lunes, 13 de marzo de 2017

Meditación: Lucas 6, 36-38


Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso.” (Lucas 6, 36)”

¡Sean compasivos, no juzguen, no condenen! Es cierto que las enseñanzas de Cristo incluyen prohibiciones para no caer en conductas destructivas, y precisamente por eso muchos consideran que Jesús no era más que un maestro de moral. Pero los que estudian más a fondo sus palabras, se dan cuenta de que el objetivo principal de Cristo no era solo ordenar la conducta humana, sino enseñarnos a imitar la bondad de nuestro Padre celestial.

Si queremos ser compasivos como nuestro Padre, tenemos que descubrir en qué consiste su misericordia. Es cierto que Dios es clemente e inclinado al perdón, pero esto no significa que no haya juicio para los pecadores. Si así fuera, la muerte de Cristo en la cruz habría sido totalmente en vano, un sacrificio inútil.

Sí, Dios es “tierno y compasivo; es paciente y todo amor” (Salmo 103, 8), pero no pasa por alto las maldades ni las injusticias. Eso fue precisamente la razón por la cual envió a su Hijo, a pagar por nuestras culpas y recibir el castigo que merecían nuestras rebeldías. El castigo por cada palabra descuidada, cada engaño, cada pensamiento y acto de adulterio, cada asesinato y cada acto de odio que los humanos hayamos cometido en toda la historia humana fue depositado sobre los hombros de Jesús en su pasión y su crucifixión. Solo reconociendo nuestro pecado, podemos entender la tierna misericordia con que el Señor nos libra de culpa y nos limpia la conciencia.

Los dones que el Padre quiere dar a sus hijos, por intermedio de Jesús, son muchos, por ejemplo: amor, fe, fortaleza, consuelo y ánimo. ¡El Señor desea hacer por nosotros mucho más de lo que esperamos de él! Pero a veces nos cuesta recordar la generosidad de Dios porque no nos hemos arrepentido. Si tú tienes hambre de las bendiciones de Dios, examínate el corazón. ¿Tienes algún pecado no admitido ni confesado? ¿Te falta ser más compasivo o juzgas a los demás con facilidad? ¿Te parece que el deseo sexual ilícito, el rencor o la falsedad te hacen tropezar? ¡Corre a los brazos de tu Padre celestial! Pídele ayuda para que recibas sus dones en “una medida buena”.
“Padre eterno, ten piedad de mí y purifícame. Enséñame a amar como tú amas; enséñame a demostrar tu compasión ante los demás. Quiero que mi vida se llene de tus bondades.”
Daniel 9, 4-10
Salmo 79(78), 8-9. 11. 13

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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