Dios se esconde en la rutina
Dios se manifiesta siempre de forma sorprendente. Su manera de revelarse, frecuentemente, contradice la lógica humana. Si me preguntaran: “¿Dónde Dios suele esconderse y manifestarse?” Yo les respondo: “en la rutina”; es en ella donde menos esperamos encontrar al Señor. ¡A Dios le gusta sorprendernos!
Más allá que exista una presencia constante de Dios en nuestras vidas, hay momentos en que esa presencia se manifiesta por medio de “eventos” teofánicos: una imprevisible manifestación divina que marca la vida de la personas, la transforma. Y esa teofanía acostumbra a darse en el escenario cotidiano.
La oración es un ejemplo.
Rezamos comúnmente a la misma hora, en el mismo lugar; a veces hacemos hasta la misma oración cuando se trata de la liturgia. Sin embargo, en determinado momento, una Palabra bíblica o la comprensión de algo, que hasta entonces permanecía oculto, “salta” ante nuestros ojos como una novedad jamás prevista.
Moisés fue hombre que presenció diversos eventos teofánicos en su vida. El primero de ellos sucedió en “la montaña de Dios, Horeb” (Ex 3,1). En el cotidiano gesto de apacentar el rebaño de su suegro, es, por decirlo así, tomado de sorpresa por el propio Dios. El profeta no fue a la montaña a rezar – eso lo hace después -, fue a trabajar. Esto es intrigante.
Dios, en diversas circunstancias, “se muestra” a personas que están en oración en el Templo, lugar habitual de la manifestación divina. Es el caso, por ejemplo, de Zacarías (cf. Lucas 3,8-14) y Samuel (cf. 1Sam 3,3-11) para citar algunos. ¡Con Moisés es diferente! Dios se manifiesta en la rutina. Eso fue, seguramente, un hecho determinante.
Más adelante, Moisés hará la experiencia de pasar cuarenta años en el desierto al frente de “un pueblo de cabeza dura”, pero con la seguridad de que “cada día fue hecho por el Señor” (Salmo 118,24). Imagino cuan desgastante debe haber sido pasar cuatro décadas viendo, todos los días, la misma cosa: una extensión infinita de arena. A pesar de eso, el hombre “salvado de las aguas”, durante su peregrinación, fue testigo de acontecimientos que trascendieron el propio desierto y volvieron sus días más llenos de esperanza. Al final, Dios se revela siempre y de forma inédita.
El profeta no llegó a la Tierra Prometida; sin embargo, no consigo imaginarlo llegando, al fin de su vida, frustrado o decepcionado con Dios. Al contrario, cuando murió, “su vista no había enflaquecido y su vitalidad no lo había abandonado” (Dt 34,7), ciertamente, porque había comprendido y comprobado que Dios se esconde y se revela en la rutina.
Por: Francivaldo da S. Sousa
Traducción: Thaís Rufino de Azevedo
fuente: destrave.cancaonova.com
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