“Jesús les salió al encuentro y las saludó.” (Mateo 28, 9)
Las mujeres fueron de mañana a ungir el cuerpo del Señor con especias aromáticas para la sepultura (Marcos 16, 1), pero se encontraron con un ángel que les dijo que Jesús ya no estaba muerto. Tampoco fue lo que los soldados romanos esperaban, los cuales, conocidos por su valentía, temblaban de miedo y se quedaron como muertos. Ni los propios apóstoles creían la noticia, a pesar de que Jesús ya les había dicho que su misión era ir a Jerusalén para morir a manos de los ancianos y principales sacerdotes y luego resucitar (Mateo 16, 21).
La mente natural no alcanza a comprender el misterio de la resurrección. Los principales sacerdotes y los ancianos tramaron un plan y sobornaron a los soldados para que lo divulgaran. ¡Qué humillante debe haber sido para las autoridades judías tener que confabular una intriga con los romanos!
Caminando hacia el sepulcro, las mujeres deben haber sentido un peso enorme en el corazón por lo que había sucedido esos días, pero regresaron rebosantes de gozo y con renovada esperanza y razón de vivir.
En efecto, para los que creyeron todo cambió con la noticia gloriosa de la resurrección de Jesús: la tristeza se transforma en alegría, el desaliento en esperanza. ¿Por qué? Porque al ser bautizados como cristianos, nos unimos a Cristo Jesús por la fe en su muerte y resurrección, y precisamente porque Jesús resucitó de entre los muertos y triunfó sobre el pecado y la muerte, ¡nosotros también tenemos una vida nueva y compartimos la vida de la resurrección!
Pero estos misterios no producen ningún efecto si uno trata de analizarlos según la lógica humana. Para entenderlos se necesita tener fe y recibir la revelación del Espíritu Santo, porque él es quien da testimonio de Cristo (Juan 15, 26); él es quien nos enseña acerca de la muerte y resurrección de Jesús.
En estos días de Pascua, meditemos detenidamente sobre estas cosas, no con la razón humana solamente, sino con el corazón bien dispuesto e iluminado por la gracia de Dios. Pidámosle al Espíritu Santo que nos enseñe estas cosas.
“Santo Espíritu de Dios, unge el corazón y la mente de tus hijos con la verdad de los misterios que celebramos en Pascua, para que podamos comprender bien lo que Dios realizó en la muerte y la resurrección de su Hijo, nuestro Señor.”Hechos 2, 14. 22-33
Salmo 16(15), 1-2. 5. 7-11
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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