lunes, 2 de enero de 2017

Meditación: Juan 1, 19-28


San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno

San Juan Bautista fue un profeta un tanto extremo, que a grandes voces denunciaba el pecado y las injusticias; pero no era un ermitaño solitario que predicaba contra una serie indefinida de pecados humanos; no, Juan estaba muy al tanto de lo que sucedía en la sociedad y conocía los temas del momento, como el adulterio del Rey Herodes con Herodías, o la manera como los soldados y los cobradores de impuestos abusaban de su autoridad. 

Juan no se había separado totalmente del mundo; por el contrario, las inquietudes de sus conciudadanos judíos eran una constante preocupación para él. Es cierto que el Espíritu lo llevó al desierto, en el que pasó largas horas haciendo oración y meditando en las Escrituras y sin duda toda su vida estuvo cimentada en la Palabra de Dios y sintonizada con el Espíritu Santo. Pero fue su amor a Dios y su preocupación por las circunstancias de su época los que lo llevaron a denunciar el pecado y la corrupción con toda claridad y valentía. 

Debido a que oraba constantemente y escuchaba al Espíritu Santo, fue capaz de interpretar proféticamente los acontecimientos que sucedían en Israel; y predicaba un bautismo de arrepentimiento y conversión moral, porque sabía que Dios quería intervenir en las situaciones que él le presentaba en sus oraciones. Por esto la gente venía por miles a escucharlo y aceptar su bautismo. Si se hubiera limitado a proponer un mensaje moralista y hablar de la necesidad de reformarse, es poco probable que su apostolado hubiera sido tan eficaz como lo fue. 

A veces Dios nos lleva a tiempos de silencio, como lo hizo con Juan, en los que podemos meditar en su palabra; pero también nos muestra la verdadera condición de los tiempos y las situaciones en que vivimos, para que denunciemos profética y específicamente los males de la sociedad. ¡Juan es un excelente modelo de evangelizador!

Hermano, ¡no te quedes al margen, ni aislado del mundo en que vives! Participa, infórmate, mantén la mirada fija en Cristo y pídele al Espíritu Santo que te conceda un corazón deseoso de compartir el Evangelio con los demás. Si lo haces, estarás llevando la luz y la sabiduría de Cristo al mundo. 
“Señor, Dios mío, concédeme un corazón compasivo y paciente para que lleve sin temores la buena noticia del Evangelio a todos mis familiares y conocidos.” 
1 Juan 2, 22-28
Salmo 98(97), 1-4

fuente: Devocionario catolico la palabra con nosotros

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