Lo que recibimos gracias a la muerte y la resurrección de Jesucristo es una vida nueva que viene del cielo.
Si creemos en el Hijo, tendremos vida eterna; si le desobedecemos, no veremos esa vida (Juan 3, 36). A veces los cristianos comprenden estas verdades en forma intelectual, por lo que no llegan a vivir con el poder ni la autoridad que proviene de ellas.
Creer no consiste sólo en pensar en Jesús. Significa rechazar definitivamente la vida de indiferencia que hemos llevado y hacer aquello que Jesús nos mandó hacer, dejando que su Espíritu impregne nuestro ser y nos transforme. El verdadero creyente es el que se dispone a recibir lo que Dios le ha revelado, porque creer no consiste sólo en afirmar algo voluntariamente, lo cual es una acción nuestra, no de Dios, sino en creer firmemente que Dios realiza algo en nuestro interior por medio de su Espíritu Santo.
San Pablo dice que Abraham es el padre de todos los creyentes; en efecto, cuando estudiamos la vida de este patriarca, vemos claramente el significado de la fe verdadera. Dios llamó a Abraham a dejar su tierra natal y viajar a una tierra nueva, donde sería el padre de muchas naciones (Génesis 12, 1-2). Al contrario de lo que indicaría el sentido común, Abraham le creyó a Dios y obedeció la orden, a pesar de que no la entendía. Arriesgó su vida, confiando en lo que Dios le había prometido. Y hasta cuando le pidió que sacrificara a su único hijo Isaac, Abraham no se resistió porque pensaba que, si fuera necesario, Dios podía resucitar a los muertos.
Esta es la fe que necesitamos. Pídele al Espíritu Santo que te ayude a analizar la firmeza de tu fe. ¿A qué es lo que te apegas cada día? ¿Estás dispuesto a dejar que la Palabra de Dios te transforme? ¿Crees que las promesas de Dios son verdaderas? ¿Confías más en el “sentido común” del mundo o en la Palabra de Dios? ¿Anhelas conocer la vida divina y experimentarla? Si haces lo necesario para que tu fe crezca, conocerás la vida que Cristo vino a darte y la vivirás con poder y autoridad.
“Señor, ayúdame a creer más. Creo en ti, pero no siempre obedezco lo que me mandas. Perdóname, Señor, e ilumina mi mente para que aprenda a obedecerte, amarte y bendecirte.”Hechos 5, 27-33
Salmo 34(33), 2. 9. 17-20
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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