V Domingo del Tiempo Ordinario
Jesús dijo que los creyentes debemos ser la sal de la tierra y la luz del mundo. ¿Por qué? Porque el mundo sin Cristo es árido, tenebroso y peligroso. Necesita la sal y la luz de la vida que Cristo trae consigo.
En efecto, con la presencia de Jesús, el mundo tiene un “sabor” dinámico y saludable. Innumerables expresiones de amor y gratitud ascienden al Señor de los cielos a medida que día a día los cristianos ponen su vida al servicio de Dios. Grupos de creyentes se unen en verdadera comunión fraterna; los misioneros asumen grandes riesgos para llevar el Evangelio a tierras remotas. De todas estas formas, y en muchas otras, los que viven unidos a Cristo llevan al mundo la luz y la sal que éste necesita (Mateo 5, 14).
Ahora bien, para ser luces en el mundo, tenemos que ser primero “sal” del Evangelio en nuestra propia vida. Por ejemplo, al reflexionar en que Cristo murió por toda la humanidad, dejemos de preocuparnos tanto de nosotros mismos y pensemos en qué podemos hacer nosotros para la salvación de otros. Es posible que al perseverar en la oración comencemos a entender la voluntad de Dios y nos sintamos movidos a modificar nuestras prioridades. Tal vez la lectura del texto bíblico despierte nuestra conciencia sobre algún pecado que hayamos estado guardando sin arrepentirnos ni confesarlo y nos sintamos movidos a pedirle al Espíritu que nos limpie de toda oscuridad.
Así es como la sal de Cristo purifica el alma, dando espacio para el resplandor de su luz. Es posible que esto duela un poco —como duele la sal en una herida abierta— pero el fruto de este proceso es sabroso y nutritivo. Recibamos, pues, con agrado la sal del Espíritu y dejemos que él escudriñe nuestra conciencia y nos purifique para que la luz de Cristo brille en nosotros. De esta forma, nuestro apostolado para servir en la Iglesia contribuirá a dar más esperanza al mundo.
“Oh, Señor, no permitas que mi sal pierda su sabor. Continúa acercándome a ti, Señor, para que tu luz brille a través mío y disipe la oscuridad del mundo a mi alrededor.”
Isaías 58, 7-10
Salmo 112(111), 4-9
1 Corintios 2, 1-5
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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