martes, 31 de octubre de 2017

Edificar el castillo “exterior”



En esta época de la globalización, en esta hora de la Iglesia-comunión, ¿no ha llegado tal vez el momento –como alguien ha apuntado- de descubrir, iluminar, edificar, además del castillo “interior”, el castillo “exterior”?


Es decir, la presencia de Dios no sólo en nosotros, sino también entre nosotros. Es el castillo de dos o más unidos en el nombre del Señor, castillo que no hay que destruir nunca, sino que hay que recomponer continuamente y conservar en toda relación hasta el esplendor de la unidad.

Sueño la Iglesia del tercer milenio como Casa que custodia la presencia del Dios vivo, como Ciudad santa que baja de lo alto; no como un conjunto de piedras esparcidas, sino como construcción articulada y armoniosa, que se hace compacta por la comunión vivida. Sueño esa Ciudad, que guarda en su centro el Cordero como fuente de luz para toda la humanidad.

¡Espera en Dios!, Breves reflexiones del Cardenal Van Thuan, Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2009, p. 96.

La salvación es cierta: basta con ir al encuentro de Jesús



Ante las tragedias nacionales e internacionales, vemos que hay tres puntos muy importantes: la justicia, la responsabilidad –sobre todo de los educadores y de los gobernantes- y, tercero, la conversión de los corazones. En efecto, sin la conversión de los corazones, sin la oración, no hay humildad para escuchar y, cuando no recorremos este camino, hay solamente poder, dinero, armas.


Compartir con todos los demás nuestra alegría, la alegría de la esperanza: la esperanza está ya en nuestro corazón, porque Jesús vino a nosotros. La salvación es cierta: basta con ir al encuentro de Jesús.

¡Espera en Dios!, Breves reflexiones del Cardenal Van Thuan, Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2009, p. 98.


El Señor me ha tendido la mano

He pasado por momentos verdaderamente difíciles, la tentación de la venganza, la tentación de la desesperación…, pero en el momento más crítico, en el abismo de mi miseria, en mi debilidad humana, en ese momento el Señor me ha tendido la mano y la esperanza ha retornado, como la luz después de la lluvia.

¡Espera en Dios!,
Breves reflexiones del Cardenal Van Thuan, Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2009, p. 104.


La alegría de amar

Con Jesús por la mañana.
“Podemos curar con medicinas las enfermedades físicas, pero el único remedio para la soledad, la desesperación y la desesperanza es el amor. Son muchos en el mundo los que mueren por un pedazo de pan, pero hay muchos que mueren por un poco de amor” (Teresa de Calcuta). Dar con alegría, sin esperar nada a cambio. Busca a un hermano que viva en soledad, que sufra enfermedad y no pueda ganar el pan y acércate a él llevándole tu ayuda material y tu cariño. Ofrece este gesto por la intención del Papa para este mes.
Con Jesús por la tarde.
“Les decía: ¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué lo compararé? Se parece a una semilla de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece, se hace un arbusto y las aves anidan en sus ramas” (Lc. 13, 18-19). El Reino de Dios crece como la semilla, en el silencio y en la oscuridad del entierro. ¿Cómo crece Dios en tu vida? Agradece al Señor su presencia en tu vida y las buenas inspiraciones que te ha regalado en el peregrinar de este mes que hoy finaliza.
Con Jesús por la noche.
Detente. Tómate un momento y sé consciente de lo que has vivido hoy. ¿Qué te llena de alegría? ¿Qué te hace perder la paz? ¿Dónde tienes puesto tu corazón? No se puede sentir plenitud interior si no sabemos hacia dónde va nuestra vida.

Meditación: Lucas 13, 18-21

"¿A qué se parece el Reino de Dios?... Se parece a la semilla de mostaza." Lucas 13, 18-19
La obra de Dios comienza en el corazón de sus hijos desde el momento del Bautismo. Es algo casi imperceptible mientras uno aprende a poner atención a las mociones del Espíritu Santo. Y muchas veces la acción divina se manifiesta en nosotros en inspiraciones espontáneas, decisiones que normalmente no se nos ocurriría tomar.



San Francisco de Sales (1567-1622) enseñaba que también era valioso dejar que Dios cambie nuestros pensamientos en las cosas pequeñas: “Rara vez se presentan grandes oportunidades de servir a Dios, pero las pequeñas son frecuentes. Al que sea fiel en lo pequeño, se le confiará mucho, dijo el Salvador.”

Y como ejemplo añadió: “Cuando vi que Santa Catalina de Siena había tenido tantos éxtasis y elevaciones del espíritu, revelaciones y palabras de sabiduría, no dudé de que en la contemplación ella había cautivado el corazón de su celestial esposo. Pero me sentí igualmente consolado cuando la vi en la cocina de su padre, dando vuelta el asador con gran humildad, encendiendo el fuego, aderezando la carne, amasando pan y estando ocupada alegremente en los quehaceres más sencillos, llena de amor y cariño hacia Dios” (Introducción a la vida devota, cap 35).

A veces no se nos ocurre pensar que Dios actúe o esté presente en las cosas más triviales de la vida, y que él observa, por ejemplo, cómo tratamos a nuestros familiares o compañeros de trabajo. El Señor quiere que seamos santos y una manera de avanzar por el camino de la espiritualidad es tener presente que siempre hemos de ser amables, bondadosos, pacientes y compasivos con todos.

Sí, debemos seguir las mociones del Espíritu Santo para rechazar el pecado, pero también reconocer cuando caemos, ofendemos o desairamos a otros o simplemente no nos ofrecemos para dar alguna ayuda o servicio que podemos dar. Dios está siempre con nosotros y él sabe todo lo que hacemos, de manera que vale la pena tenerlo presente en todo momento, a fin de honrarlo y darle gloria.
“Señor, abre mis ojos para que te vea actuar en mi vida hoy mismo. Te ruego que venga tu Reino, para beneficio de todos los que tú quieres tocar y salvar por mi testimonio de vida. Déjame conocer tu amor, para que yo me ponga siempre a tu servicio.”
Romanos 8, 18-25
Salmo 126(125), 1-6

RESONAR DE LA PALABRA Evangelio según San Lucas 13,18-21.

Evangelio según San Lucas 13,18-21. 
Jesús dijo entonces: "¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas". Dijo también: "¿Con qué podré comparar el Reino de Dios? Se parece a un poco de levadura que una mujer mezcló con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa". 

RESONAR DE LA PALABRA

Ciudad Redonda
Queridos hermanos:
¡Qué bien ha unido la Iglesia hoy las dos lecturas! Parecen una explicación, una continuidad la una de la otra. Por un lado Palo nos habla de la esperanza:”la creación vive en la esperanza”, dice. Expectante, aguardando. Por otro, Jesús, maestro en los ejemplos de los cotidiano, dice que hay que saber ver, que hay que saber mirar más allá, porque el Reino se da poco a poco, en una sencillez soberana, en la gran masa del mundo.
Hay una doble tentación latente en todo hombre y mujer que hace el bien: la inmediatez y la totalidad. Ambas van de la mano y son como un látigo que golpea nuestra inteligencia y nuestra voluntad. Queremos que el bien sea obligatorio, que todos lo entiendan y lo practiquen, que se unan a una cadena, que vayan con nosotros. Y que sea ya, porque si no hay resultados todo indicará un fracaso rotundo. En Dios las cosas son de otra manera. Se sienta a esperar a la puerta de nuestra voluntad, a ver si movemos los resortes que la impulsan, y espera siempre, sin descanso. Porque sabe que vencerá el bien. Lo hará con el secreto de los sencillos, con la prudencia de los humildes, con las formas proporcionadas de los mansos.
El Reino ha empezado a ejercitarse en la voluntad de hombres y mujeres que trabajan como lo hace la pequeña semilla o la humilde levadura. Posee la virtualidad de la naturaleza que es capaz de deshacer lo más firme y duradero. El Reino de Dios no vendrá con trompetas, con luces y anuncios en grandes pantallas, como gustan hacer quienes quieren vender humo y comprar voluntades. Lo hará en la naturalidad de los que ahora construyen un mundo de justicia en la donación a sus hermanos necesitados; en la candidez del ofrecimiento a los que están solos; en la inocencia de quienes comparten su tiempo, sus esperanzas y sus lagrimas; en todos los que ponen patas arribas el sistema a fuerza de solidaridad y compañía.
¿Lo ves? Mira con apertura el mundo y podrás distinguirlo, porque la esperanza ya se abre paso.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

EL REINO DE DIOS

Simeón el Nuevo Teólogo (c. 949-1022), monje griego 
Himno 17
El Reino de Dios

      Te mostraré claramente que es aquí abajo adonde debes recibir plenamente el Reino de los cielos, si quieres penetrar en él también después de tu muerte. Escucha a Dios que te habla en parábolas « ¿Con qué comparar el Reino de los Cielos? Es semejante, escucha bien, al grano de mostaza que tomó un hombre y lo tiró en su jardín, y éste creció y, en verdad, se convirtió en un gran árbol.» Ese grano, es el Reino de los Cielos, es la gracia del Espíritu divino, y el jardín, es el corazón de cada hombre, allí adonde el que lo recibió esconde el Espíritu al fondo de sí mismo, en los repliegues de sus entrañas, para que nadie pueda verlo. Y lo guarda con todo su cuidado para que crezca, para que se convierta en un árbol y se levante hacia el cielo.

      Entonces, si tú dices: «No es aquí abajo, pero es después de la muerte que recibirán el Reino de los Cielos todos aquellos que lo habrán deseado con fervor», trastornas las palabras del Salvador nuestro Dios. Y si tú no tomas el grano, ese grano de mostaza, como él lo ha dicho, si tú no lo tiras en tu jardín, permaneces totalmente estéril. ¿En qué otro momento, sino ahora, recibirás la semilla?

      Aquí abajo es que recibes las arras, dice el Maestro; aquí abajo, recibes el sello. Desde aquí abajo enciende tu lámpara. Si eres prudente, es aquí abajo que me convierto para ti en la perla (Mt 13:45), es aquí abajo que soy tu trigo, y como un grano de mostaza. Es aquí abajo que me convierto para ti en levadura y que hago crecer la masa. Es aquí abajo que yo soy para ti como el agua y me convierto en el fuego suavizante. Es aquí abajo que me convierto en tu ropa y tu comida y toda tu bebida, si tú lo deseas. Es eso lo que dice el Maestro. « Si de esta manera, desde aquí abajo me reconoces, allá también me poseerás inefablemente, y me convertiré en todo para ti.»

lunes, 30 de octubre de 2017

Es el momento de aceptar a Jesús

Jesús nos da la oportunidad de aceptarlo como único Señor.




Nuestro pueblo hoy vive en la indecisión. Aún los que están en la Iglesia recibieron la gracia del bautismo en el Espíritu Santo, y parecen pajaritos que saltan de gajo en gajo, entre Dios y el pecado o entre Dios y las sectas, la hechicería, la cartomancia y los cristales. 
El Señor es enfático: no es posible servir a dos señores.
Al recurrir a otros señores y no a Dios con la esperanza de encontrar soluciones para el matrimonio, las finanzas y las dolencias, nos contaminamos a nosotros mismos y a aquellos a quienes amamos y con quienes convivimos. Debemos renunciar a eso, y confesarlo para ser liberados.
Imagina que estás ahogándote en un río sucio, enlodado, y el Señor tira una cuerda para salvarte. ¿Qué harías? ¿Despreciarías la cuerda? No!, Tú debes agarrarte de ella pues ya no aguantas la corriente. Es el momento de tomar la cuerda lanzada por Jesús y dejar que El te salve. Eso es aceptar a Jesús como Salvador, pues Él es misericordia para nosotros. Si esperamos hasta ahora y aunque debamos esperar algún tiempo mas, es por y para nuestra salvación, salvación que no queremos perder.
Somos los escogidos de Dios.

Adaptación del original en portugues de un texto de Monsenhor Jonas Abib
Fundador de la Comunidad Canção Nova

Cercanía

30 de octubre de 2017
Homilía en Santa Marta

Un buen pastor se acerca a los descartados, es capaz de conmoverse y no se avergüenza de tocar la carne herida. En cambio, quien sigue el camino del clericalismo, se acerca siempre o al poder de turno o al dinero. Lo reafirmó con fuerza el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el último lunes de octubre, en que comentó el episodio evangélico de la curación de la mujer que narra el Evangelio de San Lucas propuesto por la liturgia del día.






El Papa explicó que en la sinagoga, un sábado, Jesús se encontró con una mujer que no lograba estar derecha.“Una enfermedad de la columna – dijo – que desde hacía años la tenía así”. A la vez que recordó que el evangelista usa cinco verbos para describir lo que hace Jesús: “La vio, la llamó, le dijo, impuso las manos sobre ella y la curó”.
Cinco verbos de cercanía – subrayó Francisco – porque “un buen pastor está siempre cerca”. En la parábola del buen pastor está cerca de aquella oveja perdida, deja a las demás y va a buscarla. No puede estar lejos de su pueblo.
En cambio los clérigos, los Doctores de la Ley, los fariseos, los saduceos, los ilustres, vivían separados del pueblo, reprochándole continuamente. Estos no eran buenos pastores – aclaró el Santo Padre –  estaban cerrados en su propio grupo y no se interesaban por el pueblo. “Quizás les importaba a ellos, cuando terminaba el servicio religioso, para ir a ver cuánto dinero había en las ofertas”. Pero no estaban cerca de la gente.
En cambio Jesús está cerca, y su cercanía viene de lo que Jesús siente en su corazón: “Jesús se conmovió”, tal como se lee en otro pasaje del Evangelio.
“Por esto Jesús siempre estaba allí con la gente descartada por aquel grupito clerical: había pobres, enfermos, pecadores, leprosos, y estaban todos allí, porque Jesús tenía esta capacidad de conmoverse ante la enfermedad, era un buen pastor. Un buen pastor se acerca y tiene capacidad de conmoverse. Y yo diría, que el tercer rasgo de un buen pastor es no avergonzarse de la carne, tocar la carne herida, como hizo Jesús con esta mujer: ‘tocó’, ‘impuso las manos’, tocó a los leprosos, tocó a los pecadores”.
Un buen pastor – prosiguió el Papa – no dice: “Sí, está bien…  Sí, sí, yo estoy cerca de ti en el Espíritu”. Esta es distancia. Sino que hace “lo que ha hecho Dios Padre: acercarse, por compasión, por misericordia, en la carne de su Hijo”.
El gran pastor, el Padre, nos ha enseñado cómo se hace el buen pastor: se abajó, se vació, se vació a sí mismo, se anonadó, tomó condición de siervo.
“Pero, ¿y estos otros – los que siguen el camino del clericalismo – a quién se acercan?.Se acercan siempre o alpoder de turno o al dinero. Y son los malos pastores. Ellos sólo piensan en cómo escalar en el poder, ser amigos del poder y negocian todo o piensan en los bolsillos. Estos son los hipócritas, capaces de todo. A esta gente no le importa el pueblo. Y cuando Jesús les da aquel bonito adjetivo que utiliza tantas veces con éstos – “hipócritas” – ellos se ofenden: “Pero no, no, nosotros seguimos la Ley”.
Cuando el pueblo de Dios ve que los malos pastores son aporreados está contento – recordó Francisco – y esto es un pecado, sí, han sufrido tanto que un poco “gozan” de esto. Pero el buen pastor –  añadió – es Jesús que ve, llama, habla, toca y cura. Es el Padre quien se hace carne en su Hijo, por compasión.
“Es una gracia para el pueblo de Dios tener buenos pastores, pastores como Jesús, que no se avergüenzan de tocar la carne herida, que saben que sobre esto – no sólo ellos, también todos nosotros – seremos juzgados: estuve hambriento, estuve en la cárcel, estuve enfermo… Los criterios del protocolo final son los criterios de la cercanía, los criterios de esta cercanía total, para tocar, compartir la situación del pueblo de Dios. No olvidemos esto: el buen pastor está siempre cerca de la gente, siempre, como Dios nuestro Padre se hizo cercano a nosotros en Jesucristo hecho carne”.

Tocar la carne herida

«Es una gracia para el pueblo de Dios tener buenos pastores como Jesús, que no se avergüenzan de tocar la carne herida, que saben que sobre esto – no sólo ellos, también todos nosotros – seremos juzgados: estuve hambriento, estuve en la cárcel, estuve enfermo… Los criterios del protocolo final son los criterios de la cercanía, los criterios de esta cercanía total, para tocar, compartir la situación del pueblo de Dios. No olvidemos esto: el buen pastor está siempre cerca de la gente, siempre, como Dios nuestro Padre se hizo cercano a nosotros en Jesucristo hecho carne»
Francisco.
Homilía en Santa Marta 30.10.2017
viñeta / dibujo Leonan Faro


La empatía

La verdadera empatía consiste en estar plenamente presentes con la otra persona, procurando evitar la evaluación y la propia opinión. Esta empatía “comienza por casa”: necesitamos estar atentos a nuestras propias necesidades, evitando las imposiciones morales y la auto-condena por los errores que cometemos. Extractos de “La Comunicación No Violenta”, de Marshall Rosenberg.

















La verdadera empatía

La empatía consiste en una comprensión respetuosa de lo que los demás están experimentando. El filósofo chino Chuang-Tzu afirmó que la verdadera empatía requiere escuchar con todo nuestro ser: “Escuchar simplemente con los oídos es una cosa. Escuchar con el entendimiento es otra distinta. Pero escuchar con el alma no se limita a una sola facultad, al oído o al entendimiento. Exige vaciar todas las facultades. Cuando estas están vacías, es todo nuestro ser el que escucha”.
Solemos caer en la necesidad de dar consejos, tranquilizar o explicar cuál es nuestra postura o nuestros sentimientos. La empatía, en cambio, requiere centrar toda la atención en el mensaje que nos transmite la otra persona.
Dag Hammarskjold, ex secretario general de las Naciones Unidas, dijo en una ocasión: “Cuanto mejor escuchemos nuestra voz interior, tanto mejor oiremos lo que esté ocurriendo a nuestro alrededor”. Si nos hacemos competentes en practicar la empatía con nosotros mismos, sentiremos inmediatamente una liberación de energía que nos permitirá estar presentes con la otra persona.

Solemos caer en la necesidad de dar consejos, tranquilizar o explicar cuál es nuestra postura o nuestros sentimientos. La empatía, en cambio, requiere centrar toda la atención en el mensaje que nos transmite la otra persona.

La comprensión intelectual bloquea la empatía. Cuando creemos que tenemos que “arreglar las cosas” para que los demás se sientan mejor, dejamos de estar presentes. El elemento clave de la empatía es la presencia, es decir, la capacidad de estar totalmente presentes con la otra persona y lo que está sintiendo. Esta calidad de presencia es lo que distingue a la empatía de una comprensión intelectual o de un mero compadecerse ante lo que le ocurre al otro. Conviene que tengamos muy presente que compartir cómo nos conmueve lo que oímos del otro no es lo mismo que ofrecer empatía.

Para confirmar si entendimos bien lo que quiere transmitirnos la otra persona, es útil repetirlo en nuestros propios términos. Si al parafrasear lo que nos dijo la otra persona resulta que nos equivocamos, nuestro interlocutor tendrá la oportunidad de corregirnos. Esta es otra de las ventajas de la empatía: al preguntar o parafrasear, le brindamos a la otra persona la oportunidad de profundizar en lo que nos ha dicho. Este parafraseo o chequeos de comprensión no deben realizarse de manera mecánica y sin conciencia clara de cuáles son nuestras intenciones, sino conectándonos con el ser humano que tenemos enfrente.

Parafrasear no es perder el tiempo; todo lo contrario: permite ahorrarlo. Estudios realizados sobre las negociaciones entre los representantes de empresas y trabajadores demuestran que se ahorra la mitad del tiempo que se suele emplear en ellas cuando cada negociador acepta, antes de responder, repetir exactamente lo que acaba de decir su interlocutor.

Nuestra capacidad de ofrecer empatía nos puede permitir ser vulnerables, neutralizar la violencia potencial, escuchar la palabra “no” sin tomarla como un rechazo personal, reanimar una conversación sin vida y hasta captar sentimientos y necesidades expresados con el silencio. Las personas logran superar los efectos paralizantes del dolor psicológico cuando establecen contacto con alguien que puede escucharlos con empatía.

La conexión con uno mismo

La CNV (Comunicación No Violenta) contribuye a las relaciones con los amigos y con la familia, así como en el trabajo y en el ámbito político. Su aplicación más crucial, sin embargo, tal vez radique en la manera en que nos tratamos a nosotros mismos. Si somos interiormente violentos con nosotros mismos, es difícil que seamos realmente compasivos con los demás.
Lamentablemente, nos han enseñado a auto-evaluarnos de una manera que a menudo contribuye más a fomentar el rencor hacia nosotros mismos más que a aprender.
Un área importante donde esta violencia puede reemplazarse por la compasión es en nuestra permanente evaluación de nosotros mismos. Es fundamental saber evaluar los hechos y las condiciones con las que nos encontramos, de manera que nos ayuden a aprender y elegir sobre la marcha opciones más útiles. Lamentablemente, nos han enseñado a auto-evaluarnos de una manera que a menudo contribuye más a fomentar el rencor hacia nosotros mismos más que a aprender. Cometemos errores, y a menudo nos encontramos enredados en un sentimiento de odio hacia nosotros mismos, entorpeciendo así nuestro crecimiento personal.

Aún cuando a veces “aprendemos la lección” de los errores por los que nos juzgamos tan duramente, me preocupa la naturaleza de la energía que está detrás de este tipo de cambio y aprendizaje. Preferiría que el cambio estuviera estimulado por un claro deseo de enriquecer nuestra propia vida o la de los demás, y no por energías destructivas como la vergüenza o la culpa. La vergüenza es una forma de odio hacia la propia persona, y las cosas que se hacen como reacción ante la vergüenza no son actos libres ni felices.

En el lenguaje corriente hay una expresión que tiene una enorme capacidad de generar vergüenza y culpa. Es una expresión violenta que solemos usar para autoevaluarnos, y que está tan profundamente arraigada en nuestra conciencia, que a muchos nos parecería casi imposible prescindir de ella. Se trata de la expresión “debería”, como por ejemplo “no debería haber hecho eso” o “debería haberlo imaginado”. Cuando la usamos con nosotros mismos, la mayoría de las veces resistimos a aprender, puesto que la expresión implica que no hay otra opción. Cuando los seres humanos escuchamos una exigencia, sea del tipo que sea, solemos resistirla, ya que amenaza nuestra autonomía, nuestra profunda necesidad de elegir. Reaccionamos así frente a la tiranía, incluso frente a la tiranía interna bajo la forma de un “debería”.

En la siguiente autoevaluación está presente una expresión similar de exigencia interna: “Lo que estoy haciendo es espantoso. ¡Tengo que dejar de hacerlo!” Tomémonos un momento y pensemos en la cantidad de personas a las que les hemos oído decir: “Tengo que dejar de fumar”, o bien “Tengo que hacer más ejercicio”. No paran de decirse lo que “deben” hacer pero siguen resistiéndose a hacerlo, porque el destino del ser humano no es la esclavitud. No estamos destinados a sucumbir a los dictados del “debería” o del “tengo que”, vengan de afuera o de adentro de uno mismo.

Una premisa básica de la CNV es que siempre que damos a entender que alguien se equivoca u obra mal, lo que decimos en realidad es que dicha persona actúa de una forma que no está en armonía con nuestras necesidades. Si resulta que la persona que juzgamos somos nosotros mismos, lo que decimos es: “No me estoy comportando de una manera que está en armonía con mis propias necesidades”. Estoy convencido de que si aprendemos a evaluarnos usando como parámetros nuestras necesidades, mirando si están satisfechas o no, o hasta qué punto lo están, es mucho más probable que podamos aprender a partir de dicha evaluación.

La aplicación más crucial de la CNV tal vez radica en la manera en que nos tratamos a nosotros mismos. Cuando cometemos errores, podemos usar el proceso de duelo y perdón hacia nosotros mismos que la CNV propone, para que nos indique hacia dónde podemos crecer, en lugar de quedarnos en una serie de juicios moralistas. Al evaluar nuestras conductas en términos de nuestras necesidades insatisfechas, el ímpetu para realizar un cambio no procede de la vergüenza, la culpa, la ira o la depresión, sino de un auténtico desde de contribuir a nuestro bienestar y al de los demás.

Tomado del libro “La Comunicación No Violenta” de Marshall Rosenberg.

Homo Empathicus

La historia suele narrarse en términos de batallas, conquistas, líderes militares… Sin embargo, el hilo conductor de la historia es la empatía, que ha hecho asociarnos, ayudarnos mutuamente, buscar soluciones. En ella está la llave para construir un mundo mejor.

Es curiosa la conclusión que se puede extraer si se leen algunas narraciones de la historia del ser humano. Todas ellas parecen tener un especial interés solo en los acontecimientos bélicos, de conquista, de lucha, de aquellos que hablan de los grandes héroes o de los llamados malvados. También observamos cómo los avances tecnológicos y las injusticias económicas o sociales ocupan parte de estas páginas llenas en sí de un espíritu un tanto morboso y oscuro. Si acaso nombran los aspectos filosóficos, lo hacen en relación al poder. En rarísimas ocasiones hemos leído sobre otros temas. Como dice Jeremy Rifkin: “Rara vez los hemos oído hablar de la otra cara de la experiencia humana, la que se refiere a nuestra naturaleza profundamente social, a la evolución y la extensión del afecto humano y a su impacto en la cultura y la sociedad”. (1)
La empatía es el motor que ha hecho que todos progresemos, haciendo que avance nuestra civilización.
El relato del ser humano está escrito por aquellos que quedaron descontentos o quisieron ejercer algún tipo de autoridad o bien explotar a otros, aquellos interesados en reparar agravios y restablecer la justicia en una búsqueda, siempre insatisfecha, de la patología que supone el poder. Quizás esto mismo nos hace difícil hacer otro análisis de la propia naturaleza del ser humano. Pero lo cierto es que si la historia solo hubiese sido tan sangrienta y cruel como la hemos leído y aprendido, es difícil entender cómo el ser humano está aún sobre la faz de la tierra. La historia también ha estado cargada de pasión, de compasión y gestos que han revelado el rostro más humano de las personas. Se ha escrito y se escribe desde el discurrir cotidiano que, si bien está lleno de tensiones, conflictos y calamidades, también lo está de actos generosos, de bondad y de ternura.

Esta historia del día a día, que es la hebra madre de toda la trama global, es la que por su falta de interés periodístico y económico no sale a la luz ni es reconocida como importante, pero es en esta narración en la que se relata el mayor número de actos que imprimen consuelo al corazón, que engendran compasión y buena voluntad, que ensamblan vínculos sociales de tal escala que traen la alegría a la vida de la gente. Es aquí donde podemos observar la naturaleza profunda que ha impulsado al ser humano donde se encuentra en nuestros días, un ser humano que se ha descubierto como sapiens y demens pero también empathicus. Porque nadie puede dudar que es mediante la empatía como las personas hemos creado todo el espacio y la red social en que vivimos. Es la empatía, por tanto, el motor que ha hecho que todos progresemos, haciendo que avance nuestra civilización.

Llama la atención, en consecuencia, que no haya sido objeto de estudio la conciencia empática por parte de los historiadores. Sin embargo, estoy convencido, al igual que muchos otros autores que han profundizado más aún en el tema, que esta conciencia es el relato más importante que hay bajo la historia humana. Una conciencia empática que podríamos valorar como parte de la ética del cuidado (2) que desde entonces se viene gestando y madurando en el corazón del individuo. Esta ética que tanto ha tardado en desarrollarse pero que ha tenido como punta de lanza a la empatía, es la llave que precisamos para responder a muchos conflictos sociales y culturales que sí son objeto de atención y cuya repercusión mediática intranquiliza la conciencia de aquellos que están comprometidos con las bellas causas.
La empatía es la llave que precisamos para responder a muchos conflictos sociales, cuya repercusión mediática intranquiliza la conciencia de aquellos que están comprometidos con las bellas causas.
Aunque la conciencia empática ha estado en el transfondo de la historia, no fue hasta el siglo XIX cuando apareció el término “empatía” en el ámbito alemán y haciendo referencia a la estética. No obstante, después se ha ido extendiendo con tal fuerza que ya forma parte de la jerga psicológica, sobre todo en su enfoque humanista. Hoy en día el interés por la empatía se ha filtrado en muchos y variados campos; hasta los biólogos hablan con mucho entusiasmo del descubrimiento de la neurona espejo (o más conocida como la neurona de la empatía) que dicen establece una predisposición genética a la respuesta empática en algunos mamíferos. Hasta la teología ha visto un reflejo de ésta en la actitud de hermandad que Francisco de Asís vivía en relación a todo lo que le rodeaba. Es la empatía la vivencia que también habría que hacer extensiva al ámbito educativo, pues no olvidemos que en el aprendizaje profundo de los niños y adolescentes es donde se encuentra inmersa la semilla de un mundo mejor.(3)

Está claro que para nosotros da igual cuál haya sido la génesis de la empatía, pues lo que interesa es la vivencia personal y singular que cada uno tenemos de ella. Es esta experiencia, de Homo Empathicus, la que hace creíble lo que otros nos cuentan a propósito de ella. La conexión que establecemos mediante la empatía, tanto en relación a la Tierra como con el ser humano que sufre y que también se alegra, es la clave del éxito que buscamos si queremos recoger el mayor fruto que hayamos sembrado: un mundo nuevo que cada día, a pesar de todo, es más posible.

Jose Chamorro
Reproducido de “Las Estaciones del silencio”, Jose Chamorro, Ediciones Mensajero, Bilbao, 2012, páginas 317-319.
Notas:
(1) La Civilización Empática, Madrid 2010,19. 
(2) Cfr. L. BOFF, El Cuidado Esencial, Trotta, Madrid 2002. 
(3) Para este nuevo modo de concebir la educación sugiero la obra de C. NARANJO, Cambiar la Educación para Cambiar el Mundo, La Llave, Vitoria 2007.
Fuente: Vidas Agradecidas

La escucha: puerta de encuentro

Cuando la escucha va más allá de la simple percepción de contenidos para prestar atención a las emociones y los gestos, entonces se constituye en un verdadero punto de encuentro entre las personas.

Inmersos en la palabrería y en la verborrea, se hace preciso generar espacios y tiempos de silencio en cada uno de nosotros. Para ello qué mejor que ser capaz de escuchar lo que merece la pena ser escuchado. La escucha genera espacio interior y habilita en el sujeto una posibilidad de poder respirar en medio del ruido sin fin en el que nos movemos. La escucha se convierte así en fuente fresca, en una dimensión vertebral de la coherencia en nuestro pensamiento interior.

Siguiendo la distinción que se usa en psicología, podríamos hablar de dos tipos de escucha. Por un lado estaría la escucha interior en tanto que oímos lo que pensamos y sentimos, y por otro lado la escucha externa en relación al otro que nos interpela y con el que interactuamos. Puntualizar, antes de continuar, que en ocasiones tanto la escucha interna y externa se convierten en meras audiciones, ya que solo apreciamos ruidos y no el mensaje que tiene que ser escuchado.
Cuando escuchamos, ¿realmente estamos pendientes de lo que el otro dice, o solo de aquello que nos interesa? ¿Somos conscientes de las emociones que surcan el rostro del otro cuando está frente a nosotros?
Así pues, dentro de esos tipos de escucha, podemos hacer otra disociación: la escucha de contenido, la escucha emocional y la escucha gestual, cada una de ella con sus matices y perfiles concretos. De todas estas la más común, aquella de la que hacemos uso normalmente, es la escucha de contenido, es decir, prestamos atención a aquel mensaje que el otro nos quiere transmitir. Pero, como acabamos de decir, no solo existe ésta, sino que hay dos a las que normalmente marginamos en pro de la anterior. Cuando escuchamos, ¿realmente estamos pendientes de lo que el otro dice, o solo de aquello que nos interesa? ¿Somos conscientes de las emociones que surcan el rostro del otro cuando está frente a nosotros? ¿Somos capaces de descubrir los matices gestuales que dicen también mucho sobre aquello que la persona quiere contar? Normalmente, estos dos aspectos caen en el anonimato pasando a un plano oscuro del que no sabemos nada y al que no prestamos ninguna atención.

La escucha emocional, esto es, el cómo se encuentra el otro mientras nos transmite el mensaje verbal es muy importante, pues constituye una gran parte del contenido del mensaje en cuestión. Las personas vivimos emociones constantemente en la vida: alegría, tristeza, enfado, rabia, enojo, ilusión… y lo mismo sucede mientras hablamos. Como se suele decir, la cara es el espejo del alma y, al hablar, ésta cambia y transmite detalles que el lenguaje verbal no puede recoger. Sería interesante para nosotros abrir nuestra perspectiva en relación a este tema, pues estoy convencido de que descubriríamos muchas más cosas que las que podemos creer.
Si escuchamos al otro percibiendo el contenido verbal, emocional y gestual que se construye en el diálogo, nos sorprenderemos de hasta qué punto nos hacemos presentes.
En este momento me viene la imagen de Jesús de Nazaret cuando atiende a unos y a otros en el camino, en la mesa, en el templo o en su propia oración. Jesús escucha, y cuando lo hace podemos descubrir en el evangelio que no es solo a nivel de contenido sino que él tiene en cuenta a toda la persona. Escucha el mensaje, pero también es capaz de percibir cómo vive el otro, qué es lo que está sintiendo en ese momento. Jesús mira a los ojos, no pierde de vista el rostro del que se acerca a él. Es capaz de vislumbrar el estado emocional del pobre, del ciego, de la hemorroisa, de la samaritana, del fariseo… Tal vez por esto logra dar en la diana cuando contesta, cuando interpela al otro, o incluso cuando contesta con su silencio. Jesús mira a la cara, no como nosotros que en la mayoría de las ocasiones evitamos encontrarnos en la mirada del otro, nos cuesta mantener su atención en nuestros ojos. Sin embargo, Jesús llega al fondo de la persona, es transparente, diáfano en su mirar, y por eso toca al sujeto en su mismidad.

La escucha se presenta para nosotros como una puerta en la que podemos encontrarnos. Un modo de estar con el otro en el que se produzca un encuentro auténtico pues nada del otro nos es indiferente. Si nos escuchamos y escuchamos al otro percibiendo el contenido verbal, emocional y gestual que se construye en el monólogo personal y en el diálogo, nos sorprenderemos de hasta qué punto nos hacemos presentes, estamos con los otros con una autenticidad indisoluble e inquebrantable. Un estar presentes sincero, honesto y verdadero.

Jose Chamorro
Reproducido de “Las Estaciones del silencio”, Jose Chamorro, Ediciones Mensajero, Bilbao, 2012, páginas 303-305.
fuente texto y foto: Vivir agradecidos.

Misioneros

Con Jesús por la mañana.
“Ser misioneros es atender, como el buen samaritano, las necesidades de todos, especialmente de los más pobres y necesitados, porque quien ama con el corazón de Cristo no busca su propio interés, sino únicamente la gloria del Padre y el bien del prójimo” (Benedicto XVI). Siendo misioneros somos “servidores y mensajeros del Evangelio”. Dedica parte de tu tiempo para compartir y colaborar con los más débiles y desfavorecidos de nuestra sociedad. Ofrece tu día por la intención del papa para este mes.
Con Jesús por la tarde.
“El Señor le respondió: ¡Hipócritas! cualquiera de ustedes, aunque sea sábado ¿No suelta al buey o al asno del pesebre para llevarlo a beber? Y a esta hija de Abraham, a quien Satanás ha tenido atada dieciocho años ¿no había que soltarle las ataduras en sábado?” (Lc 13, 15). ¿En tus actitudes, priorizas el cumplimiento o el amor? ¿Qué miras en los demás, el amor entregado o sus fragilidades? ¿Juzgas con prisa? Mientras actualizas el propósito del día, pide a Dios: “Señor dame entrañas de misericordia ante toda miseria humana”.
Con Jesús por la noche.
Explorar tu interioridad. Agradece el día que termina. ¿Qué sentimientos estuvieron presentes durante el día? ¿Qué temores tienes? ¿Cuáles son las situaciones que te hacen feliz? ¿Cuidas de aquello que te hace feliz?

Meditación: Lucas 13, 10-17

El estricto legalismo religioso puede ser nocivo. ¡Por supuesto era bueno cumplir las leyes, pero más importante era curar a esta pobre mujer!
Uno pensaría que el jefe de la sinagoga se alegraría también por el milagro recién obrado por Jesús, pero en cambio censura a la mujer citando la Ley de Moisés. Jesús, a su vez, lo reprende a él con una pregunta de respuesta obvia: “¿No era bueno desatarla de esa atadura?”

Legalmente hablando, tal vez no se debería haber curado a esta mujer en el día de reposo; pero a Jesús le importa más el sufrimiento de la persona que los tecnicismos legalistas. ¿No debemos nosotros hacer lo mismo? Cuando presenciamos condiciones terribles o agobiantes por doquier, también deberíamos preguntarnos: “¿Acaso no todo el mundo debería tener acceso a alimentos suficientes, vivienda digna y agua potable? ¿No deberían los niños aún no nacidos ser amados y protegidos? ¿No debería todo el mundo tener acceso a atención médica?” ¡Por supuesto que sí!

Por eso, Jesús pone el dedo en la llaga de lo que el Papa Francisco denomina “la cultura de la indiferencia”, y también señala la solución: construir una “cultura del encuentro.” El Señor no sólo sana a la enferma, la llama “hija de Abraham”, es decir, demuestra que ella también merece ser tratada con dignidad.

“Hija de Abraham”: Tres palabras sencillas. A veces eso es todo lo que se necesita. Como dice el Papa Francisco, incluso el gesto más mínimo de solidaridad “genera vínculos, cultiva lazos, crea nuevas redes de integración, construye una trama social firme” (Amoris laetitia, 100). Lo que cuesta terminar con la indiferencia y empezar a construir puentes en su lugar en realidad no es tanto.

Todo puede comenzar por decisiones sencillas: ofrecer una sonrisa bondadosa, escuchar a alguien con atención u ofrecer un poco de agua al caminante fatigado. Allí es donde comienza todo, pero no se queda allí.

Una vez que tú inicies el proceso de romper con la indiferencia, procura seguir haciéndolo cada vez más, y verás que Dios te prodiga una doble porción de bendición. ¿Acaso no debería ser liberado todo el que tiene cualquier necesidad en el mundo? ¡Claro que sí!
“Señor y Dios mío, hay mucha necesidad de curación y libertad. Abre mis ojos, Señor, porque yo quiero ser de ayuda para quienes encuentre por el camino.”
Romanos 8, 12-17
Salmo 68(67), 2. 4. 6-7. 20-21

Construir desde la fragilidad

¿Quién no conoce el dilema de la ambigüedad interior? Esa realidad que nos hace hablar de una manera y actuar de otra. Así seguimos adelante. 

Hay momentos en que nuestros valores y principios son como caricaturas de lo mejor que existe en nosotros. Y seguimos adelante viviendo así hasta que llega el momento en que decidimos superar el sentido de «justicia autocomplaciente» para dar lugar a lo que somos en realidad: somos seres maravillosos en pleno proceso de despliegue de potencial. Cuando esto ocurre y dejamos de vivir desconectados nosotros mismos se inicia un proceso humanizador con una fuerza abrasadora. 

«La pregunta “¿quién soy yo?” nace con el ser humano. O a la inversa: el ser humano nace en el momento mismo en que alguien se preguntó “¿quién soy yo?» (E. Martínez Lozano). Este cuestionamiento recibe dos respuestas distintas, la que ofrece la mente, que será siempre limitada en su construcción, y la que emerge del centro de nuestro ser que es plena y no mediada por la mente. De la respuesta que demos depende toda nuestra vida. «Cuando es inadecuada, nos vemos sumergidos en la ignorancia, la confusión y el sufrimiento, para uno mismo y para los demás. Hacemos y nos hacemos daño, debido a la inconsciencia de quienes somos, que nos lleva a estar enajenados, alienados, dislocados.» (E. Martínez Lozano)

El ser humano, el cristiano, todavía no ha dado lo mejor de sí mismo. Aún tiene potencial que descubrir, metas que alcanzar y límites que romper. Reconstruir nuestra identidad de ser «seres humanos» es uno de los carismas del don de la creación. La manera de hacerlo, es ahondando en nuestro ser mediante la oración, habitando el silencio ensordecedor que nos grita con voz fuerte y firme quiénes somos. Sólo así el proyecto humanizador del mundo será una realidad a nuestro alrededor. Esto significa hacerlo con las mismas personas que, producto del mismo sistema en el que estoy yo, van adquiriendo una conciencia nueva. No es fácil imaginar que existan personas que quieran mejorar el mundo como lo queremos cada uno de nosotros, pero si no podemos proponer o esbozar siquiera con nuestros gestos, actitudes, palabras, pensamientos, que estamos dispuestos a la revolución, no se enterarán del deseo que habita en nosotros de colaborar para que el mundo sea mejor. La voz interior que nos viene hablando hace tiempo, también está susurrando al corazón de los otros. Liberemos en nosotros el anhelo de vivir un mundo mejor. ¡Construyámoslo juntos!

Javier Rojas, SJ 
Director Regional
de la Red Mundial de Oración del Papa
Argentina-Uruguay-Paraguay

Partícipes de la vida de Dios

29 de octubre de 2017.
“Nosotros hemos sido creados para amar y ser amados. Dios, que es Amor, nos ha creado para hacernos partícipes de su vida, para ser amados por Él y para amarlo, y para amar con Él a todas las personas”, lo dijo el Papa Francisco antes de rezar la oración mariana del Ángelus del último domingo de octubre.
En su alocución del Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre señaló que, este es el sueño de Dios para el hombre. Y para realizarlo tenemos necesidad de su gracia, necesitamos recibir en nosotros la capacidad de amar que proviene de Dios mismo.
Queridos hermanos y hermanas,¡buenos días!

Este domingo la liturgia nos presenta un pasaje evangélico breve, pero muy importante (Cfr. Mt 22,34-40). El evangelista Mateo narra que los fariseos se reunieron para poner a prueba a Jesús. Uno de ellos, un doctor de la Ley, le dirige esta pregunta: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?» (v. 36). Es una pregunta insidiosa, porque en la Ley de Moisés son mencionados más de seiscientos preceptos. ¿Cómo distinguir, entre todos estos, el mandamiento más grande? Pero Jesús no tiene duda alguna y responde: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu». Y agrega: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (vv. 37.39).

Esta respuesta de Jesús no es presupuesta, porque, entre los múltiples preceptos de la ley hebrea, los más importantes eran los diez Mandamientos, comunicados directamente por Dios a Moisés, como condición del pacto de alianza con el pueblo. Pero Jesús quiere hacer entender que sin el amor por Dios y por el prójimo no existe verdadera fidelidad a esta alianza con el Señor. Tú puedes hacer tantas cosas buenas, cumplir tantos preceptos, tantas cosas buenas, pero si tú no tienes amor, esto no sirve.

Lo confirma otro texto del Libro del Éxodo, llamado “código de la alianza”, donde se dice que no se puede estar en la Alianza con el Señor y maltratar a quienes gozan de su protección. ¿Y quiénes son estos que gozan de la protección? Dice la Biblia: la viuda, el huérfano, el migrante, es decir, las personas más solas e indefensas (Cfr. Ex 22,20-21).

Respondiendo a esos fariseos que lo habían interrogado, Jesús trata también de ayudarlos a poner en orden en su religiosidad, para restablecer lo que verdaderamente cuenta y lo que es menos importante. Dice: «De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas» (Mt 22,40). Son los más importantes, y los demás dependen de estos dos. Y Jesús ha vivido justamente así su vida: predicando y obrando lo que verdaderamente cuenta y es esencial, es decir, el amor. El amor da impulso y fecundidad a la vida y al camino de fe: sin el amor, sea la vida, sea la fe permanecen estériles.

Lo que Jesús propone en esta página evangélica es un ideal estupendo, que corresponde al deseo más auténtico de nuestro corazón. De hecho, nosotros hemos sido creados para amar y ser amados. Dios, que es Amor, nos ha creado para hacernos partícipes de su vida, para ser amados por Él y para amarlo, y para amar con Él a todas las personas. Este es el “sueño” de Dios para el hombre. Y para realizarlo tenemos necesidad de su gracia, necesitamos recibir en nosotros la capacidad de amar que proviene de Dios mismo. Jesús se ofrece a nosotros en la Eucaristía justamente por esto. En ella nosotros recibimos su Cuerpo y su Sangre, es decir, recibimos a Jesús en la expresión máxima de su amor, cuando Él se ofreció a sí mismo al Padre por nuestra salvación.

La Virgen Santa nos ayude a acoger en nuestra vida el “gran mandamiento” del amor a Dios y al prójimo. De hecho, si incluso lo conocemos desde cuando éramos niños, no terminaremos jamás de convertirnos a ello y de ponerlo en práctica en las diversas situaciones en las cuales nos encontramos.

(Después de la oración mariana del Ángelus el Papa ha dicho:)Queridos hermanos y hermanas:

Ayer en Caxias do Sul en Brasil, fue proclamado Beato Giovanni Schiavo, sacerdote profeso de la Congregación de San José, cuyos miembros son conocidos también con el nombre de “Josefinos de Murialdo”. Nacido en las colinas de la provincia de Vicenza al inicio del 1900, fue enviado, siendo un joven sacerdote a Brasil, donde trabajó con celo al servicio del pueblo de Dios y de la formación de los religiosos y de las religiosas. Que su ejemplo nos ayude a vivir plenamente nuestra adhesión a Cristo y al Evangelio.

Saludo con afecto a todos vosotro peregrinos italianos y de diversos países, entre los cuales irlandeses, austríacos y alemanes. Saludo a los participantes en el Congreso de los Institutos seculares italianos, a quienes animo en su testimonio del Evangelio en el mundo, al igual que a los miembros – procedentes de Orta Nova en la provincia de Foggia – de la Federación Italiana que reúne a las Asociaciones de donadores de sangre.

Saludo a la comunidad togolesa que vive en Italia, junto a la venezolana, con la imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá, a la que denominan afectuosamente “la Chinita”. A la Virgen María le confiamos las esperanzas y las legítimas expectativas de ambas naciones.

A todos deseo un feliz domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mi. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!

Francisco
Àngelus Domingo 29.10.2017

Expresión del amor

«Necesitamos recibir en nosotros la capacidad de amar que proviene de Dios mismo. Jesús se ofrece a nosotros en la Eucaristía justamente por esto. En ella nosotros recibimos su Cuerpo y su Sangre, es decir, recibimos a Jesús en la expresión máxima de su amor, cuando Él se ofreció a sí mismo al Padre por nuestra salvación»
Francisco
Ángelus 29.10.2017
viñeta / dibujo Leonan Faro


RESONAR DE LA PALABRA Evangelio según San Lucas 13,10-17.

Evangelio según San Lucas 13,10-17. 
Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Había allí una mujer poseída de un espíritu, que la tenía enferma desde hacía dieciocho años. Estaba completamente encorvada y no podía enderezarse de ninguna manera. Jesús, al verla, la llamó y le dijo: "Mujer, estás curada de tu enfermedad", y le impuso las manos. Ella se enderezó en seguida y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la multitud: "Los días de trabajo son seis; vengan durante esos días para hacerse curar, y no el sábado". El Señor le respondió: "¡Hipócritas! Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no desata del pesebre a su buey o a su asno para llevarlo a beber? Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser librada de sus cadenas el día sábado?". Al oír estas palabras, todos sus adversarios se llenaron de confusión, pero la multitud se alegraba de las maravillas que él hacía. 

RESONAR DE LA PALABRA

Ciudad Redonda
Queridos hermanos:
La solidez de una relación la marca el instante en que el otro se convierte en alguien para mí. Pasamos al lado de infinidad de gente que son seres anónimos, rostros sin nombre. Pero cuando alguien toca la fibra de nuestro ser, se despliega el universo de su realidad y toma cuerpo su alma ante nosotros. Cuando eso sucede, somos capaces de las generosidades más heroicas, las fidelidades más cotidianas, la sensibilidad más dispuesta. Y si algún mal afecta a quien es para nosotros importante, salimos al paso con todos los recursos que somos capaces de tramitar.
La radicalidad del amor cristiano, el que nace de Jesús, convierte a todo hombre y mujer en ese ser especial para mí. Incapaz de pasar ante quien se dobla por el peso de su desgracia, Jesús toca la realidad que retuerce el alma de esa mujer, y desbarata el mal. Jesús no duda, aunque toneladas de leyes justificadas acudieran en ayuda de la desgracia de esta mujer. Nosotros no conocemos su nombre, pero para la mirada de ternura de Jesús, ella era alguien por quien merecía la pena jugarse el tipo, y desbaratar la ley que le oprimía.
Siempre nos sorprende este Dios que es todo ternura. No deja de hacerlo.
Pablo, el judío fariseo, ha entendido plenamente el gesto de Jesús, y el rostro de Dios que deja traslucir: Abba. Papaíto, diríamos nosotros. Dios volcado en sus criaturas. Por puro amor. Pero no un amor torcido hacia la indiferencia. El amor, en Jesús y desde esta imagen de Dios, toma partido por los débiles, trunca la injusticia, pasa por encima de las formas para poder hacerse sólido ante quien lo necesita.
Por eso nuestro seguimiento será una apuesta por ese amor activo, una búsqueda incesante de los rostros de los hombres y mujeres, para que se conviertan en alguien para mí. Feliz día, feliz encuentro.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

COMPRENDIENDO LA PALABRA 301017

San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor de la Iglesia 
Homilías sobre el evangelio n°31
«Mujer, quedas libre de tu imperfección»

      "Jesús enseñaba en la sinagoga un sábado. Había allí, una mujer poseída, desde hacía dieciocho años, de un espíritu que la tenía invalida»... "estaba curvada, y no podía mirar hacia arriba.» El pecador, preocupado por las cosas de la tierra y no buscando las del cielo, es incapaz de mirar hacia lo alto: como sigue deseos que le llevan hacia abajo, su alma, perdiendo su rectitud, se curva, y no ve más que lo que piensa sin cesar. Volveos hacia vuestros corazones, hermanos muy queridos, y examinad continuamente los pensamientos a los que no dejáis de dar vueltas en vuestro espíritu. Uno piensa en honores, otro en dinero, otro en aumentar sus propiedades. Todas estas cosas son bajas, y cuando el espíritu se invierte, se desvía, perdiendo su rectitud. Y porque no se levanta a desear los bienes de alto, es como esta mujer curvada, que sencillamente no puede mirar hacia lo alto...

      El salmista ha descrito muy bien nuestra curvatura cuando dijo de sí mismo, como símbolo de todo el género humano: «Estoy encorvado y encogido hasta el extremo» (Sal. 37,7). Se consideraba que el hombre, aunque creado para contemplar la luz de lo alto, fue arrojado fuera del paraíso a causa de sus pecados, y que en consecuencia, las tinieblas que reinan en su alma, le hacen perder el apetito de cosas de lo alto y prestar toda su atención a las de abajo... Si bien el hombre, perdiendo de vista las cosas del cielo, pensaba sólo en las cosas de este mundo, sería sin duda curvado y humillado, pero no «en exceso». Ahora bien, como no sólo las cosas de este mundo hacen bajar sus pensamientos..., sino, el placer defendido que hunde, no está sólo curvado, sino «curvado en exceso».

domingo, 29 de octubre de 2017

Por los demás

Con Jesús por la mañana.
“Es verdaderamente justo quien, además de respetar las reglas, actúa con conciencia e interés por el bien de todos, además del propio. Es justo quien se interesa por el destino de los menos aventajados y de los más pobres, quien no se cansa de trabajar y está dispuesto a inventar caminos siempre nuevos: allí está la creatividad, tan importante” (Papa Francisco). La raíz de la solidaridad y la compasión está en hacer propia la necesidad del hermano. Ofrece tu ayuda material, tu tiempo, tu escucha a quien lo necesite, y ofrécelo por la intención del Papa para este mes.
Con Jesús por la tarde.
“Le respondió: Amarás, al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el precepto más importante; pero el segundo es equivalente: Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt. 22, 37-39). La fe no es una idea, ni un conocimiento, sino una experiencia de vida, un estilo, un modo de proceder. Que tus gestos reflejen tu fe en Jesús. Repite al ritmo de tu respiración: “Señor, enséñame a vivir mi fe en la plenitud de tu amor”, mientras actualizas el propósito de la mañana.
Con Jesús por la noche.
Serénate. ¿Cómo ha sido tu fin de semana? ¿Qué momentos te han enriquecido? ¿Has actuado mal con alguna persona? ¿Cómo te dispones a comenzar tu semana? Cierra los ojos, respira hondo y busca la quietud interior para encontrarte con Dios.

Meditación: Mateo 22, 34-40

Las palabras de Jesús son poderosas y penetran directamente hasta el corazón, porque Dios nos creó a su imagen y semejanza para que recibiéramos su amor y ese amor diera fruto en nosotros.

No hay poder más grande que el amor divino; desde el comienzo, Dios quiso que su amor fuera la fuerza dominante de su Reino. El Altísimo rige todo lo creado con la ternura y la compasión de su amor eterno, y nos llama a todos sus fieles, como personas y como comunidad, a adoptar el amor a Dios y al prójimo como principio muy superior a todo lo demás. Porque, en realidad, estamos llamados a administrar la creación en el nombre de Dios, unidos en el amor y ejerciendo su justicia en la tierra.Cuando el pecado entró en el mundo, el orden creado quedó trastornado y el privilegio del amor se desvirtuó. Hasta la palabra “amor” adoptó un significado distinto, para denotar un interés egoísta, sensual y la mezquindad de las intenciones del maligno. Sólo cuando Dios se revela —en la historia que leemos en el Antiguo Testamento y hasta la venida de Cristo— el amor recupera su debida dignidad.

Sólo el Espíritu Santo que actúa en nuestro corazón nos purifica de los conceptos erróneos del amor que hayamos tenido. Sólo por el Espíritu Santo podemos recibir el amor de Dios, que se nos ofrece libre e incondicionalmente y sólo por el Espíritu Santo podemos aprender a darlo a los demás. El amor de Dios es vivo y dinámico, capaz de transformar la vida, derribar los íntimos temores y sanar las amarguras de la vida.

Toda vez que nos reunimos para celebrar la Sagrada Eucaristía, recordamos el primer y principal don del amor a Dios: la muerte y la resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. Por el poder de la cruz, todo el pecado ha quedado derrotado, y el amor divino llena el alma y el corazón de hombres, mujeres y niños.
“Amado Salvador y Redentor, participamos de tu Cuerpo y de tu Sangre con amor y devoción, para que nuestro Padre celestial reine más plena y libremente en nuestro corazón.”
Éxodo 22, 20-26
Salmo 18(17), 2-4. 47. 51
1 Tesalonicenses 1, 5-10

RESONAR DE LA PALABRA Evangelio según San Mateo 22,34-40.

Evangelio según San Mateo 22,34-40. 
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?". Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas". 


RESONAR DE LA PALABRA

Fernando Torres cmf
Ser cristiano es vivir amando
Los sacerdotes llevamos años predicando cada domingo y diciendo a los fieles cristianos que se tienen que amar unos a otros, que el amor es el mandamiento mayor para los cristianos, que Dios nos ama por encima de todas las cosas, que es nuestro Padre. El Evangelio de hoy nos vuelve a repetir las mismas ideas.

La pregunta del fariseo estaba llena de mala intención. Para ellos todos los mandamientos eran igualmente importantes. Todos debían ser cumplidos con el mismo rigor. Aquel fariseo, al preguntar a Jesús cuál era el mandamiento más importante, quería ponerlo en dificultades. Pero Jesús no tuvo miedo y respondió con claridad: todo se resume en dos mandamientos, amar a Dios y amar al prójimo. No hace falta más. Todas las demás normas dependen de estos dos mandamientos mayores. Y eso que escucharon con sorpresa los fariseos, nosotros tenemos que tenerlo hoy también presente. Todos nuestros deberes como cristianos se resumen en esos dos mandamientos: amar a Dios y amar a los hermanos.
Pero, además, son dos mandamientos que están conectados entre sí. No son dos normas separadas e independientes. Más bien uno es condición del otro. O mejor el segundo es condición del primero. Sólo el que ama a sus hermanos ama a Dios. Y el que no ama a sus hermanos no ama a Dios por más que vaya muchas veces a misa o rece muchas oraciones o lea mucho la Biblia. Así que los dos andan bien juntitos y no se pueden separar.
Y luego está el siguiente paso: aplicar esos mandamientos, sobre todo el segundo, el del amor a los hermanos, a nuestra vida práctica, a la vida diaria, a las relaciones con nuestros hermanos, con nuestra familia, con los amigos, con los compañeros del trabajo. Para saber hacer esa aplicación nos puede servir de ayuda la primera lectura de este domingo. En ella se nos dice que Dios quiere que se cuide especialmente de los extranjeros, de los huérfanos y de las viudas, de los pobres, de los que no tienen nada con que cubrirse. La lectura termina afirmando que cuando el pobre clame a Dios, “yo lo escucharé porque soy compasivo”. Es decir, amar a los hermanos, supone tener un especial cuidado de ellos en todas sus necesidades, especialmente de aquellos que son más pobres, más débiles, más indefensos. Atenderles, servirles, devolverles su dignidad, respetarlos, acompañarlos, eso es amar a los hermanos. Sólo el que hace eso –o al menos lo intenta seriamente– puede decir que ama a Dios.
Para la reflexión
¿Tenemos claro cuáles son los mandamientos más importantes de nuestra vida cristiana? ¿Cómo vivimos en nuestra vida ordinaria el amor a Dios? ¿Cómo expresamos en la vida diaria nuestro amor a los hermanos?

fuente del comentario CIUDAD REDONDA