viernes, 10 de enero de 2020

Nacimiento 1 Carta a Tesalonicenses

El evangelio anunciado por Pablo y Silas va a enfrentarse con los intereses y privilegios de la clase dominante, pues es denuncia de una sociedad injusta, y al mismo tiempo anuncio de un mundo nuevo y de una vida mejor para todos. Y esto no sucede sin oposiciones por parte de quienes no están interesados en que las cosas cambien en favor de los intereses del pueblo que sufre. A causa de esta oposición, Pablo y Silas tuvieron que partir para Berea, de noche (Hch 17, 10a). Pero podemos ir más allá de las informaciones que nos da Lucas y llegar más cerca de Pablo y oír latir su corazón. En aquel tiempo, las grandes ciudades del imperio romano, como Tesalónica, por ejemplo, no eran muy diferentes de nuestras metrópolis en cuanto a recetas fáciles para conseguir la felicidad y la realización. Las plazas estaban repletas de personas que anunciaban las más exóticas y atractivas doctrinas que afirmaban tener respuesta para todos los problemas que afligen a las personas y a la humanidad. Y de paso, se ganaban así la vida. Para atraer al mayor número posible de escuchas (y para enriquecerse fácilmente) tenían que poseer todos los requisitos que exige una buena publicidad: buena apariencia del predicador, palabras suaves y cautivadoras para los escuchas, convencerlos de que se encuentran delante de la propuesta insuperable para lograr la felicidad, etc. Pablo y Silas sabían esto muy bien. Haciendo de necesidad virtud, corporalmente heridos y espiritualmente adoloridos, se decidieron anunciar a los tesalonicenses la nueva y definitiva propuesta de felicidad: el evangelio de Jesucristo. 
"Nuestra exhortación no procede del error, ni de la impureza ni con engaño, sino que así como hemos sido juzgados aptos por Dios para confiarnos el evangelio, así lo predicamos, no buscando agradar a los hombres, sino a Dios que examina nuestros corazones. Nunca nos presentamos, ustedes bien lo saben, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia, Dios es testigo, ni buscando gloria humana, ni de ustedes ni de nadie...Ustedes son testigos y Dios también de cuan santa, justa e irreprochablemente nos comportamos con ustedes, los creyentes" (lTs 2,3-6.10). 
Por extraño que parezca, un buen número de tesalonicenses (cf Hch 17, 4) dio crédito a esos dos predicadores que estaban corporalmente heridos y espiritualmente adoloridos y así nació una comunidad cristiana, llena de valor. En efecto, una vez que Pablo y Silas salieron de Tesalónica, los adversarios intentaron destruir por completo las semillas del evangelio que habían sido sembradas en esa comunidad. Pablo lo había previsto. Y por eso estaba desasosegado. Se encontraba en Atenas, pero su corazón estaba en Tesalónica. Le hubiera gustado poder volver a esa ciudad para completar lo que le faltaba a la fe de la comunidad (cf 3, 10), pero prefirió mandar a Timoteo (que, al parecer, no se había visto envuelto en el conflicto). Pero no pudiendo aguantarse más, él y Silas se quedaron solos en Atenas y enviaron a Timoteo (3, 1: en realidad quien se va solo es Timoteo, mientras que Pablo se queda acompañado de Silas. Pero aunque tenga la compañía de Silas, se siente solo pues se encuentra lejos de la comunidad. Este detalle es importante para entender lo que pasa en el alma de Pablo). Timoteo regresó con magníficas noticias: la comunidad estaba firme, había enfrentado la persecución y la venció; sentía nostalgia de su fundador y tantas otras buenas noticias que provocaron la acción de gracias del equipo misionero. Pablo tuvo la impresión de estar resucitando: "Ahora sí que vivimos, pues ustedes permanecen firmes en el Señor" (3, 8). ¡Entre tantas buenas noticias, qué son las inquietudes y problemas que tenía! Es hora de dar gracias al Señor y de escribir a la comunidad. 

En Corinto, en ese ambiente de alegría y de acción de gracias, nació, sin que Pablo se diera cuenta, el primer escrito del Nuevo Testamento: la Primera carta a los tesalonicenses (fines del año 50 o comienzos del 51 dC).

José Bortolini
Como leer la primera carta a los Tesalonicenses

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