En este año 2017 cumple la Renovación carismática católica cincuenta años de existencia. El día de Pentecostés se celebrará solemnemente esta efeméride en presencia de decenas de miles de miembros de dicha Renovación en la Plaza de San Pedro en Roma, auspiciada por el propio Santo Padre Francisco. Estamos todos invitados, incluidos los simpatizantes y todos aquellos que sientan la acción del Espíritu como algo real en sus vidas, ejerzan donde sea esta llamada. La obra de Dios es gratuita y le pertenece, por tanto, a todo el mundo.
Yo llevo cuarenta años largos perteneciendo y trabajando activamente en esta corriente de gracia. Como suele decirse, es de lo mejor que me ha pasado en la vida y reboso de agradecimiento por ello. La Renovación no es otra cosa que una corriente de gracia o un soplo del Espíritu que, como estas imágenes sugieren, no está destinada a perpetuarse ni a ser una cosa más dentro de la Iglesia. El día que cumpla su misión, según el criterio del Espíritu Santo, dejará de existir. La podemos considerar como sal y fermento que una vez hecha su labor se identificará con el todo que habrá quedado sazonado. A los carismáticos no les va a costar desaparecer en un determinado momento porque su interinidad la llevan inscrita en su ADN más profundo.
Entré en la Renovación cuando tenía unos cuarenta años más o menos. Esta entrada nunca me produjo menoscabo ni choque con mi espiritualidad dominicana. La razón es que la Renovación carismática no entra en competencia con ningún carisma porque va a la base de todos ellos vitalizando su ejercicio. La Renovación no es una espiritualidad nueva, su único objetivo es renovar el bautismo y descubrir todas las riquezas que en él recibimos y que no han tenido un adecuado desarrollo a lo largo de nuestra vida. Si tu carisma o el de tu congregación es cuidar enfermos la Renovación no te los va a disputar ni hay peligro de que se vaya a apropiar de ellos porque no ha nacido para eso, pero sí notarás su influencia en el modo, la intensidad y los resultados al ejercerlo.
Santo Domingo de Guzmán no fundó su Orden para renovar el bautismo de sus frailes sino para ejercer un carisma en la Iglesia que aquellos tiempos necesitaban que era el de la predicación. La fe en aquel tiempo no estaba muerta ni peligraba, como la de muchos ahora, pero era urgente formarla doctrinalmente. De ahí que el Espíritu Santo ahora tenga que llevarnos a la base, es decir, a la renovación del propio bautismo, como lo hace con la Renovación carismática, ya que actualmente no basta con formar la fe, que en muchos ya no existe, sino que hay que suscitarla. Al renovar el bautismo resplandecen de nuevo todos los carismas, de ahí el apellido de carismática. Por eso la predicación, que es el carisma dominicano, aunque antes era una predicación doctrinal ahora, en una cultura progresivamente laica y atea como la nuestra, debe alternar con una predicación kerigmática que no trate de convencer sino de quebrantar los corazones.
En este artículo, sin embargo, no quiero definir cosas ni hablar de temas abstractos; estamos de cumpleaños y este hecho me empuja al agradecimiento y a recordar cuál ha sido el sentido y el recorrido de la Renovación y, a la par, de mi vida. Alguien me dijo hace unos días, pero tú ¿cómo eres tan fiel si te han escupido tantas veces en los ojos? Es una frase fea, sin embargo, es lo que oí. Respondí diciendo que una fidelidad así, tiene más valor y brilla mucho más. Es más, mi alegría al cumplir años, es mucho más gratificante. Me suena más a gracia, a regalo, a algo que se me ha dado, que ha sucedido en mí y que yo no he merecido pero que forma parte de mi trayectoria vital.
El día 18 de febrero, fecha exacta del nacimiento de la Renovación católica, me desperté soñando con unas palabras que había oído al Papa no hace mucho. Son palabras o categorías con las que la teología moderna trata de comprender la historia de la salvación: “memoria y promesa”. La Renovación además del cometido que le asigne el Espíritu para la Iglesia en general, es también una historia de salvación para los que perseveren en ella. Pensando en mi propia historia contemplaba la parte de memoria vivida en estos años pasados. Creo que mi memoria está llena de fecundidad: He experimentado al Espíritu Santo y lo he vivido como en un nuevo Pentecostés. Él me ha llevado a Jesucristo, al hombre Jesús, muerto y resucitado, que nos salvó gratuitamente en su cuerpo de carne y en cuya gratuidad hemos disfrutado de una paz muy profunda en el corazón. Daba gracias a Dios por los cincuenta años, por los millones de personas que han participado de esta corriente espiritual, por los dones, la sabiduría, y el conocimiento que me han regalado. Si algunos me han escupido en los ojos, ese hecho no me impide valorar el gran cariño, respeto e intimidad que me han ofrecido miles de personas o bien personalmente o escuchando mi predicación. No puedo menos de decir que me he sentido y me siento realizado por esta pertenencia.
La vitalidad de la memoria se prueba en la nostalgia de la promesa. Después de tantos años todo me parece muy vivo. En los varios seminarios que doy cada año encuentro mucha gente que sigue recibiendo al Espíritu Santo, que goza con su novedad, que nota su vida cambiada. El amor primero de los nuevos sigue dando actualidad a lo que comenzó hace cincuenta años. Si en la Renovación no entraran muchos nuevos cada año sería preocupante. La gratuidad del don sigue limpia ya que ninguno podemos hacer nada por trasmitirlo. No nos hemos podido apoderar de él. El Señor se lo sigue dando a quien quiere, como quiere y cuando quiere. Esta obra sigue siendo totalmente suya. Es cierto que muchos son los llamados y no todos son escogidos, lo cual es un misterio que tampoco nos pertenece.
Sentía aquella mañana que lo mejor de la Renovación está en el futuro, en lo que aún no hemos experimentado. Estamos en una historia de salvación porque esta salvación se realiza en la historia. Nada se consuma del todo hasta que no llega a su fin. El caminar es esencial. Los más probados y fieles en la Renovación han aprendido a caminar al “lugar que yo te indicaré”. No sabemos adónde vamos, lo cual desde la fe no es un absurdo sino precisamente su esencia. Lo que sí sabemos y de lo cual no podemos abdicar es que la lleva el Señor. Yo personalmente me identifico con la Renovación tal como está; no quiero inventarme una nueva ni me culpabilizo por el pecado que ha habido en la vieja. No quiero que me la cambien, pero, si me la cambian, estoy seguro que el Señor me lo iluminará y podré discernir si es cosa de hombres o suya.
La promesa en la Renovación hace referencia a la Iglesia porque la veo como el gran instrumento de una nueva evangelización. Esta tendrá alguna consistencia cuando se haga efectiva la proclamación de Jesús resucitado como Señor y Juez de la Historia. Esta evangelización no va a consistir en hacer un mundo mejor o en cambiar las estructuras sociales ni en vivir los llamados valores cristianos sino en creer y proclamar que Jesús vive y es el Señor de la historia y de cada uno de nosotros. No se trata, por lo tanto, de cambiar el mundo sino de ser cambiados nosotros, que es exactamente lo que sucede en la Renovación. Todo lo demás vendrá por añadidura y, sin duda, es bueno que venga. Para mí personalmente el final de este camino lo veré cuando sienta que la promesa se me está cambiando en esperanza. Entonces dejará de ser expectativa que no me defraudará.
La Renovación que yo aprendí y en la que he crecido desde hace cuarenta años es la que se vive en el grupo de Maranatha de Madrid y otros grupos afines en diversos puntos de España. Ahí aprendí a amar a la comunidad y, sobre todo, ahí aprendí a amar a Jesucristo por el enorme don de su salvación gratuita. La gratuidad es el gran compromiso que asumo para crecer en santidad. No me ha impuesto tampoco más tareas. Me ha abrillantado mi carisma de predicación, que le tengo por ser dominico, y a cada uno nos ha ayudado a ser mejor lo que somos pero sin hacernos una nueva realidad dentro de la Iglesia. Somos pura corriente de gracia. Si alguno no lo entiende que procure hacerse carismático porque esto no es algo cerebral.
Debido a esta mentalidad nos definimos como pueblo más que como comunidad. Un pueblo que camina. La noción de comunidad es más estática por lo que la memoria y la promesa resaltan menos en ella. Se nota en la espiritualidad. Los que tienden a vivir en comunidad son más proclives a estancarse, a permanecer en el oasis. No se sienten llevados hacia ninguna parte sino al cielo de una manera vertical desde la pureza, no desde el compromiso histórico. El pueblo, por el contrario, debe recorrer muchas etapas y en ese itinerario va emergiendo el designio final al que está llamado. No se puede comprender a Jesús fuera de un pueblo.
Ahora en estos años, en que ya experimento la decrepitud, la promesa que hasta ahora tenía mucho de expectativa, se va trasformando en esperanza, pero ya teologal. Ya me veo cercano a Dios y quiero que mi tránsito sea lo más ungido posible. La experiencia de la unción, gran regalo que me ha hecho la Renovación, es la prueba de la presencia del Espíritu Santo. La promesa en cada persona tiene que hacerse esperanza de los bienes de arriba, una esperanza que no defrauda porque está fundada no en nuestras fuerzas sino en el amor de Dios que hemos recibido por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. La esperanza es algo más que optimismo; es deseo de Dios con Cristo.
Febrero 2017
Chus Villarroel O P.
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