V Domingo de Cuaresma
Lázaro de Betania había muerto y ya llevaba cuatro días sepultado. Seguramente Marta, su hermana, se repetía sin cesar la promesa de que Dios sacaría a su pueblo de la tumba. Cuando supo que Jesús había llegado, corrió a saludarlo entre suspiros de alivio. ¡Qué bueno era escuchar las palabras reconfortantes de Cristo de que Lázaro resucitaría! Claro, en el último día volvería a la vida, pero ¿por qué quería Jesús que abrieran la tumba ahora?
Así, tal como Jesús vino a la tumba de Lázaro, del mismo modo viene a nosotros cada día, para renovarnos y elevarnos a su presencia. Quiere transformar nuestros pensamientos y esperanzas, para que experimentemos el poder de su vida, que disipa la oscuridad del pecado; viene a invitarnos a permanecer unidos a él y dejar que sus tiernas palabras de amor nos consuelen al leer los Libros Sagrados. Y como siempre estará con nosotros, podemos mantenernos en paz.
¿Qué pesar llevas tú en el corazón hoy día? A veces las actitudes y valores del mundo nos arrastran a la incredulidad, la indiferencia y la inseguridad. Y tal como Jesús mandó que le quitaran a Lázaro los lienzos que lo mantenían atado, así también desea librarnos de todo aquello que nos encadena, nos impide ser libres y nos priva del gozo del Espíritu Santo. En efecto, día a día quiere librarnos un poco más.
Así, pues, cada vez que nos sintamos agobiados, Jesús está de pie frente a nuestra tumba y nos llama por nuestro nombre: “¡Sal fuera! Ya te he liberado. ¡La muerte ha sido destruida!” ¿Cómo hemos de responder? Lo hacemos dándole gracias y alabándolo, haciendo oración, invocando su Sangre preciosa y purificadora, confiando en su autoridad contra los engaños de Satanás y reafirmando la verdad que nos declara la Escritura. Incluso cuando nos sentimos exhaustos, de mente y de espíritu, podemos pedirle al Señor que nos llene de su inmenso amor. ¡Jesús es quien nos resucita!
“Cristo, Salvador mío, en tu presencia encuentro gozo y libertad; gracias por amarme tan completamente, Señor. Si hoy me ves en la tumba, llámame y sácame, Señor. ¡Quiero seguirte todos los días de mi vida!”Ezequiel 37, 12-14
Salmo 130(129), 1-8
Romanos 8, 8-11
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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