuchar con el entendimiento es otra distinta. Pero escuchar con el alma no se limita a una sola facultad, al oído o al entendimiento. Exige vaciar todas las facultades. Cuando estas están vacías, es todo nuestro ser el que escucha”.
Solemos caer en la necesidad de dar consejos, tranquilizar o explicar cuál es nuestra postura o nuestros sentimientos. La empatía, en cambio, requiere centrar toda la atención en el mensaje que nos transmite la otra persona.
Dag Hammarskjold, ex secretario general de las Naciones Unidas, dijo en una ocasión: “Cuanto mejor escuchemos nuestra voz interior, tanto mejor oiremos lo que esté ocurriendo a nuestro alrededor”. Si nos hacemos competentes en practicar la empatía con nosotros mismos, sentiremos inmediatamente una liberación de energía que nos permitirá estar presentes con la otra persona.
Solemos caer en la necesidad de dar consejos, tranquilizar o explicar cuál es nuestra postura o nuestros sentimientos. La empatía, en cambio, requiere centrar toda la atención en el mensaje que nos transmite la otra persona.
La comprensión intelectual bloquea la empatía. Cuando creemos que tenemos que “arreglar las cosas” para que los demás se sientan mejor, dejamos de estar presentes. El elemento clave de la empatía es la presencia, es decir, la capacidad de estar totalmente presentes con la otra persona y lo que está sintiendo. Esta calidad de presencia es lo que distingue a la empatía de una comprensión intelectual o de un mero compadecerse ante lo que le ocurre al otro. Conviene que tengamos muy presente que compartir cómo nos conmueve lo que oímos del otro no es lo mismo que ofrecer empatía.
Para confirmar si entendimos bien lo que quiere transmitirnos la otra persona, es útil repetirlo en nuestros propios términos. Si al parafrasear lo que nos dijo la otra persona resulta que nos equivocamos, nuestro interlocutor tendrá la oportunidad de corregirnos. Esta es otra de las ventajas de la empatía: al preguntar o parafrasear, le brindamos a la otra persona la oportunidad de profundizar en lo que nos ha dicho. Este parafraseo o chequeos de comprensión no deben realizarse de manera mecánica y sin conciencia clara de cuáles son nuestras intenciones, sino conectándonos con el ser humano que tenemos enfrente.
Parafrasear no es perder el tiempo; todo lo contrario: permite ahorrarlo. Estudios realizados sobre las negociaciones entre los representantes de empresas y trabajadores demuestran que se ahorra la mitad del tiempo que se suele emplear en ellas cuando cada negociador acepta, antes de responder, repetir exactamente lo que acaba de decir su interlocutor.
Nuestra capacidad de ofrecer empatía nos puede permitir ser vulnerables, neutralizar la violencia potencial, escuchar la palabra “no” sin tomarla como un rechazo personal, reanimar una conversación sin vida y hasta captar sentimientos y necesidades expresados con el silencio. Las personas logran superar los efectos paralizantes del dolor psicológico cuando establecen contacto con alguien que puede escucharlos con empatía.
La conexión con uno mismo
La CNV (Comunicación No Violenta) contribuye a las relaciones con los amigos y con la familia, así como en el trabajo y en el ámbito político. Su aplicación más crucial, sin embargo, tal vez radique en la manera en que nos tratamos a nosotros mismos. Si somos interiormente violentos con nosotros mismos, es difícil que seamos realmente compasivos con los demás.
Lamentablemente, nos han enseñado a auto-evaluarnos de una manera que a menudo contribuye más a fomentar el rencor hacia nosotros mismos más que a aprender.
Un área importante donde esta violencia puede reemplazarse por la compasión es en nuestra permanente evaluación de nosotros mismos. Es fundamental saber evaluar los hechos y las condiciones con las que nos encontramos, de manera que nos ayuden a aprender y elegir sobre la marcha opciones más útiles. Lamentablemente, nos han enseñado a auto-evaluarnos de una manera que a menudo contribuye más a fomentar el rencor hacia nosotros mismos más que a aprender. Cometemos errores, y a menudo nos encontramos enredados en un sentimiento de odio hacia nosotros mismos, entorpeciendo así nuestro crecimiento personal.
Aún cuando a veces “aprendemos la lección” de los errores por los que nos juzgamos tan duramente, me preocupa la naturaleza de la energía que está detrás de este tipo de cambio y aprendizaje. Preferiría que el cambio estuviera estimulado por un claro deseo de enriquecer nuestra propia vida o la de los demás, y no por energías destructivas como la vergüenza o la culpa. La vergüenza es una forma de odio hacia la propia persona, y las cosas que se hacen como reacción ante la vergüenza no son actos libres ni felices.
En el lenguaje corriente hay una expresión que tiene una enorme capacidad de generar vergüenza y culpa. Es una expresión violenta que solemos usar para autoevaluarnos, y que está tan profundamente arraigada en nuestra conciencia, que a muchos nos parecería casi imposible prescindir de ella. Se trata de la expresión “debería”, como por ejemplo “no debería haber hecho eso” o “debería haberlo imaginado”. Cuando la usamos con nosotros mismos, la mayoría de las veces resistimos a aprender, puesto que la expresión implica que no hay otra opción. Cuando los seres humanos escuchamos una exigencia, sea del tipo que sea, solemos resistirla, ya que amenaza nuestra autonomía, nuestra profunda necesidad de elegir. Reaccionamos así frente a la tiranía, incluso frente a la tiranía interna bajo la forma de un “debería”.
En la siguiente autoevaluación está presente una expresión similar de exigencia interna: “Lo que estoy haciendo es espantoso. ¡Tengo que dejar de hacerlo!” Tomémonos un momento y pensemos en la cantidad de personas a las que les hemos oído decir: “Tengo que dejar de fumar”, o bien “Tengo que hacer más ejercicio”. No paran de decirse lo que “deben” hacer pero siguen resistiéndose a hacerlo, porque el destino del ser humano no es la esclavitud. No estamos destinados a sucumbir a los dictados del “debería” o del “tengo que”, vengan de afuera o de adentro de uno mismo.
Una premisa básica de la CNV es que siempre que damos a entender que alguien se equivoca u obra mal, lo que decimos en realidad es que dicha persona actúa de una forma que no está en armonía con nuestras necesidades. Si resulta que la persona que juzgamos somos nosotros mismos, lo que decimos es: “No me estoy comportando de una manera que está en armonía con mis propias necesidades”. Estoy convencido de que si aprendemos a evaluarnos usando como parámetros nuestras necesidades, mirando si están satisfechas o no, o hasta qué punto lo están, es mucho más probable que podamos aprender a partir de dicha evaluación.
La aplicación más crucial de la CNV tal vez radica en la manera en que nos tratamos a nosotros mismos. Cuando cometemos errores, podemos usar el proceso de duelo y perdón hacia nosotros mismos que la CNV propone, para que nos indique hacia dónde podemos crecer, en lugar de quedarnos en una serie de juicios moralistas. Al evaluar nuestras conductas en términos de nuestras necesidades insatisfechas, el ímpetu para realizar un cambio no procede de la vergüenza, la culpa, la ira o la depresión, sino de un auténtico desde de contribuir a nuestro bienestar y al de los demás.
Tomado del libro “La Comunicación No Violenta” de Marshall Rosenberg.