viernes, 14 de enero de 2011

Nuestra llamada a la intercesión

Por Cyril John


¿Qué es la intercesión?
Según el Diccionario Conciso de Oxford, intercesión
es una “oración o petición de parte de otro”. En la
petición Dios hace algo por nosotros; en la intercesión
Dios hace algo a través de nosotros. La oración de
intercesión es una oración para otros. Un intercesor
es aquel que toma el lugar de otro o ruega por la
situación de otro. Otra definición de intercesión
es: “Oración santa, con fe y perseverante por la
cual alguien ruega a Dios de parte de otro u otros
que necesitan desesperadamente la intervención
de Dios.” Según el Catecismo de la Iglesia Católica,
“La intercesión es una oración de petición que
nos conforma muy de cerca con la oración de
Jesús. Él es el único intercesor ante el Padre en
favor de todos los hombres, de los pecadores en
particular”(número 2634).

Jesús: El intercesor por excelencia
“El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida
mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y
lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue
escuchado por su actitud reverente” (Heb 5:7). Jesús
pasó toda la noche en oración antes de elegir Su
equipo de discípulos. Cuando Jesús advirtió a Pedro
que Satanás había solicitado el poder cribar a los
discípulos como al trigo (Lc 22, 31–32), no dijo: “Pararé
a Satanás”. En vez de eso Jesús dijo: “He pedido por
vosotros”. Intercedió incluso más fervientemente
durante Su agonía en el Huerto de Getsemaní (Jn 17,
9–26). El ministerio de intercesión de Jesús todavía
continúa a la derecha del Padre. Según San Pablo:
“¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que
murió; más aún el que resucitó, el que está a la
diestra de Dios, y que intercede por nosotros? (Rm 8,
34). “De ahí que pueda también salvar perfectamente
a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre
vivo para interceder en su favor ” (Heb 7, 25).


La intercesión en el Antiguo Testamento
Personajes del Antiguo Testamento como Abraham,
Moisés, Elías, Job y Amós fueron grandes intercesores.
Hablando sobre Abraham, el Señor le dijo a Abimélec:
Él es un profeta, y va a interceder en tu favor” (Gen
20, 7). Es por su poder intercesor (Gen 18, 22–33)
que Abraham mereció ser llamado profeta (Gen 20,
7). De hecho, los profetas eran hombres de oración:
Elías (1 Reyes 18, 36), Samuel (Jer 15, 1) y Amós (Amós
7, 1–6). La tradición judía recuerda a Jeremías como
un hombre que “ora mucho por su pueblo y por la
ciudad santa” (2 Mac 15, 14). La intercesión estaba
considerada como una función esencial del oficio de
profeta. “Pero si ellos son realmente profetas, y si la
palabra del Señor está con ellos, que intervengan
ante el Señor de los ejércitos…” (Jer 27, 18). Igual
que se espera que el profeta sea el portavoz de
Dios en medio de su pueblo, así también él ha de
ser el mediador de sus necesidades ante Dios. Por
eso Samuel sintió que era un pecado no orar por su
pueblo: “En lo que a mí respecta, ¡lejos de mí pecar
contra el Señor, dejando de rogar por vosotros! Yo os
enseñaré el camino bueno y recto.” (1 Sam 12, 23).


La intercesión en el ministerio paulino
San Pablo comprendió esta responsabilidad muy
bien. Algo que Pablo hizo como apóstol y ministro
de la Palabra fue interceder por el pueblo bajo su
cuidado espiritual. “Y aparte de otras cosas, mi
responsabilidad diaria: la preocupación por todas
las Iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca
yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?”
(2 Co 11, 28–29). Parece haber existido una especie
de “peso” experimentado por San Pablo a causa
de su ‘ansiedad espiritual’ por los miembros de las
Iglesias que estableció.
San Pablo llegó hasta el extremo de decir que el
sufría como la madre en el parto hasta el momento
en que Cristo que estaba en ellos como un embrión,
naciera. “¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo
dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en
vosotros…” (Gal 4, 19). Tal sufrimiento le permitía
interceder por ellos constantemente: “rogando
siempre y en todas mis oraciones con alegría por
todos vosotros” (Fil 1, 4). Exigía oración sin cesar:
“Por eso, tampoco nosotros dejamos de rogar por
vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que
lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con
toda sabiduría e inteligencia espiritual…” (Col 1, 9).
Nuestra llamada
En Redemptoris Missio, el Papa Juan Pablo II enfatizó
el papel de la intercesión en la evangelización
efectiva: “La oración debe acompañar el camino de
los misioneros, para que el anuncio de la Palabra
resulte eficaz por medio de la gracia divina.” (№
78). San Pablo nos exhorta a “orar constantemente”
(1 Ts 5, 17). “Siempre en oración y súplica, orando
en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con
perseverancia e intercediendo por todos los santos”
(Ef 6, 18). Algunas personas han testimoniado acerca
de tal ‘peso’, una sensación de urgencia y convicción
que experimentan de orar por la salvación de las
almas, la restauración de la unidad de un grupo de
personas divididas o del reavivamiento en un lugar
particular. Hay personas que se despiertan en las
altas horas de la madrugada para interceder por personas,
lugares y situaciones.


Nuestra respuesta
La historia de la Iglesia está llena de ejemplos de hombres y
mujeres, santos canonizados y otros, que han intercedido por
sus prójimos y han traído muchas bendiciones a nuestro mundo.
La pregunta principal es: ¿Estamos convencidos de las diversas
promesas de Dios sobre la eficacia de la intercesión? “Invócame y
yo te responderé, y te anunciaré cosas grandes e impenetrables,
que tú no conocías.” (Jer 33, 3). Pues Él es “…Aquel que tiene poder
para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que
podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros”
(Ef 3, 20). Tenemos esta seguridad de parte de Jesús: Todo lo que
pidáis en la oración con fe, lo alcanzaréis” (Mt 21, 22). San Pablo
también infunde confianza en el intercesor: “Acerquémonos,
por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar
misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna” (Heb 4, 16).
El caballo debe ser colocado delante del carro. La intercesión, por
lo tanto, debería ser el detonador y el motor principal de todas
nuestras iniciativas.

Fuente: Boletin ICCRS – Enero/Febrero 2010

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