jueves, 4 de julio de 2024

Oración contra las represalias


Señor Jesucristo
, en tu amor y misericordia, derrama Tu Preciosa Sangre sobre nosotros para que ningún demonio o espíritu incorpóreo pueda tomar represalias contra nosotros.
María, rodéanos con tu manto, impidiendo que cualquier espíritu vengador tenga autoridad sobre nosotros.
San Miguel, rodéanos con tu escudo, para que ningún espíritu maligno pueda vengarse de nosotros. Reina del Cielo y San Miguel, envía las legiones de ángeles bajo tu mando para luchar contra cualquier espíritu que busque hacernos daño.
Todos ustedes, santos del cielo, impidan que cualquier espíritu vengador nos influya. Señor, Tú eres el Juez Justo, el vengador de los malvados, el Abogado de los Justos, rogamos en Tu misericordia, que todo lo que pedimos a María, a los ángeles y a los santos del cielo también sea concedido a todos nuestros seres queridos, a todas nuestras posesiones, a aquellos que oran por nosotros y sus seres queridos, para que por amor a Tu Gloria, podamos disfrutar de Tu perfecta protección.
Amén.

(adaptado de Chadd, Laity, p. 37)

miércoles, 3 de julio de 2024

¡Toda nuestra fe en un grito!

Tomás ha lanzado este grito sublime. “¡Mi Señor y mi Dios!” (Jn 20,28). Esta profesión de fe, más grande que la incredulidad pasada, no podía sonar más fuerte. Todo el contenido de la fe está incluido en esta breve exclamación.

¡Maravillosa comprensión de este hombre, Tomás! Toca al Hombre y llama a Dios. Toca a uno y cree en el que llama. Si hubiera escrito mil libros, no habría tanto servido a la Iglesia. ¡Con claridad, fe y simplicidad denomina Dios a Cristo! ¡Qué palabra tan útil y necesaria a la Iglesia de Dios! Gracias a ella las herejías más grandes fueron extirpadas de la Iglesia. Pedro fue alabado por haber dicho “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Con la misma claridad, Tomás exclama “¡Mi Señor y mi Dios!”. Sencillas palabras que afirman las dos naturalezas de Cristo.

Jesús le dice: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!” (Jn 20,29). Esta palabra, hermanos, nos trae gran consuelo. Cada vez que expresamos o gritamos “Felices los ojos, felices los tiempos y la época que tuvieron la suerte de ver y contemplar tan grandes misterios”, el Señor dice “Felices los ojos que ven lo que ustedes ven (Lc 10,23). Pero agrega “¡Felices los que creen sin haber visto!”. Estas palabras traen un consuelo más grande todavía, de gran mérito. La visión aporta gran alegría, la fe le agrega el honor.

Santo Tomás de Villanueva
ermitaño de San Agustín , luego obispo

Sermón para el Domingo in Albis (Sermon pour le dimanche in Albis, in Lectures chrétiennes pour notre temps, Abbaye d'Orval, 1971), trad. sc©evangelizo.org