jueves, 26 de julio de 2012

La inseguridad, el desafío nuestro de cada día


No dejes que ese sentimiento se apodere de ti

Cuando éramos solo niños, nuestros padres encaraban todo aquello que necesitábamos hacer. Ellos fueron nuestros tutores y en todas nuestras necesidades o dudas íbamos hasta ellos.Inseguridad Hoy, muchas veces, dudamos delante de una situación, cuando queremos enfrentar alguna cosa nueva. Sea en un empleo nuevo o en una nueva actividad profesional, la compra de una casa o en cualquier otra situación, que incluya una elección definitiva, nuestros miedos ciertamente van a surgir. Con eso, la preocupación y el miedo de perder aquello que ya fue conquistado impide a la persona vivir una nueva experiencia.
Cuando consideramos algún tipo de cambio en nuestra vida significa que no nos sentimos completamente felices en la condición actual. La falta de perspectiva o algún otro tipo de insatisfacción nos lleva a considerar la posibilidad de salir de la comodidad que venimos viviendo. Pero, todavía así, nuestra inseguridad nos une con lo que estábamos acostumbrados o que nos hacía sentir inseguros.
Dentro de una relación, alguien inseguro nunca se siente confortable, porque por el temor constante de perder a la persona que conquisto, acaba controlando los pasos de quien ama. Sin embargo, existe quien vive en el extremo de este mal y, por la inseguridad exacerbada, va alimentando los celos. En la tentativa de proteger lo que atormenta sus pensamientos, la persona insegura formula para otra con quien se esta relacionando casi una investigación para ver si esta hablando con alguien o si, por un contratiempo el encuentro que fue marcado va ser cancelado o simplemente suspendido.
Creo que todos nosotros, en varios momentos, hemos sentido los efectos de la falta de seguridad. Aunque sabemos nuestro potencial para realizar algo nuevo, siempre nos quedamos evaluando posibilidades de los acontecimientos, para ver si alcanzan el resultado esperado. Porque sabemos que de alguna manera todas nuestras actitudes apuntan para una nueva dirección en nuestra vida. Ante la incertidumbre o de los conocimientos sobre las consecuencias de una acción el miedo nos frena.
Una persona insegura se vuelve fácilmente influenciada por otras personas, por esperar de los demás la aprobación de sus acciones. La inseguridad tal vez sea una de los mayores desafíos que debemos luchar para controlar.
Podemos aconsejarnos con personas con más experimentadas sobre un tema, o inclusive  saber la opinión de aquellos con quienes estamos en contactos sobre nuestros objetivos, pero nos cabe a nosotros asumir la responsabilidad de los compromisos que queremos abrazar.
La confianza es un proceso gradual y lento que viene acompañado de la madurez. Necesitamos trabajar para conquistarla, porque con esa virtud aprenderemos a enfrentar los desafíos impuestos por la vida.
Traducido por: Thais Rufino de Azevedo
Dado Moura
Fuente PORTAL ESPAÑOL COMUNIDAD CANCIÓN NUEVA

sábado, 14 de julio de 2012

¡Ven Espíritu Santo!




¡Ven Espíritu Santo,
ilumina nuestros pasos con la luz de Tu amor,
y haz brillar en nuestras noches de tristezas
las estrellas de Tu Paz!
Inspira en nuestros corazones
gestos, palabras y actitudes de misericordia,
acogida y perdón.
Sé nuestro refugio en las tempestades de la vida,
y la brisa serena en las tardes agitadas
de nuestros barullos interiores.
Condúcenos por los caminos de la esperanza,
y genera en nuestras almas
frutos de solidaridad, justicia y gratitud.
Amén
Pe. Flávio Sobreiro

viernes, 13 de julio de 2012

Curando las heridas


Cicatrizando las nostalgías

Una herida abierta lleva tiempo para cicatrizar. Abierta muchas veces por los actos descuidados, ella necesita de un tiempo sagrado para que sea sanada. Mas allá de que el tiempo cure las marcas de la cicatriz, esta nos continúa mostrando algo que fue herido hace un tiempo. No sentir más dolor es certeza de que el pasado ya no pertenece más al presente. Queda solamente la marca de una parte de la historia que muchas veces fue convertida en aprendizaje.
Hay despedidas que se tornan heridas abiertas en el alma. El dolor de la nostalgia de quien se fue crea sendas sin fin en muchos corazones que todavía esperan el regreso de un adiós que ya no tiene retorno. El tiempo de la nostalgia se eterniza en cicatrices que ni el mismo tiempo consigue apagar. Quién se queda siempre espera el regreso de un abrazo que nunca fue permitido o la sonrisa que no podrá ser contemplada.
Las estaciones de la vida surgen en tardes de otoño o se esconden en noches de lágrimas. Hay noches en las que no se ven las estrellas porque la luz de las esperanza fue borradas de las estrellas de la Fe. Nostalgia no reconciliada es dolor sin nombre, es silencio bañado por un océano de lágrimas, es una mañana sin sol en días casi siempre nublados. Quien nunca se despidió de quien un día partió, jamás dejará ir la estación del dolor de su alma.
La nostalgia es de quien se queda apenas con la certeza de muchas esperas. Días largos y segundos sin fin. Fue así que muchos dejaron ir su alegría en el equipaje de aquellos que se fueron. Si el corazón no se reconcilia con la despedida de los otoños del presente, el futuro será una triste espera en bancos de viejos tiempos de carencias no cicatrizadas.
La nostalgia dolorida es una herida abierta, abierta en el tiempo no reconciliado consigo mismo. El miedo de decir adiós nos ata a un pasado que no existe más, pero aun así se hace presente en futuros sombríos.
El remedio que cura la herida de la nostalgia es la reconciliación con el propio dolor que todavía grita en el corazón de quien aun no acepto el peso de las despedidas de la vida. En la nostalgia cicatrizada queda solo la certeza de que un día la vida será plena junto a Dios. En el Altar de la Vida Jesús pidió que la samaritana se despidiera de un pasado de inseguridades y que Su amor acogiera la seguridad de nuevos tiempos. Delante de la despedida y del amor que ahora sería el agua que saciaría toda su sed, ella abandonó el cántaro viejo de otoños para vivir las estaciones de una nueva primavera junto a la Fuente de una nueva vida.
En el amor de Cristo reconciliamos nuestras esperanzas con las nostalgias que se fueron en los equipajes que ya no nos pertenecen.Si el dolor se hace presente, la ternura de Dios es el remedio para curar nuestras carencias que insisten germinar no solo de nuestras fragilidades humanas. Jesucristo abraza todas nuestras carencias y hace de nuestras tristes nostalgias de una tarde sin fin una mañana de nuevos rencuentros con la vida. Somos llamados en todo instante a curar nuestro corazón en su Amor.Todas nuestras tristes nostalgias que todavía no dijeron adiós, son curadas y cicatrizadas en el bálsamo de la paz que nace de las fuentes del amor de Dios.
Traducido por: Exequiel Alvarez
Padre Flávio Sobreiro
Sacerdote de la a Arquidiócesis de Pouso Alegre – MG.

martes, 10 de julio de 2012

El Anhelo de la Soledad


Ron Rolheiser (Trad. Julia Hinojosa)

fuente: Ciudad Redonda
Hace ochocientos años, el poeta, Rumí escribió: Lo que quiero es saltar fuera de esta personalidad y después sentarme aparte.  He vivido demasiado tiempo en donde puedo estar accesible.
Acaso no es esto cierto para todos nosotros, ¡especialmente hoy en día!  Nuestras vidas son a menudo como una maleta sobrecargada. 
Parece como si siempre estuvieramos ocupados, siempre bajo presión, siempre hay una llamada, un mensaje de texto, un email, una visita, y una tarea atrasada.  Estamos siempre ansiosos por lo que todavía hemos dejado sin hacer, por a quién hemos decepcionado, por las expectativas no satisfechas.
Más aún, en el fondo, estamos siempre accesibles.  No tenemos una Isla tranquila a donde escaparnos, ni un refugio solitario.  Siempre estamos accesibles.  La mitad del mundo tiene nuestro número de contacto y sentimos la presión de estar al alcance de los demás todo el tiempo.  Por lo que a menudo nos sentimos como si estuviéramos subidos a una cinta de correr de la que nos quisiéramos bajar. Y dentro de toda esa ocupación, presión, ruido, y cansancio, anhelamos la soledad, anhelamos una isla tranquila, pacífica donde toda la presión y el ruido se detengan y  nos podamos sentar simplemente a descansar.
Es un anhelo sano. Es nuestra alma que nos habla.  De la misma manera que nuestro cuerpo, nuestra alma también sigue tratando de decirnos lo que necesita.  Nuestra alma tiene necesidad de soledad.  Sin embargo, la soledad no es fácil de encontrar.  ¿Por qué?
La soledad es esquiva y necesita encontrarnos en lugar de que nosotros la encontremos. Tendemos a tener una imagen ingenua de la soledad como si fuera algo en lo que nos podemos “empapar” así como nos empaparíamos en un baño con agua tibia.  Tendemos a tener la siguiente  imagen de la soledad: Estamos ocupados, presionados, y cansados.  Finalmente tenemos la oportunidad de escabullirnos un fin de semana.  Alquilamos una cabaña completa con chimenea, en un aislado bosque.  Empaquetamos algo de comida, algo de vino, y alguna música suave y nos resistimos a empaquetar los teléfonos, iPads, u ordenadores portátiles.  Este será un fin de semana tranquilo, un tiempo para tomar vino al lado de la chimenea, y para escuchar a los pájaros cantar, un tiempo de soledad.
Sin embargo, la soledad no puede ser programada tan fácilmente. Podemos establecer todas las condiciones óptimas, más eso no es garantía de que la vayamos a encontrar.  Nos tiene que encontrar, ó, más precisamente, algo dentro de nosotros tiene que estar despierto a su presencia.  Permítanme compartir una experiencia personal:
Hace algunos años, cuando estaba aún enseñando teología en una universidad, hice preparé las cosas para pasar dos meses del verano viviendo en un monasterio trapense.  Estaba buscando soledad, tratando de desacelerar mi vida. Acababa de terminar un semestre de mucha presión, enseñando, haciendo trabajo de formación, dando pláticas y seminarios, y tratando de escribir algo.  Tenía una fantasía casi deliciosa de lo yo que iba a encontrar en el monasterio.  Tendría dos maravillosos meses de soledad: encendería la chimenea en la casa de visitas y ahí me sentaría tranquilo.  Me gustaría dar un paseo tranquilo en el bosque detrás del monasterio.  Me sentaría afuera en una mecedora al lado de un pequeño lago dentro de la finca propiedad  a fumar mi pipa.  Disfrutaría de la comida sana, comiendo en silencio mientras escucharía a un monje leer en voz alta un libro espiritual, y, mejor que todo, me uniría a los monjes en sus oraciones – cantando el oficio en el coro, celebrando la Eucaristía, y sentándome con ellos en meditación en silencio en su tranquila capilla.
Llegué al monasterio a media tarde, deshice las maletas de prisa, y me dediqué de inmediato a hacer estas cosas. Para la última hora de la tarde ya había hecho todo, como la hierva que ha estado esperando para ser cortada: ya había encendido el fuego y me había sentado junto a él.  Había dado la caminata por el bosque, fumado mi pipa en la mecedora al lado del lago, me había unido al coro de los monjes en el rezo de vísperas, después me había sentado en meditación con ellos por media hora, comido en silencio una cena saludable, y después me uní a ellos a entonar canciones.  Para la hora de dormir la primera noche ya había hecho todas las cosas que en mi fantasía me darían soledad, y me fui a la cama inquieto, ansioso acerca de cómo sobreviviría los siguientes dos meses sin televisión, periódicos, llamadas telefónicas, sin estar con los amigos, y mi trabajo normal para distraerme.  Había hecho todas las actividades para una verdadera soledad y no había encontrado la soledad, sino que en su lugar había encontrado inquietud.  Tomó varias semanas antes que mi cuerpo y mi mente se desaceleraran lo suficiente para que yo encontrará un descanso básico, antes de que siquiera empezara a rozar los bordes de la soledad.
La soledad no es algo que podamos abrir como la llave del agua.  Necesita que el cuerpo y la mente se desaceleren lo suficiente para estar atentos al momento presente.  Estamos en soledad cuando, como dice Merton, sentimos totalmente el agua que estamos tomando, sentimos el calor de nuestras mantas, y hemos descansado lo suficiente para estar contentos dentro de nuestra piel.  No siempre logramos esto, a pesar de un sincero esfuerzo, por eso necesitamos seguir  comenzando de nuevo.