sábado, 4 de febrero de 2017

Meditación: Marcos 6, 30-34


Cuando los discípulos de Jesús volvieron de predicar y curar a los enfermos, el Señor les dijo: “Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco.”

Sin duda, reconocía que ellos necesitaban reponerse de la misión realizada. Pero el “reposo” en sentido bíblico tiene connotaciones espirituales más profundas que las comunes.

Desde sus orígenes, Israel tuvo la obligación de santificar el día de reposo (Éxodo 20, 8), a fin de que el pueblo recordara su liberación de la esclavitud (Deuteronomio 5, 12-15) y participara en el reposo de su Creador. Este descanso era, por ende, una señal de libertad. Según la tradición sacerdotal, cuando los humanos observaban el reposo sabático, imitaban a Dios quien, después de crear los cielos y la tierra, descansó el séptimo día (Éxodo 31, 17; Génesis 2, 2-3).

Reposar significa revelar la imagen de Dios que llevamos en el interior y nos recuerda que somos hijos e hijas del Altísimo. Pero el descanso de Dios no consiste simplemente en dejar de trabajar, sino en dedicar las energías a la jubilosa ocupación de rendir adoración, agradecimiento y alabanza a nuestro Creador y manifestar su amor a nuestros seres queridos.

En los días de Jesús, el término “Reino de Dios” se refería a que, al final de la historia, Dios manifestaría su majestad y toda la creación lo reconocería como Rey. Marcos afirmaba que el que quisiera comprender el Reino de Dios tenía que mirar a Jesús: el Sanador, el Maestro, el Crucificado y el Resucitado. Jesús ganó en la cruz el descanso al que se refería el sábado: el cielo, donde los que mueren viven en el Señor y van a descansar de sus labores (Apocalipsis 14, 13).

Jesús vio que la multitud lo esperaba y tuvo compasión de ellos porque eran como ovejas sin pastor. Cristo, el Buen Pastor, quiere hacernos reposar luego de realizar su trabajo porque, para continuar su obra, tenemos que reponernos y alimentarnos. El reposo de Dios es el descanso del cuerpo, la mente y el espíritu. Este reposo es lo que nos permite llevar a cabo el discipulado o el servicio al cual hemos sido llamados. A esto nos invita el Salmo 23(22):
“El Señor es mi pastor; nada me falta. En verdes praderas me hace descansar… Tu bondad y tu amor me acompañan a lo largo de mis días, y en tu casa, oh Señor, por siempre viviré.”
Hebreos 13, 15-17. 20-21
Salmo 23(22), 1-6

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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