viernes, 7 de abril de 2023

COMPRENDIENDO LA PALABRA

Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los que ama (Jn 15,13)

El amor de Dios por nosotros es mucho más grande que el de un padre. Lo prueban estas palabras del Salvador en el Evangelio: "Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para salvación del mundo" (Jn 3,16). Y el apóstol Pablo dice también: "Dios no libró a su Hijo, sino que le entregó por todos nosotros. ¿Cómo no nos dio, con él, todas las cosas?" (Rm 8,32) Porque Dios nos quiere más que un padre ama a su hijo.

Es evidente que Dios nos ama más allá del afecto paternal, él que, por nosotros, no libró su Hijo – y ¡qué Hijo! Este Hijo justo, este Hijo único, este Hijo que es Dios. ¿Podemos decir más? ¡Sí! Por nosotros, es decir por los impíos, por los culpables, no lo libró...

Por eso el apóstol Pablo, para significarnos, en cierta medida, la inmensidad de la misericordia de Dios, se expresa así: "Cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los impíos – ciertamente apenas habrá quién muera por un justo" (Rm 5,6-7). Ciertamente, en este pasaje se nos muestra el amor de Dios. Porque si nosotros apenas moriríamos por alguien justo, Cristo nos demostró que era mejor, muriendo por nosotros que somos culpables. ¿Pero por qué actuó así el Señor?

El apóstol Pablo nos lo enseña cuando dice: "Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros, ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvados del castigo!» (Rm 5, 8-9)

La prueba que nos da, es que murió por los culpables: beneficio más preciado cuando se concede a indignos... Porque si se lo hubiera concedido a santos y a hombres de mérito, no habría mostrado que era el que da, lo que no se debería dar, pero se habría mostrado como el que sólo devuelve lo que se debe. ¿Qué le devolveremos pues por todo esto?


Salviano de Marsella (c. 400-c. 480)
presbítero
El gobierno de Dios, p. 269

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