viernes, 21 de abril de 2017

Evangelio según San Juan 21,1-14. 
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No". El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. 


RESONAR DE LA PALABRA

Eguione Nogueira, cmf
¡Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo!

En el mar de Galilea se hace escenario de la última aparición de Jesús a sus discípulos en el evangelio de San Juan. Como en otros de las apariciones, es común que Jesús sea reconocido e identificado cuando expresa, por los gestos de acogida, por la calidez de su palabra y la mesa compartida, su conducta amorosa con los discípulos. La iniciativa es suya. La cita se da en el mismo lugar donde los discípulos dejaron sus redes y le siguieron. Es un volver a la experiencia del amor primero, hacia aquel momento que supuso un cambio radical en la vida de aquellos pescadores de Galilea.
La experiencia pascual está estrechamente relacionada a este volver a los orígenes. Es allí donde Jesús quiere encontrarnos: en nuestra vida cotidiana, en nuestros quehaceres, en la normalidad de la vida. Él desea transformar la rutina de nuestra existencia en verdaderos sacramentos de su presencia.
Aunque la Eucaristía es el momento privilegiado de encuentro de la comunidad con el Señor que la reúne, también podemos hacer de nuestras actividades momentos sacramentales, donde la novedad del encuentro con Jesús vence nuestro cansancio y nuestro desánimo. Salir a pescar a noche equivale a no tener presente al Señor, a realizar la actividad al modo humano, creyendo en la propias fuerzas. La noche infructuosa simboliza la ausencia de Jesús. La pesca de Pedro y de los otros discípulos cambia radicalmente cuando amanece el día y Jesús se hace presente. La mañana recuerda el momento de la resurrección.
Con eso, san Juan nos enseña que la misión tiene que estar ungida por la resurrección. No basta nuestra iniciativa, no es suficiente el uso de los mejores recursos si no contamos con la presencia de Jesús. Muchas actividades pastorales y misioneras resultan infructíferas porque se planea todo, pero falta lo esencial: la presencia de Jesús que confirma la misión.
Pidamos al Señor la gracia de esperar en Él, especialmente cuando las noches de nuestra existencia nos hagan desanimar. Pidámosle que nos enseñe a confiar en su palabra y que nos libere de nuestra autosuficiencia.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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