miércoles, 26 de abril de 2017

Evangelio según San Juan 3,16-21. 
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios. 


RESONAR DE LA PALABRA

Edgardo Guzmán, cmf.
Queridos amigos y amigas:

Celebramos este día la fiesta de San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia. La lectura del Evangelio que nos propone la liturgia para esta celebración es el conocido texto de Mateo de la sal de tierra y la luz del mundo, que complementa a las Bienaventuranzas. Con ello se nos quiere indicar que si vivimos desde el Espíritu de las Bienaventuranzas nuestra existencia se convierte en sal que da sabor y en luz que ilumina. La sal y la luz son dos realidades cotidianas que aportan alegría a nuestras vidas, a partir de estas imágenes, tan comunes, Jesús les propone a sus discípulos lo que deben significar.
La sal sirve para dar sabor a la comida, la vuelve gustosa, apetecible. En el tiempo de Jesús era también utilizada para preservar los alimentos. Para la mentalidad bíblica estas propiedades de la sal –dar sabor y preservar los alimentos– eran símbolo de la sabiduría de Dios. Mateo capta esta sabiduría contenida en la Buena Noticia de Jesús que se personifica en la vida del creyente: «Ustedes son la sal de la tierra». Esta invitación a ser sal es una propuesta también para la sencillez y la humildad, la sal apenas se nota en la comida, nuestra misión no debe ser la de aparentar y figurar, sino la de dar sabor en la discreción. Sin el testimonio la Buena Noticia habrá perdido su sabor.
La luz nos permite ver los colores, las formas, el rostro de las personas. Cuando un día está iluminado por un sol radiante se llena de alegría y se puede disfrutar mejor. Esta realidad evoca el mensaje de Jesús cuando se encarna en sus seguidores: «Ustedes son la luz del mundo». Nuestra vida es luz cuando nos hemos dejado iluminar por la luz de Dios. Irradiamos esa luz cuando nuestro corazón, el centro de nuestra persona, este poseído por el Evangelio. Dios mismo es la luz de nuestra vida, esa experiencia que nos hace ver las cosas de una forma distinta.
Así pues, como discípulos y misioneros estamos llamados a llevar un estilo de vida alternativo a ser sal de la tierra y luz del mundo. Ojalá que con solo nuestra presencia pudiéramos dar sabor y ser luz, ser el reflejo de una vida que se ha dejado empapar por el espíritu del Resucitado en medio de nuestro mundo harto ya de tantos desengaños.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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