San Pablo Miki y Compañeros
Leyendo el Evangelio de hoy vemos que Jesús recorría los poblados y aldeas de Galilea y que, al llegar a una ciudad, el gentío lo reconocía y pronto le llevaban a todos los enfermos, los cojos, los inválidos y “le rogaban que por lo menos los dejara tocar la punta de su manto; y cuantos lo tocaban, quedaban curados” (Marcos 6, 56).
Cristo vino a librar al ser humano de todos los males causados por el pecado, por eso la curación física es una demostración visible y palpable de que el Señor quiere salvar a toda la humanidad. Esto se ve claramente cuando uno considera el mensaje del Evangelio en su totalidad. El ministerio de Jesús está centrado en su Pasión y su Muerte en la cruz, porque allí se entregó por amor para salvarnos. Por eso, el sacrificio redentor es la obra más sublime de Cristo y las muchas curaciones físicas que realizó durante su ministerio terrenal fueron señales de esa salvación.
Lo importante es que sea cual sea la forma en que Jesús actúe en nuestra vida, nosotros debemos acudir a su lado, como las multitudes de Galilea, para pedirle que nos cure y nos salve tal como sanó a aquellos enfermos. Es decir que para recibir la salud completa tenemos que reconocer lo necesitados que somos y confiar humildemente en su toque sanador; así el Señor actuará poderosamente en nuestra vida.
Por eso, hermano o hermana, no dudes en acudir al Señor y pedirle sanación para cualquier herida emocional o trauma del pasado, cualquier experiencia dañina o negativa que hayas tenido, e incluso para cualquier enfermedad o mal que te esté afectando física o emocionalmente hoy. Jesús puede y quiere sanarte completamente.
Hay quienes piensan que no quieren “molestar” al Señor con sus peticiones y necesidades; otros dicen que el Señor ya sabe lo que necesitan y por eso no piden. Pero analizando íntimamente lo que pensamos en el interior veremos que esas actitudes denotan falta de fe y confianza en que Cristo realmente nos ama y desea salvarnos. El Señor nos dice muchas veces que seamos insistentes (Lucas 18, 2-8), que pidamos, busquemos y llamemos a la puerta (Lucas 11, 9), porque así recibiremos lo que buscamos.
“Amado Jesús, tú eres mi Salvador y mi Médico Supremo, mi Dios y mi Redentor. Cura mi alma y mi corazón, para que también sane mi cuerpo. Gracias, Señor.”Génesis 1, 1-19
Salmo 104(103), 1-2. 5-6. 10. 12. 24. 35
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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