martes, 9 de junio de 2020

MEDITACIÓN PARA HOY: MATEO 5, 13-16


Ustedes son la sal de la tierra. . . Ustedes son la luz del mundo. (Mateo 5, 13. 14)

La sal es un elemento al que desde la antigüedad se le dan diferentes usos, como por ejemplo, sazonar los alimentos para saborearlos o preservarlos. Cuando Jesús dijo a sus discípulos que ellos eran la sal de la tierra, les estaba diciendo que tenían un importantísimo papel que desempeñar para añadir sabor a la vida y evitar que el mundo se “echara a perder” por los efectos del pecado. También les dijo que ellos eran la luz del mundo, es decir, portadores del amor y la verdad para disipar la oscuridad de la muerte y la incredulidad.

La misión que Jesús nos plantea no es fácil de cumplir. El mundo se impresiona cuando ve muestras excepcionales de belleza, riqueza material, inteligencia científica, habilidad deportiva o talento artístico. Por lo general, la gente admira a los orgullosos, los talentosos y los autosuficientes. Pero las virtudes que nos permiten ser luz y sal en el mundo, son las del espíritu: la humildad, el perdón, la honestidad y el amor al prójimo, cualidades que ciertamente no llegan al noticiero de la tarde.

Pero, ¿cómo podemos ser sal y luz? En general, la gente no pone atención a lo que dicen los mansos y humildes, ni les hace caso. Pero ¡esta es la gloria del Evangelio! Precisamente cuando los fieles demuestran humildad y compasión, el poder salvador de Dios brilla a través de ellos, porque estas son las cualidades del propio Jesús. En efecto, si perdonamos y amamos de corazón, podemos llevar el sabor y la vitalidad del Evangelio a nuestros amigos y también a nuestros enemigos.

Jesucristo, nuestro Señor, siempre apacible y humilde, nos invita a seguir sus pasos e imitar su ejemplo. El premio que se nos ofrece es nada menos que participar en la salvación del mundo. Jesús, la Luz verdadera, quiere darse a conocer a través de sus seguidores, para que todos vean las buenas obras que él hace por medio de ellos y glorifiquen al Padre celestial.
“Padre eterno, concédeme tu gracia para que yo sea una imagen de tu Hijo. Fortaléceme, Señor, para que mi fe no flaquee, porque quiero conocerte, amarte y servirte más. Permite que tu luz brille en mí para tu mayor gloria.”
1 Reyes 17, 7-16
Salmo 4, 2-5. 7-8

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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