martes, 22 de octubre de 2024

"Sacramento del hermano"

La idea del "sacramento del hermano", mencionada por los Padres de la Iglesia, hace referencia al servicio hacia los demás. No se trata de un rito establecido, sino de una manifestación del amor y el apoyo a nuestros hermanos en Cristo, sobre todo a aquellos en mayor precariedad. Cada ser humano, querido por Dios, representa un lazo sacramental que revela la presencia de Cristo.


Según figuras como san Juan Crisóstomo, san Agustín y Tertuliano, existe un sacramento menos reconocido pero esencial: el "sacramento del hermano". Este concepto nos invita a dirigirnos a nuestros semejantes especialmente a los más desfavorecidos, comprometiéndonos a servirles. El amor a Dios es indisoluble del amor hacia el prójimo, tal como se expresa en la Escritura: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo" (Lc 10,27).

Jesús encarnó este principio en su vida diaria a través de la acogida a los pecadores, de las numerosas curaciones, de sus palabras de consuelo, e incluso de corrección. Él instó en todo momento a sus discípulos a continuar la obra: "Les he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan", les dice tras el lavatorio de los pies (Jn 13,15).

"En verdad les digo que cada vez que lo hicieron con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron" (Mt 25,40).

EUCARISTÍA Y SERVICIO AL PRÓJIMO

La Eucaristía y el servicio hacia los demás están intrínsecamente conectados: al recibir el cuerpo de Jesús recibimos también la gracia que nos impulsa a ofrendar nuestra existencia a "los otros"; bien lo ha expresado Olivier Clement, teólogo ortodoxo: "Nadie puede participar del banquete eucarístico sin convertirse en alguien que comparte generosamente".

El matemático, físico y filósofo francés Blaise Pascal quien en sus últimos años enfocó su espiritualidad en la caridad y el servicio a los demás buscaba vivir de acuerdo con los principios cristianos en su vida diaria. Enfrentando ya su final en 1662 requirió a quienes lo acompañaban que le trajeran la comunión eucarística, pero su dificultad para tragar le impidió recibirla. Su respuesta fue entonces: "Manda a un pobre hombre de la calle a mi habitación. Así, aunque no pueda comulgar con la Cabeza, tendré la oportunidad de hacerlo con un miembro de su Cuerpo".

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