sábado, 1 de abril de 2017

Meditación: Juan 7, 40-53


Jesús, Nuestro Señor, es un maestro tan espléndido que nos enseña no solo con sus palabras, sino también con su ejemplo.

En el evangelio de hoy leemos que, después de pasar el día argumentando y discutiendo con Jesús, los jefes de los sacerdotes que se oponían a él se fueron a su casa. Pero Jesús no se fue a su casa, ¡pues ni siquiera tenía un hogar a donde ir!

En cambio, se retiró al monte de los Olivos, un lugar tranquilo y apacible, para pasar tiempo en oración. ¿Por qué? Porque sabía que descansando en la presencia de su Padre se vería renovado y fortalecido para enfrentar los obstáculos que se avecinaban.

Este es un modelo para todos nosotros. Entre el trabajo, el hogar, la familia y la iglesia, todos tenemos mucho que hacer, sin tener en cuenta que a veces los afanes de la vida, las enfermedades o nuestras propias luchas interiores nos van desgastando. Pero el ejemplo de Jesús nos muestra lo sumamente importante que es dejar tiempo para orar.

En este pasaje en particular, pero también a lo largo de los Evangelios, el Señor siempre demostró la paz interior que viene cuando nos hacemos el hábito de entrar en la presencia de Dios. En la oración es donde podemos recibir una nueva unción de su amor y encontrar la orientación necesaria para resolver las situaciones difíciles.

En la oración es donde se nos amplía la visión para no encerrarnos solo en las crisis inmediatas que tal vez tengamos. Y en la oración es donde podemos dejar que las verdades de Dios conformen y condicionen nuestras actitudes.

Pero en ningún lado podemos experimentar la oración más profunda que en la santa Misa. Congregados en la presencia de Jesús y con nuestros hermanos y hermanas, encontramos una oportunidad excelente para librarnos de cualquier carga que tengamos, y recibir la sabiduría de la Palabra de Dios que nos guía. Tenemos el testimonio de nuestros hermanos de la parroquia que nos anima y el privilegio supremo de recibir a Cristo en la Santa Comunión.

¡Tanto alimento que nos reconforta! ¡Tanto amor que recibimos! Y lo más importante es la enorme gracia que se nos confía de “ir en paz para amar y servir al Señor.”
“Amado Padre eterno, lléname de tu gracia mañana cuando vaya a Misa para tomar plena conciencia de la abundancia de bendiciones que allí me das.”
Jeremías 11, 18-20
Salmo 7, 2-3. 9-12

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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