miércoles, 31 de enero de 2024

COMPRENDIENDO LA PALABRA

«¿No es éste el carpintero?»


La verdad de que el hombre con su trabajo participa en la obra de Dios, su Creador, ha sido particularmente puesta en relieve por Jesucristo, de quien muchos de sus primeros oyentes de Nazaret «se preguntaban asombrados: ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ... ¿No es éste el carpintero?»

En efecto, Jesús proclamaba y, sobre todo, ponía por obra el evangelio que le había sido confiado, las palabras de la eterna Sabiduría. Por esta razón, se trataba verdaderamente del «evangelio del trabajo», porque el mismo que lo proclamaba era un trabajador, un artesano como José de Nazaret. Aunque no encontremos en las palabras de Cristo el mandato particular de trabajar – sino más bien, una vez, la prohibición de preocuparse de manera excesiva del trabajo y de los medios de subsistencia (Mt 6, 25-34)- su vida es, a este respecto, suficientemente elocuente: él pertenece al mundo del trabajo, aprecia y respeta el trabajo del hombre. Incluso se puede decir más: mira con amor el trabajo y sus diversas expresiones, viendo en cada una manera particular de manifestar la semejanza del hombre con Dios Creador y Padre.

¿Acaso no es él mismo quien ha dicho: «Mi Padre es el viñador» (Jn 15,1)?... En las parábolas sobre el Reino de Dios, Jesucristo se refiere constantemente al trabajo: al del pastor, del agricultor, del médico, del sembrador, del amo de la casa, del servidor, del intendente, del pescador, del mercader, del obrero. Habla también de los diversos trabajos de las mujeres. Presenta al apostolado semejante al trabajo manual de los segadores o de los pescadores... [He aquí] el grande, aunque discreto, evangelio del trabajo que encontramos en la vida de Cristo y en sus parábolas, en lo que Jesús «ha hecho y enseñado» (Hech 1,1).





San Juan Pablo II (1920-2005)
papa
Carta encíclica “Laborem exercens”, § 26

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 6,1-6


Evangelio según San Marcos 6,1-6
Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos.

Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?

¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo.

Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa".

Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.

Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

La conversación con Jesús en pequeño grupo debió de ser embelesadora; y sus breves “arengas” a multitudes, que quizá no fueron frecuentes, tuvieron que resultar cautivadoras, tanto que en algún momento quisieron forzarle a que aceptase ser “rey” o líder de un movimiento más o menos revolucionario (Jn 6,15; Mc 6,45s). Su presentación entusiasta del reino que llega, su talante festivo que no permite que los discípulos ayunen, su invitación a vivir con la libertad y confianza de los pájaros y las flores, sus agudas puntualizaciones acerca de algunos aspectos de la ley… en más de un momento pudieron meter miedo a los gobernantes mismos, que quizá le tomaron por demagogo capaz de llevar al pueblo a una insurrección política o a una protesta contra sus dirigentes religiosos. A algo debe de responder aquel aviso que le hicieron en Galilea: “Herodes quiere matarte, mejor que te vayas de aquí” (Lc 13,31).

Pero las palabras dulces de Jesús no siempre estaban exentas de pimienta; criticaba algunas seguridades religiosas, y orientaba a cambios más radicales que echarse un simple remiendo sobre el vestido de siempre (Mc 2,21). Por ello surgieron perplejidades, que, al menos inicialmente, se saldaron a favor de Jesús. En una crisis en el seguimiento, termina Pedro diciendo: “¿A quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 66). Y cuando los jefes del templo y los fariseos se plantean sus dudas sobre el profetismo de Jesús, los servidores mismos de los sumos sacerdotes replican: “Jamás ha hablado nadie como este hombre” (Jn 7,46).

En ese contexto, no es extraño que al menos una vez, habiendo hecho un breve alto en el camino precisamente en su pueblo de Nazaret, el sábado le hayan invitado a hacer la lectura y el comentario en la sinagoga. Lucas ha rellenado un vacío diciéndonos que Jesús lee y comenta Isaías 61; Marcos y Mateo desconocen el contenido de la lectura de ese día; pero ambos conocen la reacción de la asamblea: “se pasmaron” (Mt 13,54; Mc 6,2), verbo tan ambiguo como el lucano “se admiraron” (Lc 4,22). Lucas deja claro que inicialmente la palabra de Jesús embelesa; pero pronto comienza a resultar molesta y sus compaisanos se disponen a despeñarle.

Según el cuarto evangelio los jefes religiosos se preguntan cómo puede Jesús estar tan “instruido sin haber sido escolarizado” (Jn 7,15). Estos jerosolimitanos descalificarían a Jesús por “falta de título”: no ha frecuentado la escuela de un escriba. En cambio los nazaretanos le descalifican desde su procedencia familiar: conocen de sobra a su familia y saben que no es precisamente de gene instruida. En uno y otro caso, los oyentes se protegen frente a la palabra de Jesús, que debe de ser bella pero excesivamente novedosa como para aceptarla.

El refrán sobre el menosprecio del profeta en su pueblo y entre sus parientes se encuentra extendido por toda la tradición evangélica (Mc 6,4par; Jn 4,44). Si existía ya, Jesús experimentó lo certero del mismo quizá en repetidas ocasiones; si lo creó él mismo, se difundió rápidamente como explicación de la dureza de corazón ante las llamadas de este nuevo profeta. En definitiva, quienes desearían descalificar la palabra de Jesús por su contenido pero lo encuentran tarea imposible (“jamás hombre alguno habló así”), buscan otros pretextos para desautorizarlo. No es fácil dejarse sacudir en las propias convicciones, sobre todo si son “convicciones religiosas” arraigadas. Jesús esperaría otra cosa, pero…ojalá no se admire de nuestra falta de fe.

Nuestro hermano

Severiano Blanco cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

domingo, 28 de enero de 2024

COMPRENDIENDO LA PALABRA

“¿Has venido a acabar con nosotros?”

“Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo”. Este espíritu no podía soportar la presencia del Señor; se trataba de ese espíritu impuro que había llevado a todos los hombres a la idolatría (…) “¿Qué acuerdo había entre Cristo y Satán?” (2C 6,15); Cristo y Satán no podían estar de acuerdo el uno con el otro. “Se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros?” El que así se exclama es un individuo que habla en nombre de muchas personas; eso da a entender que tiene conciencia de ser vencido él y los suyos.

“Se puso a gritar: ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios’”. Atormentado y a pesar de la intensidad de los sufrimientos que le hacen gritar, no ha abandonado su hipocresía. Esconde el decir la verdad, el sufrimiento le aprieta, pero la malicia le impide decir toda la verdad: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret?” ¿Por qué no reconoces al Hijo de Dios? ¿Es este hijo de Nazaret el que te tortura, y no el Hijo de Dios? (...)

¿Acaso Moisés no era Santo de Dios? E Isaías y Jeremías, ¿no eran Santos de Dios? (...) ¿Por qué no les has dicho: “Sé quién eres, santo de Dios”? (...) No digas “Santo de Dios” sino “Dios Santo”. Te imaginas que sabes, y no sabes nada; o bien si lo sabes, te callas por esa misma doblez. Porque no es solamente el Santo de Dios, sino Dios Santo.



San Jerónimo (347-420)
sacerdote, traductor de la Biblia, doctor de la Iglesia
Comentario al evangelio de Marcos, 2; PL 2, 125s

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 1,21-28

 

Evangelio según San Marcos 1,21-28
Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar.

Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.

Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar:

"¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios".

Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre".

El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.

Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!".

Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.


RESONAR DE LA PALABRA

Cállate y sal de él.

Queridos hermanos, paz y bien.

El Evangelio de hoy nos habla de la enseñanza de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. No se han recogen sus palabras, pero serían de gracia, como las que pronunció en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 18-21). Les hablaría del Reino de Dios que está cerca, que Dios se acerca a nosotros como un padre que se compadece de sus hijos y quiere consolarlos y confortarlos; que establecerá una lucha perma­nente contra los espíritus inmundos y el poder de las tinieblas; que nos libra­rá y nos salvará de todo mal. Continúa el discurso iniciado la semana pasada.

Sus palabras llegaban al corazón. Eran palabras dichas con fuerza y con poder, como si brotaran de una fuente interior creadora. Eran palabras vivas y entrañables, que producían efecto. No se parecían en nada a las palabras de otros maestros y escribas, palabras viejas, cansadas, frías. Hace un comentario del texto que no le ha escuchado a nadie. Es suyo, vivo, adecuado a las circunstancias. E interpela de verdad, mueve los corazones. No deja indiferente a nadie.

Al escucharle, los vecinos de Jesús se dieron cuenta de que ahí había algo diferente. Hablaba un verdadero profeta. Y lo hacía con autoridad. La autoridad que viene de Dios. Eso es lo que el Resucitado ha compartido con nosotros. El Evangelio, la Palabra de Dios, está cerca de nosotros, y nos ayuda a discernir la voluntad del Padre y a comunicarla a los hermanos. El viejo deseo de Moisés, de que todos los israelitas se convirtieran en profetas, como era el mismo Moisés. Lo que aconteció en Pentecostés, en Jerusalén, cuando los Apóstoles, eso está ya a nuestro alcance. Es también nuestra misión.

La lectura de hoy no termina ahí. Se nos relata después el encuentro con el endemoniado. El “pobre hombre” estaba en la sinagoga, en sus cosas de endemoniado, tranquilo. Los demás, seguramente, le veían en una esquina y le evitaban. Digamos que se habían acostumbrado a “vivir con el demonio”. Todos tranquilos, él y los que compartían la oración con él. Dicho así, suena raro, pero es lo que, quizá, nos pasa también a nosotros. No hacemos daño a nadie, pero estamos de acuerdo con situaciones que no nos hacen bien. Son las concesiones para guardar la propia imagen, los compromisos con situaciones injustas, una vida espiritual tibia o fría… Mientras todo esto pasa, el demonio está tranquilo, porque nada le impide seguir reinando en nuestras vidas. Pero…

Cuando aparece un verdadero profeta, entonces todo cambia. Lo hemos visto muchas veces, a la largo de la historia. (San Francisco de Asís, san Óscar Romero en El Salvador, los jesuitas de la UCA…) Habla el profeta y salta el demonio. Una interpelación para los que nos decimos cristianos. Si vivimos, hablamos, predicamos, y a nuestro alrededor nadie reacciona, a lo peor no estamos transmitiendo toda la fuerza que tienen las palabras de Jesús. A lo mejor no estamos siendo signos para los que están a nuestro alrededor.

El mejor exorcismo, entonces, es dejar que Cristo se haga presente en mi vida. Encender la lámpara de Dios para que desaparezcan las tinieblas del mal. El sacramento de la Reconciliación tiene esa fuerza. El Señor, así, con su luz, te da el perdón y la paz. Porque Él tiene poder sobre todos los demonios.

Conviene estar en permanente discernimiento, para saber si el espíritu, aquello que nos mueve en la vida viene de Dios (1 Jn 4, 1) o no. Y no dialogar con el demonio. Con el demonio no se negocia. Hay que, como Jesús, decirle “cállate” y darle la espalda. Mirar a Cristo, nuestro único Salvador. Darle la mano a Él, y no al enemigo, que siempre viene cargado de argumentos para hacernos caer en la tentación. Argumentos muy convincentes, por cierto. Sabe de qué pie cojeamos y, como león rugiente, busca a quién devorar. Tener cuidado, para que no nos pase como a ese chavalillo, de 3 o 4 años, que hace unos días, cerca de casa, se rezagó un poco viendo un escaparate y, en vez de darle la mano a su padre, me la dio a mí. Cuando vio que se había equivocado, salió corriendo a buscar a su papá. Mirar siempre a quién le damos la mano, a Jesús o al demonio.

También es oportuno comentar la lectura de san Pablo. Se nos recuerda algo que, en estos tiempos, suena raro a veces. El celibato es una condición favorable para permanecer unidos al Señor. Quien no posee una familia propia tiene el corazón libre para dedicarse completamente a Dios y a los hermanos. Es más, esa condición de célibes es también un testimonio para las personas casadas de la comunidad: es una llamada de atención sobre el hecho de que el matrimonio pertenece a las realidades de este mundo, no es la condición última; es transitorio y destinado a pasar. No es algo absoluto.

Eso no significa que el matrimonio sea malo. Pablo tampoco lo consideraba así. Ni mucho menos. Es más, en este mismo capítulo habla de que es mejor casarse que abrasarse. Es decir, que si el que es llamado al matrimonio no se casa, y se refugia en una egoísta y cerrada soltería, acabará abrasado, siendo infeliz en esta vida y en la otra. Por eso no se pueden interpretar mal las palabras del Apóstol al referirse al celibato. Quería que maridos, mujeres e hijos se trataran con cariño. Demostró a lo largo de su vida una gran preocupación por el trabajo cotidiano y nadie puede dudar de su dedicación en cuerpo y alma a la construcción del Reino frente al mal que acecha a nuestro mundo.

El mal puede ser vencido con amor, nos dirá más adelante en la misma primera carta a los Corintios (capítulo 13). Sólo que, cada uno, en algún momento de su vida, debe plantearse qué quiere Dios de él. Y, con amor, responder a esa llamada. Dar todo el corazón a Dios, sacrificar en su honor los sentimientos más nobles del hombre. No para destruirlos, sino para sublimarlos, para transformarlos. Consiguiendo el gran milagro de que haya personas que, a fuerza de amar con absoluta entrega y generosidad, cooperen eficazmente a la redención de la Humanidad.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

PENSAMIENTOS

 


sábado, 27 de enero de 2024

Dar la Vida - San Maximiliano M Kolbe


Maximiliano Kolbe, sacerdote polaco, fue apresado por los nazis durante la 2º guerra mundial y enviado al campo de concentración de Auschwitz.

Un día se fugó un preso de su batallón. La ley de los alemanes era que por cada preso que se fugara del campo de concentración, tenían que morir diez de sus compañeros. Eligieron a diez al azar, para trasladarlos a un sótano a morirse de hambre. Entre los diez seleccionados, había un hombre que lloraba desconsoladamente: “Dios mío, yo tengo esposa e hijos. ¿Quién los va a cuidar?”.

En ese momento el padre Kolbe, salió de la fila y ofreció su vida a cambio de la de su compañero. Lo trasladaron junto a sus nueve compañeros a morirse de hambre en una celda subterránea. Fueron días terribles, de mucha angustia y agonías continuas. Hasta el final Maximiliano animaba y rezaba junto a sus compañeros. Poco a poco se van muriendo, hasta que luego de muchos días sólo queda él con vida. Como los guardias necesitan ese lugar para otros presos le inyectan cianuro y muere.

San Maximiliano Kolbe es el primer sacerdote canonizado tras las Segunda Guerra Mundial. Él hizo vida las palabras de Jesús: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”.

Años más tarde el Papa Juan Pablo II, a un año de su elección como Pontífice, confiesa en público que la vida de Maximiliano, también polaco, fue de mucha inspiración para su vocación. Entre sus palabras dijo: «Maximiliano Kobe hizo como Jesús, no sufrió la muerte sino que donó la vida». Se celebra su fiesta cada 14 de agosto.

fuente: Radio María Argentina.

COMPRENDIENDO LA PALABRA

¡Dios, sea mi guía y mi piloto!

Guárdese de transformar sus ocupaciones en problemas e inquietudes espirituales. Aunque sea embarcado sobre las olas, envuelto en la tempestad de numerosas dificultades, eleve siempre su mirada hacia lo alto y diga al Señor: ¡Oh Dios por usted navego y viajo, sea mi guía y piloto!

Durante este tiempo, ocúpese de solucionar los asuntos uno tras otro, lo mejor que puede, aplicando fielmente su espíritu, pero con suavidad. Si Dios le concede el éxito, bendígalo. Si no le agrada concedérselo, igualmente bendígalo. Que sea suficiente aplicarse de corazón a tener éxito. El Señor y la razón misma, no exigen de usted resultados sino la aplicación, compromiso y diligencia necesaria. Mucho depende de nosotros, pero no el éxito.

Viva en paz y repose sobre el divino corazón, sin temor, porque estamos al abrigo de las tempestades… Esfuércese de dominar las angustias de su corazón. Tenga confianza y calma en la gran obra de su santificación y la del otro. A Jesús, lo demás.


San [Padre] Pío de Pietrelcina (1887-1968)
capuchino
Palabras de Padre Pío, X, 316-323 (Paroles de Padre Pio, Salvator, 2019), trad. sc©evangelizo.org


RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 4,35-41


Evangelio según San Marcos 4,35-41
Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla".

Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.

Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.

Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.

Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?".

Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".


RESONAR DE LA PALABRA

Nunca he pasado una tormenta en el mar. Lo más un poco de olas movidas en una barco de tamaño mediano. No quiero imaginar lo que se tiene que sentir cuando a uno le tocan esas olas y más fuertes subido en una barca y la noche se va cerrando impidiendo ver la costa, el lugar donde uno se puede sentir seguro. Entiendo lo que podían sentir los discípulos en el relato del Evangelio de hoy: miedo del que se agarra al estómago y no te deja ni respirar bien. Era un miedo justificado. Como nos puede pasar a todos tantas veces cuando la vida nos hace pasar por situaciones complicadas. No somos “superman” ni “superwoman”. Somos gente limitada y no siempre contamos con la valentía y los arrestos para enfrentar lo que la vida hace con nosotros. Esto es lo primero que querría decir: entiendo a los discípulos y su cobardía. Me entiendo a mí y a mis hermanos y hermanas cuando nos sentimos cobardes porque el miedo nos atenaza la garganta.

Por eso, es cuestión de despertar a Jesús. No se puede quedar dormido cuando lo estamos pasando mal. Me da lo mismo que se moleste si le despierto. Y hasta que me llame cobarde. No me dice nada nuevo. Precisamente porque me siento lleno de miedo, le estoy llamando.

Pero hay algo más. No le llamo solo porque este lleno de miedo y me sienta cobarde. Le llamo porque creo en él. Hemos llegado a la fe. Sí. Esa es la clave. Creo que él es Jesús, el Hijo de Dios, mi salvador, nuestro salvador. Se que puedo confiar en él. Incluso en el caso de que las olas sigan pegando fuerte contra mi barca. Incluso cuando me parece que no hace nada. En ese caso, creo y, por eso, sigo confiando en él, en su presencia cerca de mí. Repito: aunque no vea que haga nada. Sigo creyendo. Sigo confiando. Sigo pensando que él no va a dejar que mi barca se hunda. Eso es la fe. Por eso sigo adelante, remando y buscando la ruta que me llevará al puerto seguro. En medio de la noche. Sin ver ningún faro. Sigo creyendo. Sigo confiando. Eso es la fe. Porque estoy seguro de que “hasta el viento y las aguas le obedecen”.

Alejandro Carbajo Olea, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

viernes, 26 de enero de 2024

COMPRENDIENDO LA PALABRA

Timoteo y Tito, sucesores de los apóstoles

Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de san Pedro y de los apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto ella es «enviada» al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado». Se llama «apostolado» a «toda la actividad del Cuerpo Místico» que tiende a «propagar el Reino de Cristo por toda la tierra» (Vaticano II: AA 2).

«Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia», es evidente que la fecundidad del apostolado, tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos, depende de su unión vital con Cristo. Según sean las vocaciones, las interpretaciones de los tiempos, los dones variados del Espíritu Santo, el apostolado toma las formas más diversas. Pero siempre es la caridad, alimentada sobre todo en la Eucaristía, «que es como el alma de todo apostolado» (AA 3).

La Iglesia es una, santa, católica y apostólica en su identidad profunda y última, porque en ella existe ya y será consumado al fin de los tiempos «el Reino de los cielos», «el Reino de Dios», que ha venido en la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el corazón de los que le son incorporados hasta su plena manifestación escatológica. Entonces todos los hombres rescatados por él, hecho en él «santos e inmaculados en presencia de Dios en el Amor» (Ef 1,4), serán reunidos como el único Pueblo de Dios, «la Esposa del Cordero», «la Ciudad Santa que baja del Cielo de junto a Dios y tiene la gloria de Dios; y «la muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce apóstoles del Cordero» (Ap 21,9-11.14).



Catecismo de la Iglesia Católica
§ 863-865

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 10,1-9


Evangelio según San Lucas 10,1-9
El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.

Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.

¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.

No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.

Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'.

Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.

Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.

En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;

curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'."


RESONAR DE LA PALABRA

Me gusta pensar que en esta fiesta de los santos Timoteo y Tito, hacemos una memoria de la tradición eclesial. Timoteo y Tito son los nombres que representan a tantos y tantas que, desde los primeros años de historia de la Iglesia, fueron fieles al Evangelio y se esforzaron no solo por hacer de esa fidelidad el centro de su vida sino también por dar testimonio, por invitar a otros a conocer a Jesús, por hacer realidad lo que es la esencia y razón de ser de la Iglesia: la vocación misionera.

El Evangelio es para todos. La buena nueva no está hecha para ser conservada en una urna de cristal en el centro de nuestros templos. La buena nueva está para ser anunciada, transmitida, comentada, asimilada y hecha vida. La buena nueva está para ensuciarse en los caminos de barro de la historia. La buena nueva debe y puede traducirse a todos los idiomas y culturas. La buena nueva no excluye a nadie, no impone condiciones. La buena nueva es el anuncio de que Dios es nuestro Padre y nos ama más allá de nuestras limitaciones y miserias. La buena nueva no es para los santos, para los que ya son buenos –o creen serlo– sino que está abierta a los pecadores, a los malos, a los que sufren, a los que están en las cárceles y en los hospitales, a los que se sienten abandonados de todos y a los que sufren los bombardeos indiscriminados.

Timoteo y Tito pertenecen a esas muchas generaciones de cristianos que no enterraron el gran talento que sintieron que habían recibido: la buena nueva del Evangelio. En lugar de enterrarlo y esconderlo hicieron lo contrario: ponerlo al aire, difundirlo, traducirlo, comentarlo y favorecer el encuentro de otras personas con Jesús. No se avergonzaron de dar testimonio de nuestro Señor sino que hicieron de ello su timbre de gloria. Porque el mismo Evangelio les había dado no un espíritu de cobardía sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. Ahora nos toca a nosotros engancharnos a esa tradición y seguir siendo testigos no de nuestras buenas obras sino del Señor Jesús.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

jueves, 25 de enero de 2024

COMPRENDIENDO LA PALABRA

Señor, ¿qué quieres que haga?

Con razón, hermanos queridos, la conversión del "maestro de las naciones" (1Tm 2,7) es una fiesta que todos los pueblos celebran hoy con alegría. En efecto son numerosos los retoños que surgieron de esta raíz; una vez convertido, Pablo se hizo instrumento de la conversión para el mundo entero. En otro tiempo, cuando todavía vivía en la carne pero no según la carne (cf Rm 8,5s), convirtió a muchos por su predicación; todavía hoy, mientras vive en Dios una vida más feliz, no deja de trabajar en la conversión de los hombres por su ejemplo, su oración y su doctrina...

Esta fiesta es una gran fuente de bienes para los que la celebran... ¿Cómo desesperar, cualquiera que tenga muchas faltas, cuando oye que "Pablo, respirando todavía amenazas de muerte contra los discípulos del Señor " se convirtió repentinamente en"un instrumento de elección "? (Hch. 9,1.15) ¿Qué podría decir, bajo el peso de su pecado: "no puedo levantarme para llevar una vida mejor", mientras que, sobre el mismo camino donde le conducía su corazón sediento de odio, el perseguidor encarnizado se convirtió súbitamente en un predicador fiel?. Esta sola conversión nos muestra en un día la grandeza de la misericordia de Dios y el poder de su gracia...

He aquí, hermanos, un modelo perfecto de conversión: "mi corazón está listo, Señor, mi corazón está listo... ¿Qué quieres que haga?" (Sal. 56,8; Hch. 9,6) Palabra breve, pero plena, viva, eficaz y digna de ser escuchada. Se encuentra poca gente en esta disposición de obediencia perfecta, que haya renunciado a su voluntad hasta tal punto que su mismo corazón no les pertenezca más. Se encuentra poca gente que a cada instante busque lo que Dios quiere y no lo que ellos quieren y que le dicen sin cesar: " ¿Señor, qué quieres que haga?


San Bernardo (1091-1153)
monje cisterciense y doctor de la Iglesia
1er Sermón para la fiesta de la conversión de san Pablo, 1, 6; PL 183, 359

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 16,15-18


Evangelio según San Marcos 16,15-18
Entonces les dijo: "Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación."

El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.

Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas;

podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán".


RESONAR DE LA PALABRA

Nos cuenta la primera lectura que Pablo se cayó del caballo y su vida cambió. Tanta relevancia ha tenido esta historia que en nuestro idioma ha quedado como frase hecha “caerse del caballo” o “caerse del burro”, más popular que la anterior, quizá por usar el simbolismo del burro como animal torpe y terco. Se usa para indicar que la persona se ha dado cuenta por fin de que estaba empecinada en el error y lo ha reconocido.

Parece que Pablo era un fariseo, un judío convencido, y no estaba nada de acuerdo con esa secta o escisión del judaísmo ortodoxo y tradicional que eran los cristianos en aquel momento. Y por eso se dedicaba a tratar de hacerlos desaparecer. Para que todo volviese a su cauce, a lo que debía ser según él había aprendido y asimilado. Pero en el camino a Damasco se “cayó del caballo” y ahí algo pasó que empezó a ver la realidad de otra manera. Y de perseguidor pasó a ser el apóstol más fervoroso de la nueva doctrina. Predicó la buena nueva de Jesús por todos los sitios por donde pasó, fundó iglesias y escribió cartas que definieron la doctrina cristiana tal como hoy la conocemos.

¿Cómo se produjo este cambio? No sabemos con exactitud lo que pasó pero aquella luz que le deslumbró y lo dejó ciego de primeras, le ayudó a ver las cosas de otra manera. O quizá fue solo el cambio de perspectiva. Me gusta pensar que una cosa es ver la realidad desde la altura del que está montado en la silla del caballo y otra verla cuando uno está tirado en el suelo. Me hace recordar la historia de Zaqueo (Lc 19, 1-10), que se había subido en un árbol para ver a Jesús y éste le dice “¡Zaqueo, baja enseguida! Hoy voy a hospedarme en tu casa”. Es curioso que en los dos casos, lo primero que hace Jesús es invitar tanto a Zaqueo como a Pablo es forzarles a cambiar de perspectiva, a ver el mundo desde abajo y no desde sus alturas. Me recuerda al Dios que se encarnó y no nació en un palacio sino en el debajo de la historia, en un pesebre maloliente, entre los pobres. Quizá nosotros también tendríamos que caernos del caballo o bajar del árbol para, situados más cerca del suelo, de los pobres, de los que están abajo, descubrir con más facilidad la presencia de Dios, de su amor y de su misericordia.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

miércoles, 24 de enero de 2024

COMPRENDIENDO LA PALABRA

Sembrar en el mundo entero

«Salió un sembrador a sembrar». La escena es actual. El sembrador divino arroja también ahora su semilla. La obra de la salvación sigue cumpliéndose, y el Señor quiere servirse de nosotros: desea que los cristianos abramos a su amor todos los senderos de la tierra; nos invita a que propaguemos el divino mensaje, con la doctrina y con el ejemplo, hasta los últimos rincones del mundo. Nos pide que, siendo ciudadanos de la sociedad eclesial y de la civil, al desempeñar con fidelidad nuestros deberes, cada uno sea otro Cristo, santificando el trabajo profesional y las obligaciones del propio estado.

Si miramos a nuestro alrededor, a este mundo que amamos porque es hechura divina, advertiremos que se verifica la parábola: la palabra de Jesucristo es fecunda, suscita en muchas almas afanes de entrega y de fidelidad. La vida y el comportamiento de los que sirven a Dios han cambiado la historia, e incluso muchos de los que no conocen al Señor se mueven –sin saberlo quizá– por ideales nacidos del cristianismo.

Vemos también que parte de la simiente cae en tierra estéril, o entre espinas y abrojos: que hay corazones que se cierran a la luz de la fe. Los ideales de paz, de reconciliación, de fraternidad, son aceptados y proclamados, pero –no pocas veces– son desmentidos con los hechos. Algunos hombres se empeñan inútilmente en aherrojar la voz de Dios, impidiendo su difusión con la fuerza bruta o con un arma menos ruidosa, pero quizá más cruel, porque insensibiliza al espíritu: la indiferencia.


San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975)
presbítero, fundador
Homilía pronunciada el 28–V–1964, fiesta del Corpus Christi (Es Cristo que pasa: 15, 150)

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 4,1-20


Evangelio según San Marcos 4,1-20
Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla.

El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba:

"¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar.

Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron.

Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda;

pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó.

Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto.

Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno".

Y decía: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!".

Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas.

Y Jesús les decía: "A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola,

a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón".

Jesús les dijo: "¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás?

El sembrador siembra la Palabra.

Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.

Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría;

pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben.

Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra,

pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa.

Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno".


RESONAR DE LA PALABRA

Dicen que, cuando se sufre un ataque al corazón, hay partes de corazón que quedan necrosadas, como muertas. Ni reciben sangre que les alimente ni son capaces de colaborar al trabajo común de bombear sangre para el resto del cuerpo. Lo mismo podríamos decir del corazón –corazón en otro sentido, naturalmente– de otras personas a las que los golpes que da la vida han sido la causa también de que haya partes de su corazón que queden como muertas, incapaces de sentir afecto. A veces incluso llenas de odio o de rencor o de envidia.

Me gusta pensar que Dios con su palabra de consuelo, de amor y misericordia se parece al sembrador de la parábola que es capaz de derrochar su simiente en las partes de su campo que están llenas de piedras. ¿Se han dado cuenta de que el sembrador no tiene ni de lejos una mentalidad capitalista? Cualquiera le diría que es inútil echar la simientes en las zonas de piedras, en los caminos o en las zarzas. Ahí no va a crecer nada. Eso es tirar el dinero.

Pero el sembrador de la parábola se parece Dios. O quizá habría que decir que es Dios el que se parece al sembrador. No mide mucho los resultados. Su acción, su forma de ser, está dominada por la generosidad, la gratuidad sin medida y sin condiciones, la misericordia, el amor. El sembrador-Dios no pierde nunca la esperanza en que la semilla crecerá y que del suelo más árido, seco e infértil terminará brotando la vida. El sembrador no está buscando resultados. No hace evaluaciones a fin de año para, teniendo en cuenta los resultados de la cosecha, planificar donde tiene que echar la semilla/palabra el año siguiente. Simplemente es así. Y no puede ser de otra manera.

Ahora podemos echar una mirada a las partes necrosadas o heridas de nuestro corazón. Y las podemos mirar con la misma mirada de Dios, con su esperanza y su cariño. Somos sus criaturas. Y más allá de nuestros méritos o deméritos, de nuestras heridas, más allá de los cadáveres que a veces tenemos escondidos en nuestros armarios, está siempre el amor de Dios, su generosidad, su gratuidad sin condiciones, que es capaz –eso es la fe– de hacer brotar la vida allá donde nuestros cálculos y nuestros datos nos dicen que es imposible.

Una ultima nota: esto dicho es válido para nuestros corazones –el mío y el tuyo, estimado lector– y para los de los demás, de todos los demás. Porque todos somos sus hijos amados.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

martes, 23 de enero de 2024

COMPRENDIENDO LA PALABRA

¡Se haga en mí Tu voluntad, mi Dios!

“Padre Mío, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23,46). Es la última oración de nuestro Maestro, de nuestro Bien-Amado… Que pueda ser la nuestra… Que sea la oración no sólo la de nuestro último instante, sino la de todos nuestros instantes”.

“Padre mío, me pongo entre Tus manos. Mi Padre, me abandono a Ti, me confío a Ti Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco,

estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que Tu voluntad se haga en mí, en todas Tus criaturas, en todos Tus hijos, en todos los que Tu Corazón ama. No deseo nada más, Dios mío. Pongo mi alma en Tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque Te amo, y porque para mí amarte es darme, entregarme en Tus manos sin medida. Me pongo en Tus manos con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre…”.



San Carlos de Foucauld (1858-1916)
ermitaño y misionero en el Sahara
Meditaciones sobre el Evangelio (Écrits spirituels de Charles de Foucauld, ermite au Sahara, apôtre des touaregs, Gigord), trad. sc©evangelizo.org

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 3,31-35


Evangelio según San Marcos 3,31-35
Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar.

La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: "Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera".

El les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?".

Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos.

Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre".


RESONAR DE LA PALABRA

Estamos demasiado acostumbrados a leer el Evangelio. Nos resuenan ya en los oídos las palabras de Jesús. Y las interpretamos de acuerdo con lo que nos han enseñado desde pequeños. Pero, de cuando en vez, conviene hacer el esfuerzo de ponernos en situación, en aquel momento en que Jesús las pronunció, en aquel contexto. Y escucharlas como si fuera la primera vez. Estoy seguro de que las palabras de Jesús en el testo evangélico de hoy nos sonarían de otra manera. Imaginemos a Jesús al que dicen que afuera están su madre y sus hermanos, ¡su familia!. La respuesta de Jesús es tremenda: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” No se queda contento con una afirmación que suena a repudio. Textualmente viene a decir que no les conoce. Más incluso, que no les quiere conocer. Porque él, Jesús, tiene una nueva familia. Son los que le escuchan, el corro de los que están sentados en torno a él. A ellos les mira cuando dice las siguientes palabras: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”.

Repito: hay que hacer el esfuerzo de hacer como si estas palabras resonarán en nuestros oídos por primera vez. No valen interpretaciones como decir que en realidad está haciendo una alabanza mayor a su madre, que no lo es tanto por haberle dado la vida física sino por cumplir la voluntad de Dios. La realidad es que Jesús deja de lado la relación carnal. Diríamos que carece valor para él. Es duro decirlo así pero es lo que Jesús da a entender con sus palabras.

Parece que Jesús quiere decir que en el Reino hay una nueva relación que es más importante que la carnal de madre a hijo o entre hermanos. Los que cumplen la voluntad de Dios de trabajar por la justicia y la fraternidad constituyen una nueva familia. Es la verdadera familia. Porque Dios, el libertad, el autor de la vida, el padre de todos, es el centro de esa familia. Todo lo demás queda en suspenso, hay que dejarlo atrás. Porque lo nuevo, el Reino, impone su ley. No valen componendas ni atajos. No vale espiritualizar las palabras de Jesús. Lo que vale es seguirle y entrar en la dinámica del Reino, de la verdadera fraternidad de los hijos e hijas de Dios que no excluye a nadie. Y donde el lazo de unión es ese “cumplir la voluntad del Padre” que quiere la vida de todos sus hijos.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

lunes, 22 de enero de 2024

COMPRENDIENO LA PALABRA

Oh Dios, ¡tú que defiendes a los que creen en ti…!

Oh Dios, ¡tú que defiendes a los que creen en ti,

tenme en seguridad con la protección de tu poder!

Para que al abrigo de tus alas, te rece y te adore en la acción de gracias.

Nunca levantaré los ojos hacia una divinidad que me traiciona y me ignora.

Líbrame entonces, de toda rebelión de malos espíritus,

que me atormentan con los deseos de la carne.

Procúrame la victoria definitiva,

para que mi alma exulte en mi cuerpo y obtenga la vida eterna.



Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179)
abadesa benedictina y doctora de la Iglesia
Oraciones de santa Hildegarde (“Hildegarde de Bingen, Prophète et docteur pour le troisième millénaire”, Béatitude, 2012), trad. sc©evangelizo.org

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 3,22-30


Evangelio según San Marcos 3,22-30
Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: "Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios".

Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: "¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás?

Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir.

Y una familia dividida tampoco puede subsistir.

Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin.

Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.

Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran.

Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre".

Jesús dijo esto porque ellos decían: "Está poseído por un espíritu impuro".


RESONAR DE LA PALABRA

Hay formas de reaccionar ante Jesús que se ven con mucha claridad en los Evangelios. En realidad, son formas que tenemos las personas de defendernos ante lo que consideramos que puede ser una amenaza para nuestra tranquilidad y comodidad. Aquellos estímulos, ideas, sugerencias o planteamientos que vienen de fuera, de otras personas, y que nos obligan a cambiar algo en nuestra vida, en nuestra forma de hacer las cosas o de pensar, nos ponen nerviosos, nos sacan de nuestras casillas, que es donde nos gusta estar porque como en casa no se está en ningún sitio.

Entiendo que algo así es lo que les pasa a los escribas del Evangelio. Delante de ellos tenían a Jesús que se expresaba con libertad y reinterpretaba la ley sin atenerse a la letra sino desde su experiencia de Dios como padre de misericordia. Escuchar a Jesús implicaba inevitablemente replantearse sus propias opiniones. Quizá incluso reconocer que estaban equivocados y que habían terminado por convertir al Dios que había liberado al pueblo de la esclavitud de Egipto en un Dios fiscalizador que observaba con lupa cada uno de nuestros actos y ante el que había que cumplir la letra de la ley (aunque no importaba demasiado si se cumplía con el espíritu de esa misma ley). Y la vida de los buenos judíos se había convertido en una pequeña tortura donde cada momento del día estaba regido por innumerables normas. Y el quebrantamiento de la más mínima de esas normas suponía ser infiel a Dios. Y arriesgar la condenación.

Por eso era mucho más cómodo decir que Jesús estaba poseído por un demonio. Los escribas podían seguir a lo suyo, a lo de siempre. No se veían obligados a cambiar nada de lo que hacían. Podían seguir en sus casillas. Habían matado al mensajero. Más adelante lo matarían también físicamente.

Para nosotros la cuestión es simple: ¿Estamos dispuestos a escuchar a Jesús y que nos saque de nuestras casillas tan cómodas y confortables?

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

domingo, 21 de enero de 2024

COMPRENDIENDO LA PALABRA

“Las personas que, en Jesucristo…”

Las personas que, en Jesucristo, tienen la única profesión de pertenecer exclusivamente a Dios, de estar disponibles para cumplir su voluntad y vivir el Evangelio en la Iglesia, en el mundo.

Las personas que tienen la única profesión de hacer lo posible para vivir según la voluntad de Dios, para que primero Cristo sea su amor, amar lo que él ama y cómo él ama. Estar “en estado de partir” sin importar dónde ni para qué. Vivir un Evangelio siempre a descifrar, siempre a imitar, sin importar dónde o para qué, en la Iglesia y el mundo al mismo tiempo.

Ser personas para quienes Dios basta, en un mundo en el que frecuentemente Dios no es nada. Personas que sacrificaron una vida normal para adquirir la libertad de obedecer, mal pero tanto como pueden, al Evangelio recibido de la Iglesia.

Ser personas en las que Dios desborda, entre personas cómo ellos. (…)

Personas que serán siempre a Dios y a su Iglesia, pero no saben ni cómo ni dónde. (…)

Hijos de Dios y de la Iglesia que sufren como ilegítimos, pero que creen en la sangre de gracia que corre en ellos.

Quieren- en la medida que Dios lo quiere- el “escándalo de la Cruz y su locura”.

No quieren construir ciudades: son piedras, vivas, en la tierra, para la verdadera ciudad de Dios.

Si, la caridad fraterna es obligatoria.

Si, la caridad pasa antes que nada en la vida humana, especialmente cuando quiere dar la fe. Únicamente porque ellos son a Dios y que Dios es amor.


Venerable Madeleine Delbrêl (1904-1964)
laica, misionera en la ciudad.
Comunidades según el Evangelio (Communautés selon l’Évangile, Seuil, 1973), trad. sc©evangelizo.org

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Marcos 1,14-20


Evangelio según San Marcos 1,14-20
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:

"El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia".

Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores.

Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".

Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.

Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó,

y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.


RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos, paz y bien.

El Evangelio de hoy es el anuncio de que comienza algo nuevo. Y es nuevo por varias razones. Suena una voz diferente, después de las palabras preparatorias de Juan el Bautista.

El caso es que Israel no había escuchado la voz de Dios, expresada en los profetas. Ni antes ni después del Bautista. Sin embargo, los ninivitas, a pesar de la desgana con que Jonás habla – con menos palabras no se puede decir, y eso después de la espantada y hundimiento del barco en el que escapaba – cambian, se arrepienten y se vuelven a Dios, desde el rey hasta el último de los servidores. Se ve que los israelitas eran torpes para entender a los profetas. Estaban bloqueados, tenían cerrados los corazones. Y algunos paganos, no tanto.

Lo que le pasó a Jonás puede ser lo que nos pasa a nosotros, a menudo. Muchos se imaginan a Dios como un juez severo, vengador, que castiga a los malos con rayos celestiales y premia a los buenos. Ver que Dios es compasivo, cambia de opinión cuando se arrepienten los habitantes de Nínive no le sentó muy bien al profeta. Se le olvidaba que el Dios de Jesús no es como él quería. Es un Dios que no tiene enemigos, solo hijos extraviados, a los que buscar y atraer con su amor, para que no pequen más y sean santos, o sea, felices.

Al igual que Jonás, san Pablo se dedicó a las cosas de Dios. Fue una persona que valoraba mucho todo lo humano. Se preocupaba por las relaciones familiares, por la situación de los niños, de los esclavos, de las mujeres… Pero más se preocupaba por las relaciones con Dios. Lo que Pablo quiere es que los creyentes valoren las realidades del mundo como lo que son, importantes, sí, pero no eternas. El peligro de esas realidades mundanas es que se transformen en absolutas. Dejan de ser estructuras útiles, para convertirse en ídolos, que desvían el corazón del hombre de Dios, y le hacen perder el sentido de la vida. Porque todo es relativo, en relación a Dios. Hasta lo más querido. Ojo. Que nadie está libre de estas idolatrías.

Decimos adiós a Juan Bautista, el último gran profeta del Antiguo Testamento, que desaparece de la escena. Y toma el relevo Jesús, que comienza con un estilo completamente nuevo. Invita, sí a la conversión, pero viene dando una «Buena Noticia». No es un tono de amenaza, sino de alegría. Escuchamos la primera frase de Jesús, “se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Arrepentíos y creed en el Evangelio”. En esa frase, resume todo su mensaje.

Porque se ha cumplido el tiempo: ya no hay que esperar más señales ni respuestas del cielo. Ya mismo, hoy, en este momento entra en acción la presencia de Dios en medio de nuestro mundo, en medio de nuestra vida, en medio de nuestras cosas. Dios ya no se encuentra sólo en el templo: anda por nuestros caminos, por nuestros lagos, entre nuestras redes. Podemos, por lo tanto, sabernos y sentirnos acompañados por Dios cada día, y cada minuto.

Dios ya ha empezado a hacer de las suyas: Dios ha comenzado a convertir este mundo en otro, que eso es el Reino de Dios. No es esperar algo para el más allá, sino «ir más allá» de como las cosas vienen siendo desde siempre. Es descubrir que Dios Padre interviene para hacer sentir toda la fuerza de su amor, sus preferencias, sus sueños para nuestro mundo.

Para ser parte de este Reino, hay que tener fe. Es lo que mueve a las personas a la conversión, saber que el cambio va a ser a mejor, para ser mejor persona. Decía san Juan Bosco que “ser bueno no consiste en no cometer ninguna falta, sino en saber enmendarse”. Seguir adelante, con fe, a pesar de las caídas.

Y convertirse no es solo intentar vivir como Dios quiere, sino que implica también variar la forma de ver a Dios, al hombre, al mundo e incluso la historia. Recordar que Dios es un Padre bueno, no un juez justiciero. Que trata a todos por igual, independientemente de cómo nos caigan. Para Marcos, la noticia de la llegada del Reino de Dios se presenta como una novedad que da esperanza. Todos pueden aceptar esa invitación a la conversión. Hasta el mayor pecador del mundo. Porque para Dios, ese pecador empedernido es también su hijo.

Es Jesús el que elige a sus colaboradores. No era lo usual. Los discípulos de los rabinos elegían ellos mismos a su maestro. Se ve que la mirada de Jesús tenía algo que encandilaba, despertaba la fe, la confianza. Te miraba y te transformaba. Era una mirada de esperanza y amor. Era la mirada que dice “te conozco, te necesito, quiero que seas parte de este proyecto de construcción del Reino”.

¿Por qué a mí? El elegido siente que no hay razones para esa elección. Jesús no busca a gente de los buenos, los cumplidores, los admirados. No va al templo, ni a las sinagogas. Se va al lago de Galilea. Busca a la gente en medio de sus ocupaciones cotidianas. Y hace una invitación. “¿Por qué no dejas lo que estás haciendo, tus lugares de siempre, tus compañeros de siempre, tus horarios de siempre…, y te vienes a hacer otra cosa? Vamos a emplear el tiempo, el trabajo, las energías en las personas. Que otros se ocupen del pescado y de las redes. Tú y yo vamos a hacer algo mejor”.

Todo eso pasa a un segundo plano, porque hay que tomar una decisión. Ya lo dice Jesús al comienzo: Convertíos y creed en la Buena Noticia. Es decir: no se puede permanecer indiferente ante esta llamada urgente. Así que ahora mismo, hoy, en este día de domingo: ven a recorrer conmigo los caminos del Evangelio. Pero, ¿ahora? Sí. Sin retrasos. No le interesan los que quieren todo tipo de explicaciones, antes de dejar sus «peces y sus barcos». Ni le hacen falta los que se quedan mirando para atrás. Ni quiere saber nada de los que le ponen condiciones: «déjame que antes vaya a ...». Es decir: no puedes dejar pasar este día sin dar una respuesta en serio y definitiva. Todo debe ser sacrificado si es un impedimento para la nueva vida a la que Cristo te llama.

Se trata de trabajar en lo mismo que Jesús: hacer que este mundo sea otro, donde haya más fraternidad, más justicia, más paz, más corazones limpios, más perdón, más servicio, más generosidad, más pan para todos, más... Podíamos añadir más cosas, pero pienso que, por hoy, es suficiente. Una llamada apremiante a hacer las cosas de otro modo, con otros y siempre en compañía de Jesús. Y, por favor, no pensemos que este Evangelio está dirigido especialmente a «curas, monjas o religiosos». Estos son formas de responder al que algunos se sentirán llamados. Pero desde luego no son las únicas. Cada uno tiene su misión en la Iglesia. Este Evangelio va dirigido directamente a ti, y pide «moverse», salir de la orilla, de las redes y de las barcas de siempre. Pídele a Dios que te enseñe sus caminos, como hemos repetido en el salmo. Porque son caminos de paz, alegría y salvación.

Nuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA