lunes, 12 de diciembre de 2016

Meditación: Lucas 1, 26-38


Nuestra Señora de Guadalupe

En 1531, México pasó a ser el epicentro de la primera evangelización masiva ocurrida en el Continente Americano. Temprano una mañana de diciembre, Juan Diego, el humilde azteca recién convertido al catolicismo, se dirigía a Misa. Al aproximarse al cerro Tepeyac, escuchó una dulce voz femenina que lo llamaba por su nombre: “¡Juanito! ¡Juan Dieguito!”

La hermosa Señora le dijo que ella era “la siempre Virgen María, Madre del Dios verdadero” y le indicó que deseaba que allí se construyera una iglesia para su pueblo, en la cual “escucharé sus llantos y quejas y curaré sus heridas, tribulaciones y sufrimientos” y le pidió que llevara este mensaje al Obispo Don Juan de Zumárraga, franciscano español.

El obispo fue escéptico y no estuvo dispuesto a aceptar sin más el mensaje de Juan Diego, porque pensó que tal vez la narración no era más que un exceso de devoción del nuevo converso. Pero la Santísima Virgen se le apareció varias veces más al humilde indígena dándole instrucciones de qué debía hacer y qué debía decirle al obispo. Volvió Juan Diego con el mensaje de la Virgen hasta que, finalmente, se produjo el milagro.

La Virgen María dejó estampada su imagen no sólo en la tilma del humilde indígena, sino en el corazón de todo el pueblo de México. Con sus apariciones a Juan Diego, el cristianismo se afianzó en el Nuevo Mundo y se produjo la rápida conversión de millones de indígenas. La Virgen María llegó como Madre tierna y su sola presencia puso fin a los sacrificios humanos que hacían los aztecas. Por esta razón, Nuestra Señora de Guadalupe es ahora invocada también como patrona de la defensa de la vida y abogada contra el flagelo del aborto.

El número increíblemente grande de conversiones que se produjo con las apariciones de la Virgen es testimonio de que la veneración a “la Madre del Dios verdadero” está en definitiva enfocada en su Hijo Jesucristo. La devoción auténtica a la Virgen María, en la liturgia y en la devoción popular, siempre ha tenido el efecto de conducir al pueblo a glorificar y adorar a Jesús.
“Nuestra Señora de Guadalupe, ruega por nosotros, para que seamos auténticos adoradores de Dios, fieles discípulos de tu Hijo Jesucristo y buenos hijos tuyos.”
Zacarías 2, 14-17
(Salmo) Judit 13, 18-19

fuente : Devocionario católico la palabra con nosotros

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