La homilía del Papa en Santa Marta el 15 de octubre de este 2015 significa un giro copernicano en relación con la teología de los últimos siglos. Creo que pocos la van a entender y la Iglesia tardará decenios, creo yo, en poder asumirla. En ella nos dice sin ambages que la doctrina verdadera es la de la “gratuidad de la salvación por medio de Cristo Jesús”.
El mismo Papa nos previene de que es algo muy difícil de entender, incluso para los muy cristianos. Además, a muchos les sonará a protestantismo. Normalmente pensamos que nos salvamos por nuestras obras y nuestros méritos entre los que contabilizamos el servicio y la dedicación a los demás, amén de nuestro celo y piedad por las cosas de Dios. Igualmente nuestro acerbo de méritos queda engrosado por los esfuerzos, sacrificios y ofrecimientos que hemos hecho a lo largo de la vida. Con todo ello nos ganamos la salvación y la entrada en el Reino de los cielos.
Pues bien, todas estas obras parecen quedar sin valor porque resulta que la salvación es gratuita. Ninguna de estas obras la merece ni nada de lo que haga el hombre produce la justicia que nos hace gratos delante de Dios, nuestro Padre. Es más, muchas de estas obras pueden estorbar la salvación. Cualquiera que lo oiga quedará estupefacto y se sentirá engañado por la pastoral con la que ha querido crecer en fe a lo largo de su vida.
No es una broma lo que estoy diciendo porque mucha gente puede sufrir con los nuevos planteamientos. La fe en la gratuidad de la salvación le desnuda a uno y, de alguna forma, le arrebata su identidad espiritual. Gente muy entregada puede verse al descubierto y sentirse engañada, porque además, como dice el Papa, entender esta gratuidad es muy difícil y también creer en ella y experimentarla.
Sin embargo, no nos debemos cerrar porque el Espíritu Santo anda por medio. A San Pablo, comenta el Papa, le costó mucho hacer comprender este misterio a la gente de su tiempo. Incluso Jesús se enfadaba con los doctores de la ley y les decía cosas fuertes: “Os habéis llevado la llave del conocimiento, no habéis entrado, y a los que querían entrar se lo habéis impedido porque escondisteis la llave. Este conocimiento no es otro que el de la gratuidad de la salvación”. A estos doctores de la ley actuales, el Papa les llama “controladores de la salvación, gente que acorta los horizontes de Dios y hacen pequeño su amor”.
El Papa asegura que ciertamente están los mandamientos pero sólo si los reducimos al del amor a Dios y al prójimo, estamos a la altura de la gratuidad de la salvación porque el amor es gratuito. “Hoy sigue la lucha, recalca, continúan los controladores de la salvación. Siguen diciendo que hay que hacer determinadas cosas para salvarse”. Esta lucha por controlar la salvación de los demás no ha terminado con Jesús y Pablo
Hasta aquí el Papa. No quiero añadir más cosas en este momento. Sólo decir que estamos en los albores de una nueva espiritualidad en la que van a salir favorecidos los pobres, los tirados, los que ya no están con Jesús porque les han dicho que estaban fuera de su gracia. Hemos hecho de la gracia algo que separa, que condena, que se pierde y se gana según el criterio de los doctores. No hemos anunciado que en la gratuidad está el culmen del amor de Cristo por cada uno de nosotros pecadores.
Creo que el Papa ha sufrido en este sínodo y en su curia. La carencia de gratuidad de muchos personajes le está haciendo sufrir. Por eso ha experimentado en su propia carne la falta del amor gratuito de algunos de los que le rodean que buscan más bien su interés, aunque sea sin mala voluntad. La redención gratuita es una cosa objetiva y si no la experimentas te trasformas en un doctor de la ley que impones tu doctrina y tus normas, no el amor que se manifiesta en la “verdadera doctrina de la gratuidad de la salvación”.
Uno de los signos más claros de que el Espíritu Santo está en todo esto es que tenga que ser precisamente un jesuita el que nos tenga que recordar estas cosas. La controversia “de auxiliis” del siglo XVI ha pasado, por superación, a mejor vida.
Chus Villarroel O.P.
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