sábado, 22 de abril de 2017

Meditación: Hechos 4, 13-21


En la Francia posrevolucionaria del siglo XIX vivía una joven viuda a quien, al leer la Escritura, le impresionó mucho la conducta de los apóstoles.

No tanto lo que ellos hicieron o dijeron, sino simplemente el hecho de que habían sido compañeros de Jesús. Esta joven, María Magdalena D’Houët, fundó una orden religiosa cuyo carisma es la vocación a ser fieles compañeras de Jesús. Las hermanas desarrollaron una profunda espiritualidad de permanecer en la presencia del Señor, incluso cuando se dedicaban a atender a los niños y madres de su país que quedó asolado por la guerra.

En la primera lectura de hoy, vemos lo que posiblemente inspiró a esta María Magdalena. Los apóstoles Pedro y Juan predicaban el Evangelio con toda valentía. Ahora acababan de curar a un hombre que había estado lisiado durante 38 años, y todos los que presenciaron el milagro alababan a Dios. Fue un episodio de gran emoción, pero lo que captó la atención de los jefes de los judíos y de los escribas fue que estos dos hombres habían sido compañeros de Jesús.

¿Cómo se reconoce a un compañero? Bien, piensa en tus amigos. Si pasas bastante tiempo con ellos, pronto comenzarás tú a imitar sus gestos y frases. Las experiencias similares que tienen los marca por igual y comparten mutuamente lo bueno y lo malo, las penas y las alegrías. En efecto, el acompañamiento no se trata tanto de lo que tú haces sino de en qué persona te conviertes. Se trata de cómo las experiencias comunes te cambian a ti.

Relacionarse con Jesús es parecido, pero más involucrado que una amistad íntima. Piensa, por ejemplo, en un matrimonio. Con el tiempo, los esposos llegan a unirse de la manera más profunda posible. No ocurre de inmediato, pero los años que pasan juntos los hacen más y más parecidos.

Esto es exactamente lo que puede suceder cuando acompañamos a Cristo. Así pues, decídete a pasar tiempo con el Señor, como lo harías con tu marido o esposa o con un amigo íntimo. Invítalo a acompañarte en tus actividades diarias. Háblale en el corazón y comparte tus experiencias con él. Escucha sus respuestas. Y no olvides nunca que el Señor quiere compartir su vida contigo. ¡Él quiere ser tu acompañante!
“Señor, yo quiero acompañarte hoy y siempre. Ayúdame a caminar contigo cada día para aprender a comportarme como tú lo haces.”
Salmo 118(117), 1. 14-21
Marcos 16, 9-15

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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