San Pedro Chanel y San Luis Grignion de Montfort
¿Has experimentado tú la incómoda sensación que se produce al comer mucho y de prisa? El organismo necesita estar sentado, en reposo y relajado para recibir el alimento y digerirlo bien. Lo mismo sucede con la “digestión” espiritual. Es necesario detenerse un poco y relajarse para que Jesús nutra nuestro espíritu. La “indigestión espiritual” se produce cuando queremos orar mientras estamos haciendo también otra cosa.
El estrés del diario vivir a veces nos deja agotados y, si bien es cierto que hemos de orar a Jesús todo el tiempo, la hora en que realizamos los quehaceres no es necesariamente el mejor tiempo que podemos dedicarle al Señor. La experiencia nos enseña que si tenemos el día lleno de urgentes diligencias y actividades no podremos escuchar la voz de Dios.
La multitud había comido el pan multiplicado y seguía a Jesús por los valles y colinas porque tenían hambre de respuestas para su vida; ansiaban renovar sus esperanzas, encontrar un nuevo sentido en la vida y tener un encuentro con el amor de Dios; tenían muchas necesidades, porque algunos estaban enfermos y otros se sentían oprimidos; para otros más, la mera supervivencia diaria era una prueba difícil de superar.
Pero Jesús conocía todas sus necesidades y atendía a cada uno allí donde estaba. Los hizo sentarse y descansar para poder alimentarlos; luego les dio de comer para que tuvieran fuerzas para el regreso a casa. Les predicó la buena noticia del Reino de Dios e incluso los sanó de sus males físicos, espirituales y emocionales.
Dos mil años más tarde, la vida humana sigue siendo difícil y llena de obstáculos; el sufrimiento está presente por doquier y no hay nadie que no pase por grandes necesidades y presiones. Con frecuencia el pensamiento se nos acelera en forma incontrolable, incluso cuando tratamos de quedarnos quietos y rezar. Pero Jesús nos vuelve a pedir que nos detengamos un poco, aquietemos la mente y recibamos la nutrición espiritual que él nos ofrece.
Hermano, permite que Jesús sacie tu hambre con su paz y su alegría, mientras te promete ayudarte en cada una de tus necesidades.
“Jesús, Señor y Salvador mío, deposito en tus manos todo lo que me preocupa en este momento; ayúdame, Señor, a aquietar el corazón para poder sentarme a tus pies y participar del banquete de tu sabiduría.”Hechos 5, 34-42
Salmo 27(26), 1. 4. 13-14
fuente. Devocionario católico la palabra con nosotros
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