martes, 18 de abril de 2017

Meditación: Juan 20, 11-18


El Evangelio de hoy relata la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena. Aunque la muerte de su querido Maestro lleva a María a perder el sentido de la vida, lo sigue buscando, tal vez porque no se puede convencer de que el Señor ya no esté en este mundo.

¡Qué enorme tragedia!

A veces hay momentos en que todo se desmorona y pareciera que todo ha terminado. ¡Muerte, desastre, enfermedad, decepción, traición! Son tantas las cosas que pueden llevarnos a la desesperación y sumirnos en una crisis profunda. Pero, cuando lo que nos mueve es la fe y el amor a Dios, también podemos encontrar a la persona precisa que nos ayuda a rehacer la vida y hacernos descubrir que el amor es más fuerte que la muerte y la derrota.

En la aparición de Jesús a María Magdalena se ven las etapas de la travesía por la que ella tuvo que pasar, desde la búsqueda dolorosa hasta el reencuentro de la Pascua. Estas son también las etapas por las que pasamos todos nosotros, a lo largo de la vida, en nuestro camino hacia Dios y en la vivencia del Evangelio.

María Magdalena llora, pero busca, porque en su corazón hay un amor muy grande al Señor. Ella fue una de las pocas personas que tuvieron el valor de permanecer con Jesús hasta la hora de su muerte en la cruz. Cuando volvió al sepulcro donde había visto al Amado por última vez vio con sorpresa ¡que estaba vacío! Los ángeles le preguntan: “¿Por qué estás llorando, mujer?” “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto.” María Magdalena busca a Jesús por amor, porque el amor no soporta la separación.

Así pues, se da el momento de la aparición de Cristo, que apenas pronunció una sola palabra: ¡María! Pero en ella iba el acento y la ternura inconfundibles de su voz. Ella reconociéndole le dice: ¡Rabuní!, es decir “Maestro.”

El amor de María le permite reconocer al Señor en la forma de pronunciar su nombre. Y es que Cristo tiene una manera especial de pronunciar el nombre de sus hijos amados, pero sólo se le puede escuchar cuando uno lo busca con amor, con dedicación, con entrega, como la Magdalena.
“Amado Jesús, te amo y creo en ti. Quiero estar contigo para toda la eternidad. Pronuncia mi nombre, Señor, para conocer tu dulce voz.”
Hechos 2, 36-41

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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