jueves, 20 de abril de 2017

Meditación: Lucas 24, 35-48


“¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior?” (Lucas 24, 38)

Cuando Jesús se unió a los discípulos que iban de camino a Emaús se dio cuenta de que la fe de ellos era débil; que necesitaban algo que les hiciera recobrar la confianza en Dios y la esperanza en sus promesas. Los discípulos no se habían dado cuenta de que eran tan incrédulos, y que confiaban demasiado en sus propios razonamientos. En realidad, necesitaban acercarse a Dios y pedir una fe más firme, la que viene como don divino del Padre.

El Espíritu Santo quiere encender en el corazón de todas las personas un ardiente deseo de conocer a Jesús. Así como Jesucristo les abrió el entendimiento a los discípulos de Emaús, también el Espíritu Santo nos abrirá la mente a nosotros, y nos ayudará a confiar completamente en la resurrección de Cristo. Cuando nos encontremos cara a cara con el Señor en las Escrituras, nuestro corazón arderá con el deseo de conocerlo más profundamente.

Cuando el Espíritu Santo vivifica la Palabra de Dios en nosotros, vemos que las Escrituras no sólo hablan de historia o de moral, sino que, en su nivel más profundo, nos hablan de la Persona de Jesucristo, es decir, del plan de salvación que Dios ha dispuesto para todo ser humano. Del Génesis al Apocalipsis, allí está Cristo, aunque no siempre se le mencione por su nombre. Jesús es Aquel de quien hablaron los profetas y los patriarcas y a quien esperaban con tanto anhelo. En él encontramos todo lo que necesitamos para la paz y la felicidad.

Cuando las Escrituras cobran vida para nosotros, nos damos cuenta de que realmente lo único que podemos hacer es entregarnos de lleno a Aquel que tiene poder para salvarnos de la muerte. Cuando nuestro corazón arde de amor a Cristo, la razón de la vida se nos hace clara (como lo fue para San Pablo): hemos sido “creados por medio de él y para él” (Colosenses 1, 16). Y él nos rescató muriendo en la cruz; ya no somos del mundo ni nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que somos de Aquel que nos compró con su sangre preciosa.
“Amado Señor, creo firmemente que tú eres mi Señor y Salvador. Espíritu Santo, te pido que al escuchar la palabra de Dios en la Santa Misa me reveles personalmente a Jesús, mi Salvador.”
Hechos 3, 11-26
Salmo 8, 2. 5-9

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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