"Un ejemplo de ello nos lo da la Segunda Carta a Timoteo, en la cual el “gran Pablo”, que “no tenía miedo de nada”, dice que cuando le tocó hacer su primera defensa ante el tribunal, nadie lo asistió: “todos me abandonaron”. Pero agrega que el Señor estuvo cerca de él y le dio fuerzas.
El abandono del discípulo es lo que puede sucederle a un muchacho o a una muchacha de 17 o 20 años que, con entusiasmo, dejan las riquezas para seguir a Jesús, y luego, “con fortaleza y fidelidad” toleran “calumnias, persecuciones cotidianas, celos”, “las pequeñas o las grandes persecuciones”, y al final, el Señor puede llegar a pedirles incluso “la soledad del final”. “Pienso en el hombre más grande de la humanidad, y este calificativo viene de los labios de Jesús: Juan El Bautista; el hombre más grande de la humanidad, nacido de mujer. Gran predicador: la gente lo iba a ver para hacerse bautizar. ¿Cómo terminó él? Solo, en la cárcel. Piensen ustedes cómo es una celda, y cómo debían ser las celdas de aquella época, porque si las de ahora son así, lo que serían aquellas… Solo, olvidado, degollado por la flaqueza de un rey, el odio de una adúltera y el capricho de una muchacha: así terminó el hombre más grande de la Historia. Y sin ir demasiado lejos, muchas veces, en los hogares o asilos hay sacerdotes o religiosas que han consumido su vida en la predicación: se sienten solos, los acompaña solamente el Señor: nadie se acuerda de ellos”. (Santo Padre Francisco)
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