sábado, 7 de enero de 2017

Meditación: Juan 2, 1-11


San Raimundo de Peñafort

La Escritura nos enseña que cuando Dios inaugura una obra nueva, siempre revela a sus hijos la totalidad de sus designios en forma resumida. En ninguna parte se ve esto más claramente que en las bodas de Caná. Los Padres de la Iglesia y los santos a través de los siglos han comentado que este sencillo relato prefigura todo el mensaje del Evangelio: la vida nueva que Jesús mereció para su pueblo.

El evangelista nos presenta varias señales que revelan cómo es esta vida que Dios ofrece generosamente a la humanidad gracias a la cruz y la resurrección de Cristo. Juan dice que “al tercer día se celebró una boda” y que se les acabó el vino, ante lo cual el Señor les dio milagrosamente un vino nuevo mucho mejor que lo que todos esperaban.

Los profetas solían usar la figura del amor del novio por su novia para describir cómo Dios ama a su pueblo (Oseas 2, 19; Jeremías 2, 2). Esta imagen también denota la fidelidad de Dios para con nosotros y su gran anhelo de que llegue el día en que todos sus fieles se unan a él para siempre. Las ideas de abundancia, felicidad y regocijo que evoca una fiesta de bodas hacen pensar en la gloria que nos espera a los creyentes al final de los tiempos (Isaías 25, 6-9).

Jesús es el vino nuevo que alegra el corazón humano. Él es para nosotros la fuente de un gozo superior a todo lo que podamos generar por nosotros mismos, y cada día se nos da él mismo en forma libre e ilimitada. En la oración y la meditación bíblica podemos llenarnos del gozo que nos trae su presencia; en la Sagrada Eucaristía, nos acoge en su mesa para que recibamos su Cuerpo y su Sangre, el alimento y la bebida de nuestra vida nueva.

Finalmente, cuando llegue el fin y se hayan cumplido todas las señales y símbolos, festejaremos con él y experimentaremos la inefable alegría de unirnos a nuestro Dios en un inquebrantable lazo de amor eterno.

En la Santa Misa, dice el padre Benedict Groeschel, “podemos ver simbólicamente en la celebración diaria de la Misa las realidades del culto celestial del Sumo Sacerdote y su Cuerpo místico.” Tengamos hoy, pues, el corazón abierto y dispuesto a recibir el vino nuevo del Espíritu Santo y el Cuerpo de Jesucristo sacramentado.
“Oh, Señor, vierte el dulce vino de tu amor en mi corazón y lléname de tu gozo. Quiero recibir el excelente fruto del sacrificio que tan generosamente hiciste por mí en la cruz.”
1 Juan 5, 14-21
Salmo 149, 1-6. 9

 fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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