martes, 30 de junio de 2020

SEÑOR EN TI CONFÍO


¡Señor en ti confío!

No desagrada para nada a Dios que, a veces, se queje suavemente con él. No tema decirle: “¿Por qué te quedas lejos, Señor? (Sal 9,22). Tú sabes que sólo aspiro a tu amor. Por caridad, socórreme, no me abandones”.

Si la desolación se prolonga y su angustia es extrema, una su voz a la de Jesús, Jesús muriendo en la cruz. Dígale, implorando la piedad divina: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). Pero aproveche esa prueba. Primero para abajarse más, repitiéndose que no merecemos consuelo cuando hemos ofendido a Dios. Después, para avivar más su confianza, recordando que ya sea lo que haga o permita, Dios sólo tiene en vista su bien y “dispone de todas las cosas para el bien” de su alma (cf. Rom 8,28). Cuanto más la turbación y la falta de coraje lo asalten, más se debe armar de valor y gritar: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?” (Sal 26,1). Sí, Señor, eres tú que me ilumina, eres tú que me salvarás, en ti confío, “Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca me vea defraudado!” (Sal 30,2).

Establézcase así en la paz, con la certeza que “nadie que confió en el Señor quedó confundido” (Eclo 2,10), no se ha perdido nadie que haya puesto su confianza en Dios.


San Alfonso María de Ligorio (1696-1787)
obispo y doctor de la Iglesia
Conversando con Dios (“Manière de converser avec Dieu”, éd. Le Laurier, 1988), trad. sc©evangelizo.org

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 8,23-27


Evangelio según San Mateo 8,23-27
Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron.
De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía.
Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: "¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!".
El les respondió: "¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?". Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma.
Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".


RESONAR DE LA PALABRA

Vamos a echar un poco la mirada atrás, a la vida de nuestra familia y a nuestra vida personal. ¿Quién no se ha sentido alguna vez como los discípulos en la barca zarandeada por el temporal? Un temporal en el mar no es cosa de risa. Da miedo al más valiente. Recuerdo mis tiempos jóvenes en el seminario menor. Tenía por entonces 15 o 16 años. Y el Seminario estaba situado en una pequeña y preciosa ciudad del norte de España. En verano la playa se llenaba de veraneantes pero en invierno era otra cosa. La ciudad tenía su puerto, dedicado básicamente a la pesca. Un largo dique de cemento protegía el interior del puerto de los embates del mar. Tenía unos diez metros de ancho por otros 10 de alto sobre el nivel del mar. Aquel dique se quedó roto por la mitad una noche de temporal. ¿Os podéis imaginar la fuerza de las olas? 

Pues hay personas que se sienten así ante las inclemencias de la vida: incapaces de mantenerse estables ante los golpes que parece que se suceden uno detrás de otro sin solución de continuidad. Enfermedades, problemas económicos, injusticias, problemas familiares, infidelidades... Todo parece que se junta para hacer la vida más difícil. 

Y entonces, recurrimos a Dios. Seguro que alguna vez se nos ha venido a la mente la oración, simple, sencilla, urgente, de los discípulos, despertando a Jesús al grito de “¡Señor, sábanos, que nos hundimos!”

El Evangelio cuenta la reacción de Jesús. Les increpa diciendo: “¡Cobardes! ¡Qué poca fe!” Alguno pensará que les riñe, que no quiere que acudan a él en esos momentos de dificultad, en que se sienten amenazados por fuerzas insuperables. Yo prefiero pensar que es la reacción normal de alguien a quien le despiertan de golpe durante un buen sueño. Lo más importante no son las palabras de Jesús sino lo que hace. Jesús se pone en pie, increpa a los vientos y al lago. Y, como resultado, vino una gran calma. 

No hay que tener miedo a quejarse a Jesús. No hay que tener miedo a repetir la oración de los discípulos cuando la vida se nos pone de frente como un toro amenazándonos con sus cuernos. No hay que tener miedo a molestar a Jesús con nuestros gritos y peticiones de socorro. Lo que no hay que hacer nunca es tirarnos al agua, desesperarnos. Hay que mantenerse firmes ante la tribulación porque Jesús está ahí, cerca de nosotros. No sabemos cómo va a responder a nuestras oraciones. Pero, como somos gente de fe, de lo que estamos seguros es de que responderá.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

lunes, 29 de junio de 2020

PENSAMIENTOS


LA BASE DE LA VIDA


«Hoy, ante los Apóstoles, podemos preguntarnos: ‘Y yo, ¿cómo presento la vida? ¿Pienso sólo en las necesidades del momento o creo que mi verdadera necesidad es Jesús, que hace de mí un don? ¿Y cómo construyo mi vida, sobre mis capacidades o sobre el Dios vivo?’. Que la Virgen, que se confió completamente a Dios, nos ayude a situarlo en la base de cada día. Que Ella interceda por nosotros para que nosotros podamos con la gracia de Dios hacer de nuestra vida un don»

Francisco
Ángelus
29-06-2020 


COMPRENDIENDO LA PALABRA 290620


«Yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos» (Lc 22,32)

Cristo Mediador «no cometió pecado ni encontraron daño en su boca» (1P 2,22). ¿Cómo me atreveré a acercarme a él, yo pecador, grandísimo pecador, cuyos pecados son más numerosos que la arena del mar? Él es el más puro de todo lo que existe, y yo el más impuro... Por eso Dios me ha dado estos apóstoles, que son hombres y pecadores, y pecadores muy grandes, que han aprendido de ellos mismos y de su propia experiencia hasta que punto deben ser compasivos para con los demás. Culpables de grandes faltas, concederán fácilmente un pronto perdón a las grandes faltas y usarán la misma medida que ha servido para ellos (cf Lc 6,38).

El apóstol Pedro cometió un gran pecado, incluso es posible que no haya otro mayor. Recibió pronto y con facilidad el perdón de su pecado, hasta el punto que no perdió nada del privilegio de su primado. Y Pablo que había desencadenado sin límites, todo su furor contra la Iglesia naciente, es llevado a la fe al ser llamado por el mismo Hijo de Dios. Para pagar tanto mal se le llenó de tan grandes bienes y llega a ser «el instrumento elegido para dar a conocer el nombre del Señor a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel» (Hch 9,15)...

Pedro y Pablo son nuestros maestros: han aprendido completamente del único Maestro de todos los hombres los caminos de la vida, y todavía hoy nos siguen enseñando.



San Bernardo (1091-1153)
monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Primer sermón para la fiesta de los santos Pedro y Pablo, 1,3,5

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 16,13-19


Evangelio según San Mateo 16,13-19
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".
Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".


RESONAR DE LA PALABRA

El otro día estuve reunido con un grupo de gente normal. Con vidas normales. Con sus alegrías pero también con sus problemas. A veces los matrimonios y las familias no funcionan exactamente como se supone que deberían funcionar. A veces la vida viene pillada por las enfermedades y otros dolores. A veces... Pero más allá de todas estas cosas, había otro vínculo de unión entre aquellas personas: todos eran voluntarios de Cáritas. Todos dedicaban un tiempo cada semana, algunos mucho tiempo, para servir a los más pobres y necesitados, para acogerlos, para ayudarlos en sus necesidades, para escucharlos y atenderlos. 

Me he acordado de esa reunión al leer la segunda lectura y el Evangelio. En la segunda lectura dice Pablo que “he combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe.” Y en el Evangelio Jesús les pide a sus discípulos que confiesen su fe en él como Mesías. Por extensión, todos nosotros nos sentimos interpelados por Jesús: ¿Quién decís que soy yo?

Quizá a algunos de los lectores les cueste ver la relación entre la reunión comentada en el primer párrafo y las lecturas del segundo. Pero a mí me parece obvia. Es que los cristianos, los seguidores de Jesús tenemos que hablar poco y hacer mucho. Combatir bien el combate, correr hacia la meta, mantener la fe, no es ir muchas veces a misa y ocupar allí los primeros puestos. Ni siquiera es hablar mucho de Jesús. Confesar la fe no es andar a gritos por las plazas diciendo que somos creyentes, católicos romanos y practicantes. Todo eso no vale nada si no está acompañado de un hacer continuo. Las personas que formaban el grupo con el que me reuní no hablan mucho pero se dedican a hacer. Ninguno de ellos, por lo que sé, ha dado una charla sobre Jesús en toda su vida. Pero semana a semana, en esas horas que dedican a atender a los más pobres, sin distinguir entre si son de los nuestros o no, si son de otro país o no, si son de nuestra religión o de otra o si no tienen ninguna, hacen reino y confiesan de una manera práctica su fe. Semana a semana, corren hacia la meta y viven su fe. Día a día responden con su forma de hacer, de comportarse, a la pregunta de Jesús. Y confiesan que Jesús es el hermano de todos, el que no quiere que nadie se quede excluido ni marginado, el que dio su vida para que todos tengamos un puesto en torno a la mesa del padre único de todos, Dios. 

Hoy, fiesta de san Pedro y san Pablo vamos a tener muy presente en nuestra oración a toda esa parte de la iglesia que habla poco y hace mucho. Son los que nos salvan a todos. Gracias a ellos en la iglesia se conserva lo mejor del Evangelio, que no es el derecho canónico ni la liturgia, sino el amor fraterno al que Dios nos ha convocado en Jesús.

Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

domingo, 28 de junio de 2020

COMPRENDIENDO LA PALABRA 280620


«El que os recibe a vosotros, a mí me recibe »

«El que recibe a uno de esos pequeños, me recibe a mí» dice el Señor (Lc 10, 48). Cuanto más pequeño es el hermano, más presente está Cristo en él. Porque cuando uno recibe a un gran personaje, a menudo lo hace por vanagloria; pero el que recibe a un pequeñuelo, lo hace con pura intención y sólo por Cristo. «Fui un extranjero, dice él, y me acogisteis.» Y dice aún: «Cada vez que lo habéis hecho a uno de estos pequeños, es a mi que me lo habéis hecho» (Mt 25, 35-40). Puesto que se trata de un creyente y de un hermano, ese será el más pequeño, y es Cristo quien entra con él. ¡Ábrele tu casa, recíbele!

«El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta.» Pues aquel que recibe a Cristo recibirá la paga de la hospitalidad de Cristo. No dudes de sus palabras, ten confianza en él. Él mismo nos ha dicho: «Soy yo quien está presente en ellos» Y para que no dudes de sus palabras, decreta un castigo para los que no lo reciben, y los honores para quienes le reciben (Mt 25, 31s) Y él no lo haría si no estuviera personalmente afectado por el honor o el menosprecio. «Tu me has recibido, dice, en tu casa; yo te recibiré en el Reino de mi Padre. Tú me has liberado del hambre; yo te liberaré de tus pecados. Me has visto encadenado; yo te haré ver tu liberación. Me has visto extranjero; yo haré de ti un ciudadano de los cielos. Tú me has dado pan; yo te daré el Reino como heredad en plena propiedad. Me has ayudado secretamente; yo lo proclamaré públicamente y diré que tú eres mi bienhechor y yo tu deudor.»


San Juan Crisóstomo (c. 345-407)
presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía sobre los Actos de los Apóstoles, nº 45; PG 60, 318

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 10,37-42


Evangelio según San Mateo 10,37-42
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa".


RESONAR DE LA PALABRA

Acoger al hermano es acoger a Jesús

La primera lectura de este domingo nos cuenta la historia de una mujer que hizo sitio en su casa para acoger a un caminante. No se dice que la mujer supiese que era un profeta. Eliseo simplemente pasaba por allá. La mujer le ofrece lo que tiene: un cuarto para descansar y comida para reponer las fuerzas. La ley de la hospitalidad es una antigua ley en muchas culturas y también en nuestra cultura. Es un valor que no hay que perder sino cultivar y reforzar. 

Las palabras de Jesús en el Evangelio nos dan la razón profunda por la que la hospitalidad se convierte para el cristiano en algo más que una norma o una tradición. Jesús nos dice que recibir al que se acerca a nosotros, abrirle nuestra casa y nuestra amistad es como recibirle a él. Esa es la clave. Jesús mismo es el que pasa por delante de nuestra puerta y de nuestra vida. Jesús es el que nos llama y nos pide albergue. 

En nuestro mundo, sin embargo, la hospitalidad se va perdiendo. A los otros, a los desconocidos, que son la inmensa mayoría, los vemos, casi por principio, como una amenaza para nuestra tranquilidad, para nuestra paz. Los periódicos están llenos de noticias de asesinatos, robos y otras fechorías. La televisión nos trae también casi a diario imágenes preocupantes. Todo contribuye a crear un ambiente en el que nos parece lo más natural desconfiar del desconocido que se nos acerca. Valoramos mucho, quizá demasiado, nuestra seguridad, nuestra paz, nuestras cosas. Terminamos comprando armas y alarmas para protegernos y poniendo vallas alrededor de nuestras casas. Las naciones hacen lo mismo. Se refuerzan las fronteras y los ejércitos se arman hasta los dientes. No nos damos cuenta de que en el fondo así no hacemos más que poner de manifiesto nuestra propia inseguridad y lo que hacemos, en el fondo, es provocar más violencia. De alguna manera, nos parecemos a los animales que atacan porque tienen miedo. 

Jesús nos invita a no vivir tan centrados en nosotros mismos. Eso es lo que quiere decir cuando habla de que debemos “perder nuestra vida”. Jesús nos pide que dejemos de mirarnos a la punta de nuestra nariz, a nuestros problemas y abramos la mano al vecino, aunque piense diferente, sea de otra raza, lengua o religión. Nos encontraremos con una persona, con parecidos problemas a los nuestros, y descubriremos que juntos podemos ser más felices que separados por barreras y armas. Pero hay algo más. Desde nuestra fe, sabemos que ése que tenemos enfrente, por amenazador que parezca, es nuestro hermano. Es Cristo mismo. ¿Le esperaremos con un arma en la mano?

Para la reflexión

¿Estoy abierto al diálogo y al encuentro con los demás? ¿Me siento amenazado por los que son diferentes de mí o piensan de otra manera? ¿Qué me dice Jesús en el Evangelio? ¿Qué actitudes tengo que cambiar para actuar como cristiano?
Fernando Torres cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

sábado, 27 de junio de 2020

COMPRENDIENDO LA PALABRA 270620


“Señor, no soy digno de que entres en mi casa.”

Cuando tú dices: “Quiero ser feliz”, buscas algo bueno, pero no existe aquí… Cristo, viniendo de otra región, aquí no halló más que lo que abunda aquí: fatigas, dolores, muerte: ve lo que tienes aquí, lo que abunda aquí. Comió contigo de lo que abundaba tu mísera morada. Aquí bebió vinagre, aquí tuvo hiel. He aquí lo que encontró en tu morada. 

Pero te invitó a su espléndida mesa, la mesa del cielo, la mesa de los ángeles, en la que él mismo es el pan. (Sl 77,25; Jn 6,34) Al descender y encontrar tales males en tu morada, no sólo no despreció tu mesa, sino que te prometió la suya… ¿Tomó tu mal y te dará su bien? Te lo dará ciertamente. Nos prometió su vida.

Pero más increíble es lo que ha hecho: nos envió por delante su muerte. Como diciendo: “Os invito a mi vida, donde nadie muere, donde la vida es en verdad feliz, donde el alimento no se estropea, donde repara fuerzas, pero no disminuye. Ved a dónde os invito a asistir: a la región de los ángeles, a la amistad con el Padre y el Espíritu Santo, a la cena eterna, a ser hermanos míos; para terminar, a mí mismo. Os invito a mi vida. ¿No queréis creer que os voy a dar mi vida? Recibid en prenda mi muerte”.


San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón 231

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 8,5-17


Evangelio según San Mateo 8,5-17
Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole":
"Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente".
Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo".
Pero el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.
Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: 'Ve', él va, y a otro: 'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: 'Tienes que hacer esto', él lo hace".
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe.
Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos".
en cambio, los herederos del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes".
Y Jesús dijo al centurión: "Ve, y que suceda como has creído". Y el sirviente se curó en ese mismo momento.
Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama con fiebre.
Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo.
Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos,
para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades.


RESONAR DE LA PALABRA

LA FE DEL CENTURIÓN

Al entrar en la ciudad se acercó a Jesús un militar romano, por tanto pagano, uno de esos de los que «los buenos» israelitas tenían que apartarse, uno de los que no tenían por qué habérsele acercado, y menos aún con la intención de pedirle favores. Pero este centurión, aún siendo representante del poder opresor romano, debía llevarse bien con los judíos, pues les había construido una gran sinagoga con dinero de su propio bolsillo (esto nos lo cuentan otros evangelistas).

Jesús le presta atención, a pesar de toda la gente que en ese momento le rodeaba. A Jesús la presencia de la gente no le impide darse cuenta cuándo alguien lo necesita realmente. Allí están colocados los dos, frente a frente: Jesús y el militar. Tuvo que vencer el probable rechazo por mezclarse con un grupo de judíos, por dejar ver su necesidad, su preocupación, su dolor por la enfermedad de uno de sus sirvientes: «Tengo un criado paralítico». 

Y Jesús terminará alabándolo delante de todos:«Os aseguro que en ningún judío, en ninguno de vosotros, que sois el pueblo elegido, he encontrado tanta fe».

No debió caerles nada bien semejante alabanza: Es mejor, tiene más fe que vosotros.... Pero si no practica los santos ritos judíos, no sigue la Ley de Moisés, no pertenece al Pueblo de Dios, ni adora al único Dios: él se debe y pertenece al emperador de Roma...

El criado paralítico no está presente en la escena. Ha quedado en casa postrado en cama. Pero podemos afirmar que ha sido él quien ha «empujado» a su amo a acercarse a Jesús, y superar el qué dirán, la vergüenza y el posible rechazo. Se ve que están muy unidos. Realmente aquí no hay «amo» y «esclavo», sino dos personas unidas entrañablemente por el cariño mutuo. El cariño es especialista en suprimir diferencias, superar distancias y clases sociales, igualar a las personas, y tender puentes. 

Esto lo sabe apreciar Jesús. Y decide ayudarlo. No se sabe quién estaba ayudando a quién: si el centurión al pedir la curación de aquel enfermo... o el enfermo haciendo que el centurión se encuentre con Jesús de Nazareth, de modo que ponga en evidencia su fe, su esperanza, su confianza en aquel profeta de Galilea. A quien considera con mucha autoridad, como para curar a distancia.

Podríamos plantearnos si esta fe es válida, porque ha nacido de la necesidad de resolver un problema, de ayudar a alguien que sufre. Pero ¿quién puede acusar de interés o de inmadurez a quien se ocupa y preocupa por la vida de otro? Probablemente no conocía gran cosa sobre Jesús, ni su mensaje. Seguramente no encaja en lo que nosotros llamaríamos «un creyente». Pero confía, sabe que aquel Maestro tiene una fuerza especial, que podría hacer algo por él... y se acerca humildemente: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa». No tengo ningún derecho a pedirte que vengas, no quiero siquiera molestarte, no tengo ningún mérito para que te dignes desplazarte a mi casa. «Basta con tu palabra».

Este capitán sabe mucho y confía mucho. Sabe que la Palabra de Jesús tiene autoridad, incluso sobre la enfermedad, la suya es una palabra con fuerza salvadora y sanadora, que está cargada de vida. Eso le basta. Es una palabra capaz de «transformar», de«cambiarnos», de hacernos mejores.

Con esta fe debiéramos acercarnos siempre a la Palabra: tanto en la Liturgia, como en la oración personal. Me hace recordar aquellas otras palabras de María: «Que se haga en mí tu Palabra». Nos falta mucha fe para llegarle a las botas a este «creyente pagano». «Que suceda según tu fe». Esta es la cosa: nuestra fe en el Señor es lo que cambia y lo que nos cambia. Y es lo que nos falta. El Señor hoy nos lo pone como ejemplo.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

viernes, 26 de junio de 2020

QUIERO, QUEDA LIMPIO


«¡Quiero, queda limpio!»

De la misma manera que el obrar, también el sufrimiento [bajo todas sus formas] forma parte de la existencia humana. Éste deriva, por una parte, de nuestra finitud y, por otra, de la gran cantidad de culpas acumuladas al largo de la historia, y que sigue creciendo sin cesar hasta el momento presente.

Ciertamente que conviene hacer todo lo posible para atenuar el sufrimiento; impedir, en la medida de lo posible, el sufrimiento de los inocentes; calmar los dolores, ayudar a superar los sufrimientos psíquicos. Todo esto son deberes tanto de la justicia como del amor y forman parte de las exigencias fundamentales de la existencia cristiana y de toda vida verdaderamente humana. En la lucha contra el dolor físico se ha llegado a grandes progresos, pero en el curso de los últimos decenios ha aumentado el sufrimiento de los inocentes y también los sufrimientos psíquicos.

Sí, debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para aliviar el sufrimiento, pero eliminarlo completamente del mundo no forma parte de las posibilidades humanas, simplemente porque no podemos sustraernos de nuestra finitud y porque nadie de entre nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la falta, que, como vemos, es constantemente fuente de dolor. Sólo Dios podría llevarlo a cabo: y sólo un Dios que entra personalmente en la historia haciéndose hombre y sufre en ella. Nosotros sabemos que este Dios existe y que, por tanto, este poder que «quita el pecado del mundo» (Jn 1,29) está presente en el mundo. Por la fe en la existencia de este poder, la esperanza de que el mundo pueda ser curado, ha aparecido en la historia.



Benedicto XVI
papa 2005-2013
Encíclica «Spe salvi», 36

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 8,1-4


Evangelio según San Mateo 8,1-4
Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud.
Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes purificarme".
Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". Y al instante quedó purificado de su lepra.
Jesús le dijo: "No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio".


RESONAR DE LA PALABRA

EL RETO DE ACERCARSE Y TOCAR

 «Un leproso se acercó a Jesús». Es sabido que en el tiempo de Jesús ser leproso significaba ser un excluido, alguien que no tenía derecho ni debía estar donde estaba la gente, tenían que mantenerse fuera de las ciudades, y por supuesto fuera de «la ciudad» (Jerusalem con su Santo Templo). Carecían de cualquier contacto humano: ni caricias, ni abrazos, ni gestos de cariño o de cercanía... (seguramente ahora que casi no podemos tocarnos, ni abrazarnos, ni darnos un beso... lo comprendemos mucho mejor). Ninguna ayuda recibían (más allá de alguna limosna) para sobrellevar su desgracia: una inmensa soledad. Tenían que avisar de su presencia, dando voces, o con alguna campanilla, para que todos se apartaran a su paso y pudieran ponerse «a salvo». Habían dejado de ser tratados como «personas». También tenían vetada su relación con Dios, estaban «dejados de su mano», ya que esa enfermedad de la piel se considerada un signo de la corrupción interior, del pecado, un castigo divino. 

Y así es como él se siente este leproso que se atreve a acercarse a Jesús: sucio, necesitado de ser limpiado. La religión no quería saber nada de ellos, los mantenía al margen. Esto es lo que enseñaba la Sinagoga, la ley de Dios. Ya no se trataba de un «cuidado» o prevención por riesgos de salud . Era una condena en toda regla.

¿No ocurre también hoy que se hace sentir culpable a las víctimas de algunas desgracias, o se «justifica» que estén en esa situación: «es que es un borracho, o un vago», es que ha mantenido prácticas sexuales prohibidas (SIDA). Algunas víctimas de abusos han explicado que les hicieron sentir avergonzadas y culpables por parte de sus maltratadores, etc.

No es tan infrecuente que, en el plano personal, social e incluso religioso, nos apartemos de ciertos individuos (¡personas e hijos de Dios!) porque nos resultan incómodos, porque no están en «orden» con la ley de Dios (o de la Iglesia), porque es arriesgado tener contacto con ellos, porque están sucios, porque nos pueden meter en problemas, por su condición sexual o por su color/nacionalidad, porque este asunto les compete a otros, porque.... 

Si nos reconocemos creyentes, estaríamos mostrando con los hechos y actitudes en qué Dios creemos realmente: un Dios excluyente, marginador, que condena, que los abandona a su suerte, que no merecen su amor... Y claro, tampoco el nuestro.

Sin embargo, este leproso no quiere seguir así, y por sí mismo no tiene nada que hacer. Pero intuye que Jesús sí que puede hacer algo por él... Total ¡que se salta todas las normas religiosas y sociales, para acercarse a él y solicitar su ayuda! No sólo eso, sino que compromete a Jesús: pues el que entra en contacto con un leproso (al margen de que pueda contagiarse), queda a su vez también «impuro».

 Jesús, sin embargo, no se enfada, ni le riñe, ni se aparta de él. Y lo primero que hace es extender la mano y «tocarle». Empieza por restablecer el contacto humano. Primero físico, y luego de palabra. «Quiero». 

+ Quiero que no percibas a Dios como alguien que te excluye ni te deja solo. 

+ Quiero que sepas que el Reino también es para ti. 

+ Quiero que te veas con derecho a formar parte de la comunidad humana. 

+ Quiero que les conste a los sacerdotes que el proyecto y la voluntad de Dios es sanar, acoger, incorporar, incluir. 

+ Quiero que la Ley de Dios (= Dios) deje de usarse como instrumento de marginación. 

+ Quiero, al tocarte y hablar contigo, que te reconozcas como persona, y quedes sanado por dentro y por fuera. 

+ Quiero tocarte... aunque eso signifique que quedar yo «tocado», excluido, manchado, «impuro» y ya no pueda entrar abiertamente en ningún pueblo...

 Acercarse a los que están mal, a los que lo pasan mal, a los que no se valoran a sí mismos, a los que están «corrompidos» por dentro o por fuera, aun a riesgo de que nuestro prestigio, nuestra salud, nuestras ventajas... queden «tocadas»... es tarea de los discípulos de Jesús, de la Iglesia entera. Ir a los que no tienen papeles, a los que están desahuciados, a los parados de larga duración, a los que no tienen preparación para conseguir trabajo, o no tienen salud, o no viven conforme a la moral cristiana, o les faltan los «papeles», o...

Ha escrito el Papa Francisco: 

El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor… La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. 

Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, «inició y completa nuestra fe» (Hb 12,2).

Encíclica “Lumen fidei / La Luz de la fe”, § 56-57

Este Evangelio es una invitación a mancharnos, a conocer de primera mano el dolor y la frustración de tantos. Quizá muchos ya no se nos acerquen, o quizá sí: Pero de una manera o de otra, nos están diciendo: «Si quieres... puedes limpiarme». Tal vez no podamos realmente limpiarle, pero que al menos cuenten con una presencia que acompaña, con una lámpara que les ayude a caminar. Que no se queden solos.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

jueves, 25 de junio de 2020

VIVIR SOBRE LA ROCA DE LA FE


Vivir sobre la roca de la fe

El justo, el que por el bautismo ha revestido al hombre nuevo creado en la justicia, en tanto que justo, vive de la fe, de la luz que le aporta el sacramento de la iluminación. Más vive de la fe, más vive de la verdadera vida sobrenatural, más realiza en él la perfección de su adopción divina. Vean bien esta expresión: “Ex fide”. ¿Qué quiere decir exactamente? Que la fe debe ser la raíz de todos nuestros actos, de nuestra vida. Existen almas que viven “con la fe”: “Cum fide”. Tienen la fe y no se puede negar que la practican, pero sólo recuerdan su fe en ciertas ocasiones. (…)

Pero cuando la fe es viva, fuerte, ardiente, cuando se vive de fe, o sea que nos conducimos en todo por los principios de la fe, cuando la fe es la raíz de todos nuestros actos y principio interior de toda nuestra actividad, entonces seremos fuertes y estables a pesar de las dificultades, contrariedades y tentaciones. ¿Por qué? Porque por la fe juzgamos y estimamos todo como Dios juzga y estima: participamos de la infalibilidad, inmutabilidad y estabilidad divina.

Es lo que nos dijo Nuestro Señor. “Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica,” -es esto vivir de la fe- “puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó”, agregó en seguida Cristo Jesús, “porque estaba construida sobre roca” (Mt 7,24-25).


Beato Columba Marmion (1858-1923)
abad
Nuestra fe, victoria sobre el mundo (Le Christ Idéal du Moine, DDB, 1936), trad. sc©evangelizo.org

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 7,21-29


Evangelio según San Mateo 7,21-29
Jesús dijo a sus discípulos:
"No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?'.
Entonces yo les manifestaré: 'Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal'.
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande".
Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza,
porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas.


RESONAR DE LA PALABRA

UNA FE SÓLIDA

Me pidieron que asistiera a una convivencia con un buen grupo de jóvenes de unos 18 años, de distintos puntos de España, que se consideraban católicos, «practicantes» más o menos frecuentemente, y casi todos confirmados; muchos de ellos se habían formado en Colegios Religiosos. Y para situarme con ellos, les planteé algunas preguntas. Entre otras ésta: «¿Qué es para ti lo más difícil a la hora de vivir tu fe cristiana?». Sus respuestas creo que no serían muy distintas a las que me habrían dado creyentes de otras edades.

Algunos se referían a la «incomodidad» de asistir a la Eucaristía dominical: a veces por el esfuerzo de levantarse «pronto» el domingo, a veces porque sus amigos no acudían y tenían que ir solos, a veces porque se sentían «raros» entre tanta gente mayor, y a veces porque entraba en conflicto con otras ‘obligaciones’ personales, como por ejemplo las deportivas. También aludieron a que solían aburrirse bastante en misa. En todo caso, para estos jóvenes ser cristiano tenía que ver sobre todo con «las prácticas religiosas», o mejor dicho, con «la misa» dominical.

Había quienes hacían una referencia general a la dificultad de «cumplir» con tantas obligaciones, como por ejemplo rezar. Algunos especificaban dificultades con respecto a «la pureza». Este tipo de respuestas hablan de una educación que yo llamaría de «Antiguo Testamento», donde hay normas y obligaciones mínimas (los diez mandamientos no dejan de ser unas prohibiciones mínimas) que cumplir para estar a bien con Dios. Y en donde se les ha insistido en el «tema» sexo como especialmente significativo a la hora de ser cristiano.

No faltaban las alusiones al rechazo social por ser cristiano, o la sensación de pertenecer a una institución que no conecta mucho con los jóvenes (o con la sociedad), o que es demasiado tajante en algunos planteamientos (por ejemplo bioéticos), o que no encuentra su espacio en el mundo de la cultura, o que se posiciona a menudo con determinados partidos políticos... Por no hablar de los escándalos dentro de la Iglesia.

Por otro lado, pocos conocían o leían las Escrituras, y también expresaban sus dudas en temas como la resurrección, los milagros, el problema del mal en el mundo, la «utilidad de la oración», el sacramento del perdón... y otros.

Seguramente los adultos podríamos añadir otras que han podido hacer temblar nuestra fe. El Evangelio de hoy habla de «riadas» que se llevan por delante una casa poco asentada, no bien construida, frágil. 

Jesús ha venido explicando a lo largo del Sermón del Monte en qué consiste su proyecto del Reino, y en qué consiste ser discípulo suyo (=cristiano). Y el pasaje de hoy vendría a ser el resumen y conclusión de todo lo dicho hasta aquí: discípulo suyo es el que escucha su Palabra y la cumple, el que pone como cimiento de su vida las enseñanzas del Evangelio. 

Se trata, por tanto, de construir mi persona (mi proyecto de vida), mi comunidad y la sociedad de la que formo parte sobre la Palabra de Jesús. Donde lo importante no es el decir «Señor, Señor» (una oración/culto separados de la vida y del compromiso por transformar la realidad, una oración llena de palabrería...), cuanto que nos preguntemos continuamente y procuremos discernir cuál es la voluntad de Dios para mí en cada momento de mi vida, de modo que vayamos haciendo nuestros los valores del Evangelio (los cimientos de la casa). Los cumplimientos y los mínimos de que he hablado antes quedan así del todo superados, tenemos que ir mucho más allá por convencimiento, por complicidad con el proyecto de Jesús. Jesús ha invitado a «hacer» la voluntad del Padre y no quedarnos en palabras o bellas intenciones. En esa voluntad el eje central siempre serán sobre todos en los otros, y especialmente los que están marginados, los que sufren, etc. Ser como él, vivir como él, para lo mismo que él, y apoyarnos en él. Esto es construir sobre roca.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

miércoles, 24 de junio de 2020

LA VOZ QUE NUNCA SE APAGA


«Hay un solo hilo conductor, en la vida de David, que da unidad a todo lo que sucede: su oración. Esa es la voz que no se apaga nunca. David santo, reza; David pecador, reza; David perseguido, reza; David perseguidor, reza; David víctima, reza. Incluso David verdugo, reza. Este es el hilo conductor de su vida. Un hombre de oración. esa es la voz que nunca se apaga: tanto si asume los tonos del júbilo, como del lamento siempre es la misma oración, solo cambia la melodía. Y haciendo así, David nos enseña a hacer entrar todo en el diálogo con Dios: tanto la alegría como la culpa, el amor como el sufrimiento, la amistad o una enfermedad. Todo puede convertirse en una palabra dirigida al “Tú” que siempre nos escucha»

Francisco
Audiencia General
24-06-2020 


COMPRENDIENDO LA PALABRA 240620


«Juan no era la luz, pero estaba allí para rendirle testimonio» (Jn 1,8)

El hecho de que el nacimiento de Juan se conmemore cuando los días comienzan a disminuir, y el del Señor cuando comienzan a aumentar, forma parte de un símbolo. En efecto, el mismo Juan ha revelado el secreto de esta diferencia. La multitud pensaba que era el Mesías a causa de sus eminentes virtudes, mientras que algunos no consideraban que el Señor fuera el Mesías, sino un profeta a causa de la debilidad de su condición corporal. Y Juan dijo: «Es preciso que él crezca y yo disminuya» (Jn 3,30). El Señor creció verdaderamente porque, cuando pensaban que era un profeta, dio a conocer a los creyentes del mundo entero que él era el Mesías. Juan decreció y disminuyó porque él, a quien tomaban por el Mesías apareció no como el Mesías sino como el anunciador del Mesías.

Es, pues, normal que la claridad del día comience a disminuir a partir del nacimiento de Juan puesto que la reputación de su divinidad iba a desvanecerse y pronto iba a desaparecer su bautismo.De la misma manera es normal que la claridad de los días más cortos vuelva de nuevo a crecer a partir del nacimiento del Señor: en verdad él vino sobre la tierra para revelar a todos los paganos la luz de su conocimiento, de la cual, los judíos anteriormente, sólo poseían una parte, y para extender por todas las partes del mundo el fuego de su amor.


San Beda el Venerable (c. 673-735)
monje benedictino, doctor de la Iglesia
Homilía II, 20; CCL 122, 328-330

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 1,57-66.80


Evangelio según San Lucas 1,57-66.80
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.
A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;
pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan".
Ellos le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".
Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.
Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados.
Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.


RESONAR DE LA PALABRA

EL NACIMIENTO DE UN PROFETA

La presencia de Juan Bautista en el santoral católico es del todo peculiar. Junto con Jesús y María, es el único del que celebramos la fiesta de su nacimiento, y pocos más pueden «presumir» de tener varias fiestas a su nombre (Pedro y Pablo). Dice Jesús: «Entre los nacidos de mujer no hay nadie mayor que Juan el Bautista». Para añadir a continuación que el más pequeño de sus discípulos es mayor que él. O sea: que el Bautista es el profeta más relevante de la historia de la salvación... pero tú y yo -pequeños discípulos de Jesús- estamos por encima de él.

Esta fiesta nos tiene que hacer mirar... hacia nosotros mismos. Porque el día de nuestro Bautismo fuimos consagrados como sacerdotes, reyes y «profetas». Es decir: que hemos sido consagrados al servicio de Dios como portavoces de Jesús (eso es un profeta), como anunciadores y testigos del Reino, como denunciadores de la injusticia, la corrupción, como defensores de los más pobres. 

Nos fijamos en las lecturas escogidas para esta fiesta:

§ Siguiendo a Isaías, en la primera lectura, creo que hay que resaltar el gozo de autoproclamarse profeta a los cuatro vientos: Escuchadme, islas... pueblos lejanos... luz de las naciones... «tanto me honró el Señor, él es mi fuerza». No debemos ocultar ni arrinconar nuestra condición de profetas. Hemos sido elegidos, llamados por Dios, «él pronunció mi nombre» desde las entrañas maternas. Quiere decirse que no estamos aquí por casualidad, que hay Alguien que nos ha dado la existencia para que le sirvamos: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso», aunque no se indica aquí ningún motivo para este orgullo. Incluso podemos deducir que el «elegido» ha andado distraído, ocupado en otros asuntos, antes de descubrir su verdadera tarea o misión: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». 

Ésta es la experiencia de muchos bautizados, que andamos cansándonos «en viento y en nada», gastando tontamente nuestras fuerzas... hasta el día en que descubrimos que el Señor ha intentado conducirnos, descubrirnos que él es nuestra fuerza, que nos honraba al querer contar con nosotros.

¿Para qué? Para hacernos «luz de las naciones». Es parecido a lo que Jesús anunció a sus discípulos: «Vosotros sois luz del mundo». Atentos a la expresión: «te hago». No dice «tienes que ser», no dice «esfuérzate en». Sino «te hago». Por ser llamado, consagrado, bautizado, elegido, hecho discípulo, el Señor nos convierte en «luz», hace de nosotros una luz para las gentes. Y hoy las gentes necesitan tanta luz, que seamos luz en medio de tanta confusión, de tanto bulo, de tanta agresividad, de tanta desgracia...

§ En cuanto al Evangelio, hay que destacar la «ruptura» que tiene lugar en el nacimiento, circuncisión e imposición del nombre al hijo de Zacarías e Isabel. Según la tradición judía, el hijo único (más aún si era de la casta sacerdotal) debía seguir y mantener la tradición del padre, cogerle el relevo.

El hecho de que el nombre del niño no coincida con el de su padre ni con el de ningún pariente (de la casta sacerdotal) quiere decir que va a seguir otros caminos («¿qué va a ser de este niño?»). El precursor del Mesías se aleja del templo donde ejercía su padre, de la estructura social judía, para convertirse en un «alternativo». Es lógico si es el precursor del Mesías, porque también Jesús se apartará del nacionalismo, de la estructura social de castas, se alejará del templo y del culto tradicional... para iniciar nuevos caminos.

Juan optó por retirarse al desierto, apartarse de todo aquello que encerraba a Dios en esquemas fijos, en tradiciones, y legalismos, etc... y poner otros acentos. El Bautista reclamará justicia y honradez; el Bautista denunciará la inmoralidad de los gobernantes; el Bautista llamará a un «cambio de vida», se dedicará a preparar caminos, despertar deseos, suscitar actitudes nuevas, y a abrirse al mensaje de salvación del que viene detrás de él. Así que se convirtió en un personaje incómodo, como es incómodo cualquier portavoz de Dios (=profeta), y cualquiera que cuestiona las tradiciones y el sistema, o promueve cambios de fondo.

Probablemente hoy tenga poco sentido marcharse al desierto y vestirse de maneras raras. Aunque el Papa no deja de insistirnos en que acudamos a las periferias existenciales, a los desiertos donde sobreviven tantas personas. Lo que sí sería significativo es tomar distancia crítica de muchas estructuras sociales y políticas, de no pocos «personajes» públicos cuyo estilo y opciones de vida están muy lejos del Evangelio, de tantas costumbres y tradiciones que hoy ya no valen... ponernos a discernir y practicar un estilo de vida alternativo, que en verdad sea «luz de las naciones». 

La pandemia que estamos pasando ha dejado en evidencia muchas fragilidades: personales, sociales, políticas, económicas, y eclesiales. Muchos están reflexionando sobre los cambios necesarios en todos estos ámbitos. Me permito recomendar la reflexión del Papa, que puedes descargar aquí gratuitamente, en diversos idiomas: https://www.vaticannews.va/it/lev.html

Jesús ya nos ofreció su estilo de vida alternativo y luminoso, él mismo fue «luz del mundo». Pero tenemos que actualizarlo para nuestro mundo de hoy: Acoger y escuchar a los enfermos, a los mayores que están solos, a los emigrantes y refugiados, a los «descartados» del sistema, y prestar más atención a la justicia, a la paz, a la ecología, la solidaridad, la naturaleza... ser mucho más disponibles y serviciales, huir de la tentaciones de pactar con aquellos que buscan el beneficio para unos pocos, o para sí mismos, o para los de siempre. 

En resumen: que las naciones, al mirar a los bautizados, pudieran comprobar que vamos «creciendo y nuestro carácter se afianza, porque la mano del Señor está con nosotros». Pidamos a Juan Bautista, que no nos falten profetas hoy, que nos recuerden lo esencial del Evangelio, y nos haga capaces de escucharlos y tenerlos debidamente en cuenta. Aunque a menudo nos descoloquen.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

martes, 23 de junio de 2020

MEDITACIÓN PARA HOY: SALMO 48 (47), 2-4. 10-11

 Entre sus palacios, Dios descuella como un alcázar. (Salmo 47, 4)

A los turistas les encanta visitar castillos. Desde el castillo de Windsor en Inglaterra hasta el de Cenicienta en Disney World, estas estructuras exhiben belleza y solidez. Su tamaño y decoración dan testimonio de la importancia de las personas que los habitan.

El salmo de hoy es una alabanza a Dios que sobresale de entre los “castillos” de Israel como un alcázar, un refugio para protegerse de los enemigos. Entre los edificios de la ciudad santa de Jerusalén se podía encontrar una expresión visible del poderío y la protección de Dios. El templo, en particular, recordaba a los antiguos israelitas que Dios siempre estaría con ellos ofreciéndoles paz y seguridad si ellos permanecían a su lado.

El pueblo de Israel tenía un lugar físico designado por Dios donde podían experimentar su presencia. Tal vez los católicos no tenemos una “ciudad santa”, pero sí tenemos objetos, lugares y gestos que nos recuerdan la presencia de Dios y las verdades de nuestra fe.

Estos signos son los sacramentos. Las cuentas del rosario, la señal de la Cruz o nuestra capilla preferida son mucho más que solo la apariencia externa. Ellas pueden dirigirnos hacia el Señor, enseñarnos o ayudarnos a adorar a Dios. Es similar a la forma en que un gesto ordinario como una sonrisa, un regalo inesperado o un abrazo cálido son signos externos de nuestro afecto interior por una persona.

Por ejemplo, tú sabes que Jesús murió en la cruz por ti, pero tú puedes experimentar esta verdad más firmemente cuando te haces la señal de la Cruz o se la haces a un ser querido. Los recordatorios físicos como este son como las “torres” y las “murallas” de Jerusalén, que manifestaban la presencia de Dios.

¿Cómo puedes sentir la presencia y la protección de Dios? Tal vez el signo de la paz en la Misa te recuerda que Dios te recibe con los brazos abiertos. Tal vez la suave madera de las bancas de la iglesia te dice que Dios es tu fundamento firme. Reflexiona sobre el día de ayer y trata de identificar una experiencia u objeto que te ayude a recordar al Señor. Una vez que adquieras el hábito de observar, encontrarás los recordatorios de la presencia del Señor por todas partes, pues el mundo está lleno de ellos.
“Señor mío Jesucristo, recuérdame que estás presente conmigo hoy.”
2 Reyes 19, 9-11. 14-21. 31-35. 36
Mateo 7, 6-14
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

EL CAMINO QUE LLEVA A LA VIDA


«El camino que lleva a la vida»

Jesucristo es, amados hermanos, el camino por el que llegamos a la salvación, el sumo sacerdote de nuestras oblaciones, sostén y ayuda de nuestra debilidad. (He 10,20; 7,27; 4,15). Por él podemos elevar nuestra mirada a lo alto de los cielos; por él, vemos como en un espejo el rostro inmaculado y excelso del Padre; por él, se abrieron los ojos de nuestro corazón; por él, nuestra mente, insensata y entenebrecida, se abre al resplandor de la luz; por él quiso el Señor que gustásemos el conocimiento inmortal, ya que «él es el reflejo de la gloria del Padre..., encumbrado sobre los ángeles porque es mucho más sublime que el de éstos el nombre que ha heredado» (Hb 1,3-4)...

Tomemos como ejemplo nuestro cuerpo. La cabeza sin los pies no es nada, como tampoco los pies sin la cabeza; los miembros más ínfimos de nuestro cuerpo son necesarios y útiles a la totalidad del cuerpo; más aún, todos ellos se coordinan entre sí para el bien de todo el cuerpo (1C 12,12s). Procuremos, pues conservar la integridad de este cuerpo que formamos en Cristo Jesús, y que cada uno se ponga al servicio de su prójimo según la gracia que le ha sido asignada por donación de Dios. El fuerte sea protector del débil, el débil respete al fuerte; el rico dé al pobre, el pobre dé gracias a Dios por haberle deparado quien remedie su necesidad. El sabio manifieste su sabiduría no con palabras, sino con buenas obras; el humilde no dé testimonio de sí mismo, sino deje que sean los demás quienes lo hagan. El que guarda castidad, que no se enorgullezca, puesto que sabe que es otro quien le otorga el don de la continencia.

Pensemos, pues, hermanos, de qué polvo fuimos formados, qué éramos al entrar en este mundo, de qué sepulcro y de qué tinieblas nos sacó el Creador que nos plasmó y nos trajo a este mundo, obra suya, en el que ya antes de que naciéramos, nos había dispuesto sus dones. Puesto que todos estos beneficios los tenemos de su mano, en todo debemos darle gracias.

San Clemente de Roma
papa del año 90 a 100 aproximadamente
Carta a los Corintios, § 36-38

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 7,6.12-14


Evangelio según San Mateo 7,6.12-14
No den las cosas sagradas a los perros, ni arrojen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes para destrozarlos.
Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.
Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí.
Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran.


RESONAR DE LA PALABRA

CONSEJOS SABIOS PARA EL CAMINO DEL REINO

Tres consejos o mensajes, que forman parte del Sermón del Monte:

  El primero recoge la experiencia del propio Jesús. La perla o el tesoro escondido (el Reino) no se puede ofrecer a cualquiera. Hay a quienes sólo les servirá de motivo de escándalo, de rechazo e incluso de violencia. Una parte de los judíos, bloqueados por sus ideas previas sobre Dios y la Escritura fueron incapaces de valorar la piedra preciosa del Reino. Y la emprendireon con Jesús.

Las primeras comunidades (cuando se escribió este Evangelio) tenían experiencia de persecuciones y ataques, y era necesario ser muy cuidadosos con lo que se decía fuera de ellas. Hay acontecimientos, misterios, experiencias que no entiende (ni le importan) a una persona de fuera. La discreción y la prudencia son indispensables.

Pero también se puede entender este consejo desde la práctica de iniciación de los primeros tiempos, cuando había todo un proceso catecumenal antes de que los candidatos se integraran plenamente en la comunidad. No había «prisas». Escribió San Juan Crisóstomo: «Si cerramos nuestras puertas antes de celebrar los misterios y excluimos a los no iniciados es porque hay todavía muchos que están demasiado poco preparados para poder participar en estos sacramentos». Hay que tener en cuenta la capacidad de escucha y las disposiciones de aquellos a quienes se les anuncia el Reino y no precipitarnos al compartir con ellos nuestros tesoros. Es un buen criterio pastoral ¿o no?

§ El segundo se refiere al trato con los otros. En el fondo es una variante del viejo principio ético universal: «Amarás... como a ti mismo». Cada cual quiere para sí mismo lo mejor. Pues lo mejor es lo que tenemos que querer y procurar para los demás. Y eso, siempre, con todos, se trate de quien se trate y se haya portado con nosotros como se haya portado. Siempre está presente la tentación de dejar de ser generoso, amable, acogedor, etc con quien nos ha tratado mal, aunque nosotros hayamos sido maravillosos con ellos. Nuestra opcióny principios no pueden cambiar, condicionados por lo que recibimos a cambio. Es aquello de nuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, justos e injustos. Lo que todos necesitamos siempre: La ternura, la cercanía, el perdón, el reconocimiento, el ser aceptados y queridos tal como somos, es el camino para el encuentro con el otro, sea quien sea y se porte como se porte. Empezando por los más cercanos, claro... pero sin quedarnos ahí, porque «si amáis a los que os aman, qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los pecadores?» (Mt 5, 43-48).

 El tercero usa el símbolo de «la puerta estrecha». Voy a permitirme citar a D. Bonhoeffer en su libro «El precio de la gracia»:

El camino de los seguidores es angosto. Resulta fácil no advertirlo, resulta fácil falsearlo, resulta fácil perderlo, incluso cuando uno ya está en marcha por él. Es difícil encontrarlo. El camino es realmente estrecho y el abismo amenaza por ambas partes: 

+ ser llamado a lo extraordinario, hacerlo y, sin embargo, no ver ni saber que se hace..., es un camino estrecho. 

+ Dar testimonio de la verdad de Jesús, confesarla y, sin embargo, amar al enemigo de esta verdad, enemigo suyo y nuestro, con el amor incondicional de Jesucristo..., es un camino estrecho.

+ Creer en la promesa de Jesucristo de que los seguidores poseerán la tierra y, sin embargo, salir indefensos al encuentro del enemigo, sufrir a injusticia antes que cometerla..., es un camino estrecho.

+ Ver y reconocer al otro hombre en su debilidad, en su injusticia, y nunca juzgarlo, sentirse obligado a comunicarle el mensaje y, sin embargo; no echar las perlas a los puercos..., es un camino estrecho. Es un camino insoportable.

En cualquier instante podemos caer. Mientras reconozco este camino como el que me es ordenado seguir, y lo sigo con miedo a mí mismo, este camino me resulta efectivamente imposible. Pero si veo a Jesucristo precediéndome paso a paso, si sólo le miro a él y le sigo paso a paso, me siento protegido. Si me fijo en lo peligroso de lo que hago, si miro al camino en vez de a aquel que me precede, mi pie comienza a vacilar. Porque él mismo es el camino. Es el camino angosto, la puerta estrecha. Sólo interesa encontrarle a él. 

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA