domingo, 30 de abril de 2017

PROFESAR la FE con la vida


Al Salamò Alaikum / La paz sea con vosotros.

Hoy, III domingo de Pascua, el Evangelio nos habla del camino que hicieron los dos discípulos de Emaús tras salir de Jerusalén. Un Evangelio que se puede resumir en tres palabras: muerte, resurrección y vida.

Muerte: los dos discípulos regresan a sus quehaceres cotidianos, llenos de desilusión y desesperación. El Maestro ha muerto y por tanto es inútil esperar. Estaban desorientados, confundidos y desilusionados. Su camino es un volver atrás; es alejarse de la dolorosa experiencia del Crucificado. La crisis de la Cruz, más bien el «escándalo» y la «necedad» de la Cruz (cf. 1 Co 1,18; 2,2), ha terminado por sepultar toda esperanza. Aquel sobre el que habían construido su existencia ha muerto y, derrotado, se ha llevado consigo a la tumba todas sus aspiraciones.

No podían creer que el Maestro y el Salvador que había resucitado a los muertos y curado a los enfermos pudiera terminar clavado en la cruz de la vergüenza. No podían comprender por qué Dios Omnipotente no lo salvó de una muerte tan infame. La cruz de Cristo era la cruz de sus ideas sobre Dios; la muerte de Cristo era la muerte de todo lo que ellos pensaban que era Dios. De hecho, los muertos en el sepulcro de la estrechez de su entendimiento.

Cuantas veces el hombre se auto paraliza, negándose a superar su idea de Dios, de un dios creado a imagen y semejanza del hombre; cuantas veces se desespera, negándose a creer que la omnipotencia de Dios no es la omnipotencia de la fuerza o de la autoridad, sino solamente la omnipotencia del amor, del perdón y de la vida.

Los discípulos reconocieron a Jesús «al partir el pan», en la Eucarística. Si nosotros no quitamos el velo que oscurece nuestros ojos, si no rompemos la dureza de nuestro corazón y de nuestros prejuicios nunca podremos reconocer el rostro de Dios.

Resurrección: en la oscuridad de la noche más negra, en la desesperación más angustiosa, Jesús se acerca a los dos discípulos y los acompaña en su camino para que descubran que él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Jesús trasforma su desesperación en vida, porque cuando se desvanece la esperanza humana comienza a brillar la divina: «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18,27; cf. 1,37). Cuando el hombre toca fondo en su experiencia de fracaso y de incapacidad, cuando se despoja de la ilusión de ser el mejor, de ser autosuficiente, de ser el centro del mundo, Dios le tiende la mano para transformar su noche en amanecer, su aflicción en alegría, su muerte en resurrección, su camino de regreso en retorno a Jerusalén, es decir en retorno a la vida y a la victoria de la Cruz (cf. Hb 11,34).

Los dos discípulos, de hecho, luego de haber encontrado al Resucitado, regresan llenos de alegría, confianza y entusiasmo, listos para dar testimonio. El Resucitado los ha hecho resurgir de la tumba de su incredulidad y aflicción. Encontrando al Crucificado-Resucitado han hallado la explicación y el cumplimiento de las Escrituras, de la Ley y de los Profetas; han encontrado el sentido de la aparente derrota de la Cruz.

Quien no pasa a través de la experiencia de la cruz, hasta llegar a la Verdad de la resurrección, se condena a sí mismo a la desesperación. De hecho, no podemos encontrar a Dios sin crucificar primero nuestra pobre concepción de un dios que sólo refleja nuestro modo de comprender la omnipotencia y el poder.

Vida: el encuentro con Jesús resucitado ha transformado la vida de los dos discípulos, porque el encuentro con el Resucitado transforma la vida entera y hace fecunda cualquier esterilidad (cf. Benedicto XVI, Audiencia General, 11 abril 2007). En efecto, la Resurrección no es una fe que nace de la Iglesia, sino que es la Iglesia la que nace de la fe en la Resurrección. Dice san Pablo: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe» (1 Co 15,14).

El Resucitado desaparece de su vista, para enseñarnos que no podemos retener a Jesús en su visibilidad histórica: «Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20,29 y cf. 20,17). La Iglesia debe saber y creer que él está vivo en ella y que la vivifica con la Eucaristía, con la Escritura y con los Sacramentos. Los discípulos de Emaús comprendieron esto y regresaron a Jerusalén para compartir con los otros su experiencia. «Hemos visto al Señor […]. Sí, en verdad ha resucitado» (cf. Lc 24,32).

La experiencia de los discípulos de Emaús nos enseña que de nada sirve llenar de gente los lugares de culto si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su presencia; de nada sirve rezar si nuestra oración que se dirige a Dios no se transforma en amor hacia el hermano; de nada sirve tanta religiosidad si no está animada al menos por igual fe y caridad; de nada sirve cuidar las apariencias, porque Dios mira el alma y el corazón (cf. 1 S 16,7) y detesta la hipocresía (cf. Lc 11,37-54; Hch 5,3-4).[1] Para Dios, es mejor no creer que ser un falso creyente, un hipócrita.

La verdadera fe es la que nos hace más caritativos, más misericordiosos, más honestos y más humanos; es la que anima los corazones para llevarlos a amar a todos gratuitamente, sin distinción y sin preferencias, es la que nos hace ver al otro no como a un enemigo para derrotar, sino como a un hermano para amar, servir y ayudar; es la que nos lleva a difundir, a defender y a vivir la cultura del encuentro, del diálogo, del respeto y de la fraternidad; nos da la valentía de perdonar a quien nos ha ofendido, de ayudar a quien ha caído; a vestir al desnudo; a dar de comer al que tiene hambre, a visitar al encarcelado; a ayudar a los huérfanos; a dar de beber al sediento; a socorrer a los ancianos y a los necesitados (cf. Mt 25,31-45). La verdadera fe es la que nos lleva a proteger los derechos de los demás, con la misma fuerza y con el mismo entusiasmo con el que defendemos los nuestros. En realidad, cuanto más se crece en la fe y más se conoce, más se crece en la humildad y en la conciencia de ser pequeño.

Queridos hermanos y hermanas:

A Dios sólo le agrada la fe profesada con la vida, porque el único extremismo que se permite a los creyentes es el de la caridad. Cualquier otro extremismo no viene de Dios y no le agrada.

Ahora, como los discípulos de Emaús, regresad a vuestra Jerusalén, es decir, a vuestra vida cotidiana, a vuestras familias, a vuestro trabajo y a vuestra patria llenos de alegría, de valentía y de fe. No tengáis miedo a abrir vuestro corazón a la luz del Resucitado y dejad que él transforme vuestras incertidumbres en fuerza positiva para vosotros y para los demás. No tengáis miedo a amar a todos, amigos y enemigos, porque el amor es la fuerza y el tesoro del creyente.

La Virgen María y la Sagrada Familia, que vivieron en esta bendita tierra, iluminen nuestros corazones y os bendigan a vosotros y al amado Egipto que, en los albores del cristianismo, acogió la evangelización de san Marcos y ha dado a lo largo de la historia numerosos mártires y una gran multitud de santos y santas.

Al Massih Kam / Bilhakika kam! – Cristo ha Resucitado. / Verdaderamente ha Resucitado.
Francisco

El extremismo del amor


«La verdadera fe es la que nos hace más caritativos, más misericordiosos, más honestos y más humanos; es la que anima los corazones para llevarlos a amar a todos gratuitamente, sin distinción y sin preferencias, es la que nos hace ver al otro no como a un enemigo para derrotar, sino como a un hermano para amar, servir y ayudar; es la que nos lleva a difundir, a defender y a vivir la cultura del encuentro, del diálogo, del respeto y de la fraternidad; nos da la valentía de perdonar a quien nos ha ofendido, de ayudar a quien ha caído; a vestir al desnudo; a dar de comer al que tiene hambre, a visitar al encarcelado; a ayudar a los huérfanos; a dar de beber al sediento; a socorrer a los ancianos y a los necesitados (cf. Mt 25,31-45). La verdadera fe es la que nos lleva a proteger los derechos de los demás, con la misma fuerza y con el mismo entusiasmo con el que defendemos los nuestros. En realidad, cuanto más se crece en la fe y más se conoce, más se crece en la humildad y en la conciencia de ser pequeño»

Francisco
Homilía en Egipto - Abril 2017

Como defender la fe sin levantar la voz

Cada controversia es una oportunidad: significa que tu interlocutor tiene tu atención, está dispuesto a hablar contigo... aunque, probablemente, poco tiempo. Hay que aprovecharlo.

Esa es la realidad que propone el método Catholic Voices, que nació en 2010 y ahora se recopila en el libro en español Como defender la fe sin levantar la voz: respuestas civilizadas a preguntas desafiantes de ediciones Palabra.

Catholic Voices cuenta con laicos bien formados para explicar en público y en la prensa la postura de la Iglesia respecto a numerosos temas: se presentan como voces autorizadas (con permiso de los obispos para ejercer este servicio) pero no oficiales.

El libro enseña a abordar los temas que generan más controversia en 333 páginas ágiles y rápidamente documentadas, pero reforzando siempre las 10 claves que los años de experiencia han mostrado que son necesarias para una comunicación católica que ilumine de verdad y sea eficaz. He aquí un resumen: 


1. En lugar de enfadarte, reformula
Hay que buscar los valores cristianos escondidos bajo esa crítica y aceptarlos. Después hay que reformular la historia colocando a la Iglesia en el lugar que honradamente le corresponde.

Por ejemplo, si se acusa a la Iglesia de no preocuparse por el problema del sida en África se puede recoger así el valor cristiano compartido: “A ti te preocupan los enfermos de sida en África, y también a mí, y a la Iglesia, porque Cristo enseña a cuidar a los enfermos. Todos coincidimos en esto y debemos colaborar en este esfuerzo".

2. Echa luz, no leña al fuego; iluminemos, no acaloremos
El objetivo es comunicar, iluminar, que se entienda qué defiende la Iglesia y por qué. Por eso se explican las cosas con calma. Son conversaciones, a menudo breves y en entornos complicados, en las que no podemos pretender convertir a nadie (aunque, si sucede, bendito sea Dios) sino echar luz en un tema confuso que la gente no entiende.

3. Piensa en triángulos
El Papa Francisco a menudo reduce sus homilías a tres ideas o tres puntos, porque es una forma eficaz de comunicar. De igual forma, en un diálogo oral, un encuentro breve, una charla informal, en la que vas a tener poco tiempo, es bueno tener 3 ideas claras, incluso memorizadas, y poder decirlas. Si las cosas se ponen feas (no dejan hablar, hay ataques que se salen de tema, un brillante interlocutor ha secuestrado la charla) siempre puedes decir: “Mira, ¿puedo simplemente decir 3 cosas?”

De esas tres cosas, la primera ha de aglomerar el valor positivo del interlocutor(“Mira, te preocupa el sida en África, y también a mí y a la Iglesia”) y las otras dos lo reformulan (“por eso la Iglesia, y no otras entidades, atienden al 75% de enfermos de sida allí, y lo previene con campañas eficaces de prevención, como demuestran los casos de Uganda, Kenia y Zimbabue, donde con campañas de fidelidad y abstinencia se han reducido los contagios”).

4. La gente no recuerda qué dijiste, sino qué sintió al escucharte
La verdad, por sí sola, no convence tanto como la verdad expresada de forma educada, empática, clara y amable. No se trata de “emitir ideas”, como una máquina, sino de tener un trato interpersonal, un encuentro, un conocerse mutuamente y compartir un rato, sentimientos, pasiones y preocupaciones... Tu interlocutor, ¿quedará con ganas de seguir tratándote, de acudir a ti y consultarte... o se sentirá atacado cuando hables y aliviado cuando calles? Los sentimientos del interlocutor son más importantes a la hora de comunicarse entre humanos que la exactitud del discurso.

5. No lo digas, muéstralo
La gente prefiere un testimonio personal antes que una argumentación filosófica. La gente quiere oír cosas que se puedan imaginar. Si hablas del sida en África, ¡lo mejor es que hayas estado en África y cuentes lo que has visto y tocado!

Si no has estado en África, describe lo que cuentan los que sí han estado: dispensarios remotos, monjas con retrovirales en canoa que llegan a poblados de cabañas de paja donde no va nadie, enfermos que piden algo tan sencillo como vitaminas o comida, jefes, ancianos y familias que se reúnen para hablar de cómo enseñar la fidelidad matrimonial a los jóvenes, etc...

6. Acuérdate de decir “sí”
A menudo al católico se le pregunta ¿“por qué estás en contra de tal cosa”? Es una trampa: hablar “en contra” te dará mala imagen, a ti y a la iglesia, y tu comunicación será ineficaz. El contertulio pensará en la Iglesia como en una antipática policía moral, en vez de ver un testimonio del amor de Dios, como Madre Teresa. Hay que reformular el tema para explicarlo en positivo.

7. La compasión importa
Mucha gente ha sufrido abusos, traumas sexuales, malos tratos por parte quizá de algún eclesiástico... o experiencias duras de enfermedad, dolor, infertilidad, deseos frustrados... y descarga eso contra la Iglesia y contra Dios. Si hablas con ellos, o hablas sobre ellos (enfermos que sufren y piden la eutanasia, madres asustadas que creen que necesitan abortar, etc...) has de dejar claro que sientes compasión, solidaridad, que los entiendes en sus sentimientos, que empatizas. La Iglesia es madre y las madres se duelen con sus hijos dolidos. Los enemigos de la Iglesia la presentarán una y otra vez como una máquina fría, insensible. Como voz católica, en encuentros personales, muchas veces, en vez de dar argumentos, habrás de mostrar compasión, acogida y escucha.

8. Las cifras son complicadas y no convencen mucho
“Las estadísticas pueden resultar abstractas e inhumanas, o simplemente una tapadera. No es extraño que, cuando un político las usa, la gente piense que está mintiendo. No bases la argumentación en cifras y datos, aunque puedes usarlos para ilustrar el argumento principal”, enseña el modelo de Catholic Voices, pensando sobre todo en el coloquio hablado. Además, hay que simplificar las cifras: no digas “un 33,5%” sino “uno de cada tres”.  Con todo, en una exposición por escrito, o con gráficos visuales, pueden ayudar.

9. Se trata de dar testimonio, no de vencer a nadie
La gente casi nunca cambia de mentalidad ante un argumento firme, sino ante una realidad visible... que suele ser una persona. Por ejemplo, quien veía a la Iglesia como fría e insensible puede cambiar al ver cristianos empáticos y compasivos. Para que “se vea”, el cristiano ha de testimoniarlo. Los interlocutores hostiles a Jesús le tendían muchas trampas y mostraban su fuerte oposición, pero Él respondía sin violencia y sin victimismo. La mentalidad de “ganar la argumentación”, o peor aún, “hundir al otro” no sirve para dar testimonio, no ilumina.

10. No se trata de ti
Como Juan el Bautista, el cristiano anuncia a alguien más grande, Cristo y su Iglesia, y se retira, sin protagonismos. Es bueno rezar antes de un debate, charla, encuentro... y ponerlo en manos de Dios, saber que es cosa Suya, no tuya. Hay que pedir al Espíritu Santo que hable a través de ti. E incluso si lo haces mal, puedes aprender en cada ocasión sabiendo que lo pones en manos de Dios y vas a intentar mejorar.

*Publicado originalmente en ReL
P.J. Ginés

¿Eres madrina o padrino? Esta es tu misión

A veces el rol de padrinos y madrinas de bautizo está un poco confundido, y tanto los ahijados como los padres, esperan algunas cosas que realmente no son sus reales funciones y que poco tienen que ver con el llamado que han recibido. De ahí que las siguientes explicaciones de Sebastián Campos en CatholikLink, sean tan apropiadas. Estas son siete ideas sobre la misión que tienes con tu ahijado:

foto pixabay

Tu vida es tu curriculum

Como padrino has sido elegido por los padres (o al menos deberías serlo), más que por tu relación con ellos, por tu vida, por como vives tu fe, por el testimonio de tu lucha sincera por vivir los principios del Evangelio. Madrinas y padrinos son personas que por su testimonio de vida podrán dar luces al recién bautizado de cómo hacer para vivir como un buen cristiano durante toda su vida. ¡Comienza a vivirlo!

Das el mejor regalo

No esperamos que nuestra madrina o padrino nos de un regalo especial para navidad o para nuestro cumpleaños. Madrinas y padrinos el mejor regalo que puedes darle a tu ahijado es el regalo de la fe. Acompáñalo de forma cercana y sincera para que la vida espiritual y la relación con Jesús sean siempre parte fundamental de su vida como nuevo cristiano.

“Queridos, padres, padrinos y madrinas, si quieren que sus hijos sean verdaderos cristianos, ayúdenles a crecer 'inmersos' en el Espíritu Santo, es decir, en el calor del amor de Dios, en la luz de su Palabra. Por ello, no olviden invocar a menudo al Espíritu Santo, todos los días” (Papa Francisco, 2015).

No eres un padre sustituto

A veces se piensa que cuando te piden ser madrina o padrino, lo que te están pidiendo es que en caso de que los padres fallezcan tu te hagas cargo del pequeño. Uno no busca padrinos para tener padres de repuesto; uno los busca para que acompañen a los padres y les animen, al igual como lo hacen con el ahijado.

Se hacen familia espiritual y el amor y la fe los une, no una responsabilidad legal para con los niños si es que quedan huérfanos. Obviamente el compromiso espiritual no quita que te preocupes por el bienestar físico y material de tu ahijado.

Compartes lo mejor que tienes

Una madrina o padrino comparte su fe por lo tanto ha de tenerla, alimentarla y hacerla crecer. Es tu responsabilidad el estar preparado para responder a las dudas y para acompañar en los momentos oscuros a tu ahijado, no solo con apoyo económico y con los bonitos regalos, sino con la Palabra de Dios, con la esperanza cristiana y con mucho amor. A los padres de los niños y a los padrinos, así como a los familiares, el Papa Francisco les pidió: “ayudar a estos niños a crecer bien si se les da la Palabra de Dios, el Evangelio de Jesús”. Pero también, “hay que darlo con el ejemplo”.

Permaneces cerca

Esa es tu misión, acompañar, estar cerca. Es recomendado buscar dentro de la familia, pues es mucho más fácil asegurar un lazo firme con el ahijado. Entre los amigos también es buena idea, pero la intención es que sea alguien cercano, que no vea a su ahijado únicamente para las fiestas, sino que puedan compartir tiempo juntos, que conozca su proceso y su desarrollo como persona y como cristiano.

Practicas lo que predicas

Estando en la parroquia me ha tocado ver personas que llegan a pedir certificados de confirmación para ser padrinos o madrinas de alguien. Gente que nunca ha sido vista en la parroquia y que nadie conoce. No es que busquemos gente popular en los ambientes eclesiales, sino que buscamos personas asiduas a celebrar su fe, comprometidas con ella y con la vida de la Iglesia, de este modo podemos esperar que acompañe a su ahijado a misa, le explique los sacramentos y que pongan en práctica aquello que los hace familia: la fe. Si se, está difícil esta parte, pero los ideales debemos cuidarlos y luchar por alcanzarlos. Procura ser tu una madrina o un padrino así.

Estás dispuesto a asumir la responsabilidad de forma indefinida

El bautismo abre las puertas del cielo al bautizado, ya es parte de la Iglesia, es hijo de Dios y con vocación de Vida Eterna. Quien acepta ser madrina o padrino lo hace de forma indefinida, como una muestra de amor hacia su ahijado, pero también como un servicio a Dios, acompañando a este nuevo cristiano en su desarrollo y madurez.

Quien acepta este reto y esta responsabilidad lo hace para siempre, pues la calidad de hijo de Dios es eterna, por lo tanto tu tarea de amor, compañía, cuidado y orientación no termina cuando tu ahijado se hace adulto, sino que continúa por toda la vida.

El Espíritu es soberanamente LIBRE

Es cierto que normalmente Dios toma a las comunidades y a los individuos donde están. Si una comunidad se acerca a él con consciencia y esperanzas reducidas, por lo regular él las trata a nivel de su apertura limitada. Sin embargo, hay un peligro real en poner demasiado énfasis en las disposiciones subjetivas como factores determinantes de lo que la Iglesia local recibe y experimenta. Junto a la afirmación de que las disposiciones subjetivas afectan lo que uno da y lo que uno recibe, hay otra afirmación que nos asegura que el Espíritu de Dios no depende radicalmente de las disposiciones subjetivas de las comunidades ni de los individuos. Aunque lo normal es que el Espíritu trate a las comunidades y a los individuos de acuerdo con su nivel de desarrollo, sin embargo, él no está obligado en ningún sentido a hacerlo así. El Espíritu es libre y soberano. Sopla donde, cuando y como quiere. El Espíritu puede dar a comunidades o individuos, dones para los que no están preparados ni abiertos porque no son conscientes de ellos. El Espíritu tiene y mantiene siempre la iniciativa en cada momento de la vida de la comunidad. Este principio de la libertad radical el Espíritu no elimina nuestra afirmación anterior: que lo normal sea que el Espíritu tome a las comunidades y a los individuos en el punto donde estén y que las disposiciones subjetivas afecten en algún sentido la experiencia, afecten lo que las comunidades e individuos traen a la celebración de la iniciación y lo que ahí reciben.

Teología y Pastoral de la RCC


DISPOSICIONES SUBJETIVAS

A un católico no le debe sorprender el hecho de que la conciencia, la apertura y la disponibilidad puedan afectar la vida de la experiencia de una Iglesia local. De una manera modificada, encontrábamos esta noción en la doctrina de las disposiciones subjetivas con respecto a los sacramentos. Se llamaba a esta actitud ex opere operantis. Los resultados del sacramento dependen en cierta forma de las disposiciones subjetivas del que lo recibe. Si uno se acerca a la celebración eucarística con un mínimo de apertura y disponibilidad, ésa será la medida de lo que recibe a pesar de que Dios le ofrece la plenitud de su vida y su amor. Las disposiciones subjetivas afectan lo que uno recibe en la celebración eucarística. Asimismo las disposiciones subjetivas como son la apertura, la conciencia y la disponibilidad de una comunidad cristiana, afectan tanto lo que esa comunidad brinda a la iniciación cristiana, como lo que recibe de aquella celebración.

Para ser más explícitos, si los miembros de una comunidad cristiana, una iglesia local, no tienen conciencia de que los carismas existen como posibilidades reales para la vida de la comunidad, si no esperan que estos dones se manifiesten entre ellos y por lo tanto no están abiertos a estos dones, todas estas disposiciones subjetivas afectarán su vida; afectarán lo que esa Iglesia local lleva a la celebración de la iniciación y lo que recibe. Sería muy improbable que el amplio abanico de los carismas se dieran en la vida de tal comunidad.

Teología y Pastoral de la Renovación Carismática Católica.


ESPERANZAS REDUCIDAS

Cuando una comunidad tiene esperanzas reducidas en cuanto a las formas en las que el Espíritu se manifestará en medio de ella, esto tiene resultados profundos en la vida y la experiencia de esa comunidad. Puede afectar su culto público eucarístico, la oración privada de sus miembros, en su forma de predicar el Evangelio y de servir al mundo. Esto es evidente cuando recordamos que los carismas son ministerios a la Iglesia y al mundo. Y si una comunidad limita de alguna manera las manifestaciones del Espíritu, en esa medida se empobrece la vida total de la Iglesia local.

Teología y pastoral de la RCC - Documento de Malinas



PENSAMIENTOS FILTRADOS

No somos lo que pensamos o sentimos, por eso, siempre será necesario usar el filtro de la verdad, del juicio y de la fe para racionalizar lo que sentimos y pensamos acerca de nosotros y de los demás, y no asumir mentiras como verdad y no equivocarnos a lo largo del camino. Busquemos entender lo que Dios piensa sobre nosotros, porque solo así tendremos acceso a la verdad más profunda, y podremos comprendernos -y comprender a los demás- con más sobriedad, precisión y luz.

p. Adriano Zandona


Buen día, Espíritu Santo! 30042017

¡Buen día, Espíritu Santo!
Tú que eres el testigo del Amor del Padre,
Amor que dejó sembradas en la creación entera, semillas del Verbo.
¡Ven y visítanos en la mañana!
Riega con tu Gracia,
Ilumina con Tu Luminosidad,
da crecimiento, solidez y fecundidad
a nuestra vida.
¡Ven y visítanos!
Que lo reseco, agrietado y marchito
¡tenga Vida en Vos!
¡Que lo violento, agresivo y furioso,
se encuentre con Tu Paz serena que restaura!
y mientras obras,
mientras sanas,
susurra... ¿Qué podemos hacer juntos hoy?


Meditación: Lucas 24, 13-35


Tercer Domingo de Pascua

Cleofás y su compañero habían dedicado mucho tiempo y energías a seguir Cristo, pero ahora, después del entusiasmo de una semana antes, cuando Jesús entró triunfalmente en Jerusalén, todo cambió de repente con su espantosa muerte. Todo esto fue tan devastador para ellos que no veían nada más que un futuro tenebroso. ¡Ya no había nada más que hacer!

Por eso no pudieron reconocer a Cristo cuando él se les unió por el camino, porque su fe se les había nublado tanto que necesitaba la luz de una revelación divina. Y esto fue lo que Jesús hizo al intervenir en su conversación: les explicó las Escrituras desde su perspectiva divina. Sus palabras fueron tales que produjeron en ellos un profundo efecto y comenzó a renacer en su corazón la esperanza. Todo esto llegó a su punto culminante cuando Jesús bendijo el pan y lo partió: la Palabra de Dios, el poder de la revelación y un nuevo fuego en el corazón. Finalmente, ¡vieron a Jesús!

¿No es así la historia de nuestra vida también? A veces nos limitamos a observar lo que sucede en nuestras familias o en el mundo que nos rodea como cualquier ser humano lo hace, y a veces eso nos deja desalentados o creyendo que Jesús está lejos de nosotros. ¡Pero no tiene que ser así! Jesús nunca está ausente ni te abandona; por el contrario, siempre camina a tu lado y quiere decirte que tiene un plan magnífico para ti y que tú puedes confiar plenamente en él.

Los discípulos de Emaús tuvieron que hacer un alto para escuchar a Jesús. ¡Qué buen modelo para nosotros! Haz un alto hoy y escucha al Señor. Guarda silencio y deja que Jesús toque tu corazón con su poder divino.

Pídele que te haga comprender su Palabra. Contémplale en la santa Misa. Si haces esto, verás que el Señor siempre ha estado allí desde el principio, en la Palabra de Dios, en el pan y el vino, ¡en tu corazón!
“Gracias, amado Señor Jesucristo, por caminar junto a mí. Ayúdame a hacer un alto en el camino, aquietar mis pensamientos y percibir tu presencia y tu protección. Señor, ¡quiero verte!”
Hechos 2, 14. 22-33
Salmo 16(15), 1-2. 5. 7-11
1 Pedro 1, 17-21

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

COMPRENDIENDO LA PALABRA 300417

San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor de la Iglesia 
Homilía 23; PL 76, 1182
“No os olvidéis de la hospitalidad”

      Dos discípulos hacían juntos el camino. No creían y, sin embargo, hablaban del Señor. De repente éste se les aparece, pero bajo formas que no pudieron reconocerle… Le invitan a compartir su albergue, como se hace con un viajero… Ponen, pues, la mesa a punto, presentan la comida, y Dios, a quien no habían reconocido en la explicación de la Escritura, lo reconocen en la fracción del pan. No es escuchando los preceptos de Dios que se han visto iluminados, sino cumpliéndolos: “No son los que escuchan la Ley los que serán justificados delante de Dios, sino los que ponen en práctica lo que dice la Ley” (Rm 2,13). Si alguno quiere comprender lo que ha escuchado, que se apresure a poner por obra lo que ya ha comprendido. El Señor no fue reconocido mientras hablaba; sino que se dignó manifestarse cuando le ofrecieron algo para comer.

      Amemos, pues, la hospitalidad, hermanos muy amados; amemos el practicar la caridad. San Pablo, refiriéndose a ella, afirma: “Conservad el amor fraterno y no olvidéis la hospitalidad: por ella algunos recibieron, sin saberlo, la visita de unos ángeles (Heb 13,1; Gn 18,1s). También Pedro dice: “Ofreceos mutuamente hospitalidad, sin protestar” (1P 4,9). Y la misma Verdad nos declara: “Fui forastero y me hospedasteis”… “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, nos dirá el Señor el día del juicio, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,35.40)… Y a pesar de ello ¡somos tan perezosos ante la gracia de la hospitalidad! Pongamos atención, hermanos, en la  grandeza de esta virtud. Recibamos a Cristo en nuestra mesa a fin de poder ser recibidos a su festín eterno. Demos ahora hospitalidad a Cristo presente en el extranjero para que en el juicio no seamos como extraños que no le conocemos (Lc 13,25), sino que nos reciba en su Reino como hermanos.

Evangelio según San Lucas 24,13-35. 
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!". "¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron". Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?" Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?". En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!". Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. 


RESONAR DE LA PALABRA

Julio César Rioja, cmf
Queridos hermanos:

No sabemos ver a Jesús Resucitado, como les pasa a los dos discípulos de Emaús. Vamos por el camino de la vida, con una mentalidad miope, pensando en nuestros problemas, en nuestras esperanzas e ilusiones fracasadas. Cuando un desconocido se acerca a nuestro caminar, es un buen momento para hablarle de nosotros, lo de Jesús el Nazareno, una vez muerto, parece perder sentido: “Nosotros esperábamos que él fuera el futuro libertador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió ésto”. Muchas veces decimos buscar al Maestro, pero a los que nos buscamos es a nosotros mismos.
Por eso, el desánimo con el que miramos la vida, los quejidos constantes, nuestro alejarnos de la comunidad y volver a lo nuestro, la actitud cobarde… Nos hacen imposible reconocer en aquel peregrino, al Resucitado. Para verlo, hay que salir de nuestro ego, mirar al hombre que se cruza a nuestro paso, que está cerca de nosotros, el que no ve a su prójimo, no puede ver a Jesús. Hablamos demasiado y escuchamos poco, sólo cuando se callaron y empezaron a escuchar al compañero de camino, se abrió su corazón.
Comienza con dureza: “¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera todo esto para entrar en su gloria?”. Les comenzó a recordar las Escrituras, necesitamos volver a las fuentes, para no crearnos un Jesús a nuestra medida. ¿Cuántas veces después de escuchar el Evangelio o celebrar la Eucaristía?, podemos decir como ellos: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Se nos ofrece todo un modelo de acompañamiento, usando la Palabra de Dios. Jesús parte de la situación personal de los dos discípulos, primero los escucha, comprende su problema, y después les habla, interpretando su vida real y concreta a la luz de la Palabra.
Todo un proceso, que cuenta con un VER (acompañar por el camino, escuchar), un JUZGAR (desde las Escrituras y la fracción del pan) y un ACTUAR (desandar el camino, anunciar lo encontrado). Encontrar al Resucitado exige pasar por los tres momentos, no podemos pretender ver a Jesús sólo en las Escrituras y la Eucaristía. La Eucaristía es antes que nada una comida entre amigos, que quiere hacer perdurar la presencia de los compañeros de viaje, en el gesto de compartir el mismo pan, símbolo de la vida con sus problemas y alegrías, descubrimos al mismo Jesús.
Una vez descubierto como los dos de Emaús, olvidamos nuestros cansancios y aunque es de noche, nos levantamos y corremos gozosos, a comunicar la buena nueva a todos los hermanos: “Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan”. Es nuestra historia, tú y yo somos los dos caminantes, los que nos debatimos entre el ver y no ver. Creer en la Resurrección es la piedra de toque de nuestra fe. Por eso la Pascua, es un maravilloso tiempo para que reflexionemos sobre lo que creemos, sobre el que ahora llamamos Jesucristo, que en definitiva, es mirar nuestra propia vida y la de nuestros hermanos y captar en ellas los signos de esperanza, de amor, de alegría, de cambio, de Resurrección.
Podríamos terminar con la primera lectura de los Hechos, recordando con San Pedro: “Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi cuerpo descansa esperanzado. Porque no me entregarás a la muerte no dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia”. Es Pascua y aunque invisible, el Resucitado se hace visible en la realidad cotidiana de nuestra vida.
PD: el lunes próximo celebramos el 1º de Mayo, Día del Trabajo, en el mundo laboral también debemos aportar signos de resurrección. Pidamos sobre todo por los que no tienen trabajo o un trabajo precario que les dificulta llegar a fin de mes.
Te pongo una oración hecha por un grupo de vida de nuestra Parroquia

ORACIÓN CAMINO DE EMAÚS
Danos el mejor pan que tengas, el vino más puro.
Venimos trastornados del camino;
han sido duros los días desde la noche aquella
en que nos dijeron que lo habían detenido:
vino el desprecio; las burlas y las bofetadas vinieron;
la tortura, la cruz, la muerte;
y aquel temblor de la tierra toda, como en despedida.
Si, danos ese vino oscuro, que traiga luz a nuestras almas tristes.
Nos ocultamos con miedo...un día y otro día...
¿Para qué fueron tantos signos prodigiosos,
tantas hermosas palabras en el monte,
tantas caricias a los que nunca tuvieron un amor?
Vino una noche honda, como un pozo terrible que no entiende de misericordia.
Pero esta mañana, al alborear, los gritos nos hicieron volver:
¡No está! ¡Ha resucitado!
¿Ha resucitado? ¿puede el amor inventarse vidas nuevas?
Dicen que estaba el sepulcro vacío. Eso dicen.
Pero en mi alma, créeme, aún era la noche.
Quizá aún lo sea,
aunque este peregrino que nos acompaña, ha encendido una luz incomprensible,
como si de nuevo fueran posibles los signos prodigiosos,
la hermosas palabras, las caricias....
Dame ese pan, sí: cenará con nosotros,
como tantas veces él lo hizo.
Partiremos el pan,
como lo hizo él a veces para los hambrientos.
¿Sabes? Siento que empieza en mí una alborada,
una luz que sana y libera...
Quizá este extraño peregrino...quizá...
Voy a la mesa con él.
Aunque es ya de noche, siento que ha empezado mi mañana.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 29 de abril de 2017

PROTEGIDOS POR LA MISERICORDIA

La misericordia de Dios nos protege


¿Cuántos demonios Dios ya expulsó de tu vida? Si prestamos atención a quienes éramos, y en quienes nos convertimos, lo veremos bien.

Me acuerdo las palabras de Monseñor Jonas: “Todavía no soy lo que puedo ser, pero no soy más lo que antes era”. La primer testigo de la Resurrección fue una mujer que necesitó luchar mucho para levantarse cuando fue juzgada por la multitud.

Tantas veces veo el discurso religioso queriendo llenarse de reglas y poquísima misericordia. María Magdalena es el ejemplo de la mujer que fue debidamente transformada. Aquella mujer que fue amada y escogida cuando no lo merecía, fue escogida cuando no habían razones para eso e incluso así, fue la primera que recibió la noticia de la Resurrección.

Si verdaderamente vivimos la dinámica de la Misericordia de Dios nos transformamos. Vives un antes y un después, y la vida cristiana es un apocalipsis diario, un juicio final todos los días, pues al acostarnos juzgamos como fue nuestro día y si ese día actuó la fuerza de la Resurrección en nuestra vida.

Fue lo que sucedió con Magdalena, en el episodio que fue encontrada con tanta miseria y vergüenza. En su vida de errores, encontró un Dios humano, no tiene ningún problema con los que se equivocan, siempre que estén dispuestos a ser honestos. No creas, erróneamente que la cruz que tienes en tu cuello te salva de algo, si antes tu mente no fue transformada. Usar la cruz y la remera de Jesús Misericordioso es consecuencia de lo que está internalizado dentro de ti.

¡Tus convicciones interiores son las que te transforman en alguien misericordioso! El termómetro de nuestra conversión son nuestras actitudes de misericordia, nuestro lenguaje, nuestro modo de tratar a los demás, pues antes de aplicar la justicia, necesitamos aplicar la misericordia. Si no tengo un corazón misericordioso, tampoco creeré en los efectos de la misericordia en mí.

Ésa es la mayor riqueza que Canción Nueva te puede ofrecer: la misericordia. ¡No importa lo que los demás dicen de ti, lo que importa es lo que Dios diga de ti! Tú necesitas estar debajo de la Divina Misericordia.

Padre Fábio de Melo
Sacerdote de la Diócesis de Taubaté – SP
Prédica durante el Campamento de la Divina Misericordia

GIRO COPERNICANO

La homilía del Papa en Santa Marta el 15 de octubre de este 2015 significa un giro copernicano en relación con la teología de los últimos siglos. Creo que pocos la van a entender y la Iglesia tardará decenios, creo yo, en poder asumirla. En ella nos dice sin ambages que la doctrina verdadera es la de la “gratuidad de la salvación por medio de Cristo Jesús”.

El mismo Papa nos previene de que es algo muy difícil de entender, incluso para los muy cristianos. Además, a muchos les sonará a protestantismo. Normalmente pensamos que nos salvamos por nuestras obras y nuestros méritos entre los que contabilizamos el servicio y la dedicación a los demás, amén de nuestro celo y piedad por las cosas de Dios. Igualmente nuestro acerbo de méritos queda engrosado por los esfuerzos, sacrificios y ofrecimientos que hemos hecho a lo largo de la vida. Con todo ello nos ganamos la salvación y la entrada en el Reino de los cielos.

Pues bien, todas estas obras parecen quedar sin valor porque resulta que la salvación es gratuita. Ninguna de estas obras la merece ni nada de lo que haga el hombre produce la justicia que nos hace gratos delante de Dios, nuestro Padre. Es más, muchas de estas obras pueden estorbar la salvación. Cualquiera que lo oiga quedará estupefacto y se sentirá engañado por la pastoral con la que ha querido crecer en fe a lo largo de su vida.

No es una broma lo que estoy diciendo porque mucha gente puede sufrir con los nuevos planteamientos. La fe en la gratuidad de la salvación le desnuda a uno y, de alguna forma, le arrebata su identidad espiritual. Gente muy entregada puede verse al descubierto y sentirse engañada, porque además, como dice el Papa, entender esta gratuidad es muy difícil y también creer en ella y experimentarla.

Sin embargo, no nos debemos cerrar porque el Espíritu Santo anda por medio. A San Pablo, comenta el Papa, le costó mucho hacer comprender este misterio a la gente de su tiempo. Incluso Jesús se enfadaba con los doctores de la ley y les decía cosas fuertes: “Os habéis llevado la llave del conocimiento, no habéis entrado, y a los que querían entrar se lo habéis impedido porque escondisteis la llave. Este conocimiento no es otro que el de la gratuidad de la salvación”. A estos doctores de la ley actuales, el Papa les llama “controladores de la salvación, gente que acorta los horizontes de Dios y hacen pequeño su amor”.

El Papa asegura que ciertamente están los mandamientos pero sólo si los reducimos al del amor a Dios y al prójimo, estamos a la altura de la gratuidad de la salvación porque el amor es gratuito. “Hoy sigue la lucha, recalca, continúan los controladores de la salvación. Siguen diciendo que hay que hacer determinadas cosas para salvarse”. Esta lucha por controlar la salvación de los demás no ha terminado con Jesús y Pablo

Hasta aquí el Papa. No quiero añadir más cosas en este momento. Sólo decir que estamos en los albores de una nueva espiritualidad en la que van a salir favorecidos los pobres, los tirados, los que ya no están con Jesús porque les han dicho que estaban fuera de su gracia. Hemos hecho de la gracia algo que separa, que condena, que se pierde y se gana según el criterio de los doctores. No hemos anunciado que en la gratuidad está el culmen del amor de Cristo por cada uno de nosotros pecadores.

Creo que el Papa ha sufrido en este sínodo y en su curia. La carencia de gratuidad de muchos personajes le está haciendo sufrir. Por eso ha experimentado en su propia carne la falta del amor gratuito de algunos de los que le rodean que buscan más bien su interés, aunque sea sin mala voluntad. La redención gratuita es una cosa objetiva y si no la experimentas te trasformas en un doctor de la ley que impones tu doctrina y tus normas, no el amor que se manifiesta en la “verdadera doctrina de la gratuidad de la salvación”.

Uno de los signos más claros de que el Espíritu Santo está en todo esto es que tenga que ser precisamente un jesuita el que nos tenga que recordar estas cosas. La controversia “de auxiliis” del siglo XVI ha pasado, por superación, a mejor vida.

25-10-15
Chus Villarroel O.P.

CARRERA DE FONDO

Los domingos dejo a mi hija Cristina en catequesis a las 10.30h y de allí me voy a la capilla de la parroquia a hacer un rato de oración antes de unirme al ensayo del coro a las 11.15h.

El domingo pasado llegué como de costumbre a la capilla, con muchas ganas de alabar al Señor pero no podía… el Señor me llevaba al silencio. El caso es que yo me empeñaba en alabarle, pero no había manera, volvía al silencio…. Finalmente me rendí y me dejé llevar por ese silencio tan del Señor y me vino a la memoria el Camino de Santiago que hice hace 6 años con mi primo Carlos, unos meses después de hacer el seminario y recibir la efusión del Espíritu en Maranatha.

Empecé a recorrer cada momento y cada sensación del camino… La ilusión con la que empecé el primer día, las conversaciones, las agujetas tremendas con las que me levanté el segundo día, los 10 km de bajada a Portomarín donde me empezó la tendinitis de rodilla que me dio mucha “lata” durante todo el camino. Recuerdo que la mañana del 3er día, cuando me levanté y me dolían todos los músculos pensé, si hubiera venido sola, aquí se habría acabado mi Camino de Santiago, me hubiera vuelto a casa encantada… Mientras iba recordando todo eso pensaba: Qué raro ¿para qué me lleva el Señor ahí ahora? Si ya hace 6 años de esto! El caso es que empecé a recordar la sensación de superación que experimentaba cada día cuando a pesar de los dolores musculares, la tendinitis, las ampollas en los pies… llegábamos a nuestra meta diaria. Recuerdo muy bien la sensación que experimenté durante el camino de que era Él quien me sostenía, de que era Él quien me llevaba y quien me daba la fuerza para seguir adelante. Yo soy una persona que ante la dificultad “tiro rápido la toalla”, nunca he tenido ninguna fuerza de voluntad y tiendo siempre a salir corriendo “a la primera de cambio”…

Recordaba la emocionante entrada en Santiago de Compostela rezando el rosario, la llegada a la Catedral sin poder parar el mar de lágrimas que brotaba de mis ojos, la misa del peregrino, en la que me acurruqué junto a una columna y no me enteré de nada de la misa… pero tuve una experiencia muy fuerte del Señor, en la que durante la 1’5h que duró la misa, iban saliendo nombres de mi corazón que repetía susurrando como si fueran letanías y así, desde los más cercanos y queridos hasta los más lejanos, fueron saliendo todos los nombres de las personas que llevaba en el corazón para entregárselas al Señor en aquella eucaristía. Fué una experiencia en el espíritu preciosa.

El día que nos volvíamos de Santiago, con la certeza de que había sido el Señor quien me había llevado hasta allí, le dije: “Ya que me has acompañado durante todo el camino y has sido Tú quien me ha dado las fuerzas que necesitaba, te pido que me acompañes en el camino de dejar de fumar” y allí mismo tiré el paquete de tabaco.

Había intentado dejar de fumar millones de veces, no duraba mi aventura ni dos días, siempre acababa fumando a escondidas, pidiendo tabaco al primer fumador con quien me cruzaba por la calle, mi cabeza estaba todo el día dándole vueltas al dichoso tabaco y a encontrar una excusa para poder fumar, era una verdadera adicción, fumé hasta en los embarazos! Nunca conseguí dejarlo…. Pues desde el día que se lo pedí al Señor, han pasado ya 6 años y en todo este tiempo no he tenido ganas de fumar. El Señor me las ha quitado! Yo sé “de qué pie cojeo” y sé que si en algún momento hubiera tenido ganas de fumar, hubiera fumado, pero no me ha vuelto a apetecer encenderme un cigarrillo desde el día que tiré en Santiago el paquete de tabaco pidiéndole al Señor que me ayudara a dejarlo. Muchas veces, cuando cuento a la gente este testimonio, me suelen decir: Sí, claro, no tiene otra cosa que hacer el Señor que quitarte a tí las ganas de fumar!!! Pues tienen razón, seguro que tiene mil cosas más importantes que hacer, pero a mí me ha sucedido así y para mí es la muestra de que el Señor se hace fuerte y presente en tu debilidad y en tu pobreza… Yo sé, por la experiencia de veces anteriores, que por mis propias fuerzas era incapaz de dejar de fumar y ahora llevo 6 años sin fumar sabiendo que es Él quien lo realiza en mí porque yo soy incapaz! ¡¡¡Qué grande es!!!!

El caso es que estaba en esto cuando de repente me vino una imagen de pequeña corriendo, y me acordé que siempre había sido muy buena velocista, muy rápida en las carreras cortas, pero en cuanto tenía que correr algo más de 100m ya no podía, no tenía ninguna resistencia. Fué una imagen ideal para explicarme lo que sucede en mi vida, siempre me han dado vértigo o ganas de salir corriendo en dirección opuesta “las carreras de fondo”, cualquier proyecto a largo plazo me va grande y no me fío ni un pelo de mí porque soy la persona menos constante que existe… Ahí me quería el Señor, habíamos llegado al quid de la cuestión, entonces me habló al corazón y me dijo: Tú encárgate de “las carreras cortas” que lo haces la mar de bien y “las carreras largas” déjamelas a mí que yo me ocupo. No te preocupes por los proyectos a largo plazo que piensas que “te van tan grandes” que de eso me encargo yo. Tu matrimonio y tu maternidad yo los llevo y los sostengo de la misma manera que te he acompañado en el Camino de Santiago y en el camino de dejar de fumar, no tengas miedo. ¡¡¡Qué alegría y qué paz más grande experimenté!!! ¡¡¡Menudo regalazo me hizo el Señor!!! Qué tranquilidad el saber que estamos en Sus manos y que es Él quien sostiene mi matrimonio y mi relación con mis hijas. Bufff que descanso el saber que eso no depende de mí sino de Él.

Gloria al Señor, qué grande es y cómo supera con creces todas nuestras expectativas… yo que estaba empeñada en hacer un rato de oración de alabanza y menudo regalazo me tenía reservado para la mañana del domingo a través del silencio!

¡¡¡Gloria al Señor!!!
María Almudena Serrano

El dulce nombre de Jesús


Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. Una de las cosas que más preocupa a los santos es no morir en gracia o, con otras palabras, endurecerse en los últimos momentos. A los que no lo son les preocupa poco. Parece un contrasentido ya que, si toda la vida lo han deseado y lo han trabajado con violencia, como dice el evangelio, no van a fallar en la última hora. Sin embargo hay mucho en nosotros de bioquímica y nadie sabe hasta dónde podrá soportar sus dolores. Eso sin contar las asechanzas del demonio que se pueden recrudecer en esa hora. De hecho en la piedad cristiana y en la teología hay una preocupación real y se ora para alcanzar una buena muerte o la gracia de la perseverancia final.

Esto que os cuento lo he visto en alguna persona y su mejor antídoto era pronunciar el nombre de Jesús. Mi maestro de novicios, que era un gran devoto, nos hablaba con frecuencia de la devoción al dulce nombre de Jesús, sobre todo el 3 de enero que es el día que tradicionalmente se viene celebrando la fiesta. Yo sentí mucho que despareciera después del Concilio en el calendario romano pero ha sido de nuevo reintroducida en la tercera edición del Misal romano actual. Siempre me cayó bien esta celebración, entre otras cosas porque me llamo Jesús. Sin embargo, el mayor aprecio y el descubrimiento vivencial de este nombre me ha llegado vía monjas contemplativas donde he dado muchos ejercicios espirituales. Son varias en las que he visto la conjunción de ciertas aprensiones y la pronunciación ungida del nombre de Jesús, según aquello que dice: El que invocare el nombre del Señor, se salvará (Rm 10, 13)

En cierta ocasión una hermana mayor me consultaba sus ansiedades acerca de su salvación. Le hablé de que eran escrúpulos hasta que me di cuenta de que era algo más. Su manera de conjurar el temor era repetir el nombre de Jesús. Me lo escenificó maravillosamente: “Cuando estoy turbada repito rápido Jesús, Jesús, Jesús; cuando me voy calmando, lo hago más lento Jesús….. Jesús…… Jesús. A veces me acuesto y lo digo lentamente y cuando me despierto todavía lo sigo diciendo. ¿Habré estado toda la noche? Me despierto con una placidez que no es mía… Este nombre maravilloso ha actuado dentro de mí”. Yo le dije: claro, mujer, la alabanza y la unción liberan y pacifican y el salmo dice que el Señor lo da a sus amigos mientras duermen.

Esta monjita padecía de temor de Dios. A primera vista parece que estamos ante una arbitrariedad. Si estás toda la vida activando un deseo y una práctica ¿por qué te va a fallar el final? Yo le expliqué: mira lo que te pasa no es miedo a Dios sino más bien el don de temor de Dios que no es miedo servil a Dios sino miedo a perderlo. El miedo a la condenación de los que viven despreocupados es de otra índole. La Biblia no ve mal el temor bueno e, incluso, dice que es el principio de la sabiduría. Es un temor-don infundido por el Espíritu Santo. Al suceder este don en nuestra psicología puede suscitar aprensión acerca del momento final. Suele ser un momento de gran purificación del espíritu para crecer en fe. El mejor, antídoto es la pronunciación ungida del nombre de Jesús. Si el Señor te lo ha dado, vive feliz pronunciando ese nombre y si no te lo ha dado vocalízalo todas las veces que puedas que te hará bien.

Ninguna Orden religiosa se puede adjudicar la devoción al nombre de Jesús. Desde que San Pedro le dijo al tullido: No tengo oro ni plata pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesús, el Nazareno, echa a andar (Hch,3, 6), desde ese momento, la pronunciación del nombre de Jesús no es una devoción, es un kerigma. Tiene un poder especial, que las devociones más bien rebajan. Jesús dijo: Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre os lo concederé para que el Padre sea glorificado en el Hijo (Juan 14, 13). Estamos, pues, a nivel de kerigma, es decir, de anuncio básico en el que se basa el Cristianismo. Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado (Hch 2, 36)

A mí el kerigma que más me llega sobre el nombre de Jesús es el de Pablo en la carta a los Filipenses 2, 9-11: Por lo cual Dios le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que está sobre todo nombre, para que al oír el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre”. La palabra identitaria y base de un gran movimiento actual como es la Renovación carismática es: El Señor, es el Señor, que toda rodilla se doble y confiese que Jesús es el Señor. No hay otra palabra que produzca más Espíritu Santo, que más unción derrame sobre cualquiera que la oiga con oídos de sencillez. Ninguna otra frase nos produce más contacto con el Espíritu Santo que decir: Jesús es el Señor y yo me arrodillo ante él. Haced la prueba y decid lentamente : “Jesús es el Señor”.

¿Qué temor o aprensión puede tener uno cuando oye decir a Pablo: El que invocare el nombre del Señor se salvará? (Rm 10, 13). No empieces a razonar diciendo: “Ya, pero para eso hay que estar preparado, hay que hacer muchos sacrificios y obras buenas”… Ya lo estás planteando mal. Primero invoca, coge confianza, no te mires a ti mismo, mírale a él. Jesús significa: Dios salva. No eres tú el que salvas ni el que te vas a salvar. Nadie puede decir Jesús es Señor si no es movido por el Espíritu. Si, en verdad, el Espíritu Santo se mueve en ti y no debes dudarlo sino prestarle atención, a lo primero que va es a que tengas fe y ores desde ella.

El nombre en hebreo significa misión. No como mi sobrina que le han puesto Carlota como le pudieran haber puesto Filomena. La misión de Cristo es salvar y por eso le pusieron Jesús que significa salvador. Los cristianos han venerado siempre de una forma especial el «nombre» del Señor Jesús, proclamándolo en su vi¬da y con su propia vida. En los monasterios desde el siglo XII se ha celebrado con gran sentimiento y fervor el nombre de Jesús. Hay un himno precioso “Jesu, dulcis memoria”, atribuido a San Bernardo, 1153, que canta con excelso lirismo el nombre de Jesús. Dice entre otras cosas:

Nil canitur suavius
Nil auditur profundius
Nil cogitatur dulcius
Quem Jesús, Dei Filius

O sea:
Nada más suave se canta
Nada más profundo se oye
Nada más dulce se piensa
Que Jesús, Hijo de Dios

Más tarde con el advenimiento de los frailes, hubo en sus conventos una devoción explosiva hacia el nombre de Jesús. Los Franciscanos, más adaptados a las devociones, brillaron en este culto al nombre de Jesús. Destaca entre ellos San Bernardino de Siena (1444), magnífico y ungido predicador del Nombre de Jesús. Incorporan esta fiesta a su calendario en el año 1530. Sin embargo, es de notar que los pontífices encomiendan la propagación de esta devoción a los dominicos como sucedió con el papa Gregorio X, que se había formado en París con los grandes maestros de la Orden dominicana. Con una bula del 20 de septiembre del año 1274, encargó oficialmente a los frailes Predica¬dores la promoción de la alabanza y veneración del santísimo nom¬bre de Jesús. A pesar de grandes devotos individuales no parece que la Orden en general hiciera mucho caso al Papa. Los dominicos siempre han sido muy reacios a cierto devocionismo. Crearon y propagaron el rosario porque, en él, se anuncian los grandes misterios de la salvación más que como devoción a María. Pese a todo, la primera cofradía del Santísimo Nombre de Jesús es creación de los frailes dominicos. Se considera como primera la que fray Andrés Díaz fundó en Portugal el año 1423. No obstante, cuatro siglos más tarde, el papa Pío IV (1659-1665), tuvo que encargar de nuevo oficialmente a los dominicos la pro¬moción del culto al santo nombre de Jesús. Entonces, ya coaccionados, sí que aumenta en la Orden la predicación y organización de esta devoción y ya en el año 1686 la admiten en el calendario de fiestas propias de la Orden.

Desde los mismos inicios de la Orden de Predicadores se dan en ella muchos frailes que profesaron un amor especial al dulcísimo nombre del Salvador. Se cuenta que santo Domingo tenía siempre en sus labios este nombre tan santo y en sus viajes cantaba, otro de los bellos himnos medievales al nombre de Jesús: “Jesu, nostra redemptio”. El sucesor de Santo Domingo, beato Jordán de Sajonia escribe que fray Enrique, originario de Maastricht (Holanda), amigo y compañero suyo en la vocación dominicana, siendo prior de Colonia el año 1229, predicaba la de¬voción al nombre de Jesús de forma que, cuando los fieles le oían pronunciar este nombre les llevaba hasta las lágrimas. Del beato Enrique Susón, uno de los grandes místicos renanos, se cuenta que tatuó a fuego en su pecho el nombre de Jesús.

Hoy en día la devoción al Dulce Nombre de Jesús tiene que verse desde otro perfil. En tiempos de cristiandad en la que todos creían o, al menos, se vivía en una cultura cristiana, la devoción era devoción y el Espíritu Santo actuaba dando a cada uno su don correspondiente. Todo sobre la base de una fe común y generalizada. La devoción en este caso sirve para crecer, para intimar más y para aumento de gracia y de mérito. Es una forma de intensificar el amor a Dios.

Santo Tomás hace un análisis del poder del nombre de Jesús. En primer lugar dice que otorga el perdón de los pecados. Os escribo a vosotros hijos porque se os han perdonado los pecados por su nombre (1 Jn 2, 12). San Agustín añade: “¿Qué es Jesús sino salvador? Luego sé tú Jesús para mí. No, Señor, no quieras fijarte en mi mal de modo que olvides tu bien”. En segundo lugar da la gracia de la salud. Tu nombre, un ungüento que se vierte (Ct 1,3) El aceite es un lenitivo en el dolor; así también lo es el nombre de Jesús. De ahí que San Bernardo diga: “Tienes, alma mía, un antídoto escondido en un vasito de nombre Jesús, eficaz para toda suerte de venenos”.

En tercer lugar da la victoria a los que son tentados. El nombre del Señor es torre fuerte (Pr 18,10). Echarán demonios en mi nombre (Mc 16, 17) Y volvieron los discípulos contentos y dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se someten en tu nombre”. En cuarto lugar nos da fuerza y confianza para pedir la salvación. Se dice: Si pedís algo al Padre en mi nombre os lo dará (Jn 16, 23). Jesús es salvador y no sólo lo es cuando nos concede lo que pedimos sino también cuando no lo hace: pues también nos salva cuando nos niega lo que él ve que pedimos contrario a nuestra salvación. Bien conoce el médico si el enfermo pide algo contrario o favorable a su salud.

En los tiempos actuales hay menos fe; a la mayoría no les vale la catequesis sobre el nombre de Jesús. Lo consideran como parte de una cultura religiosa poco relacionada con la vida de ahora. El poder, la fuerza, la motivación la buscan en otra parte. Hablo de los que todavía conservan la fe. La catequesis procede con ideas y el convencimiento religioso está de baja. Santo Tomás estaba convencido de lo que decía y los que le escuchaban o leían, lo mismo. Hoy, necesitamos otro profetismo, otros carismas del Espíritu que puedan llevar a la gente no a un convencimiento sino a un quebrantamiento. La valoración del nombre de Jesús nos tiene que ser dada.

Hoy es el Espíritu quien tiene la palabra porque la cultura religiosa que tanto ayudaba a la fe se nos ha ido. Hoy tiene que ser fe a la intemperie. Tampoco será para mal ya que seguro que hay una gran necesidad de purificación. Lo que no podemos negar es la palabra de Dios. Vosotros los que lleguéis hasta aquí leyendo este artículo, seguro que deseáis de corazón experimentar el poder del nombre de Jesús. Pedidlo y lo disfrutaréis. Si no os interesa, no llegaréis hasta aquí. Si habéis llegado consideradlo una gracia. A mí me interesa mucho porque veo escondido en ese nombre un amor infinito. Así como en la Renovación se canta, a veces, (con la música de Amazing Grace) el Jesús, Jesús, Jesús…… terminando en lenguas, que podamos hacerlo así en los momentos decisivos de nuestra vida.

Chus Villarroel, O.P.

Cumpleaños de la Renovación carismática

En este año 2017 cumple la Renovación carismática católica cincuenta años de existencia. El día de Pentecostés se celebrará solemnemente esta efeméride en presencia de decenas de miles de miembros de dicha Renovación en la Plaza de San Pedro en Roma, auspiciada por el propio Santo Padre Francisco. Estamos todos invitados, incluidos los simpatizantes y todos aquellos que sientan la acción del Espíritu como algo real en sus vidas, ejerzan donde sea esta llamada. La obra de Dios es gratuita y le pertenece, por tanto, a todo el mundo.

Yo llevo cuarenta años largos perteneciendo y trabajando activamente en esta corriente de gracia. Como suele decirse, es de lo mejor que me ha pasado en la vida y reboso de agradecimiento por ello. La Renovación no es otra cosa que una corriente de gracia o un soplo del Espíritu que, como estas imágenes sugieren, no está destinada a perpetuarse ni a ser una cosa más dentro de la Iglesia. El día que cumpla su misión, según el criterio del Espíritu Santo, dejará de existir. La podemos considerar como sal y fermento que una vez hecha su labor se identificará con el todo que habrá quedado sazonado. A los carismáticos no les va a costar desaparecer en un determinado momento porque su interinidad la llevan inscrita en su ADN más profundo.

Entré en la Renovación cuando tenía unos cuarenta años más o menos. Esta entrada nunca me produjo menoscabo ni choque con mi espiritualidad dominicana. La razón es que la Renovación carismática no entra en competencia con ningún carisma porque va a la base de todos ellos vitalizando su ejercicio. La Renovación no es una espiritualidad nueva, su único objetivo es renovar el bautismo y descubrir todas las riquezas que en él recibimos y que no han tenido un adecuado desarrollo a lo largo de nuestra vida. Si tu carisma o el de tu congregación es cuidar enfermos la Renovación no te los va a disputar ni hay peligro de que se vaya a apropiar de ellos porque no ha nacido para eso, pero sí notarás su influencia en el modo, la intensidad y los resultados al ejercerlo.

Santo Domingo de Guzmán no fundó su Orden para renovar el bautismo de sus frailes sino para ejercer un carisma en la Iglesia que aquellos tiempos necesitaban que era el de la predicación. La fe en aquel tiempo no estaba muerta ni peligraba, como la de muchos ahora, pero era urgente formarla doctrinalmente. De ahí que el Espíritu Santo ahora tenga que llevarnos a la base, es decir, a la renovación del propio bautismo, como lo hace con la Renovación carismática, ya que actualmente no basta con formar la fe, que en muchos ya no existe, sino que hay que suscitarla. Al renovar el bautismo resplandecen de nuevo todos los carismas, de ahí el apellido de carismática. Por eso la predicación, que es el carisma dominicano, aunque antes era una predicación doctrinal ahora, en una cultura progresivamente laica y atea como la nuestra, debe alternar con una predicación kerigmática que no trate de convencer sino de quebrantar los corazones.

En este artículo, sin embargo, no quiero definir cosas ni hablar de temas abstractos; estamos de cumpleaños y este hecho me empuja al agradecimiento y a recordar cuál ha sido el sentido y el recorrido de la Renovación y, a la par, de mi vida. Alguien me dijo hace unos días, pero tú ¿cómo eres tan fiel si te han escupido tantas veces en los ojos? Es una frase fea, sin embargo, es lo que oí. Respondí diciendo que una fidelidad así, tiene más valor y brilla mucho más. Es más, mi alegría al cumplir años, es mucho más gratificante. Me suena más a gracia, a regalo, a algo que se me ha dado, que ha sucedido en mí y que yo no he merecido pero que forma parte de mi trayectoria vital.

El día 18 de febrero, fecha exacta del nacimiento de la Renovación católica, me desperté soñando con unas palabras que había oído al Papa no hace mucho. Son palabras o categorías con las que la teología moderna trata de comprender la historia de la salvación: “memoria y promesa”. La Renovación además del cometido que le asigne el Espíritu para la Iglesia en general, es también una historia de salvación para los que perseveren en ella. Pensando en mi propia historia contemplaba la parte de memoria vivida en estos años pasados. Creo que mi memoria está llena de fecundidad: He experimentado al Espíritu Santo y lo he vivido como en un nuevo Pentecostés. Él me ha llevado a Jesucristo, al hombre Jesús, muerto y resucitado, que nos salvó gratuitamente en su cuerpo de carne y en cuya gratuidad hemos disfrutado de una paz muy profunda en el corazón. Daba gracias a Dios por los cincuenta años, por los millones de personas que han participado de esta corriente espiritual, por los dones, la sabiduría, y el conocimiento que me han regalado. Si algunos me han escupido en los ojos, ese hecho no me impide valorar el gran cariño, respeto e intimidad que me han ofrecido miles de personas o bien personalmente o escuchando mi predicación. No puedo menos de decir que me he sentido y me siento realizado por esta pertenencia.

La vitalidad de la memoria se prueba en la nostalgia de la promesa. Después de tantos años todo me parece muy vivo. En los varios seminarios que doy cada año encuentro mucha gente que sigue recibiendo al Espíritu Santo, que goza con su novedad, que nota su vida cambiada. El amor primero de los nuevos sigue dando actualidad a lo que comenzó hace cincuenta años. Si en la Renovación no entraran muchos nuevos cada año sería preocupante. La gratuidad del don sigue limpia ya que ninguno podemos hacer nada por trasmitirlo. No nos hemos podido apoderar de él. El Señor se lo sigue dando a quien quiere, como quiere y cuando quiere. Esta obra sigue siendo totalmente suya. Es cierto que muchos son los llamados y no todos son escogidos, lo cual es un misterio que tampoco nos pertenece.

Sentía aquella mañana que lo mejor de la Renovación está en el futuro, en lo que aún no hemos experimentado. Estamos en una historia de salvación porque esta salvación se realiza en la historia. Nada se consuma del todo hasta que no llega a su fin. El caminar es esencial. Los más probados y fieles en la Renovación han aprendido a caminar al “lugar que yo te indicaré”. No sabemos adónde vamos, lo cual desde la fe no es un absurdo sino precisamente su esencia. Lo que sí sabemos y de lo cual no podemos abdicar es que la lleva el Señor. Yo personalmente me identifico con la Renovación tal como está; no quiero inventarme una nueva ni me culpabilizo por el pecado que ha habido en la vieja. No quiero que me la cambien, pero, si me la cambian, estoy seguro que el Señor me lo iluminará y podré discernir si es cosa de hombres o suya.

La promesa en la Renovación hace referencia a la Iglesia porque la veo como el gran instrumento de una nueva evangelización. Esta tendrá alguna consistencia cuando se haga efectiva la proclamación de Jesús resucitado como Señor y Juez de la Historia. Esta evangelización no va a consistir en hacer un mundo mejor o en cambiar las estructuras sociales ni en vivir los llamados valores cristianos sino en creer y proclamar que Jesús vive y es el Señor de la historia y de cada uno de nosotros. No se trata, por lo tanto, de cambiar el mundo sino de ser cambiados nosotros, que es exactamente lo que sucede en la Renovación. Todo lo demás vendrá por añadidura y, sin duda, es bueno que venga. Para mí personalmente el final de este camino lo veré cuando sienta que la promesa se me está cambiando en esperanza. Entonces dejará de ser expectativa que no me defraudará.

La Renovación que yo aprendí y en la que he crecido desde hace cuarenta años es la que se vive en el grupo de Maranatha de Madrid y otros grupos afines en diversos puntos de España. Ahí aprendí a amar a la comunidad y, sobre todo, ahí aprendí a amar a Jesucristo por el enorme don de su salvación gratuita. La gratuidad es el gran compromiso que asumo para crecer en santidad. No me ha impuesto tampoco más tareas. Me ha abrillantado mi carisma de predicación, que le tengo por ser dominico, y a cada uno nos ha ayudado a ser mejor lo que somos pero sin hacernos una nueva realidad dentro de la Iglesia. Somos pura corriente de gracia. Si alguno no lo entiende que procure hacerse carismático porque esto no es algo cerebral.

Debido a esta mentalidad nos definimos como pueblo más que como comunidad. Un pueblo que camina. La noción de comunidad es más estática por lo que la memoria y la promesa resaltan menos en ella. Se nota en la espiritualidad. Los que tienden a vivir en comunidad son más proclives a estancarse, a permanecer en el oasis. No se sienten llevados hacia ninguna parte sino al cielo de una manera vertical desde la pureza, no desde el compromiso histórico. El pueblo, por el contrario, debe recorrer muchas etapas y en ese itinerario va emergiendo el designio final al que está llamado. No se puede comprender a Jesús fuera de un pueblo.

Ahora en estos años, en que ya experimento la decrepitud, la promesa que hasta ahora tenía mucho de expectativa, se va trasformando en esperanza, pero ya teologal. Ya me veo cercano a Dios y quiero que mi tránsito sea lo más ungido posible. La experiencia de la unción, gran regalo que me ha hecho la Renovación, es la prueba de la presencia del Espíritu Santo. La promesa en cada persona tiene que hacerse esperanza de los bienes de arriba, una esperanza que no defrauda porque está fundada no en nuestras fuerzas sino en el amor de Dios que hemos recibido por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. La esperanza es algo más que optimismo; es deseo de Dios con Cristo.

Febrero 2017
Chus Villarroel O P.