Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: "Este es verdaderamente el Profeta". Otros decían: "Este es el Mesías". Pero otros preguntaban: "¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?". Y por causa de él, se produjo una división entre la gente. Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él. Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: "¿Por qué no lo trajeron?". Ellos respondieron: "Nadie habló jamás como este hombre". Los fariseos respondieron: "¿También ustedes se dejaron engañar? ¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él? En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita". Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo: "¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?". Le respondieron: "¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta". Y cada uno regresó a su casa.
RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Prado, cmf
Queridos amigos,
Los creyentes de Judea despreciaban a los galileos. En aquel tiempo, ser galileo era como ser de segunda clase, algo medio “impuro”. Precisamente, a Jesús se le conocía como “el Galileo”. Pero para los Judios, de Galilea no podía venir el Mesías. No era lo propio. Sin embargo, Dios parece identificarse, una vez más, no con los de primera clase, sino con los más sencillos. En el texto aparece que la gente sencilla se identificaba con Jesús y le escuchaba con agrado. Hasta el punto de que incluso algunos de entre los fariseos de buena voluntad parecieran haberse dejado “embaucar” por este Galileo. “Nunca nadie habló como ese hombre”. Todos reconocían en sus palabras una autoridad diferente, superior. Hasta los guardias se quedaron prendados de sus palabras y no se atrevieron a detenerle. Los que rechazaban a Jesús eran, más bien, los que amaban su propio poder, sus seguridades mundanas: los sumos sacerdotes y fariseos, porque no se habían encontrado con él en lo profundo. O mejor dicho, no se habían dejado encontrar por él.
El Evangelio de hoy es una invitación a valorar la fe del pueblo sencillo, que es capaz de abrirse con espontaneidad a la verdad de este misterio y a dejarse encontrar por Él. Es importante que cada uno de nosotros nos confrontemos con la verdad de Jesús. No podemos creer de oídas, por lo que nos dicen otros. Cada uno ha de hacer el camino o dejar abierta la puerta para que Él haga su camino hacia nosotros.
Se trata de que cada uno nos preguntemos en lo profundo de nuestro corazón quién es Jesús para mí. De seguro que al preguntarnos esto, caeremos en la cuenta de algo más maravilloso; descubriremos la alegría del verdadero encuentro: la de descubrir que no se trata de que demos una definición ansiosa y encontremos la respuesta a esa pregunta, como si de un catecismo antiguo se tratara. Descubriremos, si Dios nos da la gracia, que lo importante no es quién es Él para nosotros, sino quiénes somos nosotros para Jesús. Jesús nos lo ha revelado: para él somos importantes. Somos sus amigos y cuenta con nosotros. Déjate encontrar por él y verás.
Que el Señor nos conceda hoy esta gracia. Que seamos capaces de descubrir cómo el Señor nos ama, nos llama y cuenta con nosotros.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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